Úna Fingal - La princesa de Whitechapel

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La princesa de Whitechapel: краткое содержание, описание и аннотация

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En el Londres victoriano, Mackenzie Burton, apodada la princesa de Whitechapel, por sus ropajes y collares, es una joven que ha sobrevivido en el mundo gracias al pillaje, su astucia y a la banda de Dylan de la que forma parte. Pero un día la fortuna deja de sonreírle y debe huir de Londres para evitar que su sentencia a muerte se cumpla.
Deambulando sola por los caminos, Lady Danford la confunde con una dama asaltada al ver sus collares y harapos. El encuentro fortuito, dará pie a hacerse pasar por una rica heredera, que deberá casarse con el conde Gleastard, el hermano de Lady Danford, un hombre mayor que vive alejado en el solitario condado de Clare, en Wildwood Towers.
Cuando Mackenzie llega a la mansión amurallada sobre los acantilados, intenta huir de una boda que no desea, es entonces cuando se cruza en su vida Trevor Coverdale. El intenso encuentro, dará pie a una atracción inesperada.
Llegados a este punto ¿Podrá Mackenzie librarse del matrimonio impuesto? ¿Será Trevor lo que aparenta? ¿Habrá un final feliz para la princesa de Whitechapel? Descúbrelo en esta trepidante novela de amor y aventuras de la mano de Úna Fingal.

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—Ciertamente, la Providencia en su infinita bondad nos ha provisto de buena fortuna.

La joven puso morros y los ojos en blanco, un gesto muy característico de cuando le aburría soberanamente lo que le decían. Pero a la baronesa le daban igual sus caras, ella tenía un objetivo y un plan y era preciso aleccionar a la damita en ciernes.

—Ahora descansaremos y repondremos fuerzas. Debemos dejar atrás el disgusto, solo tenemos una vida que vivir, de nada sirven las lamentaciones cuando nos queda todo el camino por delante, ¿entiendes?

La princesa estaba bastante de acuerdo:

—Yo no me lamento —dijo tan tranquila.

—Exacto, eso es lo que me gusta de ti. Eres práctica, como yo. Es natural que me duela haber perdido a miss Burton, pero ya no podemos hacer nada por ella, y en cambio sí por nosotros. Que somos los que estamos aquí. Ella ya pasó a mejor vida, ya descansa en la paz del Señor, pero nosotros… Nosotros no tenemos por qué vivir un infierno si puede evitarse…

—¡Alto! —la detuvo su interlocutora que no soportaba aquel nivel de verborrea—. Ahora me dará las explicaciones debidas. Y me debe unas cuantas, soy toda oídos.

Y con los brazos en jarras y su altiva chulería se dispuso a escuchar cuanto aquella señorial baronesilla quisiese relatar.

—Bueno, verás, yo… —empezó la dama, ahora entrecortada—. Debería comenzar aclarando el porqué de esta boda y…

La princesa perdió la paciencia y la apremió:

—¡Al lío! Que tengo sueño, vamos.

—De acuerdo —dijo la baronesa.

Como aquella ígnea mirada atemorizaba a cualquiera, la mujer resumió la situación cuanto pudo.

—Está bien. —Estiró sus faldas con las manos en un gesto seco y preciso. Era su tic. Inspiró hondo y exhaló aire. Se sentó en el borde de una de las camas y miró a su interlocutora. Estaba preparada para hablar—. Mi hermano, Hogan Coverdale, es el 5.º conde de Gleastard. Él es más joven, y de alguna manera siempre he sido como su madre, porque la nuestra murió al nacer nuestro hermano menor, Cecil. Cecil murió tan joven que apenas le recuerdo, su amada esposa y él se fueron uno detrás de otro a causa de la tisis, la fatídica muerte romántica. Dejaron un chico pequeño… A saber qué habrá sido de él. Para ser sincera, jamás mantuve relación con ese hermano, nunca fue de mi agrado.

»En cambio Hogan, sí. Hogan siempre ha sido la niña de mis ojos, mi debilidad. Somos cómplices antes que hermanos y nos llevamos a las mil maravillas. Al fallecimiento de nuestro padre, heredó un condado devastado desde la Gran Hambruna, semi abandonado, arruinado y comido por las deudas. De entre las diversas propuestas para sanear la economía de las arcas de Gleastard, una en especial resultaba de lo más conveniente, unir fortunas y títulos mediante un matrimonio ventajoso. Acudí a un casamentero de mi máxima confianza, lord Basildon, banquero que maneja la mitad de las grandes fortunas de Inglaterra, Irlanda, India, y América. Enseguida dio con las candidatas perfectas, y de entre todas ellas, miss Mackenzie Burton fue la escogida: joven, con educación exquisita, inglesa de orígenes irlandeses, no demasiado fea, internada en un colegio del que solo saldría para casarse. Su tío, sir Charles Burton, había amasado una fortuna con el ferrocarril, al llevarlo a América, fue uno de los impulsores… Ni se casó ni tuvo descendencia, con lo que le dejaba todo a su única pariente, su sobrina.

