MAURO SEBASTIÁN MARTÍNEZ
Como viento de verano
RELATOS
Editorial Autores de Argentina
Martínez, Mauro Sebastián
Como viento de verano / Mauro Sebastián Martínez. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-0581-1
1. Relatos. 2. Narrativa Argentina. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: info@autoresdeargentina.com
Diseño de portada: Justo Echeverría
Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Dedicado a las mujeres que aman arriesgándose, que son indiferentes a lo que generan, que van y toman lo deseado, que se multiplican en otras miradas, que vuelven como si el tiempo no hubiera pasado, que llegan sin avisar, crean la felicidad y se van, que interrogan con profundidad, que caminan al borde de la muerte, luchan batallas silenciosas y regresan a la vida para sonreír como viento de verano.
Índice
Rubik
Admiradora
Su arriesgada manera de querer
Volviendo a la vida
Mirada persistente
La calle de la sexualidad
Anónima
La pregunta de Brenda
RUBIK
Conocí el insomnio siendo un niño. Soñaba que un rubik giraba dentro de mi cráneo armando sus colores y despertaba a los pocos movimientos con un dolor de cabeza tremendo repitiendo de manera automática el nombre: Micaela... Micaela...Micaela y luego no podía dormir, pero ahora y para siempre, eso será problema de otro.
Micaela era una amiguita con la que jugábamos en los patios y las veredas del Barrio Santa Rosa. Íbamos de mi casa a la suya, de su casa a la mía, hasta que una noche de mayo un hombre apareció y comenzó a visitar seguido su hogar. Llegaba en un automóvil elegante y brilloso, hablaba todo el tiempo por celular y nos daba dinero para comprar golosinas.
A los pocos días de la aparición de este señor, más precisamente una mañana a finales de mayo, mientras nos hamacábamos en el parque de la esquina comiendo alfajores, me confesó que ese hombre sería su padre, porque el anterior se fue a Buenos Aires, y me mostró lo único que le había regalado, un rubik. Lo llamábamos cuadritos de colores.
Ese complicado juguete nos unía, ambos lo dábamos vuelta tratando de hacer coincidir los colores, pero nunca lo logramos.
Una tarde de abril, esas donde el otoño es aun cálido, mientras jugábamos en el patio de mi casa dejamos de lado el rubik, decidiendo saltar sobre los números de la rayuela y como de costumbre su madre llegó a buscarla, pero esta vez trayendo tarjetas de invitación a su casamiento. Mi mamá le dijo -te felicito-, ella sonriendo contestó –estoy muy contenta-. Nosotros terminamos con la rayuela y continuamos nuevamente con el cuadrito de colores hasta que después de tanto hablar con mi madre, finalmente se decidió llevar a Micaela.
A la semana fuimos a esa invitación donde mamá me había peinado durante quince minutos, recuerdo que renegó bastante con los dos remolinos que aún se me hacen sobre la parte superior de la cabeza; Micaela estaba vestida con muchas flores, todo era blanco. Esta vez su madre no la dejo salir a jugar. Luego no nos veíamos seguido hasta que se mudó a otra casa, olvidando el cuadrito en mi bolsa de muñecos.
Le pregunté a mamá ¿Dónde se fue? ¿Por qué se fue? y ¿Por qué no venía a jugar?
—Ella se fue a vivir a un sitio de la ciudad que está muy alejado de donde vivimos- Respondió mamá mientras planchaba la ropa.
—¿Pero algún día me podés llevar a jugar con Micaela?- Le pregunté.
—Sí, pero no sé cuándo... Ahora andá a hacer tu tarea que estoy ocupada- Contestó mientras separaba las prendas de vestir.
Cuando mamá me explicó eso, guardé el rubik que olvidó y lo coloqué en una caja de zapatos junto a los objetos que más apreciaba.
Y ahí estaba el cuadrito de colores como Micaela lo había dejado, con sus colores desordenados y con las marcas de sus manos. No volví a tocarlo, que permaneciera en ese estado era una forma de detener el tiempo, donde lo inconcluso lograba que ella continúe jugando conmigo. Esa mañana algo sucedió; vi todo más amplio, las noches se alargaron y en los sueños recurría una escena donde el cuadro de colores reemplazaba a mi cerebro.
Yo jugaba solitario en el patio de atrás, con muñequitos y cochecitos, su ausencia hacía que me aburra, pero las fechas fueron pasando y se hicieron presentes el olor a cuaderno nuevo, borrador y lápiz.
Había una señora a la que todos le decíamos maestra o seño; y muchos chicos, que mamá mientras me acomodaba el guardapolvo, me explicaba que serían mis compañeritos. Fui creciendo con ellos, las aulas, los nuevos juegos y los docentes cerrando el recuerdo de Micaela.
Tenía amigos con los que pasaba el tiempo jugando a la pelota, a las cartas, a las escondidas o mirando dibujos animados. Micaela prácticamente había desaparecido y mis intereses eran otros. Solo quería divertirme.
El miércoles 8 de septiembre de 1998, el día en que cumplía mi noveno año, tras las visitas de unos tíos de Santa Fe, mis padres decidieron hacer un festejo pequeño en el patio de atrás. Invité a mis amigos y pasé un hermoso día con ellos. Algunos me trajeron regalos y, como caía entre semana, apenas anocheció cada uno se fue a su casa. Mientras mamá limpiaba el patio, y papá le contaba anécdotas a su hermano, yo tomé los regalos y fui a mi habitación para abrirlos. No tardé en despedazar las envolturas; descubriendo dos remeras, un par de media con un calzoncillo, un cochecito a fricción y en el de mis tíos... En aquel paquete hallé una linterna y un rubik.
Tomé el cuadritos de colores, lo miré e inmediatamente recordé a Micaela. Ese miércoles tan vívido y alegre se asentó en una noche dubitativa y nostálgica. Allí fue cuando comencé a tener sueños recurrentes donde mi cráneo giraba dolorosamente como un rubik y despertaba nombrándola a ella. Entonces, en la consecución de esas pesadillas, después de tres noches, le eché la culpa al regalo de mis tíos. Agarré el cuadro de colores, lo desordené y lo dejé sobre la mesa. Luego mamá lo coloco sin darle importancia sobre el antiguo aparador.
El doloroso sueño desapareció al menos por un par de semanas, hasta que el primer sábado de julio una compañera vino a hacer la tarea acerca de la independencia Argentina de 1816 y quiso enseñarme los movimientos para armarlo perfectamente y me negué a ese aprendizaje, pues no quería ordenar un juguete que, desordenado, me recordaba a mi amiga. No me interesaba que todos sepan o no armarlo, yo sabía que desordenado para mí estaba bien, y en ese estado lo guardé en el cajón del armario. No quería seguir viendo ese juguete que me traía constantemente a Micaela, me causaba angustia y atormentaba mis noches.
Desde entonces algo ocurrió en mí, fue como un mirar la vida. Ladrillo a ladrillo se alzaban las casas de los que serían mis vecinos, en la escuela veía a los maestros que entraban y salían del aula, las luces se extendían en los extremos del pueblo. También veía a papá que se le teñía el pelo de gris, a mi hermana maquillándose frente al espejo, a la perra ladrando y, como por arte de magia, al instante con cachorros. Poco a poco todo crecía, se ampliaba o dejaba de ser hasta que una mañana de octubre del 2001 la vi en la plaza. Lo que circulaba sobre mis sentidos sin hacer pausa esa tarde se detuvo.
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