—Aún no, entra…
Apenas un metro adentro:
—¿Vamos al Casa Domingo?
Norio se acercó a entreabrir un batiente de la ventana...
—¿¡Pero has visto cómo llueve!?
—Sí, sí, pero da igual...
—Bueeeno… Estás loco, pero de acuerdo: ¡vamos!
Salieron a la calle. Norio con la capucha puesta... Para protegerse de la lluvia, iban cerca de las paredes...
—¡¡MIERDA!!
A la vuelta de una esquina, el agua de un canalón acababa de alcanzarlo...
—¡¡JA, JA, JA, JA, JA…!!
De las cinco mesas ocupadas, cuatro lo estaban en la mitad más interna del local. Eligieron el lugar situado más adentro y quedaron separados del fondo por una sola mesa; pusieron sus impermeables sobre los respaldos de las sillas, se sentaron y utilizando servilletas de papel se secaron un poco la cara... Norio fue a limpiarse las manos; cuando volvió, Iván fue a su vez. Al entrar en el pasadizo echó una mirada a Judit, impenetrable...
—Señores, ¿para beber?
—¡Vino con gaseosa!
Con las botellas de vino y gaseosa, el jefe les entregó los plásticos y, con un pequeño cuaderno de espiral y un bolígrafo en mano, se quedó esperando...
—Ensalada de tomates y chuleta de cerdo con patatas.
—Yo, sopa de verduras y trucha...
—Muy bien.
Yendo hacia una mesa recién desocupada, gritó en dirección del pasadizo:
—¡UNA ENSALADA DE TOMATE Y UNA SOPA DE VERDURAS!
Mirando alrededor, Norio:
—Por las noches hay menos gente...
—Sí, el jefe no pondrá ningún desconocido en nuestra mesa.
—¡Qué graciosa la equivocación de la profesora de Literatura esta mañana!
—¡Sí, sí… Ja, ja, ja, ja, ja…!
—¡Ja, ja, ja, ja, ja…!
Se reían de buena gana. Es que por la mañana, dirigiéndose a un alumno asiático de una cuarentena de años, alto y bastante calvo, la profesora de Literatura Clásica había dicho:
—Os admiro, a los japoneses, por memorizar tantos ideogramas, realmente sois un pueblo ¡MUY INTELIGENTE!
El hombre sonreía tímidamente. Los más de cuarenta japoneses empezaron a reírse. Corrió la voz de que justo él no era japonés y terminó riéndose la clase entera... Al final, la profesora:
—¿Pero qué pasa?
—No es japonés, es coreano...
—Uy, perdón, pero ¿COMO LO PODÍA SABER YO? ¿Hay más coreanos en la clase?...
Dos chicas levantaron la mano...
El jefe, trapo blanco en el hombro izquierdo, estaba llegando con los dos primeros platos...
—¡La sopita y la ensalada de tomates!
—Gracias. ¡Buen provecho!
—¡Buen provecho!
—¡Me gusta tomar una sopa!, ¡me encanta totalmente!...
Con el plato principal, Norio llegó a hablar con tanto ardor de la lluvia intensa, que era frecuente en Kobe durante buena parte del año, que por un instante Iván disfrutó vislumbrando el puerto bajo un aguacero... Cuando hubieron acabado la comida...
—¿Quieres un cigarrillo?
—Bueno, sí, gracias.
Iván alcanzó la llama. A su vez, Norio encendió su cigarrillo y los dos se acomodaron un poco sobre las sillas para extender las piernas. Un cliente se levantó, el jefe fue a abrirle la puerta...
—¡Cómo se oye la lluvia de repente!
—Sí, da una sensación de extrañeza...
El día siguiente, el profesor de Poesía, Carlos Bousoño, aconsejó a los alumnos ir a ver la obra Flowers, de Lindsay Kemp Company, que se iba a dar en el Teatro Martín, recomendándoles no perder tiempo para sacar las entradas, ya que se iban a agotar pronto...
—Para daros una idea de la expectación, un amigo mío residente en Canarias me ha pedido sacarle dos entradas. ¡Va a tomar el avión solo para ver esta obra!
El día siguiente, miércoles 9 de noviembre, después de haber sesteado, Iván salió de la pensión con el objetivo del Drugstore de Fuencarral. En vez de Gran Vía y después Fuencarral, inició el camino por el dédalo de calles pequeñas...
