Aun en medio de los pesados compromisos de la escuela, del estudio y del necesario esparcimiento, la capilla, un salón vacío y sin bancos, es el centro de la vida del Colegio. Sin ninguna coacción los jóvenes siguen con fervor la palabra, las iniciativas y los consejos del seminarista Orione.
Los domingos, no teniendo todavía a disposición un sacerdote, los muchachos van en fila y con el uniforme oficial, a la catedral para la Santa Misa. Son muchos, ruidosos y alegres... Entre los que pasan hay quienes lo aprueban y quienes se sienten autorizados a hacer comentarios poco respetuosos o ironías sarcásticas. Los canónigos, sin palabras, dan a entender claramente que esta presencia no les resulta grata para nada. A menudo, en efecto, envían al famoso sacristán Scudlon, a darles la orden de dejar el lugar. El director traga ese amargo bocado y sin transparentar el mínimo disgusto, hace cumplir la orden recibida.
En el mes de abril de 1895 el seminarista Orione, ordenado sacerdote, ve coronado el sueño de toda su vida. Desearía intensificar el apostolado, pero debe acompañar la conclusión del año escolar y programar el nuevo. Para esto estudia y consulta cómo organizar mejor los cursos de estudios, lograr más orden en la vida interna del colegio, disminuir las deudas, reducir los gastos...
Se comporta con un espíritu libre, abierto y moderno. Participa activamente en la vida de la diócesis y de la ciudad, y cuando es oportuno, incluye a sus muchachos. Abre los locales del Santa Clara para los congresos diocesanos, asambleas de asociaciones religiosas, para hospedar a los participantes de los encuentros y organizar comidas oficiales.
Durante el período de verano se muestra todavía más disponible y colabora para que se logren con éxito las diversas iniciativas de su Obispo. Siempre en plena sumisión y comunión con él, anima, da conferencias y hasta guía peregrinaciones a los lugares más apartados y sugestivos de la diócesis.
81. Mauro Montagna fue un muchacho que Don Orione define como ‘nuestro santo Domingo Savio’, muerto prematuramente. ( Parola , discurso del 7 de diciembre de 1938).
82. Don Orione recordando la triste historia de aquel estudiante protagonista del juego del cucharón, lo llama “el Compañero Diferente” porque en su comportamiento se manifiesta diferente de los demás. Siempre en referencia a este estudiante, en una carta al tío sacerdote del Compañero Diferente, Don Orione escribe de haber hablado con el alumno De Filippi Felice por más de media hora. Está a salvo y le dio útiles consejos para los jóvenes del Colegio (Tortona, 25 de septiembre de 1897).
83. SPARPAGLIONE, Don Orione , 113 s.
84. DOPO II, 136. ZANATTA, Luis Orione sacerdote , 214-215.
85. Scritti 59, 186.
86. Desde el principio Orione está, por así decirlo, entre dos fuegos: por la simple razón de que por un lado un periódico católico siga paso a paso exaltando su obra; mientras que por el otro, el periódico socialista no pierde ocasión para atacarlo y denigrarlo, quiere decir que todos son conscientes de estar delante de un hombre extraordinario, de un personaje que dejará su huella en la historia. ‘La Linterna’, con sus mentiras, terminó cansando a todos. El 22 de octubre de aquel año, los agentes de la seguridad pública requisan y disuelven el Círculo Popular Socialista, secuestrando libros, escritos, correspondencia y varias copias del periódico.
87. Por poner un ejemplo sobre muchos: el 30 de septiembre “La sveglia del popolo” (El despertador del pueblo) de Voghera publica un largo artículo en el cual el seminarista Orione pide a los padres católicos insertarse sin miedo en la conducción de las escuelas. Es su derecho y su obligación. El 21 de octubre en otro artículo precisa que el católico auténtico por ninguna razón del mundo debe tener escondida la propia fe y el amor a la Iglesia y al Papa.
