Más que un simple cronista, Ors se presentaba como un periodista de ideas siempre atento al presente, dispuesto a oír «las palpitaciones del tiempo». Por encima de todo, creía en un género literario que le permitía, en una clara voluntad programática, formular conceptos que se concretaban en palabras clave que se extendieron (o se impusieron), con mayor o menor fortuna, en la vida social, cultural y política de la Cataluña de la época. Porque, según sus propias palabras, su principal objetivo era «acuñar conceptos como quien acuña moneda». Entre estos conceptos está el de noucentisme («novecentismo»), que le funcionó perfectamente como relato fundador y autojustificativo. El término fue utilizado en el año 1906, en primer lugar, en su forma adjetiva noucentista para denominar a los jóvenes noucentistes , es decir (gracias al doble significado de nou , «nueve» y «nuevo» en catalán), a los hombres del novecientos y a los partidarios de lo «nuevo».
Pero la glosa no era tan sólo un artículo de expresión personal firmado por un fino observador de la realidad ciudadana. En sus glosas había poesía y ensayo, narración y análisis; tanto aparecía un triste recuerdo infantil de un Ors atemorizado y perdido en la Rambla de Canaletes como la genial captación poética de un instante en la playa de la Barceloneta. En el «Glosari», aparecen también, combinadas con lecturas innumerables y decenas de referencias a la actualidad cultural europea o norteamericana, conversaciones de café y potins ciudadanos, consejos útiles para la vida práctica y temas de la vida cotidiana. Xènius mostraba toda su insaciable curiosidad intentando revitalizar el espíritu crítico de una sociedad que probablemente estaba más adormecida de lo que él mismo imaginaba.
Su repercusión internacional superó en seguida el ámbito catalán y hasta el español. Pongamos sólo un ejemplo. Desde Alemania, el catalanófilo Eberhard Vogel, filólogo, catedrático en la Escuela Real Técnica Superior de Aquisgrán, traductor del catalán al alemán y autor de un diccionario alemán-catalán, también se hizo eco del pensamiento de Eugenio d'Ors. Vogel publicaba, en el semanario antiliberal de Múnich Allgemeine Rundschau. Wochenschrift für Politik und Kultur , una serie de crónicas sobre cultura española. En uno de sus artículos, «Ein Sokrates des modernen Spanien» (núm. 14, 1 de marzo de 1913, pág. 289), Vogel explicaba su primera reacción como lector del Glosario :
«Hace seis años empecé a leer diariamente La Veu de Catalunya y encontré en sus columnas una contribución diaria, con el nombre de Glosari , firmada por un tal Xènius. Este diario está escrito en catalán y por eso es poco conocido en el extranjero, pero por su línea neutral y la variedad de los temas culturales que trata es mucho más que un diario de un partido de izquierda o de derecha: es un portavoz destacado de los regionalistas catalanes, cuyo programa está ganando cada vez más seguidores. Tengo que admitir que durante un tiempo [el Glosari ] no me gustó. Me pareció que el pseudónimo Xènius (guía turístico) procedía sobre todo a un defensor de una línea espiritual francesa al que, de vez en cuando, le gustaba mostrarse como conocedor de la forma alemana de pensar y trabajar. Por casualidad descubrí su nombre real: Eugeni d'Ors».13
Vogel tuvo que superar una reticencia inicial. En un primer momento, había considerado a Ors como un escritor hábil, «pirotécnico», del que le incomodaba la forma «juguetona y saltarina», a veces superficial, de tratar los temas diarios. Le molestaba el Ors más sibarita, el que se interesaba por las formas estéticas de la cultura contemporánea, como la moda, el baile o los hábitos de la comida. Pero muy pronto, asegura, empezó a valorar la curiosidad de Xènius, su interés por todas las ciencias, y su gran capacidad para formarse un criterio independiente en temas diversos e inusuales. Aquel que primero le había parecido que sólo era un «brillante ecléctico» se le aparecía rápidamente como un filósofo de gran profundidad moral que, desde su labor del Instituto de Estudios Catalanes, «que ahora ya tiene más renombre en el extranjero que todas las universidades españolas», conseguía remover las conciencias de una sociedad que seguía con fervor:
«Le di el nombre de Sócrates moderno por sus contribuciones en La Veu , que divulgó, seguramente por falta de un diario de gran alcance, al estilo de Sócrates, que solía hacerla mezclándose entre los jóvenes en mercados y campos de deportes. […] En todo caso, quien quiera acercarse a la nueva Cataluña, la levadura madre de España, debería aceptar como evangelio La Ben Plantada y La Nacionalitat Catalana, de Enric Prat de la Riba».
