“No entiendo por qué, él sabe muy bien lo que intento hacer y me ha dado incluso su bendición.”
“¿Por qué? Hubo un ir y venir en el obispado. Alguien le habrá hecho cambiar de opinión. Eres demasiado joven para embarcarte en semejante empresa. Si todo termina mal está de por medio el obispo y todo el clero. Sube a ver al obispo y compórtate como te he dicho”.
Apenas sube Orione, ve al Obispo que está paseando nerviosamente de un lado al otro del salón.
“Escucha -empieza a decirle apenas le ve en la puerta-, por desgracia estoy obligado a retirarte el permiso para la fundación del colegio. Me he convencido de que es algo imposible”.
“¿Imposible? ¡Pero si he encontrado ya el local, el dinero y he pagado el alquiler de un año!”.
“¡No me digas, hijo! Entonces, ¡Quiere decir que la Providencia te asiste y lo quiere así! Entonces, ponte de rodillas que te devuelvo la autorización y la bendición. Y te prometo que te la conservaré para siempre”.
La Congregación nace no sólo con la autorización de la máxima autoridad de la iglesia local, sino además con una doble bendición. Es verdaderamente la Obra de la Divina Providencia que hunde sus raíces en el corazón de la iglesia local.
El comienzo de las clases es inminente. Orione hace amplia propaganda del colegio con circulares enviadas a varias parroquias y apoyándose en la prensa católica.
Con la ayuda de las familias de la zona que ofrecen sillas, camas, muebles que ya no usan, amuebla la escuela. Realiza, con alguna dificultad, todos los trámites necesarios para la autorización oficial. Aprovecha las condiciones especiales que concede el Estado, recurriendo a un modelo de escuela “bajo la vigilancia efectiva de los padres y su responsabilidad en común”. Se ha dirigido a un profesor para que acepte el cargo de responsable de la escuela. Fallido el intento, toma sobre sí la dirección del Instituto y de la escuela.
Puntualmente, el 15 de octubre de 1893, día de la fiesta de Santa Teresa de Ávila, el seminarista Luis Orione abre el colegio: “Desde la tarde anterior , recuerda frecuentemente, se prepararon las camas y llegaron también algunos jovencitos, en las primeras vísperas de la Santa: a la mañana siguiente, en la fiesta, llegaron los otros. No recuerdo exactamente, pero eran unos 35 o 38, de humildísima condición: desde su nacimiento, este instituto nuestro era para los pobres”.(62)
El seminarista “director” renuncia al cargo de custodio de la catedral, se traslada a San Bernardino y se dedica a tiempo completo a la buena marcha de la nueva fundación. Continúa, además, estudiando también de noche, su preparación teológica y espiritual.
59. DOPO II, 15; Humberto ZANATTA (ed.), Luis Orione Sacerdote. Colegios San Bernardino y Santa Clara 1893-1895 (vol. 4) , Buenos Aires, Pequeña Obra de la Divina Providencia, 1992, 21-23 (en adelante: ZANATTA, Luis Orione Sacerdote ); cf. Florecillas , 15-16.
60. La diócesis en aquel período estaba empeñada en la construcción del monumental seminario de Stazzano.
61. Quería y apreciaba al seminarista siempre amable y servicial, pero aquel día estaba por estallar.
62. DOPO II, 28; ZANATTA, Luis Orione sacerdote , 39.
Capítulo 9
La vida en San Bernardino
El seminarista Orione, desde los primeros días del colegio, se pone a buscar una estatua de la Virgen para juntar delante de ella a sus chicos. La encuentra, por mediación de un sacerdote, en el altillo de un edificio. “Es una dulce Virgen de madera, muy antigua, tanto que estaba un poco carcomida. En el pasado había sido venerada en Novi como Madre de los Dolores; pero después había sido puesta en el altillo”.(63)
Desde Novi Ligure la estatua llega a Tortona, a la casa de los Oblatos,(64) toma posesión, por tanto, del Colegio conducida procesionalmente por el seminarista junto con todos sus muchachos.