A una quincena de metros, dos hombres estaban delante de una puerta; uno acababa de sacar un manojo de llaves. Se paró tras ellos. (Aparentaban unos veinticinco años). Buscaban la llave adecuada...
—Perdón, ¿qué estáis haciendo?
El que no tenía el manojo de llaves:
—Estamos abriendo un pub.
—¿¡Ah, sí!? ¿Puedo entrar?
Habiendo abierto ya, el otro:
—Pasa. ¡Hoy eres el primer cliente de El Antro Más Distinguido!
A unos trescientos metros de la calle Fuencarral, el pub estaba en el lado sur y de los impares de San Vicente Ferrer, la calle del Casa Domingo pero ya en el barrio de Malasaña.
Encendieron las luces. El local, bastante pequeño, presentaba dos partes. A continuación de la salida de la barra larga, de unos tres metros, ubicada al lado este e izquierdo al entrar, había dos cortas paredes perpendiculares con sendos muros longitudinales que, al estrechar el área, delimitaban el primer espacio de la parte más profunda. La primera parte, de unos cinco metros de ancho, apenas iluminada por la luz de la barra, estaba muy vacía, sin ninguna mesa; solo con unos taburetes altos a la derecha bajo el estante a lo largo del muro oeste.
La segunda parte, bien iluminada, era muy estrecha y más profunda, de unos dos metros. Dos bancos de cemento partían desde las dos paredes separadoras e iban pegados a sendos muros longitudinales hasta el fondo. Delante de estos bancos había mesas con taburetes pequeños y el espacio entre las dos filas de mesas terminaba con la puerta de los servicios, tras la cual uno desapareció mientras el otro ponía un disco.
Iván se mantenía a un metro de la barra. Resonaron resbaladizo el bajo y algo sincopada la batería, es Jimi Hendrix, la rítmica acercándose hasta no más, alarmante o familiar según…, entró la guitarra, ah, sí, es Stone Free… Llegó el primer momento en la canción, cuando el legendario músico pide especial atención a los oyentes:
—¡LISTEN TO THIS, PLEASE! —(«¡Escuchen esto por favor!»).
El encargado que volvía de la zona de servicios se paró para preguntar:
—¿Qué quieres?, ¿un tercio de cerveza?
—Sí, sí.
—¿Con un vaso?
—Sí, gracias.
—Si quieres puedes sentarte, te llevo todo.
Iván se adentró en la zona interior sentándose en el tramo central del banco de cemento del lado derecho y oeste... Entraron cuatro, se sentaron en el banco del lado izquierdo... Entraron más grupos de jóvenes... Después de cada llegada, la puerta, toda de madera, volvía a cerrarse devolviendo oscuridad al local... Todos iban a la parte más interior. Pronto había más de una treintena conversando alegremente, cualquiera interpelando a cualquiera de otra pandilla... Oyendo Jimi Hendrix, cuchicheando y estrujado entre dos grupos, Iván bebía observando unos rostros, estamos en una caja, podríamos estar en cualquier sitio...
—¡Y tú tan callado! ¿Qué opinas de lo que dice de los Kinks?
La pregunta venía de uno del grupo a su izquierda. Expresó una opinión muy comedida. Pero después, envalentonándose, quiso expresar algo ya más arriesgado sobre otra banda de rock y uno de la pandilla a su derecha, que se había mantenido atento, se dirigió a Iván:
—A VER, NO TE HE ENTENDIDO DEL TODO ¿¡PUEDES EXPLICAR OTRA VEZ LO QUE LES REPROCHAS A LOS RRRRROOOOOLLING STONEEEEEESSSSSS!?
Se quedó paralizado un instante, impresionado por el tono ralentizado y ronco del chico, pero esforzándose llegó a argüir:
—No niego que los rollings son muy buenos, pero para mí no han hecho un disco del calibre de Hunky Dory de David Bowie, ¡toma ya!, por ejemplo.
Dos días más tarde, el viernes 11 de noviembre, cerca de las 17:20, Iván, sentado en una de las dos mesas rectangulares muy largas del Drugstore de Fuencarral estaba bebiendo un poleo y leyendo el periódico Le Monde bastante concentrado, con la frente apoyada en la palma de una mano…
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