María Antonia Quesada - El ingenio de los mediocres

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Hay verdades que dichas en un momento inoportuno provocan incendios. Así piensa Nino González, que prepara el relevo generacional en la empresa familiar que dirige. Todos consideran a Carmen, la menor de sus dos hijos, la más adecuada para sustituirlo, hasta que la muerte de Iluminado Arlaiz, suegro de Nino, trunca los planes y pone al descubierto una venganza que mueve a Carmen a indagar en la historia familiar. Los secretos que todos ocultan pondrán a prueba la estabilidad del grupo empresarial y de cada uno de sus miembros.
El ingenio de los mediocres narra el devenir de tres generaciones marcadas por los avatares políticos y económicos de nuestra historia reciente y compone un relato cuyos giros argumentales y estilo literario atrapan al lector de principio a fin.

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Rosa me pregunta si estoy bien. Me vuelvo, sonrío y acaricio su tripa enorme para tranquilizarla porque debe de haber advertido mi tensión interior. Me gustaría revelarle antes de llegar al notario el contenido del testamento, pero Carmen está delante, así que aguanto mis ganas de contarle los proyectos que estoy barajando y cómo van a mejorar notablemente nuestra vida y la de ese niño que esperamos. El abuelo me desveló sus últimas voluntades el día de la boda, pero me hizo jurar que no hablaría de ello con nadie.

—Cuando digo con nadie, Javier, es con nadie —me advirtió muy serio para dejarme claro que Rosa, que ese día se había convertido en mi esposa, tampoco debía saberlo.

No quise contradecirle porque eran obvias sus razones. Me costó cumplir mi palabra, pero no podía traicionar la confianza que había depositado en mí y, además, él ha sido la única persona a quien no he podido mentir. Rosa, que tarde o temprano me reprochará esta falta de complicidad, entenderá por qué callé para no romper mi promesa.

En cuanto a esos seis millones de euros depositados en Suiza y Andorra, no sé qué haremos. Le diré a Carmen que pregunte a papá por eso que nos dice Jon; tal vez él también tiene montado su chanchullo de sociedades y cuentas en el extranjero. No me extrañaría después de haberle escuchado decir tantas veces que el capital no tiene patria.

***

El notario inicia la lectura del último testamento firmado por Iluminado Arlaiz Celaya en fecha posterior al fallecimiento de su hija, Rosa de los Ángeles Arlaiz Saldise. Como se esperaba, nombra herederos a sus nietos, Javier y Carmen González Arlaiz, hijos de Saturnino González Fuez y Rosa de los Ángeles Arlaiz Haro. En la rutina de su quehacer profesional, el fedatario público coteja los datos de los DNI de los hermanos para cumplir escrupulosamente el trámite obligado, aunque en su caso innecesario porque conoce a estos chicos desde que nacieron. Incluso si no hubiera mantenido una relación amistosa con el abuelo, hay poca gente en Pamplona que no conozca a los miembros de esta familia. Todo ello no le exime de cumplir con su deber y de que siga una a una todas las comprobaciones exigidas por la ley. También lee los nombres del personal de servicio y pide sus documentos a Ignacio y Jon Monreal, a quienes Iluminado ha legado doscientos mil euros a repartir a partes iguales entre el padre y el hijo. A Amaia le deja cincuenta mil euros y aclara que estas cuantías son de agradecimiento por tantos años a su servicio.

Los tres sonríen satisfechos al conocer la noticia; después de todo, piensa Ignacio Monreal, Iluminado ha cumplido. Ese dinero le permitirá contratar a uno del pueblo para atender la casa y ayudarle en sus desplazamientos cuando dentro de poco se quede solo. Tras el ictus se maneja mejor en silla de ruedas, aunque con la rehabilitación ha recuperado más movilidad de la que se esperaba. Se alegra sobre todo por Jon, que se podrá ir con su mujer a Pamplona como planeaban y lo considera un acto de justicia, lo mínimo que Iluminado podía hacer por ellos y por Amaia, que lo cuidaron en sus últimos años. Además, nadie sabe qué decisiones van a tomar los nuevos propietarios de Saldisetxea; a Ignacio Monreal le resulta difícil hacerse a la idea de los cambios que se van a producir, porque Javier y Carmen son de la edad de sus hijos, pero son señoritos acostumbrados a la vida de Madrid. El que fue mano derecha de Iluminado Arlaiz en el cuidado y administración de la finca duda sobre lo que pueda pasar con el caserío y le preocupa que lo vendan, aunque prevé que el fallecido, a quien conocía mejor que nadie, habrá dejado todo previsto para que esto no suceda. Para él y para Amaia sería doloroso tener que marcharse, aunque, llegado el caso, Iluminado le ha legado medios para tener una vejez tranquila. Jon tampoco le preocupa, es joven y con sus cien mil euros y su titulación puede abrir, como siempre quiso, una gestoría en Pamplona, donde quería vivir con su mujer y los dos niños.

