Ella M. Robinson
Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.
Índice de contenido
Tapa
Prólogo Prólogo Estas historias de Elena de White, mi abuela, son verídicas. Los relatos de las visiones han sido verificados por cientos de testigos confiables, algunos de los cuales han dejado informes escritos acerca de los acontecimientos y las circunstancias que los acompañaron. Los detalles y las conversaciones se basan sobre su correspondencia personal y sus diarios, sus historias y las de su hijo, William Clarence White, que fue mi padre; y sobre información recogida de algunos familiares y amigos de ella. Sumo algunos detalles recogidos en mis 33 años de íntima relación con mi abuela. Ella M. Robinson
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Historias de mi abuela
Recuerdos felices acerca de Elena G. de White
Ella M. Robinson
Título del original: Stories of My Grandmother. Happy Memories About Ellen G. White Review and Herald Publishing Association, Hagerstown, MD, Estados Unidos, 1995.
Dirección: Jael Jerez
Traducción: Claudia Blath
Diseño de la tapa: Romina Genski
Diseño del interior: Marcelo Benítez
Ilustración de la tapa y del interior: Sandra Kevorkian, Shutterstock (Banco de imágenes)
Libro de edición argentina
IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina
Primera edición, e - Book
MMXXI
Es propiedad. Copyright de la edición en inglés © 2005 Descendientes de la Familia Robinson. Todos los derechos reservados.
© 2014, 2021 Asociación Casa Editora Sudamericana. Esta edición en castellano se publica con permiso del dueño del Copyright.
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
ISBN 978-987-798-370-8
Robinson, Ella M.Historias de mi abuela : Recuerdos felices acerca de Elena G. de White / Ella M. Robinson / Dirigido por Jael Jerez / Ilustrado por Sandra Kevorkian. - 1ª ed . - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2021.Libro digital, EPUBArchivo digital: OnlineTraducción de: Claudia Blath.ISBN 978-987-798-370-81. Vida cristiana. I. Jerez, Jael, dir. II. Kevorkian, Sandra, ilus. III. Blath, Claudia, trad. IV. Título.CDD 248.4 |
Publicado el 01 de marzo de 2021 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).
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Estas historias de Elena de White, mi abuela, son verídicas. Los relatos de las visiones han sido verificados por cientos de testigos confiables, algunos de los cuales han dejado informes escritos acerca de los acontecimientos y las circunstancias que los acompañaron. Los detalles y las conversaciones se basan sobre su correspondencia personal y sus diarios, sus historias y las de su hijo, William Clarence White, que fue mi padre; y sobre información recogida de algunos familiares y amigos de ella. Sumo algunos detalles recogidos en mis 33 años de íntima relación con mi abuela.
Ella M. Robinson
Capítulo 1
La vida en la casa de la abuela
Me senté a mirar a mi hermana, que peinaba el cabello suave y plateado de mi abuela, y a escuchar las historias que ella podría contar.
La abuela se sentó en su sillón cerca del hogar. Ya había terminado su trabajo por ese día. Yo subí corriendo las escaleras para buscar el peine y el cepillo, pero mi hermana menor llegó antes que yo. Así que, me senté a mirar cómo peinaba el cabello suave y plateado de la abuela, y a escuchar las historias que ella podría contar mientras tejía a dos agujas. ¡Tendré que ser un poco más rápida la próxima vez, para que Mabel no me gane!
–¿Qué estás haciendo, abuela? –pregunté.
–Estoy tejiendo calcetines gruesos para los obreros de la imprenta de Basilea, Suiza, y otros países donde los inviernos son muy fríos.
–¡La imprenta de Basilea! Allí es donde yo nací, ¿verdad, abuela? –preguntó Mabel.
–Sí. Los obreros allí vivían en departamentos en la Casa Editora.
–Entonces no me adoptaron, ¿verdad? Ella me dijo que me habían adoptado –Mabel me lanzó una mirada despectiva.
–No, Mabel, tú no eres adoptada; aunque si lo fueses, te amaríamos de igual modo –respondió la abuela–. Pero ¿de dónde sacaste esa idea, Ella?
–Porque cuando vi a Mabel por primera vez, alguien me dijo que el doctor trajo al bebé en su maletín.
Nos largamos a reír a carcajadas, y la abuela se reía con nosotras.
En ese momento, papá entró a la sala para hablar con la abuela, así que esa noche no escuchamos ninguna historia. Pero la referencia al nacimiento de Mabel en la imprenta de Basilea me llevó, en mis recuerdos, muchos años atrás, a la noche en que mamá me pidió que le alcanzara un pedazo de bizcocho a la bebé, para que lo mordisqueara mientras le preparaban la comida en la lámpara de alcohol. Tímidamente, me levanté de la cama y salí al largo pasillo oscuro. Pero, todo el temor se me pasó cuando, al pasar por la habitación de la abuela, vi una luz que brillaba debajo de su puerta. Entonces supe que no estaba sola. La abuela estaba despierta, y ocupada escribiendo. Debió de haber sido entre las dos y las cuatro de la madrugada, porque ese era su horario habitual para comenzar a trabajar.
Recuerdo un sábado cuando la abuela predicó en el salón de actos de Basilea. Un hombre a su lado traducía cada oración al francés, mientras ella hablaba. Entonces, otro lo repetía en alemán, para un grupo en otra parte del salón. Nuestra madre escribía los sermones de la abuela en taquigrafía y los pasaba en limpio con una lapicera, porque no teníamos máquinas de escribir en ese entonces. Ella seleccionaba partes para folletos y luego trabajaba con el traductor, para pasarlos al francés. A veces, cuando tenía poca ayuda, entraba en la sala de tipos y ella misma fijaba los tipos.
Como mamá estaba muy ocupada, “tía Sara” McEnterfer, la secretaria y compañera de viajes de la abuela, cuidaba a la bebé Mabel. Con frecuencia yo quedaba al cuidado de la cocinera, una joven dulce y aplicada llamada Christina Dahl. Yo tenía cinco años en ese entonces. Una de mis principales diversiones era vigilar hasta que Christina estuviese absorta en alguna tarea culinaria complicada; entonces, me escabullía de la cocina, bajaba a la sala en puntillas y golpeaba a la puerta de la abuela.
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