Tucídides - Historia de la Guerra del Peloponeso

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Historia de la Guerra del Peloponeso es un relato de la guerra homónima, que tuvo lugar en la Antigua Grecia y que enfrentó a la Liga del Peloponeso (liderada por Esparta) y la Liga de Delos (liderada por Atenas). La obra fue escrita por Tucídides, un general ateniense que sirvió en la guerra. La obra es considerada un clásico, además de que se trata de uno de los primeros libros de historia que se conocen. Fue dividida en ocho libros por los editores posteriores de la Antigüedad.

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Poco tiempo después que los tiranos fueron echados de Grecia, los atenienses guerrearon con los medos, y al fin los vencieron en los campos de Maratón. Diez años pasados vino el rey Jerjes de Persia con grandes huestes, y el propósito de conquistar toda Grecia: y para resistir a tan grande poder como traía, los lacedemonios, por ser los más poderosos, fueron nombrados caudillos de los griegos para esta guerra. Los atenienses al saber la venida de los bárbaros, determinaron abandonar su ciudad y meterse en la mar, en la armada que ellos habían aparejado para este fin, y de esta manera llegaron a ser muy diestros en las cosas de mar. Poco tiempo después, todos a una y de común acuerdo, echaron a los bárbaros de Grecia. Los griegos que se habían rebelado contra el rey de Persia y los que se unieron para resistirle, se dividieron en dos bandos y parcialidades, los unos favoreciendo la parte de los lacedemonios, y los otros siguiendo el partido de los atenienses: porque estas dos ciudades eran las más poderosas de Grecia: Lacedemonia por tierra y Atenas por mar. De manera que muy poco tiempo estuvieron en paz y amistad, haciendo la guerra de consuno contra los bárbaros, porque empezó en seguida la guerra entre estas dos ciudades poderosas, y sus aliados y amigos. Y no hubo nación de griegos en ninguna parte del mundo que no siguiese un partido u otro, de manera, que desde la guerra de los medos hasta esta, de que escribimos al presente, siempre tuvieron guerra o treguas estas ciudades, una contra otra, o contra sus súbditos que se rebelaban. Con el largo uso se ejercitaron en gran manera en las armas, y se abastecieron y proveyeron de todas las cosas necesarias para pelear.

Tenían estas dos ciudades diversa manera de gobernar sus súbditos y aliados, porque los lacedemonios no hacían tributarios a sus confederados, solamente querían que se gobernasen como ellos, por sus leyes y estatutos, y a su costumbre, es decir, por cierto número de buenos ciudadanos, cuya gobernación llaman oligarquía, y significa mando de pocos. Mas los atenienses, poco a poco, quitaron a sus súbditos y aliados todas las naves que tenían, y después les impusieron un tributo, excepto a los habitantes de Quíos y de Lesbos. Con tales recursos hicieron una armada la más numerosa y fuerte que jamás pudo reunir todos los griegos juntos desde el tiempo que hacían la guerra coligados.

Tales fueron las cosas antiguas de Grecia, según he podido descubrir; y será muy difícil creer al que quisiere explicarlas con detalles más minuciosos, porque aquellos que oyen hablar de las cosas pasadas, principalmente siendo de las de su misma tierra, y de sus antepasados, pasan por lo que dice la fama sin curar de examinar la verdad. Así vemos que los atenienses creen, y dicen comúnmente que el tirano Hiparco fue muerto a manos de Harmodio y Aristogitón por causa de su tiranía: no considerando que cuando aquel fue muerto reinaba en Atenas Hipias, hijo mayor de Pisístrato, cuyos hermanos eran Hiparco y Téfalo: y que un día Harmodio y Aristogitón, que habían determinado matar a todos tres, pensando que la cosa fuera descubierta a Hipias por alguno de sus cómplices, no osaron ejecutar su empresa, sino hacer algo digno de memoria antes de ser presos, y hallando a Hiparco ocupado en los sacrificios que hacía en el templo de Leocorión, le mataron.

De igual manera hay otras muchas cosas de que existe memoria, en las cuales hallamos que los griegos tienen falsa opinión y las consideran y ponen muy de otro modo que pasaron. Piensan, por ejemplo, de los reyes de Lacedemonia, que cada uno de ellos echaba dos piedras, y no una sola, en el cántaro, que quiere decir que tiene dos votos en lugar de uno, y que hay en su tierra, una legión de pitinates que nunca hubo. Tan perezosas y negligentes son muchas personas para inquirir la verdad de las cosas7.