EL PRECEDENTE DE LAS SERIES DE GLOSAS: LA BIEN PLANTADA
A principios de julio del año 1911, Eugenio d'Ors y su familia se trasladaron a Can Ferrater, una casa solariega de Argentona, para pasar las vacaciones de verano. Instalado en una de las zonas preferidas de veraneo de la burguesía barcelonesa catalanista, un ambiente que conocía muy bien, Ors comenzó a publicar algunos artículos sobre las colonias veraniegas. Evocaba el ambiente de la colonia, con los burgueses y nuevos ricos que se desplazaban en tren desde sus casas de veraneo hacia Barcelona, con las familias que se quedaban, esperándoles, con hijos y criadas. Aparte de ir a visitar al pintor Joaquín Torres García en Vilassar de Mar, aquel verano Ors decidió dar forma narrativa a los valores de la tradición clásica que había defendido en los últimos cinco años desde el «Glosari», y optó por articularlos en una figura femenina arquetípica que debía responder a un ideal de mujer catalana que Ors reclamaba para identificar la sociedad de su tiempo. Es así como empezó a escribir, y a publicar, la serie de glosas autónomas y correlativas de agosto a noviembre de 1911 que llevarían el título común de «La Ben Plantada» y que desarrollarían un hilo argumental que constituiría una de las series estivales del «Glosari» más conocidas del autor.
Aunque es posible definir esta obra como una novela, como un ensayo filosófico o, incluso, como un poema en prosa, La Ben Plantada (que se publicaría en primera edición catalana a finales de 1911) plantea, de hecho, el problema de la representación artística de todo un ideario. Para decirlo en otras palabras, en este libro hay un conflicto constante entre la función poética y la función referencial, porque la mínima intriga narrativa coincide con la demostración máxima de una especie de alegoría metafísica y política con intención ejemplar. Quizá por esta razón, el libro ha sido y es susceptible, como mínimo, de dos tipos de lectura: o bien es leído como un «breviario de raza», como un «manual de doctrina», como una «investigación teórica», como un «ensayo filosófico con intención patriótica», como «un ensayo teórico sobre la filosofía de la catalanidad» (todos estos conceptos son del autor y aparecen en el libro), o bien es leído como un relato imaginario, como una «verídica historia», como una «invención», en definitiva, como una «novela». Claro que esta misma disyuntiva, este doble horizonte de lecturas generado por la obra misma, ya hacía que Ors otorgara al libro, pocos meses después de ser publicado, una clara indeterminación genérica que le llevaba a calificarlo de «especie de novela, […] hay en ella predicación de doctrina y predicación de ejemplo»14.
Así, reducir esta obra a su solo argumento, la llegada de una chica enigmática, de rasgos idealizados, a una población de veraneantes de la costa catalana, la expectación que despierta entre los habitantes de la colonia su comportamiento, las especulaciones sobre su prometido y su posterior desaparición, contenida en un episodio final en el que revela su lección ejemplar, no permitiría dar cuenta de toda su complejidad narrativa y simbólica. Escrita en primera persona, con toda la fuerza del presente, dividida en tres partes y con un estilo voluntariamente lírico que favorece la exaltación y el énfasis, en esta novela Ors da coherencia narrativa a unos fragmentos que tienen autonomía propia, que pueden ser leídos por separado, pero que, como el propio autor sostenía en el prólogo, no tienen nada que ver con la estructura de una novela de folletín, destinada «a avasallar el interés y angustia de la buena alma lectora a los intentos de lucro de algún noticiero periódico o empresa». La débil acción narrativa y el poco desarrollo de una verdadera intriga se ponen al servicio, eficazmente, de una estructura lineal, con un cierto esquematismo en la presentación, sin profundidades psicológicas en los personajes (Teresa no es en realidad un personaje que actúa, sino simplemente una presencia), ni retrospecciones o juegos temporales en la narración, donde quizá sólo destacan los elementos premonitorios que, desde el principio, anuncian al lector la «tragedia» final. La novela se fundamenta sobre todo en las reflexiones y descripciones que hace un narrador atónito, llamado Xènius, que se erige como única fuente del relato y que va describiendo, con admiración, sorpresa y emoción, las características físicas y morales de la figura protagonista.
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