Pilar Tejera Osuna - Viajeras al tren

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Rose Valland, miembro de la Resistencia Francesa que participó en operaciones de sabotaje y en la recuperación de 45 000 obras de arte robadas por los nazis, los vagones «solo para mujeres» para salvaguardar la seguridad de las damas que viajaban solas, el brutal asesinato en un vagón de Florence Nightingale Shore, El Miss Nellie Bly Special, un convoy especial para una reportera única que dio la vuelta al mundo, Marlene Dietrich en El Expresso de Shangai, el romance de Grace Kelly y Rainiero de Mónaco urdido por Olivia de Havilland y su esposo a bordo de un tren con rumbo a la Costa Azul… son algunas de las historias que recoge este último título de Pilar Tejera, un libro inspirado en una época en la que las locomotoras y trenes nocturnos surcaban el mundo transportando pasajeras y aventuras.Historias de mujeres que huyeron, que escaparon de la muerte, que viajaron en pos del amor, secretos inconfesados, etc. Un libro inspirado en una época en la que las locomotoras surcaban el mundo transportando pasajeras y aventuras.

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Así pues, los ataques a mujeres no fueron un fenómeno exclusivo. Por alguna razón, los sucesos de comportamientos erráticos se producían con cierta frecuencia contra todo tipo de pasajeros. Hombres que de pronto sacaban una pistola y se paseaban por los vagones con miradas enloquecidas, gente trastornada que arremetía contra su vecino de asiento, golpes inesperados en las ventanillas, acometidas feroces con cuchillos, episodios de exhibicionismo… «Locura ferroviaria» se denominó este tipo de paranoias que afectaban a unos cuantos viajeros. «Parecía haber algo en los ferrocarriles que hacía que la gente, especialmente los hombres, sufriera angustia e inquietud mental», escribió el periodista de la BBC, Jon Kelly.

Con el tiempo se publicaron informes sobre tales comportamientos. La prensa también se hizo eco de situaciones insólitas, de pasajeros que se desprendían de su ropa para asomarse por las ventanas despotricando y delirando. Las revistas médicas sacaron a la luz datos y perfiles de dichos lunáticos. La mayoría de los sucesos tenían lugar en los vagones de primera y segunda clase, lugares estancos y cerrados con llave por razones de privacidad, pero sin posibilidad de escape para las víctimas.

Según otra teoría de la época, el ferrocarril proporcionaba una escapada fácil y rápida a los pacientes de algunas instituciones de salud mental que lograban fugarse. En 1845, la revista Punch publicó la caricatura de unas vías del tren que conducían a un asilo mental. Historias de maníacos y depravados en los vagones aterrorizaron a muchos viajeros. Y la posibilidad de estar en un compartimento con uno de ellos no era tan remota.

La solución final a estos problemas sería conectar los compartimentos de los trenes y dotarlos de mayor personal. Lo que en un principio había sido una iniciativa aplaudida, fue cayendo en desuso y ya en tiempos de la Primera Guerra Mundial el «vagón para mujeres» era poco habitual, pues, además, no resultaba rentable para las compañías ferroviarias.

Con el tiempo, los episodios de ataques en los ferrocarriles se desvanecieron tan inexplicablemente como habían aparecido, pero en el camino algunas mujeres como Florence Nightingale Shore, sobrina y ahijada de la célebre enfermera victoriana, no lograron escapar con vida de estas agresiones.

El tren se puso en marcha muy despacio al principio para ir cobrando impulso - фото 5

El tren se puso en marcha, muy despacio al principio, para ir cobrando impulso poco a poco hasta ir alcanzando la velocidad máxima al llegar al primer túnel. Aquella sería la última vez que se vería a

Florence Nightingale Shore con vida.

Fragmento de Los crímenes de Mitford de Jessica Fellowes

Ocurrió en la fría tarde del 12 de enero de 1920. Florence Nightingale Shore, de cincuenta y cinco años, se dirigió a la estación Victoria de Londres. Ella y su amiga cercana, Mabel Rogers, subieron al tren de las 15:00 h. que partía hacia Hastings. Ambas charlaron un rato hasta que el silbido anunció la hora de la partida. Mabel se despidió de su amiga y se levantó para irse justo cuando un pasajero masculino entró en el vagón y tomó asiento. Mabel descendió, le dijo adiós a Florence y se marchó.

