Julio Calisto Hurtado - Relatos de lo cotidiano

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En dos o tres páginas, estos cuentos nos pasean por Chile, desde el norte seco a las lluvias del sur, y por el mundo, desde Tanzania a Egipto o Estados Unidos. A la variedad geográfica de los escenarios se suma la mirada plural de los distintos narradores, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, y hasta un simpático perrito que nos plantea la soledad del amo que lo recogió en una plaza pública donde lo abandonaron recién nacido. Los temas también son variados, van desde el deporte -atletismo, rugby, fútbol, andinismo- a la pasión amorosa y el engaño. No falta la muerte violenta, acaso justificada por el deleznable actuar de la víctima, pero homicidio al fin. El amor filial y el de pareja, los sueños, expectativas y fracasos de personas anónimas, con las que cualquier lector se identificará fácilmente, brotan de anécdotas sencillas, narradas en el lenguaje del día a día. Es el mundo de hoy y la vida que nos ha tocado vivir, presentadas con talento por el autor. Relatos que, sin duda, interpretarán más de alguna vivencia íntima de cada lector.

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Estaba en eso, cuando escuché nuevamente: “¡Cuidado te están engañando!”.

En la casa no había nadie, es decir si el que habló no había sido el loro tendría que haber sido el gato. Tamaña fue mi sorpresa. No le pedí que repitiera para no quedar en ridículo, solo me limité a agradecerle que me hubiera advertido de esta situación no sospechada y le hice mucho cariño.

Me quedé pensando en todas las oportunidades que tiene Gloria de engañarme y posiblemente yo ya no le resulto atractivo.

Desgraciadamente empecé a dormir mal, no lograba sacarme la idea de la cabeza, así que busqué en internet agencias de detectives y elegí “Vivir tranquilo”, especialista en estos casos.

Me reuní en privado con René, quien se presentó como el dueño, asegurándome total privacidad y secreto profesional.

Me pidió muchos antecedentes de la vida de ella. No era barato, pero decidí contratarlo. Me dijo que antes de sesenta días tendría respuesta.

En mi trabajo tengo variados quehaceres, uno de ellos es ir a hacer depósitos y a sacar dinero de los bancos para el pago de los sueldos. Previo a esta responsabilidad, gerencia me mandó a un curso de defensa personal, se me entregó un revólver y una navaja de tamaño respetable.

Un día tocó pago de sueldos. Como de costumbre fui al banco, manejando con precaución y mirando a mi alrededor.

En Santiago la mayoría de los autos son blancos, es decir, es un buen color para confundirse entre ellos, sin embargo, uno me llamó la atención porque siempre se mantenía a una distancia prudente de la mía, en la autopista.

Cuando tomé la salida 8 B también lo hizo, curioso; no me alteré, pensé que pudo haber sido una coincidencia.

Retiré el dinero y, al salir, vi que el auto que me seguía estaba estacionado muy cerca del mío.

Por precaución y cumpliendo con el protocolo, metí mi mano al bolsillo y tomé la pistola, afortunadamente no hubo de su parte ninguna provocación, por lo que no la tuve que usar.

Al día siguiente, salí de la oficina para visitar a un cliente, nuevamente vi que el mismo auto blanco me seguía. Al salir de la reunión también estaba ahí.

Di un rodeo y fui por atrás del chofer y le coloqué el cuchillo en su garganta.

–¿Quién eres? ¡Habla, desgraciado!

Como no respondió, le hice un corte; la sangre le corrió, al sentirla se asustó y dijo:

–Señor, no me mate yo solo hago mi trabajo.

–¿Qué trabajo?

–Seguirlo a usted.

–¿Quién te envió?

–Don René, de la oficina de detectives.

Tremenda sorpresa.

Partí furioso donde René y le expuse:

–Bonito su accionar, los he contratado para que investiguen a mi mujer y resulta que al que persiguen es a mí.

Después de presionarlo mucho y al no encontrar explicaciones lógicas, me explicó que también mi señora los había contratado para que descubrieran si yo la engañaba.

Inédito, pero fue así. Maldito gato que se burló de nosotros dos.

Ramiro, el italiano

Ramiro era hijo único y vivía con su mamá. A su padre hace años que no lo veía, pero esto no le impidió tener una vida ordenada, asistiendo a una escuela donde hizo amigos con los que jugaba a la pelota. Se recibió de técnico en diseño industrial y, con su cartón bajo la manga, se presentó a muchos trabajos sin lograr ser contratado; solo consiguió uno de mozo que estaba muy debajo de sus aspiraciones en lo intelectual y en lo económico. La mitad de lo que ganaba se lo daba a su madre, con el saldo compraba euros, ya que soñaba poder obtener la nacionalidad italiana heredada de su abuela materna quien había llegado de pequeña a Chile; con ello podría emigrar a Italia en busca de un mejor futuro económico.

