Sergi Puertas - Estabulario

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Estabulario" es como el hábitat controlado en el que se experimenta con las ratas en los laboratorios. Una colección de seis relatos largos: en medio del estruendo de disparos y explosiones, dos amigas charlan por el móvil mientras cocinan para unos misteriosos invitados, hasta que un día la televisión empieza a hablarles; el software que administra el uniforme de trabajo de un pobre diablo se estropea y el servicio técnico le deja en espera… Una auténtica descarga de gran narrativa, arriesgada, valiente, llena de esos saltos al vacío que solo pueden solventar los grandes, sensible, descarada, hermosísima, extrema. Sergi Puertas es capaz de construir con un solo libro un mundo narrativo propio que participa de la ciencia ficción y del realismo, y que incomoda a la par que engancha.

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Chacón jadea en él como un perro encerrado, repara en el saxofón que hay tirado sobre el sofá. Lo toma entre sus manos. Se pierde en una serie de fraseos rápidos y percusivos, coquetea con una pentatónica menor. Doce minutos después vuelve a estar apilando frutitas en el Juicy Krush, pasando revista a los perfiles de sus amigos en las redes sociales.

Verde pastel en las paredes, batas blancas pulcramente plegaditas sobre el escritorio. Le han trasladado a este cuarto aduciendo motivos de higiene. Lleva semanas sin comer decentemente. Extiende el brazo, coge un caramelo del bol, lo desenvuelve, lo chupa. Tararea la tonadilla de un anuncio. Al otro lado de la cristalera, el anciano de las muletas sigue sin quitarle ojo de encima. Le mira como se mira a una cosa indómita que puede atacarte en cualquier momento. Chacón baja la mirada, se remanga el mantel, se pellizca la panza. La OMM™ se ha vuelto más dúctil, más viscosa. Chacón incrementa la presión de sus dedos, muerde con fuerza el caramelo. Gotas ocres empiezan a resbalar por sus cachas formando un charquito pastoso a sus pies.

Un crujido a su espalda, Buda hace ademán de incorporarse. «No hace falta que se mueva, el doctor Rubio le atenderá aquí.» Tras la enfermera entra un hombre de sienes plateadas que le saluda tras la mascarilla, que se instala tras el escritorio vacío. El doctor Rubio despliega el papelamen que Chacón ha rellenado a la entrada, asiente ensimismado. «Así que quiere usted que le desimplantemos la OMM™.» «De momento solo quiero saber si hay alguna manera de que puedan quitármela sin rompérmela», se apresura a corregirle Chacón. «Se puede intentar», dice el doctor Rubio. «¿Cuál es el problema exactamente?» Chacón le cuenta que anoche se publicó un nuevo parche, que Chacón lo arrastró a la carpeta de Actualizaciones, que respondió sí a todo. Desde entonces no se puede acceder al directorio de la OMM Manager™. El doctor Rubio pone cara de susto, pero es por algo que ha leído. «¿Un mes y medio? ¿Lleva usted mes y medio sin quitársela?» Chacón se encoge de hombros, hace una mueca. «La verdad es que no me encuentro demasiado bien.» «¿Cuál es su aseguradora?», pregunta la enfermera. «Ahí lo tiene. —Chacón señala el documento membretado con un pato que descansa sobre la mesa—. El servicio técnico me está solucionando el problema, pero quería informarme por si acaso.» «No está usted trabajando», dice la enfermera. «He tenido que cogerme unas vacaciones forzosas, eso es lo más gracioso. Que me hipotequé hasta las cejas para comprar la OMM™ y ahora es la OMM™ lo que me impide trabajar.» «Tenemos que quitársela ya», dice el doctor Rubio. «¿No podemos esperar un par de semanas?» «Depende de la cantidad de tejido que esté dispuesto a sacrificar. Cuanto más tardemos, más soldada estará a su organismo.» «Señor Chacón —interviene la enfermera—, la operación cuesta diez mil euros. ¿Los puede usted pagar?»

A Chacón le hace crack el cerebro. Mira alternativamente a sus interlocutores. Expele una risa nasal.

«Me lo cubre el seguro, ¿verdad?»

«Para eso tiene usted que estar trabajando.»

«¿Cómo?»

«Su OMM™… ¿está en garantía?»

La expresión de Chacón fluctúa, el desasosiego le sacude las facciones.

«Me la pillé de segunda mano.»

El doctor y la enfermera intercambian una mirada. El doctor deja escapar una larga bocanada de aire.

«¿Ha probado a quitársela por Bluetooth?», pregunta finalmente.