El notario prosigue la lectura del testamento. El difunto deja a su nieto Javier González Arlaiz el caserío de Saldisetxea con su correspondiente explotación ganadera y el 48 % de su participación en el Grupo Industrial Nino González Fuez y hermanos. Al oír esto, todas las miradas se dirigen hacia Carmen, que intenta asimilar la noticia y no puede disimular su sorpresa al conocer que, en detrimento de sus intereses, Iluminado ha dejado a Javier todo su paquete accionarial del grupo empresarial de Nino González. Ella esperaba que el abuelo repartiera esas acciones entre sus dos nietos, pero con su decisión Iluminado ha convertido a su hermano en socio mayoritario del grupo, lo cual inevitablemente traerá complicaciones. Carmen, que tiene en la cabeza todo el esquema accionarial, detecta enseguida que hay algo que no cuadra en el porcentaje que acaba de leer el notario. Mentalmente calcula que en el reparto inicial del capital de la empresa Nino poseía el 21 % de las acciones; Rosa de los Ángeles, el 15 %, y sus tres tíos, un 8 % cada uno. Con ello, Nino se aseguraba una situación holgada, pues tenía a su favor el 60 % del capital frente al 40 % de Iluminado. El reparto cambió con la muerte de Rosa, al dividirse su 15 % a partes iguales entre su viudo y sus dos hijos. Aun así, Nino mantuvo el control del 55 %, razón por la que aceptó la propuesta de Carmen de ceder a accionistas ajenos a la familia un 2 %, lo que le permitía seguir ostentando una mayoría suficiente frente a su suegro, que poseía el 40 % de los títulos de González Fuez, pero no el 48 % que todos acaban de escuchar.

—Por favor, ¿puede repetir el porcentaje que acaba de leer? —pide Carmen al notario.

Este accede y repite: 48 %. Ella, que sigue sin entender, mira a Javier intentando que la ayude a encontrar una respuesta, pero su hermano sugiere con un gesto de la mano que no interrumpa la lectura y que deje las dudas para el final. A Carmen le molesta que él no sea consciente de la gravedad de lo que está sucediendo y el dilema que plantea ese testamento: ¿contiene un error difícil de explicar o efectivamente el abuelo tenía mayor participación en el grupo de lo que pensaban? Ella no tiene constancia de esto último y mientras reflexiona sobre ello surge en su cabeza un cálculo que parece una locura, pero que cuadra perfectamente con los datos leídos por el notario: 40 más 8 conforman el 48 % que reza el testamento y, a continuación, surge la duda de cuál de los hermanos González Fuez puede haber vendido a Iluminado su participación en la empresa.

La sospecha la deja anonadada e indefensa ante la mirada de Ignacio Monreal, que la observa con descaro sin disimular que disfruta con lo que está pasando. Carmen siente esa inquina y le desagrada no encontrar apoyo entre los presentes. Javier, decidido a finalizar, evita mirarla directamente, Amaia intuye el malestar y contrae los labios desconcertada, y Rosa y Jon tratan de mostrarse ajenos. Ante la expectación que ha generado su pregunta, aunque nadie reconozca que no es la cuestión formulada, sino las disposiciones del testamento, lo que ha causado sorpresa, Carmen decide callar, temerosa de que pueda arrepentirse de expresar en voz alta lo que pasa por su cabeza en ese momento. Está acostumbrada a controlar sus emociones y no se debería sobresaltar por que las últimas voluntades del abuelo reflejen con fidelidad la personalidad del testador.

—Gracias, solo era una duda —dice al notario, que esperaba esa indicación para no demorar en exceso la lectura que está dando a Carmen González Arlaiz el disgusto de su vida.

Iluminado otorga la propiedad de la casa de Neguri, en Bilbao, a su nieta Carmen. El resto de los bienes —dos apartamentos de alquiler en Zarauz, seguros de vida, varios paquetes de acciones de compañías cotizadas en bolsa y el dinero existente en depósitos de cuentas bancarias— se dividirá a partes iguales entre ambos hermanos. Carmen siente que con Saldisetxea le arrebatan una parte de su pasado y, al quedar su hermano Javier como accionista mayoritario de la empresa, le trastocan el futuro; sin contar con el disgusto que se va a llevar Nino cuando se entere. Lo sensato, se dice, sería que Javier les vendiera una parte o todo su paquete de acciones, pero antes de dar cualquier paso es preciso aclarar si son correctos los datos de ese legado.

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