Y desque tuvimos la licencia, nos embarcamos en buen navío y con buen tiempo; llegamos á la isla de Cuba, y fuimos á besar las manos al gobernador della, y nos mostró mucho amor, y prometió que nos daria indios de los primeros que vacasen; y como se habian pasado ya tres años, ansí en lo que estuvimos en Tierra-Firme como en lo que estuvimos en la isla de Cuba aguardando á que nos depositase algunos indios, como nos habia prometido, y no habiamos hecho cosa ninguna que de contar sea, acordamos de nos juntar ciento y diez compañeros de los que habiamos venido de Tierra-Firme y de otros que en la isla de Cuba no tenian indios, y concertamos con un hidalgo que se decia Francisco Hernandez de Córdoba, que era hombre rico y tenia pueblos de indios en aquella isla, para que fuese nuestro capitan, y á nuestra ventura buscar y descubrir tierras nuevas, para en ellas emplear nuestras personas; y compramos tres navíos, los dos de buen porte, y el otro era un barco que hubimos del mismo gobernador Diego Velazquez, fiado, con condicion que, primero que nos le diese, nos habiamos de obligar todos los soldados, que con aquellos tres navíos habiamos de ir á unas isletas que están entre la isla de Cuba y Honduras, que ahora se llaman las islas de los Guanajes, y que habiamos de ir de guerra y cargar los navíos de indios de aquellas islas para pagar con ellos el barco, para servirse dellos por esclavos.
Y desque vimos los soldados que aquello que pedia el Diego Velazquez no era justo, le respondimos que lo que decia no lo mandaba Dios ni el Rey, que hiciésemos á los libres esclavos.
Y desque vió nuestro intento, dijo que era bueno el propósito que llevábamos en querer descubrir tierras nuevas, mejor que no el suyo; y entónces nos ayudó con cosas de bastimento para nuestro viaje.
Y desque nos vimos con tres navíos y matalotaje de pan cazabe, que se hace de unas raices que llaman yucas, y compramos puercos, que nos costaban en aquel tiempo á tres pesos, porque en aquella sazon no habia en la isla de Cuba vacas ni carneros, y con otros pobres mantenimientos, y con rescate de unas cuentas que entre todos los soldados compramos, y buscamos tres pilotos, que el más principal dellos y el que regia nuestra armada se llamaba Anton de Alaminos, natural de Pálos, y el otro piloto se decia Camacho, de Triana, y el otro Juan Álvarez, el Manquillo de Huelva; y asimismo recogimos los marineros que hubimos menester, y el mejor aparejo que pudimos de cables y maromas y anclas, y pipas de agua, y todas otras cosas convenientes para seguir nuestro viaje, y todo esto á nuestra costa y mision.
Y despues que nos hubimos juntado los soldados, que fueron ciento y diez, nos fuimos á un puerto que se dice en la lengua de Cuba, Ajaruco, y es en la banda del Norte, y estaba ocho leguas de una villa que entónces tenian poblada, que se decia San Cristóbal, que desde á dos años la pasaron á donde agora está poblada la dicha Habana.
Y para que con buen fundamento fuese encaminada nuestra armada, hubimos de llevar un Clérigo que estaba en la misma villa de San Cristóbal, que se decia Alonso Gonzalez, que con buenas palabras y prometimientos que le hicimos se fué con nosotros; y demás desto elegimos por veedor, en nombre de su majestad, á un soldado que se decia Bernardino Iñiguez, natural de Santo Domingo de la Calzada, para que si Dios fuese servido que topásemos tierras que tuviesen oro ó perlas ó plata, hubiese persona suficiente que guardase el real quinto.
Y despues de todo concertado y oido Misa, encomendándonos á Dios nuestro Señor y á la Vírgen Santa María, su bendita Madre, nuestra Señora, comenzamos nuestro viaje de la manera que adelante diré.
Índice
DEL DESCUBRIMIENTO DE YUCATAN Y DE UN RENCUENTRO DE GUERRA QUE TUVIMOS CON LOS NATURALES.
En 8 dias del mes de Febrero del año de 1517 años salimos de la Habana, y nos hicimos á la vela en el puerto de Jaruco, que ansí se llama entre los indios, y es la banda del Norte, y en doce dias doblamos la de San Anton, que por otro nombre en la isla de Cuba se llama la tierra de los Guanataveis, que son unos indios como salvajes.
