Herman Parret - Epifanías de la presencia
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Formularemos dos conclusiones después de esta breve evocación de la teoría kantiana de la presentificación [ Darstellung ]. Primero, Kant es muy consciente de que existen tipos de presentificaciones específicos según los diferentes tipos de intereses de la razón (hay sobre todo un abismo entre los dominios de juicios con vistas al conocimiento y los juicios estéticos o apreciaciones de lo bello, con sus presentificaciones correspondientes). Luego —y es esta conclusión la que nos inquieta—, la teoría kantiana de la presentificación no es en absoluto una teoría de la presencia .
El “pontaje”, el acoplamiento de la intuición y del concepto, del caso y de la regla, de lo sensible y de lo cognitivo, aun teniendo en cuenta la especificidad de los dominios, no tiene ningún impacto sobre la alteridad de la presencia en cuanto origen de las presentificaciones. El evento perturba cualquier “pontaje”, la cuestión del Il y a [Ahí hay algo] no se plantea. No existe filosofía kantiana de la presencia. El rodeo por la Darstellung ha sido una heurística negativa.
La presencia absoluta
Y sin embargo hay una isla en la Tercera crítica [ La crítica del juicio ], en la que son anunciados la destrucción de las formas y el advenimiento de lo sin-forma. Esa “anamorfosis” se realiza a partir de la prueba de lo sublime . La prueba de lo sublime precisamente excede toda puesta en forma y manifiesta la falla de las síntesis. Lo sublime, para Kant, “presenta lo impresentable”: lo sublime no presenta nada porque es Presencia. El Il y a [Ahí hay algo] sublime sería entonces la ausencia del querer, del lenguaje, del deseo. El Il y a [Ahí hay algo] sublime o pagano sería un paisaje desierto, dominio de la anestésica del evento . La Analítica de lo bello, desarrolla ya una tesis que anuncia en qué consiste la anestésica del evento . Kant exige, en efecto, el desinterés de aquel que aprecia lo bello en el sentir estético de los sensibles ( aisthèta ). Insiste sobre la autonomía de la facultad de juzgar lo bello, sobre su independencia respecto de la pasión del querer, del deseo y de sus intrigas. Kant es categórico: no existe deseo de belleza. Si pasamos de lo bello a lo sublime, la autonomía se hace más apremiante aún. La estética de lo bello se transforma en una verdadera “anestésica” del evento . La facultad de desear, que se ejerce ejemplarmente en el caso de la presentificación , no tiene aquí ningún poder sobre la presencia. El deseo ignora la presencia, 24y no conoce más que el destino del recorrido narrativo y la intriga que manipula la recitación, pero sin dictar el evento . El evento bloquea el curso del relato por una suerte de suspiro .
Lyotard, como se sabe, exalta la Analítica de lo sublime, en tanto que, a partir de su obra Le différend [El diferendo], 25remite al purgatorio la imponente epistemología kantiana de la presentificación. El pensamiento lyotardiano, a partir de Le différend hasta las obras póstumas, La chambre sourde y La confession d’Augustin , piensa la Presencia cada vez más despojada de sus presentificaciones. ¿En qué consiste exactamente la Presencia en Le différend ? La Presencia o el Il y a [Ahí hay algo] está cada vez más radicalmente separada de la posibilidad misma de una presentificación. Como sabemos, el diferendo marca el juego de los universos heteróclitos de frases. Incluso dentro de un universo de frases, se da, según Lyotard, una heterogeneidad de elementos de sentido, 26pero esos elementos heterogéneos son todos inmanentes al universo presentado por la frase que lo declara. 27Y como en Kant, la presentificación no es más que un “pontaje” entre los elementos heterogéneos de un universo, o entre los universos heteróclitos de frases. El Il y a [Ahí hay algo], marca de la presentificación en una frase o entre regímenes de frases, indica más bien el juego indecible de los universos y regímenes de frases, la imposibilidad radical de un metalenguaje, de un principio dialectizante, sea Dios o el deseo, y de cualquier relato legitimador. Existe el hecho de las ocurrencias, el hecho de que los seres se dan en su multiplicidad, de que las frases atropellan a las frases, de que nada puede ser anticipado, ni prohibido, de que ni el mundo ni el sujeto pueden ser situados bajo la relación de trascendencia. Hipóstasis de la presentificación siempre, multiplicidad y proliferación de presentificaciones, por una parte, y represión de la presencia, por otra. El Il y a [Ahí hay algo], en Le différend , es el buqué englobante de las presentificaciones, no la Presencia del evento.
