Penelope Ward - Un hombre para un destino

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"Todo empezó con un vestido…" Cuando entré en aquella tienda de segunda mano, allí estaba: el vestido perfecto, con plumas y… una misteriosa nota de un tal Reed Eastwood. Parecía el hombre más romántico del mundo, pero nada más lejos de la realidad. Es arrogante y cínico, y ahora, además, es mi jefe. Necesito descubrir la verdad tras esa preciosa nota y nada me detendrá. Un relato sobre segundas oportunidades
best seller del
Wall Street Journal

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Por fin, a primera hora de la tarde, volví a sentirme como un ser humano y me di una ducha. Cuando hube terminado, desconecté el teléfono del cargador y me senté a la mesa, con el pelo húmedo envuelto en una toalla y comprobé mis mensajes de texto. Había olvidado que el teléfono me había despertado hasta que vi que tenía un mensaje en el buzón de voz. Probablemente se tratase de otra empresa de trabajo temporal que quería perder el tiempo entrevistándome a pesar de no tener ninguna oferta de trabajo. Pulsé el botón para escuchar el mensaje y agarré el cepillo para peinarme el pelo mientras tanto.

Hola, señorita Darling. Soy Rebecca Shelton, de Eastwood Properties. Llamo en respuesta a su petición de visitar el ático de la torre Millenium. Hoy tenemos una jornada de puertas abiertas, a las cuatro de la tarde. El señor Eastwood estará allí, si desea visitar el piso después. ¿Alrededor de las cinco le va bien? Por favor, confírmeme por teléfono si es así. Nuestro número es…

No escuché el número porque había dejado caer el teléfono sobre la cama. «Madre mía». Se me había olvidado por completo que había estado fisgoneando el perfil del chico de la nota azul. De repente, empecé a recordar cosas entre una densa neblina. Aquel rostro. Aquel rostro tan atractivo. ¿Cómo lo había olvidado? Recordé que había repasado sus fotografías, luego, su biografía, y que eso me había llevado a una página web, Eastwood Properties. Pero luego ya no me acordaba de nada más.

Fui a mi portátil, repasé el historial de navegación y abrí la última página que había visitado.

Eastwood Properties es una de las inmobiliarias independientes más grandes del mundo. Ofrecemos las propiedades más exclusivas y prestigiosas a compradores de alto nivel y garantizamos la mayor privacidad para ambas partes. Tanto si desea comprar un ático de lujo en Nueva York con vistas al parque, una residencia en primera línea de playa en los Hamptons, un encantador refugio en las montañas, o si su intención es adquirir su propia isla privada, sus sueños empiezan en Eastwood.

Había un enlace para la búsqueda de propiedades, así que tecleé el nombre del lugar que había mencionado la mujer en el buzón de voz: torre Millenium. Apareció el ático a la venta. Por solo doce millones de dólares, podía convertirme en la propietaria de un apartamento en la avenida Columbus, con unas vistas impresionantes a Central Park. «Le firmaré un cheque ahora mismo».

Después de babear con un vídeo y media docena de fotos, cliqué en el botón para concertar una cita y visitar la propiedad. Apareció una ventana que decía: «Para proteger la privacidad y seguridad de los propietarios, todos los interesados en adquirir una propiedad deben completar una solicitud para visitarla. Solo contactaremos con los compradores que superen el proceso de revisión de sus credenciales».

Solté un bufido. «Menudo proceso de revisión, Eastwood». Ni siquiera tenía el dinero suficiente para tomar el metro y llegar a ese apartamento tan elegante, y mucho menos comprarlo. A saber qué habría escrito en el formulario para pasar el filtro.

Cerré la página. Estaba a punto de apagar el portátil y volver a la cama cuando decidí echar otro vistazo a Don Romántico en Facebook.

Madre mía, era guapísimo.

¿Y si…?

«No debería».

Las ideas que una tiene borracha nunca acaban bien.

«No sería capaz».

Pero…

Aquella cara…

Y aquella nota…

«Tan romántica. Tan bonita…».

Además, jamás había visto el interior de un ático valorado en doce millones de dólares.

