Yukari atendía el grupo, no paraba de sonreír, escuchar y contestar, se la notaba un poco nerviosa, creo que algunas veces tartamudea...
Como un cuarto de hora más tarde ya habían encontrado tres habitaciones con ducha en un hostal de la calle Tudescos y los viajeros japoneses estaban muy contentos con el hotel al lado la bulliciosa Gran Vía. Yukari se despidió de ellos con fuerza de sonrisas e inclinaciones. Al minuto, Yukari e Iván ya estaban solos:
—Me pareció un momento que se hablaba de mí...
—Sí, era pesado; sobre todo una que quería saber si estábamos juntos...
—Bueno, había uno majo que siempre me sonreía, ¿sabes? El que tenía una chaqueta de tela vaquera...
—Sí, era el más majo. En un momento le dijo a la chica: «¡Déjalos en paz!».
Cruzaron la plaza del Callao y empezaron a bajar en un dédalo de callejuelas de tres metros de ancho... Pasando un metro una encrucijada, entraron en una bodega pasando entre sus batientes abiertos de par en par. Estaba en el lado más al este de una callejuela que bajaba hacia el sureste. A dos metros de la entrada empezaba la barra corta, al lado izquierdo y norteño...
—Buenos días, ¿qué desean?
—Dos cañas, por favor.
Acodándose en la barra Yukari, hinchó sus mejillas, ¡¡que graciosa desfigurándose!!, y sopló de lado haciendo volar un tramo de su cortina de pelo... Rieron de buena gana del gesto...
—¡¡Ja, ja, ja!!...
—¡¡Ji, ji, ji, ji!!...
—Bueno, ¡¿estarás contenta de que el trámite haya terminado?!
—¡Uy, qué sí!
Se dieron un beso, llegaron las cañas y bebieron el primer trago...
—¡Cómo sabe bien la cerveza ahora!
Apoyando su mirada en él:
—Quedaron muy contentos, ¡me has ayudado mucho!
El camarero desapareció tras una puerta e Iván se puso a besarla... Ella ya aumentaba mucho la presión sobre su antebrazo para que separara su boca...
—Bueno, de acuerdo...
Bebieron un trago y miraron hacia fuera; el sol pegaba en el alto de una casa de la otra callejuela que iba también hacia abajo, pero al suroeste...
—Oye, me pareció que en algún momento tartamudeaste...
—¡Ji, ji, ji!, sí, es que son de Tokio y encuentran rara mi forma de hablar, ¡ji, ji, ji!, por eso cuando me pedían repetir, extrañados ante mi forma de hablar y con unos ojos grandes como platos, ¡ji, ji, ji!, me ponía más nerviosa, ¡ji, ji, ji!, y sí, es verdad, empezaba a tartamudear, ¡ji, ji, ji, ji, ji, ji!
Cinco días más tarde, el sábado 18 de marzo, Yukari e Iván fueron a almorzar en un restaurante japonés en la Corredera Baja de San Pablo. Era el único restaurante japonés con precio asequible que ella había encontrado en Madrid. Empezaron a mirar el menú, en la mesa vecina había una pareja. Alzando la mano, la mujer:
—¡Un té chino para nosotros dos, por favor!
Tres minutos más tarde volvió el camarero...
—Aquí tienen su té... ¡japonés!
Más tarde, Yukari e Iván ya estaban en la calle. Acababan de dejar el restaurante y él:
—Estaba muy buena la comida. Oye, ¿has visto el camarero japonés con los tés de la pareja al lado?
—Sí, ¡ji. Ji, ji, se picó cuando pidieron un té chino y dijo: «Aquí tienen su té...¡japonés!». Fue muy gracioso, ¡ji, ji, ji, ji, ji!...
Dos días más tarde, el lunes 20 de marzo, en la pausa de las 10:00, Chieko, Kayako, Sumiko, Yukari, Norio e Iván estaban en una mesa de la cafetería. Por la puerta que daba hacia el exterior entraba un rayo de sol corto y muy vivo. Yukari, hablando a Iván que estaba a su lado:
—Ahora mismo tengo que hacer algunas cosas, ¿me acompañas?
—Sí, sin problema.
Levantándose y dirigiéndose ya a toda la mesa:
—No vamos a ir a la clase siguiente. Norio, ¿podrías...?
