María Benítez Sierra - Salitre en la piel

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Salitre en la piel: краткое содержание, описание и аннотация

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A veces, el camino a casa no es fácil. Y, a veces, huir es la única forma de encontrar algo.
Ojalá alguien te quiera tanto como yo quería huir. Ojalá esta fuera nuestra historia de amor. Ven, que te llevo cerquita del mar. Ven, que te llevo a un lugar bello, tranquilo, hermoso.
Un pedacito de tierra diseñado para el disfrute del ser humano. Uno de esos lugares que crean recuerdos de sal en la piel y perforan tu memoria sin permiso alguno, haciendo que vuelvas a rescatar el brillo de las olas en cualquier época del año.
Un lugar al que viajar física o mentalmente cada vez que la realidad venga de visita.
Agarra una maleta vieja, un bikini o dos y salgamos pitando a ese lugar, aunque solo sea para hundir una vez más tus pies en la arena.
Ven. Y quédate.
He hecho café para toda la vida.

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Alguien dejó una nota para mi persona que decía que era la mejor monitora del campamento porque era la única que no les ordenaba abrazar a los árboles —cuando los niños se comportaban como terroristas en miniatura, les ordenábamos hacerlo por un periodo de unos diez minutos para que reflexionaran sobre lo que habían hecho—. Y otra, curiosamente anónima, que decía: Nos vemos a medianoche en el merendero .

Al principio pensé que era una broma bien intencionada de uno de los críos, ya que estaba escrita con la misma caligrafía de uno de cinco años. Justo cuando terminé de leerla, levanté la cabeza y miré alrededor. Sí, efectivamente, el mensaje era de Rodrigo. Lo supe en cuanto alcé la mirada y lo encontré devolviéndome la mirada con una ceja levantada y esa sonrisa que provocaba terremotos en las ciudades de mi cabeza.

Los niños pasaron una velada fantástica, se fueron —por fin— a dormir y todo el personal adulto nos quedamos a celebrar el fin del campamento. Como era la última noche, decidimos no llevar el uniforme nórdico, así que yo me planté un peto denim desgastado con un crop top de tirantes blanco que hacía resaltar mi moreno, las dos trenzas que María, la pelirroja talentosa, me hacía y una diadema elástica color teja. Cuando volvimos a los bungalows después de la cena, en la cabaña hablábamos de lo rápido que había pasado el tiempo.

—Pues yo me voy a pasar todo el mes de septiembre en Tarifa, haciendo nada. Bueno sí, vuelta y vuelta al sol hasta que me tueste como una almendrita. ¡Voy a estar desnuda un puto mes entero! —decía María, mientras doblaba sus ropas de arcoíris de mala manera.

—Nosotras vamos a recorrer Grecia en moto, ¿te apuntas, Olivia?... ¿Olivia? ¡Eh! —susurraba Valle, mientras ojeaba un libro sin ninguna intención de leerlo.

—¿Qué?, ¡¿qué?!

—Chiquilla, ¿dónde estás?

—Ay, joder, perdón. Chicas, tengo que contaros una cosa —contesté mientras sostenía en mis manos la nota de Rodrigo.

Bien. En todo grupo grande o pequeño de hembras, cuando una de ellas anuncia que tiene algo que contar, todas las presentes se sientan como si fuera una película de cine que está a punto de empezar. Lo hacen —sorprendentemente— en orden y normalmente en círculo.

—¡Suéltalo!

—¿Te has tirado al director? ¡Lo sabía! Me debes quince pavos —exclamó Valle a Elena mientras le daba un par de codazos. Espera, ¿habían hecho una apuesta?

—¡No, guarras! —Puse los ojos en blanco—. ¿Por qué le debes quince pavos?

Silencio y risas.

—Tengo un mensaje de Rodrigo del buzón. Vamos a vernos ahora en el merendero.

—¡¡FUÁ!!

—¿Fuá qué? —miré extrañada y confusa.

—Pues que, cariño, eres muy joven para darte cuenta, pero este sí que es un truhan. ¡Y además es tan mono! —contestó Valle, mientras tiraba el libro con más ganas de las que tenía de leerlo.

—Espera, ¿qué quieres decir? ¿Acaso se os ha insinuado?

—¡Qué va, tonta! Lo hemos visto con la niña esa de Asturias. ¿Jennifer? ¿Jessica? Como sea. Los hemos visto algunas veces HA-BLAR —lo dijo en dos sílabas, elevando ligeramente el tono de su voz— en los baños, cuando salíamos de lavarnos los dientes antes de dormir.

—Y entonces, ¿qué? —pregunté con los brazos en jarra, como si fuera la malvada esposa de un gaucho de una telenovela argentina.

