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Sergi Puertas
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A Hernán Migoya y Pier Brito,
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A Enrique Redel,
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Disfrutaba con aquella situación, era interesante, tenía algo de definitivo. Pero la verdad es que no creía que fuera a pasarme nada. Ser herido solo era algo que eligen determinadas personas, como la mala suerte, o envejecer.
Tobias Wolff, Ladrón de cuarteles
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Los horrores habían salido del apartamento de Horace. Ni siquiera los policías y sus damas están a salvo, pensaban los horrores. Nadie está a salvo. La seguridad no existe.
¡Ja ja ja ja ja ja ja ja ja ja ja!
Donald Barthelme, City Life
Obesidad Mórbida Modular
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[no image in epub file]l mensaje barre las redes, dispara alertas en todos los móviles de la ciudad. Tercera campaña de dos por uno en el Budha’s Duck Paradise, las puertas girando sobre sus ejes a noventa revoluciones por minuto. Un segurata descorre el cordón durante veinte segundos, una multitud penetra el edificio como una verga inflamada y hambrienta. Los recién llegados se precipitan hacia el Mostrador de los Dioses, empujan a un Chacón que impacta contra Menéndez. El sudor lubrica el contacto entre los dos camareros, sus cuerpos titánicos pugnan por recobrar el equilibrio tras el frotamiento de pieles, los magrets de pato oscilan en sus respectivas bandejas. Las sandalias de cáñamo retoman el contacto con el embaldosado. Chacón parpadea perplejo tratando de localizar la ciento veintitrés entre la jungla de mesas. Por el rabillo del ojo ve a Torrecillas, que corre a abroncar a uno de los nuevos porque lleva tres coma dos mesas de retraso. No corrías así antes de que te nombraran encargado, Torrecillas, no corrías así cuando todavía llevabas la OMM™. Pero Chacón se apresura porque hoy Torrecillas anda cruzado y sabe que el siguiente puede ser él. Y apresurarse embutido en la OMM™ es como abrirse paso a través de un mar de grasa, como bucear en plomo gelatinoso.
Se detiene junto a la mesa de bambú, las cachas temblequeando. Apenas puede respirar. Allá abajo, una muchacha caballuna enfrascada en el móvil, un patán engominado. Los flecos del taparrabos de Chacón ondean obscenamente sobre el mantel oriental, sus manazas empujan la canastilla del pan para hacer sitio. «Sean bienvenidos a nuestra humilde morada», jadea descargando los magrets, buscando ese registro entre la solemnidad y la ternura que les inculcaron durante la formación. «Los patos surcan el cielo, Buda los pone en su plato», dice. «¿Qué coño significa eso?», pregunta la muchacha sin levantar la vista. «El rollo ese de los chinos, en plan paz y prosperidad, ¿no?», dice el engominado. Chacón carraspea, eleva al cielo dos brazos que pesan como dos personas. «¡Mientras haya paz en los corazones habrá amor en la Tierra!», exclama con una jovialidad angustiosa. «Vaya chorrada —dice la muchacha barriendo la pantalla con el dedito—, todo el mundo sabe que el pato que sirven aquí es cancerígeno.» El engominado emite una risita, enfoca a Chacón buscando complicidad: «Si fuera cancerígeno, Buda no nos lo serviría, ¿a que no?».
Chacón intenta una sonrisa que es toda mofletes y toda papada, pregunta si los señores desean más vino.
Las sandalias de cáñamo tiradas por el suelo, el taparrabos desmadejado como una serpiente de seda. Los pies le están matando, la banqueta se le clava en el culo. La interfaz gráfica de la OMM Manager™ reluce frente a Chacón en la penumbra del vestuario, el móvil emite un graznido. Le quedan dos intentos. Chacón prueba otra vez, pulsa de nuevo Aceptar. Otro graznido, otra equis destellando en rojo. Le queda un intento.
