Estrella Correa - Trilogía completa Un gin-tonic, por favor

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Trilogía completa Un gin-tonic, por favor: краткое содержание, описание и аннотация

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Toda la trilogía en un solo volumen y con contenido inédito Atrevida, sensual, divertida, emocionante. Llena de sorpresas y engaños. Todo se une en una novela donde el amor inunda cada página, nada es lo que parece y las dudas rodean a una chica que lucha por sobrevivir cada día tratando de olvidar el pasado. Dani es una mujer trabajadora enamorada del arte y que, como todos, busca ser feliz. Le encanta salir de fiesta con sus amigas a pasarlo bien y en una de esas noches confusas conoce al enigmático y atractivo Alejandro Fernández, un empresario acostumbrado a triunfar y a conseguir todo lo que desea. Ninguno de los dos espera lo que sus corazones comienzan a sentir y, desde luego, tampoco lo que les depara el futuro al obligarlos a enfrentarse a lo que verdaderamente son. ¿Podrán superar todas las pruebas que el destino les depara? ¿Serán capaces de asimilar todo lo que ocurre a su alrededor? «Un gin-tonic, por favor» es el título de la primera parte de una trilogía que te hará reír y llorar a partes iguales. Una historia diferente, en la que encontrarás, no solo amistad y erotismo, sino mucho más. ¿Quieres saber qué? Adéntrate en la vida de estos personajes y no podrás parar de leer hasta conocer el final. «Una novela para reír, llorar y, sobre todo, pasa sentir. Ilusiona saber y leer a autoras con magia en la pluma». «Una montaña rusa que no te deja respirar. Una sorpresa tras otra. Magnífica trama».

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—Pues sí que tenías hambre. —Sonríe al ver que me he zampado más de media pizza yo sola.

Me encojo de hombros, me pongo colorada y trato de ocultarlo.

—Me encantan tus mejillas sonrosadas. La primera vez que las vi te habías caído en mi regazo.

—Lo siento. La culpa fue de la mochila.

—Yo diría que fue gracias a ella. —Me guiña un ojo y sigue comiendo.

Terminamos de cenar. Hablamos. Nos reímos. Y... Me despierto relajada, oliendo a mermelada de frutas y sintiendo un calor muy satisfactorio alrededor del cuerpo. No me lo puedo creer. Nos hemos quedado dormidos en el sofá. Intento moverme, pero dos brazos me rodean y me aprietan con fuerza pegando su pecho a mi espalda. Me empiezo a poner nerviosa, es una situación un poco embarazosa.

—Álvaro..., Álvaro..., despierta. —Susurro moviéndome un poco.

—Mmmm —me abraza más fuerte.

Vuelvo a intentar soltarme, pero es imposible. Miro el reloj de diseño bizantino que cuelga sobre la pared. Las cuatro y veinte de la mañana. Muchas personas me considerarán una fresca, pero decido volver a dormirme entre esos robustos brazos y mañana que el sol salga por donde quiera.

*******

Actualidad.

Las cinco de la tarde.

No sé si empezar a ponerme nerviosa.

Le he contado a Sara mi cita de esta tarde y se ha partido de risa. Yo me he enfadado mucho. Ese tal Alex puede ser un asesino en serie, o un violador de Danis . Al final Fernando se sale con la suya y me encuentran en un cubo de basura. Descuartizada y quemada. Me doy pena.

—No seas tan dramática, vamos a darle una oportunidad. A lo mejor es un dios griego multimillonario que se enamora de ti y te lleva todas las noches al séptimo cielo —dice haciendo aspavientos—. Claro que también podría ser un friki de esos amigos tuyos que visitan la galería de arte, con gafas, bigote, traje gris triste y corbata azul salpicada de salsa verde.

—Muy graciosa. Mariano es muy majo —me parto de risa.

—Anda, dúchate. Después te vestimos. Si nos agrada, le abrimos y lo dejamos pasar. Si no nos gusta, le digo que lo sientes mucho, pero que hace unos meses solicitaste un voluntariado para hacer pozos de agua potable en pueblos indígenas y que hoy mismo te han llamado de Guinea Ecuatorial.

Nos descuajaringamos con las risotadas.

No sé qué haría sin ella. Hace tiempo perdí la confianza en la personas. Me llevé un par de meses casi sin hablar con nadie. Hasta que conocí a Sara. Me hizo comprender que todas las personas no son iguales y que no debo cerrarme al mundo. No le doy las gracias todo lo que debiera. Este es un momento como otro cualquiera, así que me tiro sobre ella, la abrazo y me la como a besos. Las dos rodamos por la alfombra.

—Te quiero, te quiero, te quiero.

Suena el teléfono y descuelgo sin mirar, todavía recuperándome del esfuerzo.

—¿Si?

—No me cuelgues.

—Treinta segundos —apunto seria.

Me pongo de pie.

—Lo siento. Creí que sólo éramos amigos. Dejaste bien claro que no teníamos nada serio.

