Al afrontar la lectura de un libro tan importante como Cézanne 6 (publicado por primera vez en 1921), por poner un solo ejemplo, la misma naturaleza informe del texto orsiano ya indica que se trata de una obra inusual que solicita a un lector activo. El proceso de lectura requerirá explorar a fondo la cartografía global de un gesto crítico insólito y muy propio de Eugenio d'Ors. No es una monografía sobre un autor, ni una interpretación estética de uno de los períodos más significativos del arte moderno, ni tampoco un capítulo crítico de la historia de la cultura europea. O dicho de otro modo: es quizás una autobiografía intelectual del mismo Ors que dice tanto más del biógrafo que del biografiado, es una obra de creación o de interpretación subjetiva que puede ser leída como una ficción de autor, como una «auto-bio-ficción» o, ¿sencillamente?, como una novela. La verdad de este libro no se encuentra en lo que se dice, sino en la aventura creativa que lo precede y que lo constituye.
Enfrentado al irresoluble binomio de las relaciones entre el arte y el poder, que han marcado toda la cultura del siglo XX, Ors recuerda aquella categoría del escritor híbrido que definía Roland Barthes7. Es decir, Ors no es un intelectual en un sentido amplio ni tampoco un simple maître à penser a la manera francesa, sino que se convierte en un escritor público, que realiza una obra personal de opinión que se sustenta sólo por la autoridad de quien la suscribe y no necesariamente por su erudición o su saber académico o profesional8. Es un autor que decide, para continuar con las palabras del crítico francés, «institucionalizar su subjetividad». Nada más lejos de Eugenio d'Ors, pues, que la abdicación del yo, porque precisamente se trata de un «gran escritor»9 que convierte en el fundamento de su obra la aparición de un «yo» que se presenta a sí mismo y que se otorga la autoridad suficiente para emitir un discurso y pretender ser escuchado. Obligado a decir en todo momento lo que pensaba y necesitando singularizar su discurso, Ors accedió a la tribuna pública sin mediación alguna, frente a frente con sus lectores. Su palabra devino instrumento y vehículo de un ideario que quizás no siempre la sociedad reclamaba: el europeísmo sistemático, la desprovincialización de Cataluña, el retorno a los valores clásicos estaban claros, pero también, no se olvide, la lucha por la cultura, la educación de la voluntad, los conceptos de continuidad, obediencia, disciplina, obra bien hecha, que ya no despertaban las mismas adhesiones.
Ors era necesario socialmente, admirado intelectualmente y citado por doquier, pero estuvo siempre a un punto de ser acusado de oscuro, de confuso, de intelectualista, de elitista, a fin de cuentas, de estéril. Ya sabemos que las delimitaciones internas de la vida cultural son mudables y que varían en función de los países y de las épocas. En todo caso, es evidente que Ors no se situaba solamente en la escena literaria sino en la cultural, en la esfera pública en general, y la autoridad de su voz no sólo le comprometía a sí mismo sino que inevitablemente pretendía encarnar una conciencia más amplia. Y por esto debió asumir con rotundidad el riesgo del contacto con el poder político. En 1920, al dejar de disponer de instituciones que le respaldaran (políticas, académicas o profesionales), a Ors difícilmente se le perdonó la osadía de levantar su voz solitaria y crítica con el poder. Y una reflexión desapasionada sobre las actuaciones de Eugenio d'Ors entre 1938 y 1942 debería llevarnos a las mismas conclusiones. La paradoja es que la sociedad siempre consume con más reservas la palabra transitiva que la intransitiva. Un novelista siempre será aupado por una industria editorial, por unos medios, por sus lectores.
Relegado al papel de ensayista y de teórico de la cultura, Ors acaba siendo un intelectual disidente y siempre heterodoxo. Empieza a dar la impresión de emprender un inacabable soliloquio, convertido en un intelectual errante, en diálogo permanente consigo mismo. En un momento determinado, parece dudar: o seguir los pasos del reconocido conde de Keyserling, el intelectual apátrida, brillante conferenciante europeo que se codea, de hotel en salón, con la aristocracia europea y se transforma en la vedette literaria de los mundanos clubs intelectuales. O recluirse, como Paul Valéry, para sistematizar su pensamiento y poder, sosegadamente, ordenar su obra. Solicitando infructuosamente la complicidad de unos lectores que una sociedad literaria medianamente organizada le habría asegurado, Ors no llegó a ser ni lo uno ni lo otro. En el París de los años treinta, y después de su breve paso por el Gobierno de Burgos, el Ors de la posguerra parece deambular sin brújula, solitario en un mundo de máscaras, hasta su muerte en 1954.
