Sin desmerecer las series de Testimonios, pensamos que cuando una anécdota se repite de un libro a otro, es en la Autobiografía donde Victoria muestra «su corazón al desnudo». No posa de gran escritora. No quiere ser ingeniosa, ese lastre de algunas conferencias que dan origen a sus Testimonios. Es más humilde en su Autobiografía. Menos gran escritora, pero mejor escritora.
Así, en esta selección que pretende limpiar el original de repeticiones, cuando una anécdota figura en diferentes textos, hemos elegido la que contaba la historia sin afectación, desde dentro. Por eso hemos tenido que dejar fuera El viajero y una de sus sombras, pues a pesar de su humor no es difícil advertir una Victoria parapetada, en guardia.
Victoria reflexionó con inteligencia sobre las cualidades del género autobiográfico, también en esta Autobiografía que define de la siguiente manera en el «Propósito» que precede al primer tomo, El archipiélago:
«Estas páginas se parecen a la confesión en tanto que intentan explorar, descifrar el misterioso dibujo que traza una vida con la precisión de un electrocardiograma. No veo por qué ha de ser más fidedigno uno que otro para el diagnóstico de un ser y del tiempo en que le tocó vivir. […] Para ser sincero por escrito el talento es un ingrediente indispensable. […] La tercera persona es un instrumento que no he aprendido a manejar. Además, coincido con Trotski: es una forma convencional. […] Es decir, caer en la afectación, deficiencia mucho más lamentable que el uso de los borrosos lugares comunes».
No es la única vez. Al comienzo del último tomo, titulado Sur, Victoria vuelve a ahondar en los riesgos que entraña este género. El menos significativo, caer en las manos de la policía literaria, es decir de los estudiosos que querrán comprobar cuánto de verdad hay en lo que has escrito. Pero Victoria sabe que una autobiografía es también una manera de dar forma a la experiencia, una impostura a la vez que un milagro si da con la pluma adecuada, así que el mayor riesgo es «que en las autobiografías en que la preocupación por la sinceridad es ardiente y manifiesta llegue el momento en que aquel que uno fue se sustituye, sin saberlo nosotros, por el que uno hubiera querido ser. Y esta es mi preocupación, mi incomodidad».
Y más adelante: «No trato de hacer una obra de arte o una novela contando esta vida que me atormentará con sus enigmas hasta mi último suspiro. Trato de liberarme. Aquí la palabra “liberación” es sinónimo de alumbramiento. Nacer de mí misma».
Así, escribir no es solo una confesión, sino una liberación que se coloca en un plano también superior al de las «obras literarias». Quizá el mayor peligro es «hacer literatura», en su sentido peyorativo, y la mayor virtud «darse»: exponer la vida a la vista de todos para que se use.
Francisco Ayala realizó una selección de la Autobiografía en 1991 para Alianza Editorial. A pesar de su indudable lucidez, en Ayala pesa un doble prejuicio: recalca la «pureza» y la «sencillez» con que Ocampo retrata lo íntimo a la vez que prima la infancia y adolescencia en su selección, épocas donde quizá pueda verse mejor esa pureza. Pero la escritura de Ocampo es íntima a la vez que violenta, pública y política, exhibicionista y profundamente intelectual. Claro que estos adjetivos no parecen encajar con el tópico que asigna a la mujer una escritura poco elaborada, de cuarto de estar… Por otra parte, en la elección de la infancia, tema de indudable prestigio literario, pesa también un prejuicio sobre aquello que no puede decirse, que no puede entrar en la «gran literatura»: la crónica del cuerpo, del adulterio, y toda la dimensión pública (mundana) de una intelectual de primer orden.
Nosotros hemos querido una Victoria de cuerpo entero, un cuerpo (una mente) que es en los otros. Porque pensamos, con Victoria, que el pudor es el principal enemigo de la mujer y de la autobiografía. Así que hemos acortado un poco esa infancia, que ya había tenido éxito en las antologías, y hecho hincapié en la mujer que empieza a desviarse de la norma de su tiempo para terminar educándolo.
Ahora los Testimonios. La primera edición se publicó en la Revista de Occidente en 1935, igual que el primer libro de Ocampo, De Francesca a Beatrice, de 1924, versión ampliada del primer texto literario publicado por Victoria, «Babel», aparecido en 1920 en La Nación… Por lo tanto, debemos agradecer a Ortega y Gasset la insistencia.
Victoria publicó diez series de Testimonios, que a su vez recopilan artículos de una prosa ágil y cercana, a veces de clara pulsión autobiográfica, que podemos clasificar según su origen: conferencia (alegato), retrato (obituario), crónica periodística en primera persona y prosa poética.
La singularidad de su escritura y la riqueza de los temas que trata harían necesaria una edición completa de los mismos. Existe una reedición reciente de las series tercera y quinta. Y una selección de las diez series hecha por Eduardo Paz Lestón para la editorial Sudamericana, publicada en dos tomos en 1999 y 2000, escueta pero excelente, hoy inencontrable.
Nuestra selección de los Testimonios quiere completar el retrato de vida que la Autobiografía deja incompleto. Comencemos a tirar piedras a nuestro propio tejado: esta selección es una interpretación, pero no la única. Nos hubiera encantado disponer de más espacio para incluir algunos ensayos largos de Victoria, como «Emily Brönte. Terra incognita» o la «Contestación a un epílogo de Ortega», incluidos en la primera serie de los Testimonios. También hemos tenido que dejar fuera algunos de los textos políticos de la autora, como «La Argentina y su dictadura», de la serie quinta, de 1950, demoledor análisis del peronismo. También nos falta algo más de la revista Sur. Y nos habría gustado mostrar otros retratos: Valéry, Jouvet, Adrienne Monnier… Leer los Testimonios por orden cronológico es constatar la desaparición de los intelectuales de un siglo.
En resumen, son muchos los personajes en la vida de Victoria Ocampo que hemos dejado fuera: Gandhi, Mallea, Caillois, Gabriela Mistral… Pero hemos conseguido hacer un retrato en primera persona, como decimos, de cuerpo entero. Un libro que no solo la retrata a ella, sino a un mundo.
En nuestra selección de Testimonios hemos querido que primara la calidad literaria y señalar algunos temas: su reflexión política tras la visita a los Juicios de Núremberg; los sutiles desencuentros con su hermana Silvina en el ensayo que dedicó a su primer libro; las reflexiones sobre dos figuras fundamentales en su obra, T. E. Lawrence y Virginia Woolf, y sobre figuras de su tiempo con las que se midió, a veces desde la disonancia, como André Gide; agudas reflexiones sobre la escritura autobiográfica; y la memorable defensa del feminismo.
Al margen de la Autobiografía y los Testimonios, nos apena no haber podido incluir, por su extensión, los dos libros de diálogos, con Borges y Mallea, más fáciles de conseguir de segunda mano o en sus reediciones. Y los preciosos, e inencontrables, Virginia Woolf en su diario y 338171T. E., dedicado a T. E. Lawrence.
En fin, hubiéramos querido un libro de mil páginas, pero nos conformamos con ayudar a la autora a crear una posible novela de su vida, un proyecto que suponemos le habría gustado. Seguimos al pie de la letra su proposición en el ensayo «Jacques Rivière. À la trace de Dieu»: «La mejor manera de hacer elogio de una obra consiste en transcribir sus más hermosos pasajes, y no en parafrasearlos».
C. P.
Este libro ha supuesto una labor de arqueología. No hay ediciones vivas de la mayoría de las fuentes que hemos utilizado. Algunos libros tienen cincuenta, sesenta, setenta años…
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