Y doblada aquella punta y puestos en alta mar, navegamos á nuestra ventura hácia donde se pone el sol, sin saber bajos ni corrientes, ni qué vientos suelen señorear en aquella altura, con grandes riesgos de nuestras personas; porque en aquel instante nos vino una tormenta que duró dos dias con sus noches, y fué tal, que estuvimos para nos perder; y desque abonanzó, yendo por otra navegacion, pasado veinte y un dias que salimos de la isla de Cuba, vimos tierra, de que nos alegramos mucho, y dimos muchas gracias á Dios por ello; la cual tierra jamás se habia descubierto, ni habia noticia della hasta entónces; y desde los navíos vimos un gran pueblo, que al parecer estaria de la costa obra de dos leguas, y viendo que era gran poblacion y no habiamos visto en la isla de Cuba pueblo tan grande, le pusimos por nombre el Gran-Cairo.
Y acordamos que con el un navío de ménos porte se acercasen lo que más pudiesen á la costa, á ver qué tierra era, y á ver si habia fondo para que pudiésemos anclar junto á la costa; y una mañana, que fueron 4 de Marzo, vimos venir cinco canoas grandes llenas de indios naturales de aquella poblacion, y venian á remo y vela. Son canoas hechas á manera de artesas, son grandes, de maderos gruesos y cavadas por dedentro y está hueco, y todas son de un madero macizo, y hay muchas dellas en que caben en pié cuarenta y cincuenta indios.
Quiero volver á mi materia. Llegados los indios con las cinco canoas cerca de nuestros navíos, con señas de paz que les hicimos, llamándoles con las manos y capeándoles con las capas para que nos viniesen á hablar, porque no teniamos en aquel tiempo lenguas que entendiesen la de Yucatan y mejicana, sin temor ninguno vinieron y entraron en la nao capitana sobre treinta dellos, á los cuales dimos de comer cazabe y tocino, y á cada uno un sartalejo de cuentas verdes, y estuvieron mirando un buen rato los navíos; y el más principal dellos, que era cacique, dijo por señas que se queria tornar á embarcar en sus canoas y volver á su pueblo, y que otro dia volverian y traerian más canoas en que saltásemos en tierra; y venian estos indios vestidos con unas jaquetas de algodon y cubiertas sus vergüenzas con unas mantas angostas, que entre ellos llaman mastates, y tuvímoslos por hombres más de razon que á los indios de Cuba, porque andaban los de Cuba con sus vergüenzas defuera, excepto las mujeres, que traian hasta que les llegaban á los muslos unas ropas de algodon que llaman naguas.
Volvamos á nuestro cuento: que otro dia por la mañana volvió el mismo cacique á los navíos, y trujo doce canoas grandes con muchos indios remeros, y dijo por señas al capitan, con muestras de paz, que fuésemos á su pueblo y que nos darian comida y lo que hubiésemos menester, y que en aquellas doce canoas podiamos saltar en tierra. Y cuando lo estaba diciendo en su lengua, acuérdome que decia: Con escotoch, con escotoch ; y quiere decir, andad acá á mis casas; y por esta causa pusimos desde entónces por nombre á aquella tierra Punta de Cotoche, y así está en las cartas de marear.
Pues viendo nuestro capitan y todos los demás soldados los muchos halagos que nos hacia el cacique para que fuésemos á su pueblo, tomó consejo con nosotros, y fué acordado que sacásemos nuestros bateles de los navíos, y en el navío de los más pequeños y en las doce canoas saliésemos á tierra todos juntos de una vez, porque vimos la costa llena de indios que habian venido de aquella poblacion, y salimos todos en la primera barcada.
Y cuando el cacique nos vido en tierra y que no íbamos á su pueblo; dijo otra vez al capitan por señas que fuésemos á sus casas; y tantas muestras de paz hacia, que tomando el capitan nuestro parecer para si iriamos ó no, acordóse por todos los más soldados que con el mejor recaudo de armas que pudiésemos llevar y con buen concierto fuésemos. Llevamos quince ballestas y diez escopetas (que así se llamaban, escopetas y espingardas, en aquel tiempo), y comenzamos á caminar por un camino por donde el cacique iba por guia, con otros muchos indios que le acompañaban.
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