La Dolorosa en un cierto momento se convierte en la Madre de la Divina Providencia.(65)
“Durante una procesión de ese primer año, aquellos muchachos, cuando vieron y reflexionaron que la Virgen tenía una espada clavada en el corazón, se dirigieron a mí diciendo: ‘¡No, nosotros no queremos que tenga una espada en el pecho!’
Les dolía ver a la Virgen, nuestra buena madre, traspasada; y enseguida apenas le quitaron la espada, agregaron: que no ocurra nunca que la Virgen esté entre nosotros llena de dolores, Dolorosa. Y de ese modo rompieron la espada, e incluso, trayendo unos fósforos, la quemaron en medio del jardín y dijeron: que sean así quemados nuestros pecados. Aquel acto, si bien, ingenuo, decía mucho. Después, llevada sobre sus hombros, la pusieron en su estudio. Y en el lugar de la espada le pusieron un corazón de plata”.(66)
* * *
El colegio se llamó “Pequeña Casa de la Divina Providencia”. En el primer registro de contabilidad, con fecha 14 de octubre, en los asientos contables de entradas y salidas escribe: “Jesús, Almas, Papa” y “Divina Providencia”. Los ecos de la fundación son inmediatos. Sólo después de 4 días, el 19 de octubre, el semanario político católico de Alessandria, “La Sveglia” (El Despertador), escribe: “El sábado fue abierta en Tortona una pequeña Casa de educación para chicos. Es por ahora una pequeña casa; se podría decir que es como un ensayo. Para dirigir esta nueva obra está el seminarista Luis Orione, infatigable y siempre muy celoso a la hora de buscar, de todos los modos posibles el bien de la juventud. Las obras de Dios empiezan siempre pequeñas y Dios protegerá seguramente esta santa empresa, porque grande es la fe y la piedad de quien la dirige. Desde aquí deseamos que crezca y prospere el piadoso Instituto y quisiéramos hacer un pedido a todas las buenas personas para que con la palabra y con las obras vayan en su ayuda”.
Los locales muy pronto resultaron insuficientes. Ponen camas por todos los lugares; el seminarista Albera se contenta con dormir en un colchón puesto en el suelo. La iluminación es a base de kerosene, reducida al mínimo cuando no se lee ni se estudia. En la planta baja los dos locales más grandes son habilitados como sala de estudio y capilla; el director enseña a tener el mismo respeto sagrado en ambos ambientes.
Son pobres, pero no falta lo necesario. A falta de camareros, Orione sirve las mesas animando a todos: “Coman, coman, que pan y sopa, tenemos todo lo que quieran”.
Los sacrificios, las renuncias no asustan: el director da ejemplo y enseña a recibir del Señor con la misma gratitud, alegrías y dolores, “Nuestros chicos, cuenta, aquel año iban a dormir a una habitación en cuyo cielo raso se podía ver el cielo estrellado, cuando estaba estrellado. Y una ola de alegría invadía siempre nuestras almas y teníamos siempre la paz y la serenidad en el corazón”.(67)
El obispo y los superiores del Seminario le apoyan. Tiene como ayudantes a los mejores seminaristas: Pablo Albera, Carlos Sterpi, Gaspar Goggi, Arturo Perduca y otros.(68)
Según la mentalidad de aquel tiempo, también el Colegio de San Bernardino tiene su uniforme: pantalones negros, camisa negra con largo sobrecuello vuelto sobre el pecho y un gorro de visera ribeteado en oro con el escrito ‘D.P.’ (Divina Providencia). El uniforme, para que dure más, se usa solamente en las grandes ocasiones. El director anima a llevarlo con dignidad y con santo orgullo incluso cuando causa provocaciones e insultos.
El estilo de vida hace pensar más en una comunidad que en un colegio, una comunidad que reconoce en el seminarista Orione a su fundador y al jefe que con entusiasmo y acento profético, les anticipa los ideales y el futuro desarrollo. Algunas personas viven en el interior de la institución, otros prestan un servicio gratuito, signo de aprobación y de aliento.
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