La multitud va cediendo bajo el empuje de su monstruosa panza, la cola se abre en canal como una bestia destripada. «¿De qué va ese?» «¡Eh, tú!», grita indignada cada una de sus cien cabezas. Chacón consigue cruzar la puerta giratoria, el segurata que le iba a la zaga ha desenfundado el walkie. Canta el código de incidencia, aguarda órdenes a través del auricular. Chacón se abre paso a empellones hasta el Mostrador de los Dioses, se acoda sin aliento sobre la superficie de sándalo. «Mientras haya paz en los corazones, habrá amor en la Tierra», saluda Menéndez distraído, arrastrando el ratón por la alfombrilla. «Llama a Torrecillas ahora mismo.» «Coño, Chacón, ¿qué haces aquí?» «Llámalo.» «Es mejor que te vayas, Chacón. —Menéndez gesticula hacia el piloto rojo que destella al fondo—. Creo que no eres bienvenido, se va a armar una buena.» «¿Quieres ver la que se ha armado? Mira. —Chacón tira del mantel a cuadros que le cubre el pecho—. ¡Mira!» El hedor invade el hall, Menéndez recula horrorizado frente a ese engrudo marrón que forma hilillos entre la ropa y la piel. «Joder —dice llevándose una servilleta a las narices—, ¿pero qué te ha pasado?» Los seguratas se abren paso a codazos, alcanzan por fin el mostrador, pero para entonces Chacón ya les ha dado la espalda, se dirige a la cocina a toda pastilla. El buda vestido avanza entre los budas desnudos capturando las miradas de los comensales, alguien bromea sobre el buda leñador. El revuelo crece cuando los de seguridad agarran a Chacón del mantel, cuando Chacón lucha por sacudírselos. «Venga, Chacón, vámonos a casa.» «¡Estoy muy enfermo, ¿me oís?! ¡Cuando enferméis dejarán que os pudráis, no moverán un dedo!» «Chacón, no fastidies», masculla Medrano por lo bajini. «Dile a Torrecillas que venga, Medrano. Dile que no pienso marcharme hasta que hable con él.» Nueva tanda de forcejeos, Chacón se libera de un tirón, echa a caminar. Uno de los seguratas ha sacado su porra, golpea a Chacón en los riñones. Suena como cuando sacudes un colchón mojado con un tablón de madera. Los comensales ya no ríen, empiezan a levantarse. «¡Dale fuerte! —grita Medrano—, ¡el cabrón no nota nada!» Pero cae la tercera hostia, cae la cuarta y el picor de Chacón se transforma en escozor, se está empezando a amedrentar. Ahora los comensales gritan y es entonces cuando Chacón repara en el manchurrón negro que se le derrama por el costado.

Se detiene, mira al segurata a los ojos. Está tan asustado como él.

«Chacón, tranquilízate», dice una voz a su espalda.

Chacón se vuelve, se topa con Torrecillas. El encargado le mira con los brazos en jarras.

«Necesito operarme urgentemente, lo que me habéis hecho con el seguro es una cerdada», balbucea Chacón. «Trabajaré horas extra si hace falta, pero por favor, por favor, necesito que me quiten la OMM™.» «Sé razonable, Chacón, ¿cómo vas a trabajar con esas pintas?» «No pienso irme hasta que no me arregléis esto.» «Va, Chacón, salgamos fuera.» «Hostia puta, ¿ya no te acuerdas de quién te colocó? ¡Me lo debes!» «Hay una solución para todo.» «¿Me estás diciendo que me pagáis la operación?» «Te estoy diciendo que no vamos a dejarte tirado. Te estoy diciendo que podemos llegar a un acuerdo que resulte ventajoso para todos. ¿Te parece bien?»

De fondo, una flauta de bambú. Conversaciones reanudándose tras los biombos orientales. Chacón mira a su alrededor, el escozor pulsando contra su riñonada.

«Esta vez vais a apechugar con vuestras responsabilidades —dice—. No podéis amenazarme. No tengo nada que perder.»

* * *

Esta vez la pausa al otro lado de la línea es estremecedoramente larga. «En la ficha no consta que su OMM™ esté averiada, señor Chacón. Por otra parte veo aquí que arrastra usted un retraso en los pagos.» Chacón cierra los ojos, respira hondo. «Es la tercera vez que la incidencia se cierra sola, es imposible comunicar con ustedes.» «¿Puedo preguntarle cuánto hace que lleva usted la OMM™ implantada?» «Puede preguntármelo y le responderé que mañana se cumplen dos meses. ¿Sabe usted qué sucede cuando llevas puesta la OMM™ durante dos meses?» «Le recordamos, señor Chacón, que recomendamos no sobrepasar las doce horas…» «Oiga, este es un caso de vida o muerte.» «Vamos a tomar nota de la incidencia, pero nuestro departamento contable me solicita que se ponga usted al día con las mensualidades para que podamos…» «Estoy chapoteando en mi propia mierda, ¿cuánto cree que puedo aguantar así?» «Hacemos todo lo posible por mejorar nuestro servicio día a día, señor Chacón, gracias por su comprensión.»

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