—¡Estamos completamente solos!
—Sí, es verdad.
Muy al principio Iván declaró que la pizza era muy buena, uf, ya lo he dicho, pero no solo era un cumplido sino que lo pensaba de verdad y ella, notándolo, se puso más contenta… Estuvieron comiendo y charlando, chismorreando también acerca de los amigos de clase. A veces esta actividad les gustaba mucho, él sabía que Sumiko era muy buena amiga suya y que con ella no debía pasarse. Yukari le informó que Sumiko había empezado a salir con un hombre casado, ella chismorreó algo acerca de Norio, pero también sabía que Iván le tenía mucha simpatía así que tampoco se pasó con él; además, ella también sentía verdadera simpatía hacia Norio. El resultado es que se reían más de Ricardo, de Kayako y de Chieko y también de otros alumnos europeos o estadounidenses de la clase… Yukari, empezando su tercer vaso de vino, ya tenía las mejillas muy rosadas y enarbolaba una sonrisa permanente; él terminó su pizza primero y como era la costumbre sin excepción alguna, ella apuntó:
—¡Qué tragón eres!
—¡Buf, no te digo!… Tu sonrisa es la dilatación de tu boca...
—¿En qué piensas?
—Pienso en…, sobre los árboles en las calles desiertas...
—¡Qué poeta!, ¡ji, ji, ji, ji, ji, ji, ji!...
Al haber terminado de comer, Yukari aspiró aire hasta tener superhinchadas sus mejillas y sopló de lado haciendo volar un lateral de su cortina de pelo…. Rieron del gesto de desahogo…. Ella sacó su mechero y el paquete de cigarrillos...
—¿Quieres uno?
—Sí, gracias. Está bien para la ocasión.
Yukari llevaba la túnica color violeta y, como otras veces había pasado, sus colores empezaron a girar en la mente de Iván…
—Sabes una cosa, Iván…
—No, dime.
—Qué tranquilidad tenemos y…, de verdad pienso en los árboles en las calles desiertas arriba, algunas ramas se mueven un poco...
Diecinueve días más tarde, el sábado 29 de abril, cerca de las 9:15, Iván apenas había salido de su casa cuando, al oír el ruido característico del ascensor poniéndose en marcha dos plantas más arriba, decidió no bajar correteando por la escalera como solía y apretó el botón el ascensor, que se paró en su planta, abrió la puerta y dos hombres jóvenes y morenos dentro ya habían hecho lo mismo con los dos batientes de la cabina...
—¡Buenos días!
—¡Buenos días!
—¡Buenos días!
Iván los había saludado unas cuantas veces en el gran vestíbulo de la planta baja o en la calle, en la inmediación de la entrada al edificio, pero nunca había tenido la ocasión de charlar con ellos. El barbudo tenía una pierna rígida, lo que le hacía cojear de manera bastante ostentosa. Entre sonrisas de circunstancia:
—¿En que planta vivís?
—En la séptima, es también una pensión.
—¿Tal vez sois de Sudamérica?
Una luz brotó en la mirada del barbudo y la expresión de su cara se suavizó sobremanera:
—No, somos de Palestina.
—Aahh...
—¿Y tú?
—De Francia.
—¡Hablas muy bien el español!
—Bueno, no es lo que hago peor.
Salieron del ascensor y llegando a la acera:
—Tiro hacia la izquierda.
—Nosotros hacia la derecha. ¡Que tengas buen día!
—¡Igualmente!
Iván, empezando a bajar Andrés Mellado, pensaba: es la primera vez que alguien se me presenta como palestino, en todo momento hablaba el barbudo y el otro no dejaba de sonreír.
Catorce días más tarde, el sábado 13 de mayo, Iván recién despierto estaba tendido en la cama mirando el techo... Sonó el timbre, ¡qué raro!...
—Hola...
¡¡Es Yukari!!...
—Hola, qué sorpresa. ¡Entra!
Se dieron dos toques a la puerta. Iván había reconocido la voz de Carmen.
—Sí.
La puerta se entreabrió y Carmen, sonriendo:
—Yukari te está esperando en el pasillo.
