Sebastián Salazar Bondy - La ciudad como utopía

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El libro reúne una muestra de las crónicas que Sebastián Salazar Bondy publicó en distintos medios de prensa de nuestro país. Los textos tratan sobre la defensa del patrimonio histórico de la ciudad, la carencia de una planificación urbana, la ausencia de áreas verdes y espacios públicos, la delincuencia y la mendicidad, las deficiencias del transporte público y el caos vehicular, entre otros temas.

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Los carros de riego solían reemplazar con eficacia la ausencia en nuestro metálico clima de la lluvia, que en otras partes tan útiles servicios presta como lavadora de calles y plazas, y los cubos rodantes acarreaban para la incineración todo aquello que la multitud depone en su infatigable producción y consumo. (“La higiene urbana”)

El cronista se sumerge en la multitud con lo cual se convierte, a su vez, en una suerte de flâneur a la manera del personaje del París de mediados del siglo XIX representado en la poesía de Charles Baudelaire y estudiado posteriormente por Walter Benjamin 15. Seducido por la vitalidad de la multitud, Salazar Bondy llega a vislumbrar en ella el “meollo singular de nuestro modo de ser”. Esa masa “en la que se mezclan sin odiosas segregaciones todas las clases sociales y todas las razas” aparece, ciertamente, como un proyecto, una posibilidad latente de habitar la ciudad que desdice a todas luces aquella otra representación en la que se ve sometida al designio e intereses de los grupos de poder.

Otra variación o extensión del tópico de la multitud se presenta bajo la forma del café como centro de reunión y conciliación 16. Aun cuando no se trata de un espacio abierto y cuyo acceso esté a disposición de cualquier ciudadano, el café es considerado como un espacio de encuentro en el que es posible la comunicación y el intercambio de ideas y afectos:

El café no solo es tribuna para el pensamiento, sino que resulta, a veces, despacho burocrático. Hay quienes sobre una mesa concluyen sus finanzas y realizan grandes operaciones bursátiles. Y, en otros casos, en el café, meditando, se resuelven problemas personales de difícil trama. Muchos poetas han escrito en el café y muchos artistas han sido iluminados por la inspiración en la atmósfera ruidosa y humeante de esos locales. (“El café”)

No faltará, por supuesto, quien considere que hacer del café un tema de cierta trascendencia es derrochar palabras en algo insignificante. Sin embargo, resulta evidente que en la vida de relación, tan en crisis en nuestros días, todo factor de comunicación, todo elemento que suscite y estimule la sociabilidad, es importante. En las ciudades en las cuales la existencia es cada vez más multitudinaria y, paradojalmente, más egoísta y soledosa, el café tiende a desaparecer para ser reemplazado por el tipo de establecimiento denominado “bar americano”, cuyas instalaciones –asientos paralelos al mostrador, por ejemplo–, impiden toda comunicación frontal y directa entre los parroquianos y los obligan a realizar el acto de consumo en forma urgente y veloz. La conversación, el intercambio de ideas, que es a la postre intercambio de afectos, ahí desaparece. (“El café: debate y libertad”)

En pasajes como los citados, el café adquiere una dimensión casi utópica en la medida en que, en él, el habitante de la urbe recupera su humanidad en compañía de sus semejantes 17; es, sin lugar a dudas, un ámbito diferente al escenario de alienación que prevalece en las calles, espacio en el que se restablece el diálogo truncado por el vértigo y la fugacidad de la vida moderna. La presencia del café como tema trasunta una cierta nostalgia por un tiempo perdido; sin embargo, también es cierto que permite el encuentro de aquellos que “tienen idénticos problemas y buscan para ellos soluciones semejantes”, es decir sujetos que –presumiblemente– pertenecen a una élite conformada por intelectuales y escritores interesados en el futuro del país:

Eso es lo que está sucediendo en el Café de los Huérfanos, donde Juan Mejía Baca, en ocasiones a propósito de la edición de un libro –como últimamente con oportunidad a la aparición de un volumen de cuentos de Zavaleta–, junta a tirios y troyanos. Cita de café de “amplia base”, como se suele decir en términos al uso, prevalece en ella la tolerancia del anfitrión por sobre los distanciamientos de los huéspedes, y en fin, restablece la buena costumbre de encontrar periódicamente a aquellos que hacen lo mismo que nosotros, tienen idénticos problemas y buscan para ellos soluciones semejantes. (“El renacimiento del café”)