«Hostia puta», exclama dando un tremendo pisotón que pone la estancia a temblar. «¿Otra vez sin crédito?», pregunta Menéndez, que ya ha acabado de vestirse y tiene su OMM™ bien apiladita en la banqueta. Chacón se pasa una mano por la cara. «Qué va. Es que ayer cambié la contraseña de mi OMM™ y no recuerdo qué puse.» Menéndez introduce otro módulo en su taquilla, el esfuerzo le arranca un quejumbro. «Entra en Usuarios y perfiles y que te la reenvíen por email.» «Es que ya no tengo acceso al correo con el que me di de alta, me caducó.» Chacón se queda cabeceando frente a su móvil, escroleando el menú con un mosqueo creciente. «Está siendo una semana de mierda. Solo quiero quitarme esta porquería y marcharme a casa, ¿es tanto pedir?» «Si te la quitas por Bluetooth no necesitas contraseña.» «Para eso tienes que tener actualizado el firmware.» «Pues actualízalo.» «Ya lo he probado y no funciona.» «En el panel de Dispositivos ADN.» «Que sí, que lo he intentado mil veces pero siempre me da error.» Con un bufido Menéndez cierra su taquilla, se vuelve hacia Chacón. Son un palo y un flan. El palo se queda mirando al flan. El palo hace chascar la lengua, extiende la mano hacia el flan. «Venga, trae.» «No podrás.» «Que traigas, capullo.» Chacón frunce los morros, permanece cabizbajo porque cuando Menéndez se pone así dan ganas de mandarlo a la mierda, aunque hay que reconocer que Menéndez de esto controla. «Vete, ya me las apañaré», murmura Chacón. Menéndez le arrebata el móvil, extrae el OMM Communicator™ del puerto. «Ahora te esperas tres segundos, ahora lo vuelves a insertar.» Menéndez se sienta junto a Chacón, luego conmuta al Navegador, descarga la OMM Manager™, la reinstala. Nueva versión de firmware disponible, dice la pantalla en verde. La barra de progreso se pone a progresar.
«No lo pillo, se me colgaba nada más empezar», dice Chacón. «Ve anotando los pasos.» «Tranqui, que ya me fijo.» «Claro, lo fácil es dar por culo a Menéndez, ¿no? Pide un boli en la cocina, joder.» Chacón mete los pies en las sandalias, recoge su taparrabos de la banqueta. Con un gruñido remolca pasillo adentro el trasatlántico de carne que lleva puesto.
Adolescentes de cachondeíto, escaleras mecánicas fuera de servicio. El metro vomita a Chacón en el extrarradio, lo pone a arrastrar los pies por las aceras. Recuesta la espalda contra el muro, los labios plegados en una maldición. Los gotarrones ruedan por su pecho, quedan atrapados entre la seda y su barrigón. El sudor le huele como a plástico mojado, tres tramos más de escaleras y ya está. Chacón hace girar la llave en la cerradura, trastabilla por el comedor, se desparrama en un sofá que cruje a cámara lenta. Destapa el cubo de cartón, rescata un cacho de pato, se lo mete en la boca. Despliega sobre su regazo el móvil, la tableta, las instrucciones que le ha garabateado Menéndez. Su frente se llena de arrugas.
Primero: Arrancar la tableta. Descargar la aplicación desde el enlace blablablá.
Segundo: Acceder al móvil vía WiFi desde la tableta.
En el tercer paso, la aplicación se vale de técnicas de fuerza bruta para obligar a la OMM Manager™ a cantarle la contraseña, pero ahora resulta que al ejecutarla se le advierte de que antes de emprender acciones es conveniente actualizar el firmware. Chacón vuelve a fruncir el ceño, elige Ignorar. La tableta dice que el móvil no responde. Chacón elige Esperar. El móvil sigue sin responder. Chacón elige Cerrar. Ahora es la tableta la que no responde. Chacón elige levantar su cacha y descargar un soberano patadón contra el suelo.
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