—Pero ¿qué te pasa? ¿Es que te gusta?

—¡Te pone, te pone! —gritó María, señalándome con el dedo índice.

—No, no. ¡No! ¡No! Es que no... bueno, sí. Pero me parece que va detrás de todas.

—Menudo gilipollas. —María, la dulce.

—¡Ve, tonta! Igual hasta te lo follas esta noche. —Elena, poetisa y lesbiana.

—Haz el favor de no hacer el imbécil y no dejarte embaucar por los encantos del socorrista. —Valle, la voz de mi conciencia.

De camino al merendero estaba nerviosa. Respiré hondo y entonces me relajé; fui con mi actitud, como siempre, un poco insegura de lo que iba a pasar, pero tranquila, y allí me lo encontré. Cuando lo vi... no me esperaba que fuera de esa manera.

Encontré a Rodrigo sentado en un pareo de cuadros rojo y blanco, con una cajita muy mona de pícnic de mimbre, con velas y guirnaldas de luces que creaban un ambiente de una noche de verano perfecta.

—Disculpa, ¿esperas a alguien?

—Ja, ja... Ven, siéntate. Tengo que decirte algo, Olivia —me dijo tranquilo con una sonrisa mientras indicaba con su mano un sitio a su lado.

Me senté junto a él mientras me ofrecía una copa de vino blanco y me pasaba un trocito de pan untado con mantequilla.

—Verás, Olivia. He pensado que, como nos vamos mañana, quizá te apetecería venir en coche conmigo hasta Madrid.

—¡Ah! Me temo que tengo que ir en el autobús con los niños.

—Tenemos monitores para eso, no te preocupes.

—Ah, vale. ¡Claro! ¿Es que ahora eres el director en funciones?

—Qué va, qué va. Bueno, ¿quieres venir conmigo hasta Madrid? Podemos tomar algo por el centro, ¿qué te parece?

—Ya... Lo cierto es que, si me pones en un lado de la balanza un autobús lleno de niños gritando, cantando y vomitando, y en el otro un viaje en coche..., te diría que sí ahora mismo. Pero tendré que consultarlo con el resto, ¿no crees?

Asintió y entendió que mi respuesta era un sí con interrogante. Reímos. Estuvimos charlando de nuevo hasta las tantas de la madrugada. Es cierto que no habíamos tenido mucho tiempo de conocernos, pero sabíamos que entre nosotros había complicidad y podíamos contárnoslo todo. ¿No te ha pasado nunca?

Por ejemplo, descubrí que Rodrigo era un chico bastante normal de un pueblo a las afueras de Madrid, que vivía solo en un apartamento en la capital y estudiaba Derecho en una universidad privada que tenía que pagarse él mismo. También descubrí que tenía una hermana pequeña a la que adoraba, pero que nunca veía, y que le gustaba jugar al fútbol. Además, averigüé que era un chico extrovertido, le gustaba pasar tiempo con su familia y sus amigos y había tenido solo dos relaciones estables en su vida y que salieron mal. No me detuve mucho a hacer preguntas porque parecía incómodo con las respuestas.

—Bueno, se está haciendo tarde. Deberíamos irnos a dormir, mañana nos toca la última batalla.

—Uf... Batalla será si finalmente vas con las tribus en el autobús... Te desearé buena suerte desde la ventanilla.

—¡Ja! Lo intentaré, pero no te prometo nada. Oye, ¿te puedo preguntar algo?

—Claro, dispara.

—¿Tienes algo con Jessica?

Silencio incómodo de más de treinta segundos. Rodrigo miró a izquierda y derecha con ojos expresivos. «Olivia, sal corriendo, actúa normal, como que no pasa nada. Venga, ¡levanta! Pero ¿por qué no te levantas?».

—No.

—Oye, que no es asunto mío. Tan solo quería... preguntar.

—Jessica tiene novio. Pero además de novio, tiene problemas que ni a ti ni a mí nos incumben. Además, ella sabe que...

—¿Qué?

—Nada, Olivia.

Decidí no hacer ni una pregunta más. Disfrutamos de lo poco que quedaba de la botella de vino, del pan con mantequilla y de la noche de verano, y después nos despedimos hasta el día siguiente. Rodrigo me dio un suave y caluroso beso en la mejilla y al mismo tiempo susurró un «me gustas», que creyó que ni siquiera había oído y que me tuvo despierta unas cuantas horas más...

II

EL DETONANTE

Hablé con algunos monitores y me dieron luz verde. Aun así, no podía descuadrar el primer trayecto, así que decidí volver con los niños en el autobús hasta un punto intermedio entre el centro y la sierra de Madrid. Quedé con Rodrigo en que nos encontraríamos en uno de los pueblos donde paraba el autobús.

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