1 ...7 8 9 11 12 13 ...22 Desde esta perspectiva, Tucídides, en I 22, 1-2, nos informa de que habría elaborado una estructura que conjuga la narración de los hechos con la inclusión de discursos pronunciados en momentos cruciales y paradigmáticos. Ello explica el proceso de selección seguido y el que solo se reproduzcan algunos discursos. Así ocurre, por ejemplo, en el caso de los discursos de Cleón y Diódoto, que por su valor ejemplar son los únicos que introduce el historiador de un debate sobre la suerte de los habitantes de Mitilene, aunque ello suponga omitir el resto de las intervenciones que se sucedieron a lo largo del amplio debate que tiene lugar en el libro III. El propio historiador lo pone de manifiesto en el pasaje que introduce, a modo de engarce (Iglesias-Zoido 2006), el discurso de Cleón:
Se reunió en seguida una asamblea, en la que se expresaron diversas opiniones por parte de varios oradores; y Cleón, hijo de Cleéneto, que había hecho triunfar la anterior moción de dar muerte a los mitilenos, y que era en todos los aspectos el más violento de los ciudadanos y con mucho el que ejercía una mayor influencia sobre el pueblo en aquel entonces, se adelantó de nuevo y habló de este modo (III 36, 6).
Así, el historiador, no es que quisiese privar al lector de las otras intervenciones de ese debate, sino que, de manera coherente con su método, solo incluye aquellas que considera realmente paradigmáticas. Y en esta ocasión hubo dos oradores emblemáticos: el demagogo Cleón y el moderado Diódoto, que representa la voz de la prudencia:
Tal fue el discurso de Cleón. Después de él, Diódoto, hijo de Éucrates, que en la asamblea precedente ya se había distinguido por su oposición a condenar a muerte a los mitilenos, se adelantó de nuevo y habló del modo siguiente (III 41).
A la vista de este proceder que se repite a lo largo de la obra, la primera parte del capítulo metodológico debería ser entendida como una valiosa declaración de intenciones, en la que el historiador expone los problemas planteados a la hora de componer esos discursos paradigmáticos y el modo en que los resolvió. Tucídides pretendía reflejar la exactitud (akríbeian) de lo realmente dicho por esos oradores, pero se encontró ante dos dificultades. En primer lugar, ante un problema de transmisión de la información, debido a la poca fiabilidad de las fuentes de información oral. Así, deja constancia de la dificultad de recordar (diamnemoneúsai) con exactitud las palabras pronunciadas y la posibilidad de recibir exposiciones sesgadas. Con la mirada puesta en su utilidad futura, el historiador recurre a «lo preciso y necesario» (ta déonta) dentro del tema de ese discurso, ajustándose lo más posible a la «idea global» (xympáses gnómes) de lo realmente pronunciado por esos oradores selectos. Es evidente que esta declaración de intenciones va más allá de la simple reconstrucción de la verdad histórica y pone de manifiesto el grado de complejidad de una obra que ha de situarse en el contexto de la sofística. De hecho, junto a su intención de reconstruir lo que no se conocía con exactitud, Tucídides, al componer estos discursos, también habría sacado partido de los recursos argumentativos que ponía a su disposición la retórica contemporánea. De este modo, sin sacrificar la idea global de lo que pronunciaron esos oradores, podía dotar estas intervenciones de la forma retórica más adecuada y comprensible para sus receptores. Es así como ofrece discursos útiles. No con la pretensión de ser fiel a lo que ahora podríamos denominar «objetividad historiográfica», sino para profundizar en las causas profundas de los hechos y, de paso, ofrecer modelos oratorios fácilmente reconocibles. Y, para lograrlo, la retórica puso en su mano un valioso instrumento: lo probable (eikós).
Así, frente a quienes —desde una perspectiva filosófica, como ocurrió en el caso de Platón— se oponían a los procedimientos retóricos basados en la probabilidad, por su relegación de la verdad a un segundo plano, y frente al utilitarismo amoral de los sofistas —para los que valía cualquier medio para ganar un debate—, Tucídides utiliza lo «probable» en sus discursos como un medio de diagnosticar el cuerpo social de la pólis y de profundizar en las causas de la confrontación bélica. Del mismo modo que la medicina hipocrática había proporcionado los medios para comprender las causas internas y externas de los desequilibrios del hombre como individuo, la experiencia oratoria y retórica le permitió al historiador no solo reproducir lo fragmentariamente conocido, sino también recrear unos discursos más efectivos y penetrantes que, desde su consideración paradigmática, facilitasen la comprensión del comportamiento del hombre como colectivo.
Es evidente que con la aplicación de esta metodología se corre el riesgo de imprimir a todos los discursos un tono similar, más próximo al estilo personal del historiador que a lo que pudo haber sido realmente pronunciado por los diferentes oradores. Incluso, llevado al extremo, se corre el riesgo de sustituir las palabras realmente pronunciadas por aquellas otras que el historiador considerase más adecuadas o verosímiles tanto con respecto a la persona (convertida ahora en personaje), como a la situación en la que se hallase. Con todo, la metodología para la composición de discursos historiográficos, enunciada y llevada a la práctica por primera vez por Tucídides, presenta la innegable ventaja de que permite reconstruir (en el caso de que no haya una información directa y fiable) e, incluso, rehacer (en el caso de que se abrevie o amplíe la información disponible) los discursos, siempre con la vista puesta en su utilidad pragmática. De este modo, la gran aportación de Tucídides consistió en crear una metodología que muestra por primera vez las enormes posibilidades del discurso historiográfico. Este, considerado como un complemento fundamental de la narración de los hechos, es el instrumento intelectual que permite, por medio de su concepción modélica, comprender mejor el contexto en el que se produjeron y, sobre todo, las causas (evidentes u ocultas) que los motivaron.
No obstante, los discursos de Tucídides no son un elemento que pueda aislarse, sin más, dentro del conjunto de esta historia modélica. Como el propio Tucídides afirma en su capítulo metodológico (I 22), discursos (lógoi) y narración de los hechos (érga) conforman una unidad difícilmente separable. Los discursos, frente a lo que todavía ocurre en la obra de Heródoto, ya no son un elemento subordinado a la narración, un medio para aportar variedad y dramatismo al relato de los hechos. Este proceder, que estaba firmemente asentado en la cultura literaria griega, y que hunde sus más profundas raíces en los mecanismos narrativos de la épica homérica, fue alterado de manera decisiva por Tucídides para componer un nuevo tipo de obra histórica. Algo nunca visto hasta entonces. En el nuevo molde forjado a finales del siglo V a. C., la narración sigue siendo el hilo conductor del relato de los hechos sucedidos en la terrible contienda. Pero ahora esa misma narración se complementa con discursos que ponen de manifiesto ante el lector mentalidades, comportamientos y estrategias difíciles de explicar de otro modo. Esta fecunda mezcla, en la que la narración introduce discursos que adelantan o explican sucesos que el historiador va a relatar a continuación, conforma ese perfecto entramado que ha fascinado a todos sus lectores. Tucídides compuso una historia en la que los hechos cobran sentido a través de los discursos y los discursos adquieren una inusitada intensidad a partir de los hechos. El éxito de esta metodología pragmática, convertida en modelo para generaciones de historiadores, permite entender la enorme importancia que va a alcanzar la obra en épocas siguientes en las que se desarrolló un riquísimo legado.
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