Finalmente, se hace necesario plantear algunas breves observaciones acerca de la literariedad 18, así como el lenguaje empleado por el cronista. Respecto a la primera, el crítico norteamericano Jonathan Culler (2000) anota 19:

Se suele decir que la ≪literariedad≫ reside sobre todo en la organización del lenguaje, en una organización particular que lo distingue del lenguaje usado con otros propósitos. La literatura es un lenguaje que trae ≪a primer plano≫ el propio lenguaje; lo rarifica, nos lo lanza a la cara diciendo «¡Mírame! ¡Soy lenguaje!», para que no olvidemos que estamos ante un lenguaje conformado de forma extraña. (p. 40)

Las crónicas de Salazar Bondy presentan el uso de figuras retóricas tales como la personificación, la metáfora, el apóstrofe, así como las sugerencias semánticas que se generan a través de la adjetivación, el énfasis colocado en el ritmo de la frase y otros recursos más. Ello, por ejemplo, se manifiesta en un artículo en el que describe el aspecto que luce la ciudad a las dos de madrugada, hora en la que él se encuentra aún trabajando y, precisamente, escribiendo sobre ella:

El tiempo, sin embargo, es triste a estas horas. Gotean las nubes su cándida garúa y el piso se cubre de una mancha brillante, sobre la cual las ruedas de los automóviles hacen untuoso sonido. Hay algo raudo y felino en todo esto: sombras, bultos, ecos, resonancias. Las figuras se agrandan y los ruidos perduran más. Como en el sueño. Es cierto, el sueño sale de las casas, toma la calle, asalta a los desvelados, y da a las realidades una dimensión que solo su ámbito misterioso admite. ¿No estaremos soñando? ¿No será el insomnio una forma –la más cruel– de la pesadilla? Quizá. No es posible atreverse a declarar nada definitivo a esta altura de la jornada, cuando presencias y distancias son imponderables. (“Recuadro al amanecer”)

El pasaje ilustra una perfecta adecuación entre el referente –la noche en la ciudad– y el lenguaje empleado: aparentemente desaparecido el tráfago que gobierna las calles de Lima durante el día y sumergido en el espacio de la noche, el cronista se ve en plena facultad y dominio de su instrumento –el lenguaje– para dar forma al misterio que asoma bajo las formas y sombras de la ciudad: “Hay algo raudo y felino en todo esto: sombras, bultos, ecos, resonancias. Las figuras se agrandan y los ruidos perduran más. Como en el sueño”. Paradójicamente –y diríase, irónicamente, por unas pocas horas– la crónica se reviste de la literariedad para dar cuenta de esa nueva dimensión representada por el paisaje de las calles nocturnas y el sueño de los habitantes de la urbe.

Por otra parte, en relación con el lenguaje, destaca el uso de expresiones lingüísticas de muy diverso origen entre las cuales habría que mencionar, en primer lugar, la presencia de neologismos, rasgo constante en la prosa tanto periodística como ensayística de Salazar Bondy y que da cuenta de su creatividad y originalidad 20. Vocablos y expresiones tales como “descaecido”, “confrontamiento”, “enharinamiento”, “nostrísimo”, “distritalismo”, “acuarelado”, “descorazonante”, “inconservable”, “cocacolesco”, “insensibilizante”, “martinporresco”, “chestertonianamente”, “afloración mendical”, “manía cuadriculadora”, “peña cafeteril”, “liberalismo manchesteriano”, entre muchos otros, dan cuenta de ello. Asimismo, la prosa se nutre de limeñismos tales como “chavetero”, “jironear”, “rompecolas”, “huatatiro”, “carnavalero” y otros más, así como préstamos de idiomas (del francés: clochard, camouflage, ecuy ère; del inglés: weekends, blue-jean, snack bar, self service, pick-up ; del italiano: suscia, razzias ) y, por último, latinismos ( municipium, pro vincere, contradictio in adjecto, casus belli ). Este vasto repertorio de voces, obviamente, contribuye a colocar en primer plano el lenguaje, pero sin llegar a obstaculizar la comprensión del texto: con ello, además, el cronista no solo captura la atención del lector sino que articula una prosa ágil y atractiva acorde con la naturaleza de los temas tratados.

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