Mauro Sebastián Martínez - Como viento de verano

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A lo largo de estos ocho relatos está la mujer como columna vertebral de las tramas. Mujeres que aman arriesgándose, que son indiferentes a lo que generan, que van y toman lo deseado, que se multiplican en otras miradas, que vuelven como si el tiempo no hubiera pasado, que llegan sin avisar, crean la felicidad y se van, que interrogan con profundidad, que caminan al borde de la muerte, luchan batallas silenciosas y regresan a la vida para sonreír como viento de verano.

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Yo regresaba de la escuela, ella también parecía hacerlo y la observé vestida con un uniforme diferente a los que veía diariamente. Luego llegaron los 13, 14 y 15 años y comprendí: El que hablaba por celular era un empresario, el lugar lejano donde residía era un country, el uniforme era de una escuela privada y su indiferencia era a causa de la clase social. Pero yo creía conocerla y esto último en ella no existía. La crucé varias veces en la ciudad, la textura y calidad de su ropa eran diferentes a la mía y sea cual fuera, siempre el automóvil en que andaba era radiante. Buscaba el choque de miradas para poder hablarle o saludarla pero continuaba indiferente y nunca sucedía tal encuentro renunciando al cruce de miradas o de una posible charla.

II

Ya en mi adolescencia donde tenía mucho por descubrir, todo era revelador y existencial. El tema de la indiferencia había quedado atrás como una mala experiencia. Los amigos con su complicidad ayudaron a que la quite de mi mente y las compañeras de curso con su belleza, sumado a la responsabilidad de levantar las materias y no repetir de año, le añadieron trabajo al tiempo que usaba mi cabeza para pensar. Todo marchaba lejos de Micaela, con experiencias amorosas nuevas y un entendimiento más profundo en cuanto a relaciones humanas. Ella estaba próxima al olvido, sí, muy cerca, pero no sucedió porque tuve otro encuentro, como si fuera que las veces que decidí alejarla de mi memoria y eliminar el sentimiento que alguna vez significó, mágicamente aparecía para hacerme saber que fue importante y que podía seguir siéndolo.

Volví a hablar con ella cuatro meses después de haber cumplido los 18 años. Desde entrado a la adolescencia dormía a las dos o tres de la mañana y la luz que brotaba de mi habitación era la única señal de vigilia en la cuadra. Leía, estudiaba o simplemente me quedaba pensando hasta que me daba sueño. Mis compañeros cuando necesitaban o precisaban saber de mí, pasaban por la calle mirando a la ventana y si estaba iluminada me enviaban un mensaje para charlar, vagar o beber algo, otros se animaban a acercase y golpearla.

Una noche de septiembre mientras leía “El País que fue Será” sentí una fragancia fresca, suave perfume de rosas pensé que era mamá. Entonces, antes de que golpee la puerta para recordarme que apague la luz y duerma, le gané de antemano, dejé el libro, apagué la lámpara y me acosté. El sueño se posó rápidamente pero de manera liviana. Entre la fragosidad escuché llantos del otro lado de la ventana y me dije -Seguro es uno de mis compañeros que volvió a pelearse con su novia-.

Desperté y sin prender la luz vi por las rendijas del parasol y encontré una figura delgada, con los cabellos sobre los hombros, sentada contra el muro, con la cabeza entre las rodillas. Encendí la luz, abrí las hojas de la ventana cuidadosamente, ella lo escuchó y se acercó en silencio, la luz le iba descubriendo el rostro, ¡No podía creer quien era! y sin que la invite; entró a la habitación levantando las piernas sobre el marco. No pregunté un por qué; intercambiamos unas pocas palabras y decidí contarle la historia del rubik.

