Herman Parret - Epifanías de la presencia

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Esta obra propone captar el excedente semántico que caracteriza a la «presencia» de cualquier cosa en su relación con la existencia semiótica tal como la entiende la definición ortodoxa; coloca la «presencia» de manera intrínseca en una relación modalizada con lo sensible, el color, el sonido, el sabor y la ocasión del toque; se busca dar testimonio del respeto por las epifanías de la presencia.

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“Lo que nosotros vemos, lo que nos mira”

Sin embargo, el hecho de que el cuerpo anime la chispa de la puesta en visibilidad por medio de una mirada carnal solo es posible sobre el fondo de una visibilidad general, donde lo que es visto, ve; lo que es mirado, mira, como enuncia el título del libro posfenomenológico de Didi-Huberman: Ce que nous voyons, ce qui nous regarde. 10Citaremos de buen grado a Paul Klee a este propósito: “En un bosque, he sentido con frecuencia que no era yo quien miraba el bosque. Algunas veces, he sentido que los árboles me miraban, que me hablaban”. 11 Esa mirada de las cosas asedia el pensamiento de Merleau-Ponty. 12En ese intercambio de miradas entre la cosa y el sujeto, Merleau-Ponty no implanta la subjetividad en la cosa. Se trata más bien de esa visión “que ve con la carne invisible de las cosas […], con una sola y misma mirada, que, en un ‘narcisismo universal’ de la visión, circula incansablemente entre los cuerpos y las cosas, cuya esencia común consiste en ser a la vez videntes y visibles”. 13Didi-Huberman amplifica esa idea de la mirada de las cosas : “Cada cosa que se ofrece a la visión, por neutra que sea en apariencia, se hace ineluctable […], y, por eso, nos mira , nos concierne, nos asedia”, y esa idea es ilustrada con el famoso párrafo del capítulo que abre Ulises , donde Joyce presenta lo que él llama “la ineluctable modalidad de lo visible [ ineluctable modality of the visible ]”. Stephen Dedalus contempla la marea que sube, pero lo que él ve es lo que lo mira, no un simple plano óptico, que nosotros vemos, sino una potencia visual que nos mira: “en el movimiento perpetuo, perpetuamente acariciante y amenazante, de la ola, de la marea que sube, se halla, en efecto, el jadeo materno”, escribe Didi-Huberman a propósito de Dedalus. 14Ningún plano óptico es neutro de significación, lo visible está sobremodalizado, el ineluctable correlato de nuestra visión nos interpela, nos mira, nos concierne, nos toca [ touche ]. Pero es, sin duda, ir demasiado rápido. Más vale hacer una última pausa junto a Merleau-Ponty y su fenomenología de la reversibilidad, o mejor de la reflexibilidad de lo sensible.

Existe una reflexividad de lo sensible, según Merleau-Ponty, puesto que yo soy vidente y visible, y porque la visión implica tanto los cuerpos que ven como las cosas vistas. Pero esa reflexividad de lo sensible será siempre incompleta, ya que siempre existirá una brecha, un intersticio entre el que ve y lo visible. Que exista reflexividad de lo sensible quiere decir que hay proximidad del que ve con lo visible, pero no fusión . ¿Por qué esa proximidad del vidente y de lo visible, de los cuerpos que ven y de las cosas vistas no es radicalmente “fusional”? Porque los cuerpos y las cosas pertenecen a un fondo común que Merleau-Ponty llama la invisible carne del mundo , que se sustrae a todo esfuerzo de representación o de presentificación por el pensamiento razonante, pero que “se muestra” ejemplarmente en el arte pictórico. Ese fondo común de invisibilidad del que lo visible participa —cuerpos y cosas visibles—, es el que, por su ausencia abismal aunque productiva, impide la fusión sensible y la indiferencia ontológica. El tema que preocupa en las Notas de trabajo de la obra Lo visible y lo invisible es precisamente el de lo invisible , “no un invisible de hecho, como un objeto escondido detrás de otro, y tampoco un invisible absoluto, que no tendría nada que hacer con lo visible, sino lo invisible de ese mundo, aquello que lo habita, lo sostiene y lo vuelve visible, su posibilidad interior y propia, el Ser de ese ente”. 15Esa calificación de la dimensión invisible adquiere con frecuencia en Merleau-Ponty una connotación peligrosamente heideggeriana, y la tendencia en él es a la ontologización de lo invisible. La manera como Merleau-Ponty evoca lo invisible en esas Notas de trabajo es con frecuencia penosa y demasiado especulativa. 16Como lo constataremos en un instante, Lyotard exigirá la revocación de esa fenomenología ontologizante de lo invisible. Pero no hay duda de que detrás del esfuerzo a veces confuso y desconcertante de Merleau-Ponty, la ambición es clara: elaborar una filosofía de la génesis misma de la visibilidad. Lo invisible no colmará jamás la visión. En cuanto origen de lo visible, lo invisible se adhiere no obstante a la superficie de lo visible. La fenomenología última de Merleau-Ponty culmina en una metafísica de la ausencia como fundamento de la reflexividad de lo sensible.