No debería haberlo hecho, de verdad.

Pero… había pasado los últimos dos años haciendo todo lo que debía hacer. ¿Y adónde me había llevado eso?

Aquí, maldita sea. A esta situación, con resaca y en el paro, sentada en un apartamento asqueroso. Quizá había llegado la hora de hacer todo lo que no debía, para variar. Agarré el teléfono y mi dedo se detuvo sobre el botón de rellamada durante unos instantes.

«A la mierda».

Nadie lo sabría. Podía ser divertido vestirme como si fuera una mujer rica y fingir que venía del Upper West Side para satisfacer mi curiosidad y conocer a aquel hombre. No había nada de malo en ello.

Al menos, no se me ocurría nada. «Pero ya sabes lo que dicen de la curiosidad y el gato…».

Llamé.

—Hola. Soy Charlotte Darling. Llamo para confirmar la cita con Reed Eastwood…

Capítulo 3

Charlotte

—Puede dar una vuelta o quedarse aquí en el vestíbulo, lo que prefiera. El señor Eastwood todavía está con la cita anterior, pero no debería tardar.

Al parecer, hacía falta más de una persona para enseñar un ático de lujo. Por allí no solo estaba Reed Eastwood, sino también una azafata cuyo cometido era recibirme y entregarme un folleto de papel resplandeciente sobre la propiedad.

—Gracias —le dije, antes de que desapareciese.

Me quedé en el vestíbulo, sosteniendo mi bolso de color verde intenso de Kate Spade, que había encontrado en la sección de rebajas de T. J. Maxx, con la creciente sensación de que había cometido un grave error.

Debía recordarme por qué estaba allí. ¿Qué tenía que perder? Absolutamente nada. Mi vida era un desastre y, al menos, aquella visita satisfaría mi curiosidad por el autor de la nota azul; después, podría olvidarme de todo. Solo quería saber qué había sido de él, de los dos. Tras eso, seguiría con mi vida.

Treinta minutos después, seguía esperando. Oí una conversación apagada al otro lado del vestíbulo, pero aún no había visto salir a nadie.

Entonces me llegó a los oídos el sonido de unos pasos a lo largo del suelo de mármol.

El corazón se me aceleró y volvió a calmarse al ver a la azafata acompañando a una pareja de aspecto acomodado a través del vestíbulo, hacia la salida. Ni rastro de Reed Eastwood.

La mujer, que sostenía un perrito blanco, me sonrió antes de que los tres desaparecieran en el ascensor.

¿Dónde estaba?

Durante un instante, pensé que se había olvidado de mí por completo. El silencio reinaba en aquel lugar. ¿Habría una salida en la parte trasera? Aunque quizá debería haberme quedado en el vestíbulo, decidí pasear un poco y llegué hasta una enorme biblioteca.

Todo el espacio estaba forrado de paneles de manera oscura y masculina. Las estanterías abiertas cubrían todas las paredes, desde el suelo hasta el techo. A mis pies había una alfombra persa que probablemente costaba más de lo que yo ganaba en un año.

El olor de los libros era embriagador. Me acerqué a una de las estanterías y agarré el primero que me llamó la atención: Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain. Recordaba que me habían hablado acerca de aquel libro en el colegio, hacía mil años, pero ni por asomo me acordaba de qué iba.

—Es la primera gran novela americana, aunque depende de a quién se lo pregunte.

Mi cuerpo se estremeció al oír su voz profunda y penetrante. Era una de esas voces que te traspasan por completo.

Me llevé la mano al pecho y me volví.

—Me ha asustado.

—¿Creía que estaba sola?

Al verlo, me quedé helada por completo. Reed Eastwood era tan oscuro e intimidaba tanto como aquella habitación. Con solo una mirada suya, las rodillas empezaron a temblarme. Era incluso más alto de lo que había imaginado y llevaba lo que, sin duda, era un traje hecho a medida. De verdad. Le sentaba de muerte y envolvía su torso como un guante. También llevaba pajarita y tirantes; en cualquier otro hombre, aquello me habría parecido ridículo, pero en él, con aquellos músculos y pectorales, resultaba increíblemente sexy .

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