Mas el que quisiere examinar las conjeturas que yo he traído, en lo que arriba he dicho, no podrá errar por modo alguno. No dará crédito del todo a los poetas que, por sus ficciones, hacen las cosas más grandes de lo que son, ni a los historiadores que mezclan las poesías en sus historias, y procuran antes decir cosas deleitables y apacibles a los oídos del que escucha que verdaderas8. De aquí que la mayor parte de lo que cuentan en sus historias, por no estribar en argumentos e indicios verdaderos, andando el tiempo viene a ser tenido y reputado por fabuloso e incierto. Lo que arriba he dicho, está tan averiguado y con tan buenos indicios y argumentos, que se tendrá por verdadero.

Y aunque los hombres juzguen siempre la guerra que tienen entre manos por muy grande, y después de acabada tengan en más admiración las pasadas, parecerá empero claramente a los que quisieren mirar bien en las unas y en las otras por sus obras y hechos que esta fue y ha sido mayor que ninguna de las otras.

Y porque me sería cosa muy difícil relatar aquí todos los dichos y consejos, determinaciones, conclusiones y pareceres de todos los que hablan de esta guerra, así en general como en particular, así antes de comenzada, como después de acabada, no solamente de lo que yo he entendido de otros que lo oyeron, pero también de aquello que yo mismo oí, dejo de escribir algunos. Pero los que relato son exactos, si no en las palabras, en el sentido, conforme a lo que he sabido de personas dignas de fe y de crédito, que se hallaron presentes, y decían cosas más consonantes a verdad, según la común opinión de todos.

Mas en cuanto a las cosas que se hicieron durante la guerra, no he querido escribir lo que oí decir a todos, aunque me pareciese verdadero, sino solamente lo que yo vi por mis ojos, y supe y entendí por cierto de personas dignas de fe, que tenían verdadera noticia y conocimiento de ellas. Aunque también en esto, no sin mucho trabajo, se puede hallar la verdad. Porque los mismos que están presentes a los hechos, hablan de diversa manera, cada cual según su particular afición o según se acuerda. Y porque yo no diré cosas fabulosas, mi historia no será muy deleitable ni apacible de ser oída y leída. Mas aquellos que quisieren saber la verdad de las cosas pasadas y por ellas juzgar y saber otras tales y semejantes que podrán suceder en adelante, hallarán útil y provechosa mi historia; porque mi intención no es componer farsa o comedia que dé placer por un rato9, sino una historia provechosa que dure para siempre.

Muéstrase claramente que esta guerra ha sido más grande que la que tuvieron los griegos contra los medos; porque aquella se acabó y feneció en dos batallas que se dieron por mar y otras dos por tierra, y esta, de que al presente escribo, duró por mucho tiempo, viniendo a causa de ella tantos males y daños a toda Grecia, cuantos nunca jamás se vieron en otro tanto tiempo, contando todos los que acontecieron así por causa de los bárbaros, como entre los mismos griegos, así de ciudades y villas, unas destruidas, otras conquistadas de nuevo y otras pobladas de extraños moradores, despobladas de los propios, como de los muchos que huyeron o murieron o fueron desterrados por causa de guerra, o por sediciones y bandos civiles. También hay otros indicios verdaderos por donde se puede juzgar haber sido esta guerra mayor que ninguna de las otras pasadas, de que al presente dura la fama y memoria: que son los prodigios y agüeros que se vieron, y tantos y tan grandes terremotos en muchos lugares de Grecia, eclipses y oscurecimientos del sol más a menudo que en ningún otro tiempo, calores excesivos, de donde se siguió grande hambre y tan mortífera epidemia que quitó la vida a millares de personas.

Todos los cuales males vinieron acompañados con esta guerra de que hablo, de la cual fueron causantes los atenienses y peloponesios, por haber roto la paz y treguas que tenían hechas por espacio de treinta años después de la toma de Eubea10. Y para que en ningún tiempo sea menester preguntar la causa de ello, pondré primero la ocasión que hubo para romper las treguas, y los motivos y diferencias por que se comenzó tan grande guerra entre los griegos, aunque tengo para mí que la causa más principal y más verdadera, aunque no se dice de palabra, fue el temor que los lacedemonios tuvieron de los atenienses, viéndolos tan pujantes y poderosos en tan breve tiempo. Las causas, pues, y razones que públicamente se daban de una parte y de otra, para que se hubiesen roto las treguas y empezado la guerra, fueron las siguientes:

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