—¿Y ahora están bien?
—Ahora tiene su segundo marido, que es mi padre; su primer marido murió en la guerra. Era capitán de barco...
De repente su semblante se había tornado grave, no entiendo, si no conoció al primer marido de su madre, su cara tiene la seriedad de la niña con el triciclo... ¡Ah, sí!, es el respeto al muerto, a mí los muertos me traen sin mucho cuidado, no sé si podré aprender alguna vez.... Ella había empezado a soplar en la espesura del chocolate humeante...
—Entonces tu hermano, quince años de diferencia..., nació en 1938, ¿no?
—Sí, has hecho bien la cuenta, ji, ji, ji, ji...
—¿Cómo te llevas con él?
—No lo veo tanto, pero le tengo mucho respeto y a veces le pido consejo. Es muy muy bueno el chocolate que dan en los bares de Madrid, ¿verdad?
—Sí, no es de polvo. Es chocolate verdadero.
El jueves siguiente, 23 de febrero, alrededor de las 17:00, Iván, aún en la acera, percibió una melena mediana y lisa, ¿¡será ella!?... Efectivamente, lo estaba esperando tomando un vino dulce en la barra del café Comercial...
—¡Hola, Yukari!, ¡qué buena estás!, ¿tengo retraso?
—No, yo estaba un poco adelantada.
Se dieron un beso...
—¿Nos sentamos?
—Sí, mejor nos sentamos. ¿Terminas mi moscatel?
Le agradaba cómo estaba vestida: llevaba un vestido de color verde vivo ceñido y un poco corto que descubría sus muslos, unos leotardos negros que salían de unas botas marrones de apariencia sólida, qué botas más chulas, y encima de su vestido llevaba una chaqueta de cuero negro desabrochada que caía hasta su cintura. Él llevaba el periódico Le Monde que acababa de comprar en el Drugstore de Fuencarral ciento cincuenta metros antes. Se sentaron en una mesa de la larguísima banqueta de cuero marrón adosada a la pared. Esta se alejaba del escaparate enorme y no lo hacía de manera exactamente perpendicular, es que el ángulo no era recto sino que podía ser de ciento diez grados. A través del enorme cristalón podían contemplar un trozo de la Glorieta de Bilbao con la salida del metro en primer término...
—Señores. ¿Qué desean?
—Dos moscateles, ¿te parece bien?
—Sí.
—¡Dos moscateles, por favor!
—Muy bien.
—¿No te molesta que lea un poco el periódico?
—No, no, haz lo que apetezca...
Empezó a leer un artículo con la mano derecha sobre el muslo de Yukari... Pasando las páginas, buscaba otro artículo que lo atrajera. De vez en cuando mojaba el índice de su mano izquierda, libre. Por un instante paró de pasar las páginas para observarla mientras mantenía el moscatel a altura de su hombro izquierdo. Ella miraba hacia la derecha la glorieta bulliciosa y, sintiendo su mirada, ella:
—No me mires tanto, ji, ji, ji. Lee el periódico, ¡ji, ji, ji, ji, ji!...
Llegó a ver el titular sobre una antología de haikus... Habiendo leído el artículo así como unos ocho poemas japoneses de tres versos cogidos como ejemplos, se dirigió a ella:
—Mira, es un artículo sobre una antología de haikus que acaba de publicarse. Hay ocho haikus traducidos al francés...
—¡Ah, sí!…
Había girado la cabeza y se puso a mirar el artículo…
—Dos son de Bashõ, es el más célebre. Normalmente, leyendo un haiku debes enterarte de la estación, ¿me los traduces?
Cuando hubo terminado, ella:
—Están muy bien. ¿Cuál te gusta más?
—Mmm… Tal vez el del instante en que la luna toca el hilo de la caña de pescar. Visualizo al hombre acurrucado en la noche entre las hierbas altas, al borde del lago...
Al día siguiente alrededor de las 17:00, Yukari e Iván estaban de nuevo sentados en la misma banqueta del café Comercial con un café solo y un carajillo de coñac. Tomaron el primer trago y ella encendió un cigarrillo. Silenciosos, estuvieron mirando el bullicio afuera con gente que emergía de la salida del metro por oleadas... Cuando hubo apagado su cigarrillo en el cenicero, ella:
—Iván...