—Sí, sí, os daré mis apuntes para fotocopiar.
Pasaron por Andrés Mellado para que Iván dejara su bolsa y enseguida se fueron al parque del Oeste adentrándose un poco en su espesura profunda… Ella, sentada en un banco, escribía una postal a su madre mientras que él disfrutaba con la conciencia de su propia respiración. Iba y venía dando pasos anonado ante el estallido de luminosidad, parece irreal... Ella, repasando lo escrito, se reía...
—¿Qué te pasa?
—Es que le escribo siempre casi lo mismo, ¡ji, ji, ji!, que estoy en un parque rodeada de flores y pájaros, ¡ji, ji, ji, ji!...
Cuando hubo guardado postal y bolígrafo en su bolso, él se dejó caer a su lado y la enlazó...
—¡Que se está aproximando el jardinero!
—¡Da igual!
—¡No da igual!
—Bueno...
Poco después se pararon en la barra del quiosco-bar a la salida del parque en la plaza de la Moncloa y al tener delante cañas y platillo de aceitunas ella preguntó:
—Después, ¿qué hacemos?
—¿Bajamos Princesa?
Se refería a la calle de la Princesa, al ladito de donde se encontraban.
—¡Buena idea!
El día después, Yukari e Iván acababan de terminar sus cañas otra vez completamente solos en la sala trasera del mesón en Diego de León. Eran cerca de las 19:50, y ella:
—Me tengo que ir, hoy me toca preparar la cena para las tres...
Se levantaron pero Iván enseguida tuvo que sentarse de nuevo y en un soplo:
—¡Espera!, no puedo…
—¿Qué te pasa?, ¡está muy muy pálido!...
—Es que me duele muchísimo y no puedo levantarme…
—¿Dónde te duele?
—Aquí.
De un gesto furtivo acababa de indicar la zona de su entrepierna.
—¡¡Pobre!!…
Se concentró intentando capear la dificultad y al par de minutos notando un reflujo del dolor se levantó rápido. No podía mantenerse totalmente erguido pero con los puños en lo profundo de los bolsillos de su impermeable salió del local manteniéndose lo menos encorvado posible y con Yukari tras él...
—¡Hasta luego!
—¡Hasta luego!
—¡Adiós, señores!
Anduvieron los escasos decámetros hasta pararse en Francisco Silvela... Acariciándole una ceja, ¡no me acaricies nada, joder, que me duele más!, lo miraba preocupada...
—¿Te puedo dejar?
—Sí, sí, ¡vete ya! Te miro entrar y me voy. ¡Hasta luego!
Pasó otro día y, cerca de las 18:45, Iván estaba en la barra del Cleo con Carlos, Ramón y Xosé cuando vio aparecer Yukari en la acera enfrente. Cruzó la calzada y entró sonriente...
—¡Hola, Yukari!
Dirigiéndose al grupo en conjunto, ella:
—¡Hola! ¡Buenas!
—¡Hola, Yukari!
—¿Tomas una caña?
—Sí, pero solo una.
—¿Después, te quedarás?
—No, tengo que ir a la casa de una amiga en la calle Tutor.
—¿Es de la clase?
—No, no la conoces.
—¿Es japonesa?
—No, es estadounidense.
Al día siguiente, el jueves 23 de marzo, al haber terminado las clases, estaban en vacaciones de Semana Santa y Yukari e Iván querían tener una mesa sin nadie más, y fueron a almorzar en un restaurante a unos cien metros del Casa Domingo habitual... Al acabar su segundo plato, él:
—Virgilio me dijo que no va a estar en casa hasta la medianoche. ¿Po...podríamos ir a mi casa?
—Sí, es una buena idea.
Momentos más tarde, subían Andrés Mellado, no tengo que andar demasiado aprisa... Llegados a la casa de Iván, fueron a la cocina para saludar. Emilia estaba planchando...
—Hola, buenas tardes...
—Hola, ¿qué tal estáis?
Yukari e Iván a la vez:
—Muy bien, gracias.
—Bien.
—¡Qué guapa estás!
En la habitación, Yukari se quitó la chaqueta e Iván fue de nuevo a la cocina a calentar una cacerola para el té... Yukari se sentó en la mesa. Mirando al otro lado del patio veía a Iván hablando con Emilia mientras esperaba que el agua hirviera...
Читать дальше