51. DOPO I, 652; ZANATTA, Luis Orione seminarista (teología y fundador) , 115 y 140.
52. DOPO I, 657; ZANATTA, Luis Orione seminarista (teología y fundador) , 123.
53. Domingo SPARPAGLIONE, Don Orione , Buenos Aires, Pequeña Obra de la Divina Providencia, 1965, 86-87 (en adelante: SPARPAGLIONE, Don Orione ).
54. Tiene razón Don Orione cuando escribe: “Esta pobre Obra de la Divina Providencia nació en su casa y es la hija primogénita de su Episcopado como ese bendito Oratorio Festivo que hace 9 años en la diócesis fue el primer brote de una acción católica ¡más viva más fresca… y más decididamente papal!” (ODP, 14 de septiembre de 1900).
55. DOPO I, 679-680; ZANATTA, Luis Orione seminarista (teología y fundador) , 159-160.
56. DOPO I, 717; ZANATTA, Luis Orione seminarista (teología y fundador) , 216-218.
57. DOPO I, 761; ZANATTA, Luis Orione seminarista (teología y fundador) , 254.
58. DOPO I, 765 s.; ZANATTA, Luis Orione seminarista (teología y fundador) , 263-266.
Capítulo 8
El Colegio San Bernardino
“Cerca del lugar donde después surgió el hospital, encontré a una señora, viejita, una cierta Angelina Poggi, que me conocía.
Era pequeña, con joroba, y era empleada de un cura, un tal P. Muratori. Los dos se peleaban a menudo y discutían y yo iba a poner paz.
Ella entonces me dijo: ‘Orione, ¿de dónde vienes?’ y yo dije, ‘¿De dónde vengo? ¡Vengo de abrir un colegio!’, ‘Pero ¿dónde?’ ‘En San Bernardino, una casa para hospedar jóvenes: si tiene alguno que poner allí…, es un colegio para los que quieran ser curas’.
Agregó la mujer: ‘Le mando a mi sobrino. Pero ¿quién sabe lo que cobrará usted? Tiene que hacer todo el secundario’, ‘Cobro lo que usted me da’. ‘Y ¿cuántos años me lo tiene?’. ‘Lo tengo –respondí- todo el secundario, por cinco años’, ‘Y ¿cuánto quiere por cinco años? Yo tengo en la caja cuatrocientas liras’. Y yo: ‘Por cuatrocientas liras lo acepto’. ‘¿También los libros?’ ‘Pero sí, también los libros, y lo visto, incluso’. ‘Si quiere, se las doy enseguida‛. ‛Sí, sí, mejor enseguida’. Y fui con ella.
Entré también yo en la casa y la viejita abrió una caja. Se parecía a la caja de mi abuela; rebuscó por abajo y de un tarro sacó las cuatrocientas liras y me las dio. Fue un estupendo gesto de confianza y de estima hacia un pobre seminarista”.(59)
* * *
Los hombres han cerrado el oratorio, pero la mano de la Virgen, la que le guardaba la llave, abre una casa, inicio de una constelación de obras para la formación y la educación de jóvenes.
El seminarista Orione, aconsejado por el P. Rúa, su confesor en Valdocco, espera con serenidad el momento de la providencia. Sus muchachos están de nuevo en la calle, entre tantos peligros. Muchos otros, demasiados, han dejado la escuela a causa de la pobreza. Quizás el Señor quiere precisamente esto: un colegio para los chicos y las vocaciones pobres.
Se presenta, por tanto, al obispo que lo recibe con gran paternidad: “Dentro de dos años serás sacerdote, Luis. Confío mucho en ti por todo el bien que podrás hacer”. Y Orione añade: “En verdad, Monseñor, he venido a proponerle una idea para realizar de inmediato”.
“¡Tus ideas me preocupan siempre un poco! Dime de qué se trata”.
“En nuestra diócesis hay pocos sacerdotes, también porque hay muchas familias que no tienen dinero para poder pagar los estudios a los hijos y mandarles al seminario”.
“¿Y entonces?” (El rostro del Obispo se ilumina de esperanza; el seminarista alude a un tema que le toca el corazón. Luis aprovecha ese momento para hacerle la propuesta).