Es evidente que la concepción lyotardiana del Il y a en Le différend es una formidable máquina de guerra contra su encasillamiento metafísico, demasiado insistente en Heidegger y en sus seguidores. Heidegger, en El ser y el tiempo , describe la angustia como el sentimiento expresado en: hay algo más bien que nada, puede que nada ocurra. “Ser” consiste solamente en que algo tenga lugar. La ocurrencia del Il y a , llamada por Heidegger Ereignis, solo es medida contra el horizonte de su ausencia. Y ciertamente, el hombre “angustiado”, en forma del Dasein y arropado de finitud y de historicidad, es el destinatario del “ Il y a quelque chose ” [Ahí hay algo]. En Heidegger, es difícil distinguir entre la presencia como Anwesenheit y la presencia como Gegenwärtigkeit, la presencia en sentido temporal de la mantenencia. La metafísica, incluso cuando promulga la determinación del sentido del ser como presencia en esos dos sentidos, parte siempre de una opinión tomada de antemano [ parti-pris ]: de ver la Gegenwärtigkeit como una reducción de la Anwesenheit . Heidegger sigue en eso la pista presocrática: el sentido del tiempo presente remonta hacia un pensamiento más originario del ser como presencia ( Anwesenheit ). No hay que decir que la tesis de la diferencia ontológica salvaguarda la reducción del ser al ente, de la presencia al presente ( Anwesen/Anwesend ). 28Queda en pie el hecho de que la diferencia ser/ente, presencia/presente es una diferencia ontológica . Lyotard destruye esa posición metafísica, ya en Le différend , puesto que el diferendo , al contrario de la diferencia ontológica, concierne a la heterogeneidad de regímenes de frases. 29Muy bien, diríamos nosotros, por este fin de la metafísica, a pesar de que la “fraseología” en Le différend exponga un juego de presentificaciones que, en su globalidad, absorben la presencia. El diferendo no se da solamente entre las frases y los regímenes de frases; entre las presentificaciones, el diferendo se da sobre todo entre las presentificaciones y la presencia, y ese filosofema precisamente se convierte en la obsesión de Lyotard en La chambre sourde y en La confession d’Augustin .
Esa nada que es la presencia no es el blanco de la ausencia . La franca presencia del voici [he aquí] se da en el evento de la montaña Santa-Victoria, de la sonata de Vinteuil. Ese amarillento de Cézanne, esa frase de Vinteuil *, se anticipan a nuestra alma: tal es la presencia. Lo que hay que esforzarse en reflexionar es la singularidad pura de un sabor, de un matiz, de un brillo, en suma, el toque del presente, su grano carnal. La materia se manifiesta en el “estallido de púrpura” que inunda el ambiente de la montaña Santa-Victoria, y que Cézanne capta con un toque del pincel. El toque no es propiamente la marca singular de un estilo o la carne del pintor entrelazada con la carne del mundo, como hubiera podido pensarlo Merleau-Ponty. El toque furtivo no es un toque pleno, sino el golpe que libera una modulación, un matiz. La semiótica del toque , cuyos contornos esbozaremos en el capítulo segundo de este estudio, disipa la ilusión de la consistencia de las formas. Instaura brechas por todas partes en el sistema de percepción, hace explosionar el universo integrado que se predica sobre el pintor, o el universo pictórico que se predica sobre el género “pintura”. Admitámoslo: somos incapaces de razonar la llegada de un toque , así como somos incapaces de controlar la ocurrencia de un timbre. El timbre sorprende el oído, lo desorienta. No podemos servirnos de reglas de composición o de instrumentación para explicar la imposición de un timbre en su tiempo de inmanencia . Una estética del evento debería excluir el tiempo abstracto, el tiempo físico, el tiempo social, el tiempo de uso, los tiempos que nos permiten formular juicios determinantes, sean teóricos o prácticos, en y sobre el mundo. Pues el evento es un presente viviente, lebendige Gegenwart , en términos de Husserl. Una anestésica del evento respeta esa temporalidad que no es el medio, el contexto de los eventos , sino la presencia misma en cuanto tiempo presente viviente. Ese tiempo se impone, está presente , y es así como nuestra sensibilidad, por la singularidad del evento , “recibe” el golpe del tiempo presente. 30
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