Después de múltiples trámites y un año de espera, logró el visado. Para celebrar, invitó a su mamá a una heladería que a ambos les gustaba mucho.

Al momento de recibir los barquillos, le dieron un topetón que hizo caer las bolas del helado sobre él. Ramiro giró, vio a una muchacha, que inmediatamente se disculpó y, a su lado, a Miguel, uno de sus buenos amigos del liceo.

Se sentaron los cuatro en una mesa, se pusieron al día contándose lo que había sido de sus vidas en los últimos años. Miguel contó que se había recibido de abogado y que estaba entrando al mundo de la política; Ramiro le dijo que dentro de muy poco partiría a Italia. En un momento en que Miguel fue al baño, Sylvia, la joven que lo acompañaba, le pasó un papelito a Ramiro donde estaba escrito un número telefónico y un “llámame”.

Ramiro le envió un WhatsApp a Sylvia y quedaron de reunirse en una plaza muy cerca de la heladería. Fue a la reunión muy intrigado, pero todo fue muy agradable; la conversación fue muy fluida y daba la impresión de que se habían conocido hacía muchísimo tiempo. Se despidieron con un simple adiós, pero se prometieron seguir comunicados.

Ramiro se sintió bien, nunca había tenido una experiencia de ese tipo, en otras condiciones estaba seguro de que muy pronto se hubiera enamorado. Puso paños fríos en su cabeza, sabiendo que en dos semanas más partiría por mucho tiempo.

Para su sorpresa, Sylvia lo invitó a un aperitivo a su departamento. Todo marchó lindo, a las ocho de la noche ya llevaban cada uno dos piscolas y una hora después compartían la cama.

Al regresar a su casa se sintió caminando en las nubes, se pellizcó preguntándose si era cierto lo que había ocurrido. Fue la última vez que se vieron, después compartieron lindos mensajes telefónicos.

Nunca las despedidas fueron alegres, pero en este caso Ramiro consideró que su mamá estaba tranquila, muy consciente de que la partida era lo mejor para su hijo.

Duros primeros meses tuvo que soportar en Milán, sin contactos ni conocer el idioma. Al tercer mes logró trabajar en una tintorería como operador de máquinas, lo que fue un alivio para no comerse la plata que le quedaba y también poder enviarle algo a su madre.

La comunicación con Sylvia se había cortado y le pareció bien, lo mejor era romper todo vínculo con ella y con Chile. Un día recibió un WhatsApp donde ella le contó que estaba embarazada. Se puso pálido, pidió el día para irse a la pieza donde vivía. Repasaba lo acontecido, se preguntaba cómo tanta coincidencia; por otro lado, le emocionó la idea de que iba a ser papá. Le contestó preguntándole si estaba segura; aunque pensó que era bien tonta la pregunta, igual lo hizo.

En los siguientes meses no tuvieron comunicación. Al octavo mes de esa noche apasionada, Sylvia le pidió plata: necesitaba comprar todo lo necesario para recibir a la guagua y le adjuntó una foto mostrándole una abultada panza, lo que a Ramiro lo conmovió y, sin dudar, le hizo una transferencia de todo su sueldo de ese mes. Tiempo después recibió una nueva foto de una guagua con un escrito: Hola, papá, mándame plata. Esta frase lo desconcertó, pero sintió que debía responder y así lo hizo sagradamente todos los meses. Aunque la comunicación con Sylvia era nula, cada cierto tiempo recibía fotos mostrando cómo crecía el bambino. Con tristeza se dio cuenta de que todos sus planes de ahorro se habían ido al tacho.

Le había prometido a su madre que volvería a visitarla cuando cumpliera tres años de su partida, lo que cumplió. Le escribió a Sylvia: Iré a Chile. No recibió respuesta.

Tuvo un emocionante encuentro con su madre. Al día siguiente fue al departamento donde vivía Silvia, nadie respondió. Un vecino le informó que se había ido hacía tiempo. No supo qué hacer, por primera vez se preguntó si era cierto lo del embarazo y si él sería realmente el papá de la guagua.

Fue a la sede del partido político donde militaba su amigo Miguel, pensando que él podría ser el único que le diera información. En el comando le dijeron que concurría habitualmente, pero que no tenía horario. Se quedó todo el día haciéndole guardia, no tuvo suerte. Con angustia y desesperación regresó al día siguiente y, cuando creía que ya no vendría, vio venir a una pareja. Estaba seguro de que era Miguel acompañado de Sylvia.

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