Juan Chabás - Testigo de excepción
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A lo largo de sus quince años de exilio, Juan Chabás no abandonó la creación en verso ni la prosa artística. Sin embargo, en este periodo de grandes carencias, obligado a otras ocupaciones entre las propias de la docencia, frecuentó preferentemente el artículo, el ensayo y la historiografía literaria, modalidad ensayística a la cual había acudido, cierto es que sin grandes pretensiones, durante la preguerra. Prodigó las contribuciones periodísticas —sobresalen las publicadas en El Nacional de Caracas y en Nosotros , periódico mensual cubano de la Casa de la Cultura, luego denominado España Republicana , del que durante algún tiempo fue redactor jefe—, sin desatender los trabajos realizados por encargo y necesidades económicas —La literatura y el teatro durante la guerra (1940), Aprenda ortografía en una semana (1946)—, ni tampoco otros proyectos de mayor holgura literaria.
Con la piel del alma curtida por el dilatado destierro, algunos amigos de Chabás durante sus primeras horas cubanas levantaron muy alta la queja contra el destino. Le veían vagar por La Habana vieja con el peso resignado del caminante sin rumbo declarado, pero hablaba todavía sin pasivo pesimismo, con esperanza doliente sobre España y de la resurrección para él nunca utópica de la República. Anduvo enseguida entre otros amores retorcidos. Se casó un tiempo con Lydia de Rivera, una liederista cubana, y perdió de nuevo sus enseres, se alimentó merced a algunas clases y dictando conferencias en Camagüey, en Matanzas, en Cienfuegos; fue aspirante a librero, preparó emisiones de radio, redactó manuales y artículos que publicaba regularmente España Republicana . Hasta que los vientos de proa amainaron siete años más tarde gracias a su matrimonio con Aída Valls y el contrato de una cátedra en Venezuela, que abandonó a finales de 1948 al producirse el golpe militar de Delgado Chalbaud contra Rómulo Gallegos. Regresaron definitivamente a la isla.
La reflexión o, por mejor decir, el discurso reflexivo sustentado en juicios de valor y en consideraciones críticas razonadas encuentra en el género del ensayo que practica Chabás durante los últimos años de vida el más adecuado y coherente soporte del pensamiento del escritor exiliado, comprometido políticamente, y de la comunicación teorética y estética firmemente arraigada en su formación y trayectoria intelectual. Precisamente una hechura intelectual bien trabada y la correcta asimilación de las tendencias críticas de su tiempo le proporcionaron las bases esenciales para el análisis, por un lado, de la producción literaria española en una obra esencial dentro del género historiográfico, Literatura española contemporánea, 1898-1950 (1952), y, por otro, de poetas con calificado renombre y obra en lengua española desde la Edad Media a la entonces contemporaneidad en Poetas de todos los tiempos: hispanos, hispanoamericanos y cubanos (1960), compilación de ensayos periodísticos inicialmente concebidos para ser transmitidos oralmente, que dejó muy avanzada en su concepción el propio autor y que, seis años después de su muerte, la Editorial Cultural de La Habana encargó reunirlos a Aída Valls, viuda del crítico. Era un nuevo libro publicado póstumamente, al igual que el volumen asimismo de ensayos, en este caso de sesgo político y filosófico, Con los mismos ojos (1956).