SIGNIFICACIÓN DEL «GLOSARIO»
El lunes 1 de enero de 1906 un joven llamado Eugeni Ors (la «d» suplementaria del apellido no se estabilizó hasta un tiempo más tarde), convertido pocas semanas después en Xènius, publicaba por primera vez en las páginas del diario La Veu de Catalunya , el portavoz del catalanismo político conservador, la rúbrica «Glosari», una columna periodística que obtuvo una repercusión y una influencia extraordinarias. Durante más de quince años en lengua catalana, y todavía durante casi treinta años más de «Glosario» en castellano, Ors supo elaborar un género literario personal e inclasificable. Desde el «Glosari», Xènius mostraba una curiosidad enciclopédica, desarrollando una habilidad admirable para tratar los temas más diversos. En poco tiempo, consiguió convertirse en el líder visible, el «verbalizador» según palabra de Josep Murgades, de todo un programa cultural y estético de gran incidencia política que debía llevarlo a construir cada día «nuevos sistemas metafísicos aptos para la acción». Pocos días después de haber iniciado su colaboración regular en el diario, Eugeni Ors fue enviado como corresponsal especial a Algeciras, donde se había de celebrar una conferencia internacional para reglamentar la influencia de varias potencias extranjeras sobre el Imperio de Marruecos. Después de aquella estancia, durante todo el mes de febrero, Ors publicó una serie de crónicas que sustituyeron la recién iniciada colaboración en La Veu de Catalunya . Hasta el mes de mayo de aquel primer año de «Glosari», Ors compaginó también su sección en el periódico de la Lliga con una serie de «reportajes», firmados como Xènius, en el semanario El Poble Català . Terminada esa colaboración al convertirse el semanario en diario y al ocurrir la muerte del corresponsal de La Veu en París, Eugenio d'Ors fue elegido para sustituirlo. Ors llegó a París en el mes de mayo y, liberado de la doble colaboración periodística, recuperó el pseudónimo para las glosas y comenzó a utilizar su nombre para firmar una nueva serie de «crónicas» parisinas similares a las de Algeciras, algunas de gran extensión y generalmente de tema artístico. En una carta a Raimon Casellas, Ors le anunciaba precisamente: «Dentro de unos días irá la primera de las crónicas de París. Pienso firmarlas con mi nombre o con las iniciales de mi nombre, como las de Algeciras. Y, para que no se repita en un solo día la misma firma, he pensado firmar desde hoy los Glosarios de un modo distinto. Firmaré Xènius, pseudónimo que ahora debe ser exclusivo de La Veu . Y, para justificar el cambio, he escrito el Glosari de hoy»10; Así, efectivamente, a partir de la glosa «Entre parèntesis: de com el Glosador se diu Xènius» (La Veu , 9 de mayo de 1906), esta, sin embargo, firmada excepcionalmente «Ors & Xènius», el resto de glosas aparecieron ya definitivamente firmadas como Xènius, y es con esta firma con la que se convirtieron en la obra que ha quedado indefectiblemente asociada a la de Eugenio d'Ors. El uso del término «glosa», discutido en ese mismo momento debido a su grafía (en catalán debería ser «glossa»), aunque era aceptado por los diccionarios, fue defendido con un sutil argumento de diferenciación genérica en una carta privada que Ors envió muchos años más tarde, el 8 de noviembre de 1918, a Jaume Bofill i Mates: «Dejadme ahora sólo protestar del Glosador con doble s puesto en la magnánima dedicatoria. Yo escribo glosas, improvisaciones, canciones si se quiere, como las del minúsculamente épico glosador mallorquín, inspirado por la realidad circunstancial que le rodea, no glosas apostilla vinculadas como las de un alejandrino o un boloñés operando sobre textos muertos. El Glosario puede ser una sarta de contadas, no un vocabulario de palabras. Por otra parte, nuestro académico Diccionario (genuflexión) me ampara»11. Había, además, en el «Glosari» una clara voluntad estilística, máximo exponente de la prosa de arte, que con los años debería ser casi tan célebre como sus contenidos y su autor. Un estilo, o quizás mejor dicho: una multiplicidad de tentativas estilísticas, caracterizado, por decirlo con palabras de Gustave Lanson, por la preeminencia de las asociaciones estéticas por encima de los lazos lógicos y por la subordinación de la exactitud gramatical a la intensidad poética12. Si se ha objetado que tanto el gusto por la afectación en el léxico como la interferencia de las dos lenguas de cultura del escritor, el francés y el español, llevaban a Ors a incorporar a la lengua catalana formas arcaizantes, cultismos y calcos sintácticos de forma quizá gratuita, también se puede decir que el verdadero efecto estilístico de la escritura de Eugenio d'Ors se produce en la acumulación de elementos de diferentes órdenes (intelectuales, sentimentales, musicales) para conseguir una eficacia evidente en la creación de imágenes, y no debe ser gratuito, aquí, recordar su interés constante por el discurso pictórico.
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