Un pico más agudo en su voz había encendido todas sus alarmas...
—Sí, ¡¡qué apagamiento en sus ojos!!, ¿qué?
—Sabes, mucha gente te ve superalegre; eres amable, te ríes mucho…, pero estando contigo he comprendido que en el fondo te sientes muy solo...
—No creas… Es que a veces...
El acaloramiento desmesurado de una vergüenza se había desatado en él. Continuó intentando convencerla de que no se sentía tan solo como ella creía... Pero cuando hubo terminado un desordenado alegato, ella:
—Lo siento, pero sigo pensando lo mismo y tenía que decírtelo...
Además del tremendo acaloramiento, él sentía algo sumamente desagradable en el vientre, la luz ya no es luz, es mierda infinita, ¡quiero disolverme en sudor y desaparecer para siempre en el cuero de esta banqueta!...
El sábado, 25 de febrero, solo en su habitación, Iván estaba tendido en su cama esperando que Yukari llegara. Iban a ir al único cine en Andrés Mellado, un poco más abajo casi al lado del mercado también único en esa calle. Tenía dos salas... Cerca de las 20:10 oyó el timbre, dio un salto y en un plis plas llegó para abrir la puerta...
—¡Hola, Yukari!
—¡Hola, Iván!
Se sonreían, ella manteniéndose fuera de alcance, a un metro y medio...
—¿Entras? Queda una hora para la película...
—No, lo siento, es que quiero comer algo ahora...
El sábado siguiente, 4 de marzo, cerca de las 16:05, Yukari e Iván estaban en la terraza de un café en la acera norte de la Gran Vía, en el tramo entre las calles Hortaleza y Fuencarral. El sol les daba de lleno. Ella, con un gorro blanco tipo golfista, había dejado su libro El informe Hite sobre la mesa y agarraba un cucurucho de helado vainilla que había empezado a lamer con evidente placer mientras Iván tomaba un café solo...
Él empezó a sentirse algo mareado viendo un atasco peatonal descomunal en el espacio superreducido de acera entre terraza y café y llegó a notar una transformación en la bola de helado de Yukari, ¡¡¡ostras ha esculpido una perfecta punta de polla!!!... Seguidamente creyó discernir que muchas miradas de transeúntes se dirigían hacia el helado de Yukari, ¡¡¡¡están mirando la punta de polla que está esculpiendo en plena Gran Vía y ella ni se entera!!!!, bebió de un trago lo que quedaba de café para irse ya, pero ella, visiblemente muy a gusto en el sol, parecía muy lejos de terminar su cucurucho dándole indolentes lengüetazos, ¡¡¡no es posible!!!, ¡¡¡está dando golpecitos que no sirven para nada sino para dejar la punta de la polla absolutamente incólume!!!... Ya, sin poder más:
—¡Oye, nos vamos ya!
—¡Pero si no he terminado!
—¡Termínalo de una vez! ¡Estoy mareado!
—¿Estás mareado?
Levantándose:
—Sí, con tanta gente me mareo.
—Bueno, voy a darme un poco de prisa, pero de verdad, ¡a veces no te entiendo!...
Ocho días más tarde, el domingo 12 de marzo, al encontrarse a las 11:00 en la plaza Mayor, Yukari:
—Mañana no voy a la facultad.
—¡Otra vez!...
—Ji, ji, ji, es que tengo una cita con un grupo de cinco japoneses que llegan a Madrid... No hablan nada de español y debo encontrarles un hostal..., ¿podrías acompañarme?
—¡Sí, claro!
—¿Sabes?, para los japoneses es muy importante que haya un baño o una ducha en la habitación.
Un día después, alrededor de las 10:00, Yukari e Iván se encontraron con el grupo de japoneses, tres chicas y dos chicos, en la plaza de España. Los japoneses y Yukari se saludaron haciendo inclinaciones y pronto emprendieron la subida de la Gran Vía... Al haber cruzado San Bernardo, Iván:
—En algún momento podríamos probar una adyacente a izquierda.
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