—Gracias, ahora voy.
Se movió lateralmente y empezó a vestirse...
—¡Que tengas un buen día, Iván!
—Buenos días, Virgilio. Jolín, eres como los gatos: ¡duermes con un solo ojo!
Apenas salió de la habitación, Carmen le tendió una carta...
—Perdona, ayer olvidamos dártela.
Poniendo la carta en su bolsillo trasero izquierdo:
—No pasa nada. Hasta luego, Carmen.
—¡Que tengáis un buen día!
Carmen cerró la puerta y Yukari e Iván emprendieron a bajar por la escalera, tomaron café solo, ella; y café cortado con magdalena, él; en el bar del santanderino justo al lado del portal… Poco tiempo después andaban bastante adentro del bosque del parque del Oeste y en un momento dado ella, poniendo la mano en su bolsillo trasero, percibió la lisura del sobre...
—¿No vas a leer la carta? Debe ser de tu madre.
—Es que me da pereza...
—Si quieres te la puedo leer.
—Pero no lees el francés.
—Ya veremos lo que entiendo y me dirás el resto...
—Bien, adelante...
Iván le tendió la carta, ella se sentó en el primer banco, sacó un pequeño cuchillo multiuso de su bolso y abrió el sobre. Él, dando pasos yendo y viniendo, la veía leyendo el papel, es raro, no me pide ayuda... Al haber terminado de leer, Yukari:
—La carta está escrita en español, no lo domina tanto como tú pero se defiende bien. Te ha conseguido un trabajo en un hostal de la London Hostal Association. Empezarás a principios de agosto. ¡Parece muy eficiente!…
—Vale, gracias.
—¿Pero no sueles leer sus cartas?
—No, no suelo leerlas, es que no hace mucha falta, además ya que me llama por teléfono una vez cada mes…
—¡Pues leyéndola he visto que es muy maja!
—Sí, sí, lo es... Aun queriéndome, es la persona que me ha hecho más daño. Horrible.
—En octubre tomaré, en Londres, el avión para Japón. Nos podremos ver entonces...
—¿Y no podrías quedarte en Europa? Podríamos empezar en la Costa Azul, sabiendo inglés y japonés seguro que podrías trabajar en una de las grandes empresas de la perfumería en Grasse, por ejemplo…
—¡No, ya sabes que mis padres me esperan! ¡Entre Birmingham y Madrid hace cuatro años que no me han visto!
—¿Y no puedo ir a Japón contigo?
—Buff, para empezar me temo que mis padres me quieren casar con uno de allí. Pero ya sabes que después de economizar dinero trabajando unos dos o tres años allí pienso abrir una tienda de productos japoneses en España. Entonces sí que podríamos juntarnos…
Doce días más tarde, el jueves 25 de mayo, a las 23:00 apenas pasadas, Yukari e Iván salían por Andrés Mellado...
—Siento como si hubiéramos pasado a través del cristal del portal...
—Ji, ji, ji, siento exactamente igual, ¡ji, ji, ji, ji, ji!
Bajaban la calle enlazados sin haberse preocupado aún por dónde iban a recalar primero...
—¡Gracias, Yukari, me encanta!
Le daba las gracias porque en un plis plas se había secado la nariz en su hombro.
—Ji, ji, ji, de nada, es gratis, ¡ji, ji, ji, ji, ji, ji, ji!...
Catorce días más tarde, el jueves 8 de junio, cerca de las 16:35, Yukari e Iván estaban absolutamente solos en la primera planta de un café en lado norte de la calle de Ferraz. Sentados en una banqueta de cuero marrón veían unos ventanales de la planta correspondiente enfrente, una mano sobre el muslo del otro; tenían las infusiones delante...
—¿Entonces el 17 te vas por unos diez días?
—Sí, con Chieko y dos amigas suyas vamos a dar una vuelta por España. Chieko me invita...
—¿Pero tiene tanto dinero?...
—Sí, sus padres son muy muy ricos...
—Pues no se nota, parece de lo más normal...
Se quedaron unos instantes en silencio, hasta que ella:
—¡Pero al volver tomaré el tren contigo hasta Cannes!
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