Nuestra parte física no deja de ser un lastre que nos ancla al plano material, hay que debilitarla a su mínima expresión para hacer aflorar nuestro lado espiritual y así ascender a la superficie de nuestra esencia.
Aunque aquello sonaba muy bien la rabia me seguía invadiendo, surgiendo la incertidumbre de si con todos esos conocimientos conseguiría ser más feliz. Para qué me serviría todo aquello que vivía y a dónde me llevaría. Ser más consciente de todo, despertar, a veces significa sufrir más. Contrariado, sucio y débil me arrastré hasta la entrada para coger el bastón que en silencio esperaba mi carga. Sentado, decidí darme unos minutos hasta calmarme contemplando la naturaleza que me rodeaba, con su incansable deseo por vivir. Bajo mis pies, un gran grupo de hormigas seguía sus labores, ajenas a mi presencia y pensamientos. Probablemente me hubieran dicho que en su lugar no hay tiempo para esa clase de reflexiones, que la vida es mucho más simple.
Me agité el pelo en un intento de alejar toda esa negatividad que me abrumaba para iniciar mi regreso de la gran palapa.
El camino se me hacía cada día más largo, los pasos más lentos y las botas más pesadas. Suerte que el bastón, fiel amigo, me ayudaba en el tránsito por aquella situación tan delicada. Suspirando y cansado acabé alcanzándolo para mirar con recelo el mal olor que seguía desprendiendo la bolsa con la dichosa mochila.
En la mesa habían repuesto el zumo y las hojas, las mismas del día anterior. Me bebí el zumo casi entero dándome cuenta de que mi cuerpo lo ingería desesperado, llevaba seis días sin comer nada mínimamente sólido. Mi mente parecía haberse aplacado un poco y, para calmarme, aparté la mosquitera y me senté encima del delgado colchón; recogí mis piernas notando al tacto que claramente el volumen muscular había disminuido, siendo igualmente notable mi delgadez en brazos y barriga.
Necesitaba reflexionar y meditar sobre todo aquello que me estaba sucediendo, a pesar de sentirme físicamente abatido; aún me dolían el moratón de la cara y los dos costados de la cadera por la falta de costumbre que suponía soportar mi peso durmiendo sobre el duro suelo de madera.
Decidí realizar un tipo de respiración conocida como holotrópica, consistente en inhalar y exhalar aire rápida y profundamente, algo parecido a una hiperventilación. A través de esta técnica había conseguido experiencias muy interesantes y trascendentales, aunque lo que más me animó a realizarla era el profundo estado de paz y armonía que se consigue cuando llevas un rato con ella.
Al empezar no tardé en encontrarme viajando por el interior de mi cuerpo, visualizando cada uno de los puntos donde sentía algún dolor. Al centrar mi atención en ellos se difuminaban hasta desvanecerse, como si se reajustaran con la energía que los rodeaba. Lentamente limpié por completo mi estructura de cualquier molestia, adquiriendo un relativo estado de paz, quietud y equilibrio.
Me dispuse a ir un poco más allá. Posicioné las manos con la sensación de que en medio de ellas se encontraba todo el planeta Tierra y sus habitantes. Una agradable sensación de calor empezó a fluir desde mi corazón hacia los brazos, aumentando la energía que concentraba con mis manos hacia la esfera de la Tierra. Visualizaba cómo yo también estaba en el planeta, que aparecía iluminando. Se produjo un efecto parecido al de una retroalimentación donde mi energía iluminaba la Tierra y, al estar yo en ella, el entorno que me rodeaba me iluminaba a mí, pudiendo yo así iluminar con mayor intensidad la Tierra y esta, a su vez, iluminarme más a mí.
Mis manos empezaron a calentarse moviéndose de forma rítmica sobre esa esfera imaginaria en una agradable sensación. La energía fluía libremente por mi cuerpo, del exterior circundante al interior del planeta sobre mis manos.