“Habría pensado en abrir un colegio para recibir a los más pobres”.
“Querido hijo, tu idea es muy generosa, pero piensa en cuántas dificultades deberías afrontar y en cuántos gastos te meterías. Sabes bien que yo, en estos momentos, no puedo ayudarte…”.(60)
“Será suficiente con que me dé su aprobación y bendición y todo irá bien”.
“Gran idea la tuya, pero quién sabe cuándo la realizarás. Sí, como me pides, te doy mi aprobación y bendición”.
Sin una lira en el bolsillo, con el corazón lleno de gozo y de esperanza, Orione agradece al obispo, permanece un tiempo en oración delante del altar de la Virgen del Buen Consejo y parte en búsqueda de un local.
Apenas sale de la catedral encuentra a uno de los muchachos del oratorio. Un saludo, algún cumplido, y Luis le cuenta lo que pretende hacer:
“¡Voy a abrir un colegio!”
“¿Dónde?”.
“Dónde, no lo sé todavía. Donde la Providencia quiera y será la Casa de la Divina Providencia”.
“En verdad mi tío, el P. Domenico, nos ha dejado en herencia una casa. Si le pide, podría tenerla incluso en alquiler”.
Cruzan la ciudad entera y llegan al barrio San Bernardino, la ciudadela de los anticlericales. A primera vista, la ocasión parece buena, la casa es bastante grande, está vacía, tiene la iglesia cerca. El patrón no deja de escrutar al seminarista que va vestido con un hábito paupérrimo y tiene los zapatos rotos: “Oiga, inicia Orione , ¿cuánto quiere?”.
“¿Para qué cosa?”
“Para alquilar la casa”
“Mmm, podría alquilarla, pero hacen falta cuatrocientas liras”.
“Bien, trato hecho”.
“Calma, calma -el señor Stassano, presidente de la sociedad de San Vicente, hombre de iglesia, generoso, sabe bien que el seminarista no tiene dinero-, ¿dónde están las cuatrocientas liras?
“La Divina Providencia…”.
“Si tienes ya la providencia en el bolsillo, sácala que quiero verla, de lo contrario…”.
“La Providencia, que yo sepa, paga siempre y no cae nunca en bancarrota”.
“Espero ocho días, no más…. Si no has llegado, cederé el edificio a otros”.
Orione no tiene dinero, el obispo no puede ayudarle, la familia es pobre: ¿dónde espera encontrar esas cuatrocientas liras? No lo sabe ni siquiera él, pero cree firmemente que, siendo ésta una obra de Dios, y no suya, el cielo intervendrá.
Y de hecho, como sabemos, poco después del acuerdo y no lejos del lugar, la providencia le pone en la mano la cifra justa. Vuelve inmediatamente atrás y le paga al incrédulo Stassano, cien liras de adelanto por el contrato.
Con las llaves en el bolsillo entra glorioso y triunfante en la Catedral para agradecerles al Señor y a la Virgen.
“¡Orione, seminarista Orione! -grita irritado, el viejo sacristán.(61) Pero, ¿dónde vas así, con la cabeza llena de pájaros, siempre distraído, siempre con ideas extravagantes? ¿Sabes que el obispo está buscándote toda la mañana?”.
“¿Acaso no sabes que abro un colegio, que he encontrado…?”
“¡Pero qué colegio!, como si fuese una cosa simple. ¡Vaya, vaya al obispo y ya verá lo que tiene que decirle!”.
“Pero ¿por qué?, ¿qué ha sucedido?”.
“Lo que ha sucedido no lo sé, ya te lo dirá el obispo”.
Mientras se dirige al despacho del obispo y trata de hacer un rápido examen de conciencia, siente la ruidosa exclamación del asistente del Obispo: “¡finalmente, vaya, vaya rápido a ver al obispo! ¡Si supiese la tormenta que se viene…! Monseñor ha estado insistiéndome toda la mañana: vete a buscarlo a la catedral, ve a buscarlo. Tienes que encontrarlo a toda costa. Si no lo encuentras, quién sabe en qué lío nos meterá esta vez. Orione, acepta mi consejo, permanece tranquilo porque Monseñor está nerviosísimo”.
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