88. DOPO II, 159. ZANATTA, Luis Orione sacerdote , 249.
Capítulo 11
Un verdadero colaborador
“En tiempos del Colegio de Santa Clara se presentó un joven que decía estar deseoso de hacerse religioso de la Divina Providencia, pero era un impostor. Tosco y ávido de comida, pensaba poder ubicarse adoptando el sistema de la hipocresía. Cada mañana tomaba la comunión, se mostraba piadoso y servil en el hablar, en el caminar y en el actuar. Se arrodillaba en presencia de todos, delante de Don Orione. Una mañana en la iglesia, suspiró en público: ‘¡Señor, perdona a este pobre pecador!’. Don Orione que lo pescó al vuelo lo puso a prueba de inmediato para desenmascarar su hipocresía. Lo mandó llamar y le dijo en presencia del mejor alumno del Colegio: ‘¿Qué estarías dispuesto a hacer por mí?’. El aprovechador se declaró dispuesto a todo: ‘Daría la sangre, la vida, querría sufrir las penas del infierno por su amor”. ‘Me conformo con menos -dijo Don Orione-, comerás lo que te lleve este muchacho, cuando te lo lleve’. Había un rincón en Santa Clara que le decían ‘la Siberia’, por razones fáciles de intuir. Un lugar frío, triste, que confinaba con el entretecho y que servía para albergar a aquellos individuos que caían por ahí sin referencias seguras. Nuestro personaje dormía allí. No parpadeó ante la propuesta de Don Orione y se retiró... a la Siberia a esperar el almuerzo temiendo que tal vez le llevaran una porción reducida. Pero no llegó ni siquiera eso y así pasaron de largo la cena y el desayuno del día siguiente. El muchacho en funciones de Schiller (89) ejecutaba puntualmente las órdenes de Don Orione.
La tarde del segundo día llamó a la puerta y al no obtener respuesta miró a través de la cerradura, estudió dónde poner los pies y con un cierto temblor entró a depositar la cena en la mesa. Era un plato de porotos hervidos, con un trozo de pan. El hambriento se precipitó sobre ello para devorarlo. La música tendría que haber continuado con los mismos compases, pero ya al tercer día el encargado de servir la comida se llevó una buena sorpresa. Calladito, calladito, sin ser visto y volando bajito como un mirlo, el pájaro se había escabullido y no volvió más”.(90)
* * *
Santa Clara abre las puertas para iniciar su segundo año escolar. Al mismo tiempo, el Colegio vuelve al centro de las diatribas y de las discusiones. Se vuelven a encender viejos rencores, alguno habla de ganancias ilícitas, de bancarrota inminente y del consecuente escándalo y carga para toda la diócesis...
El Obispo confundido entre la gran estima y confianza y las voces que circulan, llamó varias veces a Don Orione, le recriminó, aconsejó, amenazó,... pero el problema no era de fácil solución. Al director no sólo le preocupan las deudas, sino también la asistencia a los chicos que cada vez eran más. Las compromisos pastorales, desde que es sacerdote, le llevan tiempo y lo comprometen estando lejos de los jóvenes. Necesita la ayuda de un seminarista en el que pueda confiar ciegamente. Se ha fijado ya en la persona justa, el asistente del nuevo seminario de Stazzano. El seminarista Carlos Sterpi entendió que era llamado a servir a Dios en los chicos pobres al lado de Don Orione, y lo deseaba ardientemente, esperaba sólo la aprobación y la orden del Obispo. Don Orione debe haber convencido al amigo para que dé el primer paso. Así, un buen día, Sterpi, tímido pero resuelto, se presenta ante Mons. Bandi. El Obispo apenas percibe el motivo de la visita, cambia de humor, se sorprende, se irrita, desaprueba y reprende con fogosidad a aquel seminarista que se atreve a hacer una propuesta inoportuna y para nada sabia. Por su bien, si desea ser ordenado sacerdote, le conviene desechar ese mal pensamiento y mantenerse ajeno a la actividad de Don Orione. Carlos Sterpi, humillado y confundido, esconde al amigo el sufrimiento interior. Pero algo trasciende... Entonces, Don Orione antes de presentar la petición oficial al obispo, decide ir en peregrinación al santuario de Monte Spineto. Los dos se encuentran en Serravalle: “ Sterpi, no te veo contento, ¿cómo estás? Te veo preocupado”... “Ha muerto mi hermana. Me voy al pueblo para el funeral. Pero tú, ¿qué haces por aquí?”.“ Voy a pedir a la Virgen una gracia... muy importante. ¡Estáte preparado!”. “Ya entiendo. Estoy disponible, pero renuncio a hacer proyectos. Será lo que quiera el Señor”. La Virgen en realidad se había adelantado al pedido y ya le había concedido la gracia sirviéndose de un acontecimiento poco simpático.
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