Un ojo me observaba. Un ojo claramente de reptil de pronto apareció en el interior de mi mente, y me contemplaba con atención. Sorprendido, dejé de respirar y me quedé expectante ante el extraño suceso. En el centro de mi mente no solo veía ese ojo verde y profundo, sino también parte de su contorno escamoso. Inquieto ante aquella imagen decidí observar qué era. Sentí que esa consciencia sencillamente me contemplaba, sin percibir en ningún momento amenaza, negatividad u hostilidad. Era una mirada profunda y silenciosa. Me recordó el preciso instante en que, sentado a la entrada de la palapa, miré las hormigas trabajar. Me di cuenta de que mi actitud por algún motivo captó la atención de ese ser que decidió venir a curiosear.
El ojo se desvaneció de la misma forma como apareció, ocupando su lugar, la típica oscuridad que vemos al cerrar los ojos. Me mantuve un buen rato completamente quieto por si reaparecía, pero el tiempo transcurrió sin que la presencia regresara. La verdad es que no sabía definir si la experiencia fue telepática o de otra clase, tampoco qué tipo de ser era ni por qué me visitó, pero, sin duda, había sido algo extraño y espectacular, alegrándome en parte por ello.
El sonido del cuerno me devolvió a la realidad. Mi cuerpo había recuperado parte de su vitalidad y aunque eso no evitaba que me costara levantarme y caminar, me sentía mejor y más animado, así que me vestí, cogí el bastón y regresé a la palapa de las ceremonias sopesando lo sucedido.
De nuevo estaba allí y como siempre el último en llegar. No quiero ni imaginarme la sensación que debía desprender con la ropa sucia, despeinado y sin afeitar, flaco, con el rostro amoratado y los andares cansados. Todo un poema.
Esta vez esperaba en mi lugar un cuarzo rosa del tamaño de mi puño. Al sentarme, don Pedro se dirigió al grupo:
—Hoy viajaremos de la mano del cuarzo rosa a la esencia del chakra del corazón y sus secretos. Todo aquello que somos viene definido por la amplitud de este chakra. Si está muy cerrado, seremos seres de piedra; si está muy abierto, seres de barro. Las emociones son muy poderosas y hay que saber gestionarlas de forma adecuada para aprender de ellas. El corazón es la llave, abríos y dejaos llevar por la amorosa vibración del cuarzo rosa.
Raúl entró a la palapa con una estructura metálica de unos sesenta centímetros de diámetro, abombada como un ovni. De nuevo me sorprendió la variedad de recursos que dominaba don Pedro; ese objeto era un Hang Drum, un instrumento de percusión que se toca golpeando con las palmas de las manos, o la punta de los dedos, sobre las zonas ovaladas y ligeramente hundidas alrededor del centro, de forma concéntrica. Su sonido es cosa peculiar, hermoso y fresco, muy recomendable para meditar.
Raúl le pasó un paño y se lo entregó con una reverencia a don Pedro que lo dispuso entre sus piernas.
Cogí el cuarzo con la mano izquierda, recordando que para centrarnos en percibir un objeto es recomendable hacerlo así; si queremos cargarnos de energía con cualquier mineral, material o instrumento, es a través de la mano izquierda cómo absorbemos la energía del entorno o de aquello que tocamos. La mano derecha sirve para descargar o programar y la podemos utilizar para trabajar con minerales u objetos que absorban las tensiones o las malas vibraciones, desprendiéndonos corporalmente de ellas, o para programarlos para que nos protejan, sanen o ayuden.
Cansado, me recliné y poco a poco me fui dejando llevar por las opacas vibraciones metálicas que don Pedro difundía con el suave golpeteo del instrumento. Empecé a sentir la sutil vibración del cuarzo en mi mano. Era tan delicada como su color rosa, ni rojo ni blanco, un fino equilibrio entre las dos esencias, la del rojo de la sangre y la vida, y la del blanco de la luz del espíritu.
Los latidos de mi corazón se sintonizaron con una especie de pulsos que surgían del cuarzo al ritmo de los impactos que recibía del Hang.
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