Lo sensible acariciado

Pensamos que la manera como la presencia se relaciona con la ausencia es específica, según los registros sensoriales. Dejemos ahora la visión y lo visible por el tocar y lo tangible. Si es cierto que lo invisible “acompaña” a lo visible, no es evidente de entrada que lo intangible “acompañe” a lo tangible. Reformulemos la cuestión. ¿Cómo se hace presente lo tangible en el tocar sobre un fondo de ausencia ? Una semiótica del toque nos podría ilustrar sin duda a este respecto. Pero no vayamos demasiado de prisa. Antes de enfrentarnos con la anestésica del toque como éxodo de lo sensible, conviene que nos detengamos un buen rato en la fenomenología del tocar, elaborada ejemplarmente por el Husserl de las Ideas II. 17Señalemos a modo de introducción que una larga y fructuosa línea de pensamiento, de Aristóteles a Merleau-Ponty, nos enseña que ver no se piensa y no se experimenta finalmente sino en la experiencia del tocar . Un texto de Lo visible y lo invisible es explícito a este propósito: “Tenemos que acostumbrarnos a pensar que todo visible está tallado en lo tangible , todo ser táctil promueve en cierto modo la visibilidad, y que se da intrusión , encabalgamiento, no solamente entre lo tocado y el que toca, sino también entre lo tangible y lo visible que está incrustado en él, como, inversamente, el tocar mismo no carece de visibilidad, tiene existencia visual. Puesto que el mismo cuerpo ve y toca, visible y tangible pertenecen al mismo mundo. […] Hay una rehabilitación doble y cruzada de lo visible en lo tangible y de lo tangible en lo visible; los dos mapas están completos y sin embargo no se confunden. Las dos partes son partes totales y sin embargo no se superponen”. 18Si existe intrusión de lo visible y de lo tangible, no habrá sin embargo confusión, ni siquiera superposición. ¿Cómo pensar entonces esa intrusión del ver y del tocar? Para comprender mejor cómo Merleau-Ponty trata el problema, evoquemos el punto de vista husserliano sobre la cuestión.

La gran corporeidad del tocar

Es cierto que Merleau-Ponty no deja de acercar todo lo posible el ver y el tocar, prestando a uno y a otro la cuasi-reflexividad , “la reflexividad del cuerpo, el hecho de que se toque tocando, se vea viendo”. 19Se halla en franca contradicción con lo que propone Husserl en Ideas II : “Lo que yo denomino un cuerpo propio visto no es un vidente visto, como un cuerpo en cuanto cuerpo tocado sí es un tocante tocado”. 20No hay ninguna intrusión del ver y del tocar en Husserl, y podría resultar provechoso volver por un instante al texto fundador de la fenomenología del tocar en Ideas II .

El punto de partida del análisis husserliano del tocar es el estudio fenomenológico de “la constitución de la realidad psíquica a través del cuerpo propio ”. 21Absolutamente esencial es la distinción entre el “cuerpo material” [ Körper ] y el “cuerpo propio” o “corporeidad/cuerpo de carne” [ Leib ], que es parte fundamental en cuanto órgano de percepción del sujeto de la experiencia”. Ese cuerpo de carne es también percibido desde el exterior, “aunque en límites que no permiten considerarlo simplemente una cosa como otra cualquiera en el contexto espacial”. Es interesante señalar que, según Husserl, algunas partes del cuerpo pueden ser percibidas por el tacto pero no por la vista. Las apariencias visuales y las apariencias táctiles son de naturaleza muy diferente, y Husserl introduce de entrada el ejemplo de la mano vista versus la mano tocada. Cuando mi mano derecha toca mi mano izquierda, habrá la misma sensación redoblada en las dos partes del cuerpo, porque cada mano es para la otra una cosa exterior y al mismo tiempo cuerpo propio. Husserl describe esa sensación redoblada de la manera siguiente: “Al tocar mi mano izquierda, recibo apariencias del orden del tocar, es decir, que no solamente experimento sensaciones, sino que también percibo y tengo apariencias de una mano suave, de tal o cual forma, lisa o rugosa. Las sensaciones de movimiento, fuentes de indicaciones, y las sensaciones del tocar […] son, unas y otras, objetivadas como características de la cosa ‘mano izquierda’, mas dependen de la mano derecha. Pero al tocar mi mano izquierda, encuentro también en ella series de sensaciones del tocar, que son localizadas en ella, aunque no constituyen propiedades (como lo rugoso o lo liso de la mano en cuanto cosa física). […] Si las añado allí, no por eso puedo decir que la cosa física se enriquece, sino más bien que se convierte en carne [ es wird Leib ], que siente . […] El cuerpo propio se constituye, por tanto, originariamente en base a un modo doble: por un lado, es cosa física, materia , tiene su extensión, en la cual se inscriben sus propiedades reales, la coloración, lo liso, lo duro, el calor y todas las demás propiedades materiales del mismo género; por otro lado, encuentro en él y resiento , sobre él y en él, el calor del dorso de la mano, el frío de los pies […]. Al mover los dedos, tengo sensaciones de movimiento con las cuales la sensación se extiende, de modo alterado, a toda la superficie de los dedos, pero además, hay, al mismo tiempo, en este complejo de sensaciones, una consistencia sensible que se localiza dentro del espacio digital”, 22Husserl llama a esa experiencia interior que tiene lugar con ocasión de una sensación redoblada, un “acontecimiento somático” —en términos semióticos, nosotros hablaríamos de acontecimiento interoceptivo , y mejor propioceptivo , acontecimiento que no concierne al cuerpo físico, sino al llamado cuerpo propio . Esos acontecimientos, si bien son efectos de contacto, trascienden el contacto , puesto que pueden durar después del contacto. Se trata, por ejemplo, de sensaciones kinestésicas (de presión, de vibración, de calor, de duración) que funcionan como efectos de contacto, pero que continúan aun cuando el contacto se haya interrumpido.

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