Ese 2 de abril de 1992 para Hamilton también era un día significativo porque era un nuevo aniversario del casamiento de sus padres, que luego de varios vaivenes estaban nuevamente juntos y él lo atribuía a su práctica budista, ya que había sido uno de los objetivos que Magdalena le había sugerido al comenzar con la invocación de manera asidua.
Al llegar se sintió impactado por un lugar que no conocía, a pesar de estar cerca de la sede en donde había cursado el ingreso a la facultad.
Era un clásico centro cultural japonés con un puente peatonal y una pileta llena de peces muy brillantes. Un jardín frondoso, un lugar muy grande pero modesto aun en ese entonces.
Un predio en el que se notaba una expansión en la manzana en donde se entremezclaba una nueva edificación con salas que eran viejas propiedades horizontales (PH) y otras propiedades algo recicladas o acondicionadas como salones para la práctica y las reuniones de diálogo.
Allí lo esperaba muy contenta y –a la vez– sorprendida su excompañera de trabajo, Magdalena Olmos, con quien conversó sobre su nuevo vínculo con Micaela y a la que esta le respondió –muy conmovida– que era debido a su profunda relación con la Ley Mística y con la Bukkyo Kai.
En el mundo del budismo no existen las casualidades ni mucho menos el azar.
Las cosas que suceden en la vida tienen una causa, debido a que se creó previamente una condición para que la misma se manifieste y eso siempre está ligado a nuestro interior más profundo, por más que esas condiciones se manifiesten como factores externos.
A su vez esa condición puede ser de una naturaleza ligada a un pasado que trasciende la existencia actual, lo que detenta el nombre de “místico”.
Según el mensaje que surge de la Gran Enseñanza del Sutra del Loto, la causa y el efecto no implican un concepto estático o indefectible como lo es “el destino” para las culturas occidentales.
Para el budismo de la Gran Ley del Sutra del Loto, la causa y el efecto son simultáneas, por eso habla de causa–efecto o una interrelación dinámica entre el presente, el pasado y futuro contenidos en un solo instante de la vida y que generan que el destino no sea otra cosa que una ilusión, ya que el ser humano –en su paso por esta existencia– puede modificar cualquier situación para crear valor en un instante básico de vida. Lo que para la Gestalt11 sería el “aquí y ahora”, solo que Hamilton de la existencia de la Gestalt supo apenas veinte años después.
Invocando Ley Mística o la Gran Ley del Sutra del Loto, ese proceso se acrecienta y la transformación de las propias causas en circunstancias positivas podría ser hasta voluntario.
Para el budismo de la Gran Ley del Sutra del Loto no existe nada que el individuo no pueda transformar y crear valor.
Si eso no sucede y no se manifiesta en nuestro medio ambiente externo e inmediato, es que no existe un deseo genuino o profundo para que así sea y en definitiva esa es nuestra condición que seguramente es algo mucho más trascendental y mayor para crear valor en nuestra existencia.
Por otro lado esas causas–efectos hacen a la idea de karma, que para el budismo no es otra cosa que esa descripción dinámica antedicha.
Ocurre que practicando la Gran Ley del Sutra del Loto, los procesos en la manifestación de causas, condiciones y efectos se aceleran de un modo vertiginoso y allí el individuo puede o bien asustarse y abandonar la fe, o bien forjar una sólida personalidad y ampliar su estado de vida.
El primer proceso es el común de todo mortal y el segundo el presidente Yamamoto le dio la denominación de “revolución humana”. Lo que a Hamilton le pareció no solo atinado sino brillante. No abandonaría por nada del mundo la experimentación vital de ese proceso.
Tal era la profundidad de esos principios, que de algunos extractos del presidente Yamamoto y comentarios de los compañeros en las reuniones, se describía el gran estado de vida de la budeidad, que Hamilton reparaba principalmente en el de la “libertad absoluta” o de “ilimitada felicidad”, dicha que no es adquirida en virtud de una práctica acumulada, sino que es inherente, solo hay que emprender el camino de manifestarla.
Y se le complicaba un poco más en la descripción de un estado de vida tal en la que uno elegía voluntariamente sus propias causas, condiciones y efectos, en el proceso descrito como “elección deliberada del propio karma” o “convertir el karma o destino en nuestra propia misión”, tal como ensañaba el maestro Yamamoto.
Si bien a Hamilton le gustaba mucho estudiar cada cosa con profundidad, también sentía que si no las bajaba al plano cotidiano podría convertirse en un teórico crónico y eso le aterraba.
Para eso eran esenciales los estudios y los días miércoles, de hecho ese 2 de abril era jueves, y entonces para el próximo miércoles, con la invitación de Magdalena a Micaela de por medio, se estudiaban las guías que esa misma semana o la anterior había publicado el propio presidente Yamamoto en un “Boletín oficial de la Bukkyo Kai Internacional” o Newsletter.
En una de esas reuniones escuchó que un líder mencionó –en alusión a una orientación del maestro Yamamoto– que mientras que para las creencias occidentales clásicas, la idea de destino generaba en los creyentes el interrogante de “¿por qué a mí?” pero para el creyente budista que practicaba seria, habitual y normalmente invocando Ley Mística, la pregunta pasaba a ser “¿para qué?”.
Esa simple ejemplificación le dio a Hamilton la visión práctica que necesitaba de conceptos tan profundos, ya que estaba practicando a conciencia por la mañana y por la tarde y no se iba a permitir no extraer lo máximo de esa nueva experiencia y mucho menos quedarse en teorías abstractas.
El interés de Magdalena era que el joven Hamilton comience a interrelacionarse con sus pares de la División Juvenil, ya que notaba que Micaela era algo posesiva.
Sumado ello a la tendencia de Hamilton a no ser tan sociable y aislarse se daba una combinación que podría retrasar el desarrollo de la fe en ambos.
Para eso, fue vital que ambos comiencen a relacionarse con su pares y así empezaron a acercarse –principalmente– numerosas compañeras a Micaela.
Hamilton aun parecía un tanto aislado, tal vez con la excusa que quería comenzar de a poco este nuevo modo de vivir a través de la fe y que todavía no era miembro.
Aunque en verdad quería diversificarse más con las actividades de la facultad y su afición por el fútbol junto a alguno de sus primos y amigos. La realidad final era que en la Bukkyo de Argentina el setenta por ciento o más de los miembros estables son mujeres.
Además, íntimamente a Hamilton le preocupaba que la gran mayoría de integrantes de los integrantes de la División de Jóvenes que había conocido o bien eran homosexuales o no tenían todos los jugadores en línea, tal como se dice en Buenos Aires, al que no está bien estabilizado emocionalmente.
Si bien era muy respetuoso y abierto con la elección propia de cualquier ser humano respecto a su condición y elección sexual, no había podido entablar un vínculo con algún par en las reuniones a las que asistía en el barrio donde Micaela Goyén vivía con sus padres, en el Bajo Belgrano, cerca de la cancha de Excursionistas, donde tiempo atrás había habido una villa y aun se entremezclaban las casonas, los mega edificios y las mansiones de diplomáticos, con los conventillos derruidos. Obviamente que Micaela, sus padres y dos hermanos, habitaban este último tipo de propiedad.
Se realizaban reuniones en la que se invocaba la Ley Mística al Mandala y se dialogaba sobre algún tema, o bien algún miembro contaba su experiencia en la fe.
Micaela ya había ingresado a la Bukkyo y sus actividades crecían exponencialmente. Hamilton lo había notado y terminaba ayudando siempre en el armado de alguna actividad, máxime si la misma era en la Sede Central.
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