Ella se sorprendió, no podía entender lo que eso significaba para mí. Me temblaban las manos de nervios y con esos espasmos saqué el rubik de la caja de zapatos guardada en el fondo del ropero, lo apreté con los dedos y sentí que algo sucedió con el espacio. Extendí mi brazo y se lo entregué. Ella con una pequeña sonrisa, lo agarró. Para que no vuelva mamá a advertir sobre la luz y la encuentre, fui a cerciorarme de que mis padres durmieran. Después de escuchar que roncaban, regresé y la hallé en la cama terminando de armar el cuadro de colores:

Seba, sé de mi indiferencia; pero mañana nos mudamos. Los negocios de mi padrastro han tenido excelentes resultados y ganará grandes sumas de dinero. No daré mucha explicación de porqué estoy aquí solo que esta semana falló todo y tengo que partir, desde niños nos entendíamos sin hablar y sé que esa relación de infancia persiste, pero si te interesa digamos que... Quise venir a despedirme de mi primer amiguito y a disculparme por haberlo ignorado. Pero cuando entré por la ventana no me hiciste ni una pregunta y de repente, temblando me contaste esa historia del rubik. Es como si fuese que me estuvieses esperando años para hacerlo, y eso, no sé cómo explicarlo... Pero mientras lo movía coincidiendo los colores me invadió un sentimiento en el cuerpo.

Tomá, ya lo armé. Apagá la luz, y acóstate.

Esa noche en el sueño, el rubik se armó por completo y no desperté con jaqueca. Desde entonces mi sueño es pesado, llega rápido, es renovador y al despertar ya no repito el nombre Micaela, Micaela, Micaela. El llamado que la nombra proviene desde afuera.

ADMIRADORA

Cuando regresaba a casa, repasaba y en ninguna parte de mis expectativas estaba presente que mis versos y un par de garabatos poéticos encontradas en la mansión de su ex novio engendren algo dentro de su ser.

Antes de conocerla la inventé para entretenerme. Saben cuántas veces la soñé. Cuántos insomnios oprimí... Y no sé si fue casualidad, si fue el destino pero nos cruzamos en la vida y al momento de encontrarnos las personalidades fluyeron junto al deseo que flotaba en el aire.

Recuerdo su figura en el portón y el cielo aclarándose. Su voz decía: “será en tu criterio”. Qué podía criticar, si su belleza relajó mi corazón, lo alegró un rato y luego supe, no, ya lo sabía, sabía que no la podía tener, aunque me confesó que buscaba al macho dominante, a un ser superior, sé que si lo encontraba sería difícil que le otorgue su alma y si se la entregaba, seria agotador el complacerla, pues era ambiciosa, arriesgada, independiente, implacable y decidida.

Le había confesado que le temo a la piel y me respondió que ella también, pero creo que no era más que para seguirme el juego. Si tocaba mi piel le daría el corazón y si lo hacia lo exprimiría, lo dejaría seco, e iría por otro.

Sé que en esa noche no debimos, no era necesario, ella ya había indagado demasiado en mí y yo apenas empezaba a conocerla. En el comienzo no sé si era un espejo o espejismo pero éramos parecidos. Quizás porque el desenlace de nuestras vidas en algún punto obtuvieron la misma definición.

No sé por qué me dio su nido de rosas. Intuyo que quería tener en su lista a un artista, pero hubiera sido mejor quedarse con el intelecto en las páginas y con las piedras que tropecé para atrapar algún sueño.

No sé qué significó esa noche para ella. Para mí, fue una caricia después de tantas espinas. El ambiente era propio de experiencias anteriores, de alquileres, madrugadas, paredes deterioradas, humedad y machimbres carcomidos... Estaba llena de argumentos, sentí que jugaba de visitante, me arme de valor y entonces quise ir al sitio más tibio y me dejó avanzar; sin dudarlo allí me dirigí.

Sé que el impulso me descontroló y hasta quizás fui salvaje; no sé qué hubiera preferido pero lo sucedido no fue más que su histeria que iba y venía envolviéndome con frases, senos, labios, cuello y suspiros.

Había dicho que me estudió y pretendía comprobar teorías investigando en arquetipos y en una noche encontró la intimidad. Y, aunque me confesó que la inhibía, no le creí, un fuego no inhibe a otro fuego, en todo caso se confunden.

Ella fue más que todas las mujeres, fue más que yo. Su obsesión por indagar, su poder de observación y su obsesivo análisis me ayudaron a descubrirme.

También manifestó que le producía “una especie de admiración” y hasta “sentimientos fuertes”. Pronunció tantas palabras que elevó mi ego a la décima potencia pero lo controlé, en un momento me desbordé pero se entretuvo con las llamas, eso me salvó.

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