—Y no lo teníamos, Jose. Deja de culparte por ello. Pero no quiero volver a verte. Hazme un favor y olvídate de mí.

—Yo sólo...

—Tú sólo te tiraste a otra —lo corto.

—Pero...

—¡Pero nada, joder! Éramos amigos. Cuando te conocí, te pedí sinceridad. Yo fui sincera contigo. No pedí exclusividad, pedí respeto.

Silencio.

—Olvídalo. Pasamos un buen rato. Lo pasamos bien.

—No me eches de tu vida, Dani...

—Te has ido tú. No me hagas responsable de tus actos —y cuelgo.

Hace mucho tiempo decidí que no volverían a hacerme daño y, aunque no siempre lo consigo, intento que no me afecten demasiado las cosas. Para ello tengo una pócima mágica, es una mezcla de no dejar entrar a nadie nuevo en mi vida, desconfianza, no esperar nada de nadie y, la más importante, que le den por culo a todo dios.

Conocí a Jose tres meses atrás. Hasta hace unas semanas nos acostábamos cuando nos venía en ganas, pero una noche decidió tirarse a una rubia con tetas de goma y labios llenos de bótox en el baño de un bar mientras yo pedía nuestras copas. Eso no se hace. Entendámonos. No acordamos exclusividad, pero, ¡coño!, ¡un poco de respeto en esta puta vida! Después de follarse a la tía, viene y me besa como si nada, pero, como soy muy viva, se lo noté en la mirada. En eso y en que olía a sexo, estaba despeinado, tenía el cuello lleno de carmín y la bragueta bajada. ¡Ah! y en que la rubia había salido tras él del baño y nos miraba con una cara mezcla de satisfacción y burla. Blanco y en botella.

Hay que ser gilipollas. Es un hombre, sólo digo eso.

Le di un guantazo. Creo que aún tiene mi mano señalada en la cara.

Que le den.

Y como tengo el corazón blindado, pues a otra cosa, mariposa.

A las cinco y media de la tarde mi «Club de la comedia» sigue sentado en la cocina trazando el plan.

—Vale, tú esperas en la habitación —me dice—. Yo abro la puerta —gesticula teatralmente—, si me doy cuenta de que es un loco asesino, se la cierro en las narices. Si empiezo a chillar, es que no me ha dado tiempo y está intentando matarme. En este caso, sales con el espray de pimienta y le rocías la cara con él. Si es un friki de la galería, le doy las gracias por venir y le digo que estás enferma. Si es un dios griego —enfatiza—, ¡oh! ¡dios mío! y espero que lo sea, le digo que pase, le ofrezco algo de beber y que espere en el salón mientras voy a darte la enhorabuena por la suerte que tienes, zorra —sonríe.

—Perfecto, no hay ningún fleco suelto.

Me sudan las manos. Llevo puesto un vaquero azul roto por las rodillas, unas Nike Crossfit blancas, una camiseta gris con el cuello caído hacia un lado en la que pone con letras plateadas "J’aime l’art", una pañoleta gris oscuro y una chaqueta verde militar dos tallas más grande. El pelo liso en una cola alta informal y los labios pintados de burdeos mate. Me miro en el espejo, estoy perfecta, pero debería darme igual porque no sé ni con quién he quedado. Bueno, por si las moscas.

Miro el reloj. Las seis menos cinco de la tarde. Suspiro.

Me siento en la cama. Suspiro.

Miro mis zapatos. Me tiro de espaldas sobre el colchón. Suspiro.

Enciendo la pantalla del móvil. Las seis en punto. Me levanto de un salto. Me enfado.

Me enfado mucho. Y me digo a mí misma que ahora mismo voy a terminar con esta tontería. Ni una locura más. Ese tal Alex puede ser cualquiera, un psicópata asesino, por ejemplo. O puede ser una broma. Alguien que tiene un humor muy, pero que muy negro.

Se acabó. Freno en seco mis vueltas por la habitación y voy a girar el pomo cuando este se abre y veo la cara de sorpresa de Sara que con una sonrisa me dice:

—Opción c, el dios griego.

Salgo despacio y me dirijo al salón. Sara viene detrás. Casi no hacemos ruido al andar. Al llegar, no veo a nadie en él. Giro el cuello ciento ochenta grados y junto a la ventana observo a una persona de pie mirando a través de ella. Debe medir al menos un metro noventa, la espalda ancha, hombros y brazos robustos, culo de impresión, piernas atléticas... «Madre mía, el dios griego. Si le acompaña la cara, me lo quedo!», pienso intentando disimular los nervios. Para mí es muy importante el tándem cara–culo, no es ningún secreto.

Como él no se percata de nuestra presencia y yo estoy petrificada, Sara decide tomar la iniciativa, carraspea y el dios griego se gira y atrapa mi mirada, penetrando hasta lo más profundo de mi ser. Me siento intimidada, casi violada, son sólo unos segundos, pero mi cuerpo se electrifica. Son los ojos más azules y excitantes que he visto nunca...

Espera, estos ojos los he visto yo antes...

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