Por razones imperiosas de subsistencia entre 1945 y 1946 Chabás aceptó intervenir en la Radioemisora del Ministerio de Educación de Cuba en un programa cultural cuyo propósito primero consistía en difundir la trayectoria poética de escritores de países de lengua española, especialmente de España y Cuba, mediante sucesivos comentarios en torno a su producción más sobresaliente y el recitado de textos a cargo de Coralia de Céspedes. La propia naturaleza del medio y la voluntad de incitar didáctica y divulgadoramente al público oyente la curiosidad e interés por la poesía condicionaron ciertamente la brevedad y ligereza de las glosas que conocemos, pero aun en su carácter secundario la obra contiene otros componentes de provechosa valoración. Quien quiso organizar este volumen lo hizo bajo el criterio de ordenación cronológica, incluso preferentemente al de procedencia geográfica. La nómina de los compendiados es extensa y ampliamente representativa: mexicanos (Manuel Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, Enrique González Martínez, Alfonso Reyes, Octavio Paz), chilenos (Gabriela Mistral, Pablo Neruda), nicaragüenses (Rubén Darío, Salomón de la Selva), colombiano (José Asunción Silva), argentino (Leopoldo Lugones), uruguaya (Delmira Agustini), peruano (César Vallejo), y guatemalteco (Luis Cardoza y Aragón). A ellos se sumaron los cubanos Regino Pedroso, Rafaela Chacón Nardi, Ángel Augier, Cintio Vitier, Mariano Brull y Manuel Navarro Luna. El grueso del volumen lo constituye el bloque español: desde los poetas medievales a los clásicos, desde los románticos a los contemporáneos. Especial y muy valiosa contribución son los escritos acerca de los contemporáneos españoles, páginas concebidas a partir de un enorme esfuerzo de recuerdos, de memoria afectiva, que podríamos ponernos de acuerdo para denominar crítica memorialística. La nómina de autores crece con los noventayochistas Unamuno y Antonio Machado para enancharse con los modernistas (Joan Maragall, Valle-Inclán y Villaespesa) y el que Chabás llama grupo de transición (José Moreno Villa, Mauricio Bacarisse, Díez-Canedo), hasta alcanzar el Veintisiete: Guillén, Lorca, Prados, Aleixandre, Larrea, Ramón Gaya, Alberti, Bergamín, Max Aub, Rejano, Ernestina de Champourcin y el más epilogal Miguel Hernández.
A los escritores reunidos cabría sumar otros que tuvieron personalidad de principal relieve y por cuyo indispensable mérito de calidad su ausencia en estas páginas chirría sobremanera. Citemos únicamente entre los silencios al chileno Vicente Huidobro y al argentino Jorge Luis Borges, o a los españoles Pedro Salinas, Gerardo Diego, Manuel Altolaguirre y Luis Cernuda. Pensará el lector que cabría entender estas omisiones intencionadas, inexplicables, o simplemente que los originales de algunos guiones radiofónicos se perdieron para siempre. Por otra parte, permítaseme apresurar el paso para advertir a este mismo lector que los criterios selectivos del crítico en este volumen antológico son plurales: desde su inclusión justificada por valores estatuidos e indiscutibles en los clásicos al muy extendido reconocimiento y calidad literaria en el caso de los poetas contemporáneos, hecho este al que se suma, en ocasiones varias, la proximidad afectiva que había tenido Chabás con el autor tratado. La inmediatez de la historia, la historización de un fragmento temporal próximo, implica que no haya apenas espacio entre el historiador, que aquí es el eje de la obra, y lo que «narra» la historia literaria; o que esa mínima separación llegue a reducirse progresiva, decrecientemente. Mediante su memoria selectiva, Chabás se sitúa dentro de esa historia que narra: la realidad de la historia vivida, los espacios y ambientes que conoció, las entrañables semblanzas de escritores con los que mantuvo estrecha relación, incluso anécdotas de índole varia, etc. Por la naturaleza de estas páginas, convengamos en converger y concentrar nuestra mirada en las semblanzas de los poetas contemporáneos dibujadas analíticamente por Chabás.
Frecuentemente, comienza presentándonos al autor, la época que conoció, la obra que compuso. Preparan el retrato unas breves pinceladas sobre los rasgos físicos (prosopografía) y el carácter detenido en el alma del poeta (etopeya), aquello que mejor describe el recuerdo. Véase si no, como ejemplo, el principio del recuerdo de Jorge Guillén:
«Recuerdo a Jorge Guillén delgado y alto, con severidad de hombre castellano y cierta cortesía francesa, parisién, que suavizaba, enriqueciéndola de matices exteriores, aquella austera apariencia vallisoletana. Hablaba con mesura contenida, apoyaba las palabras con gestos ceñidos, deslizaba sus comentarios y sus afirmaciones con una elegancia que les quitaba toda pretenciosa pedantería».
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