»Así las cosas, sir Charles, y yo, en representación de mi hermano, mantuvimos una interesante reunión donde se acordó el matrimonio. No creas que lord Gleastard estaba demasiado entusiasmado, ni entonces ni ahora. Pero el anciano sir Charles sí, y mucho, de alguna manera su descendencia emparentaba con la nobleza. Me pidió colgar un retrato en la galería de los antepasados de Wildwood Towers… Me resultó tan enternecedor… Quizás algún día podríamos intentarlo…

»Llegado el momento de conocer a la novia, me trasladé al internado y tomé el té con ella en presencia de una de las religiosas. Fue muy cortés y educada, se guardó de mostrar sus sentimientos, y no hizo ninguna manifestación inconveniente. Parecía un gran acierto, pero hubo algo en ella que no me gustó. Fue su fría mirada, sentí que no era sincera, y eso me inquietó. Sentía que me había equivocado, porque jamás nos daría ni una gota de afecto. Y a Hogan hay que quererlo, con que sea un poco menos de cuanto yo quise a mi Horace me conformo. Pero… bueno, ya era demasiado tarde. Todo había sido convenido, incluida la fecha. Así que cerré los ojos y confié en no acertar en mis impresiones.

»Hice dos visitas más a sir Charles, y ya no lo volví a ver. El caballero murió poco después, de manera que fui a buscar a miss Burton antes de lo previsto. Todo está dispuesto para que la boda se celebre en cuanto lleguemos.

»Lord Gleastard solo la conoce por un pequeño grabado, lo mismo que tú a él…

—¿Yo? —saltó la princesa.

La baronesa prosiguió como si no la hubiese escuchado:

—Ha habido intercambio de cartas entre vosotros… Naturalmente, tampoco sabrás escribir…

La joven se arremangó como una macarra, no iba a pegarla ni mucho menos, pero se arremangó.

—También habrá que arreglar eso, claro está —siguió lady Danford a lo suyo.

—No entiendo a dónde quiere ir a parar con semejante folletín ni qué tiene que ver conmigo.

Lady Danford se levantó con aire grave y se acercó a la joven, se situó frente a ella y la cogió por los hombros, y aunque la princesa se desprendió de aquellas manos con gesto desafiante, la dama proclamó su veredicto y decisión respecto de su destino, de modo ineludible:

—Me acompañarás a Irlanda. Contraerás matrimonio con mi hermano, lord Gleastard, y seremos cuñadas, porque tú eres miss Mackenzie Burton, sobrina de sir Charles Burton, a quien el malogrado amó como a su propia hija. Eres miss Mackenzie Burton porque yo misma fui a recogerte a tu internado tras mi viaje por Grecia y Europa, porque eres pelirroja, tienes los ojos de un tigre de Bengala y la piel blanca de la luna. Eres Mackenzie Burton porque Jane Red yace muerta sobre una piedra tras el salvaje asalto de los criminales del bosque.

La muchacha estaba pasmada. Abrió la boca y la volvió a cerrar. Su gesto desafiante desapareció, realmente se sentía confundida ante su propia confusión… ¿Qué significaba todo aquello? ¿Qué demonios significaba todo aquello?

—¿Qué demonios…? —estalló.

—No puedo presentarme ante el conde sin ti… —afirmó de modo implorante lady Danford—. Mackenzie. —Y se reafirmó con rotundidad—. Sencillamente, no puedo, miss Burton. Y usted debe comprenderlo.

La decretada Mackenzie contempló sus manos y brazos repletos de arañazos y alguna cicatriz con la boca abierta, luego a lady Danford que de nuevo tomaba asiento sobre el borde de la cama, y luego el anillo de su meñique, el que le regalara Dylan, qué lejana parecía aquella vida… También ella se sentó en el borde de la otra cama, aturdida. Trataba de asimilar lo escuchado y su propia e inesperada reacción ante ello, ser Mackenzie Burton no parecía tan malo, pero ¿era lo que quería? ¿Cómo saberlo? La baronesa se fijó en el anillo:

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