Se hicieron dos paradas, primero en Lewes y luego en Polegate. Después de la parada en Polegate, tres trabajadores subieron al tren y se sentaron en el vagón en el que estaba sentada Florence Nightingale Shore. Florence se sentó en un asiento de la esquina del vagón tenuamente iluminado y se quedó adormilada con el traqueteo del tren. Quince minutos después el convoy llegó a Bexhill y fue solo en este punto cuando uno de los trabajadores, George Clout, se dio cuenta de que algo andaba mal.

Florence Nightingale Shore había sido brutalmente golpeada en el cráneo varias veces. Lo que los trabajadores tomaron erróneamente como un velo cubriendo su rostro, se trataba, de hecho, en un reguero de sangre que lo cubría casi por completo. A pesar de los terribles golpes que había recibido, Florence seguía aún viva.

Florence fue trasladada al hospital de Hastings. Al poco llegó su amiga Mabel Rogers, que había abandonado a toda prisa el Covent Garden Theatre, donde asistía a un espectáculo. Los médicos hicieron todo lo posible, pero, finalmente, cuatro días después, Florence Nightingale Shore perdió su lucha por la vida. Fue el incidente más infame ocurrido contra una mujer a bordo de un tren.

En el vagón en el que tuvo lugar el feroz ataque, la policía halló pocas pruebas que ayudaran a esclarecer el crimen. No había signos claros de lucha, los únicos artículos fuera de lugar eran las gafas de Florence, halladas debajo de su asiento. El agresor se había llevado los objetos de valor, entre ellos algunas joyas. También faltaba el billete de tren. Se ordenó la búsqueda de la posible arma homicida, sin embargo, aunque tres fuerzas distintas participaron en la búsqueda, no se encontró ningún arma, así como tampoco ninguna pista determinante. El crimen nunca fue resuelto.

Esta fue la crónica más negra de los ataques a mujeres que viajaban solas a bordo de un tren.

ENSANCHANDO HORIZONTES

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Me gustan los trenes. Me gusta su ritmo y me gusta la libertad de estar suspendida entre dos lugares, todas las ansiedades de propósito atendidas. En esos momentos sé hacia dónde voy.

Anna Funder , Stasiland: historias detrás del muro de Berlín

Explorar, perderse por destinos lejanos tuvo un significado mágico hace 150 o 200 años. Ya lo demostraron un puñado de viajeras victorianas que recorrieron el mundo, y lo hicieron en una era marcada por el ferrocarril y las restricciones en contra de que la mujer se moviera sola en algunas regiones remotas del planeta.

Hace 131 años, en enero de 1888, se constituía en Washington la Sociedad Geográfica, la organización internacional que más ha influido y hecho en cuestiones de educación e investigación geográfica y científica en todo el mundo. Fue resultado de la iniciativa de treinta y tres hombres eminentes de la época, como Gardiner Greene Hubbard, abogado y conocido como financiero de la alta sociedad norteamericana que ostentó la presidencia al poco de fundarse la Sociedad; su yerno, Alexander Graham Bell, que sería su sucesor diez años después; así como prestigiosos intelectuales, estudiosos, periodistas, investigadores y exploradores de la época que se sumaron a una iniciativa que, ya en septiembre del mismo año de su puesta en marcha, sacó a la luz la célebre revista The National Geographic Magazine, la cual se ha seguido publicando ininterrumpidamente desde entonces.

Tres años después de su fundación, la corresponsal y viajera Eliza Scidmore fue invitada a asistir a una reunión donde le comunicaron que había sido elegida para ocupar el puesto de secretario de la institución. Sus estudios e informes y la vastedad de sus conocimientos sobre el Lejano Oriente, su sagacidad a la hora de observar y escribir, su erudición en algunos temas y su curiosidad geográfica pesaron desde el primer momento. No dudaron en hacer de ella la primera mujer admitida como miembro y la primera en su junta directiva. Eliza, una mujer de una sensibilidad y una complejidad extraordinaria, colaboraría en lo sucesivo con esa institución aportando artículos e informes de gran valor.

Si por alguna razón debería sonarnos el nombre de Eliza Scidmore es por haber sido la primera mujer en entrar en la National Geographic Society de Washington. Pero este no fue su único mérito, también fue una de las mayores pioneras del periodismo y la fotografía, así como miembro oficial de la hoy conocida revista National Geographic. Fue escritora, viajera, geógrafa, periodista y fotógrafa y su vida coincidió con episodios decisivos del momento: la vida de los territorios fronterizos de Alaska, la apertura de Japón —su historia está íntimamente ligada a este país— a los occidentales, el nacimiento de la National Geographic, el auge del turismo de masas, la expansión estadounidense en el Pacífico, las semillas del movimiento por la paz internacional y el cambiante papel de la mujer a finales del siglo XIX y comienzos del XX.

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