Estrella Correa - Trilogía completa Un gin-tonic, por favor

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Trilogía completa Un gin-tonic, por favor: краткое содержание, описание и аннотация

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Toda la trilogía en un solo volumen y con contenido inédito Atrevida, sensual, divertida, emocionante. Llena de sorpresas y engaños. Todo se une en una novela donde el amor inunda cada página, nada es lo que parece y las dudas rodean a una chica que lucha por sobrevivir cada día tratando de olvidar el pasado. Dani es una mujer trabajadora enamorada del arte y que, como todos, busca ser feliz. Le encanta salir de fiesta con sus amigas a pasarlo bien y en una de esas noches confusas conoce al enigmático y atractivo Alejandro Fernández, un empresario acostumbrado a triunfar y a conseguir todo lo que desea. Ninguno de los dos espera lo que sus corazones comienzan a sentir y, desde luego, tampoco lo que les depara el futuro al obligarlos a enfrentarse a lo que verdaderamente son. ¿Podrán superar todas las pruebas que el destino les depara? ¿Serán capaces de asimilar todo lo que ocurre a su alrededor? «Un gin-tonic, por favor» es el título de la primera parte de una trilogía que te hará reír y llorar a partes iguales. Una historia diferente, en la que encontrarás, no solo amistad y erotismo, sino mucho más. ¿Quieres saber qué? Adéntrate en la vida de estos personajes y no podrás parar de leer hasta conocer el final. «Una novela para reír, llorar y, sobre todo, pasa sentir. Ilusiona saber y leer a autoras con magia en la pluma». «Una montaña rusa que no te deja respirar. Una sorpresa tras otra. Magnífica trama».

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«No digas tonterías, Dani».

Estupendo, llego sin problemas. Miro hacia atrás antes de entrar, me agarro al pomo de la puerta y compruebo que nadie se ha percatado de las dos veces que casi beso el suelo. Nadie se fija en mí, aunque durante todo el trayecto me ha acompañado la rara sensación de que me vigilaban.

Entro en el baño, lujoso y sobrado de espacio. A mi izquierda, un lavabo de mármol con dos pilas y grifos dorados. A mi derecha, tres puertas esconden los retretes. Entro en una de ellas y hago lo que he venido a hacer. Me quedo bastante más tranquila. Salgo, me lavo las manos, me (des)peino un poco y me vuelvo a pintar los labios. Contemplo mi imagen reflejada en el espejo. No estoy nada mal. El negro siempre me ha sentado bien. Hoy tengo el guapo subido. Tomo clara conciencia de que, no obstante, la falda quizá peque de corta. Tiro en vano de ella hacia abajo, no se puede sacar de donde no hay.

—La tela no va a ceder. —Escucho una voz grave y profunda que, inexplicablemente, me hace estremecer.

Miro hacia ese rugido y me encuentro a un tipo con cara de enfadado y apretando los puños. ¿Perdona? Un momento, ¿quién coño es este tío borde?, ¿qué le importa lo que lleve puesto?, ¿y qué cojones hace en el baño de señoras? Me ha leído el pensamiento porque sigue:

—El baño es unisex. —Su voz aparenta más bien una amenaza. Señala el cartel que lo indica sin dejar de mirarme. Su semblante serio me estremece. Lo juzgaría un tío que quita el hipo, macizo más que bueno, si no me cayera tan mal, así sin conocernos. Pero, madre mía, cómo le queda el traje, esos brazos torneados, esos labios carnosos, esa mirada azulada...

«¡Frena, Dani, que te embalas!».

Enfadada conmigo misma y por la reacción de mi cuerpo, opto por pasar de él y ni le contesto. Recojo mi mini bolso de Tous de la encimera, me hago la digna y salgo del baño sin mirar atrás. Sólo he recorrido un par de metros y, aún en el pasillo que separa el baño de las salas, el engreído me coge del codo y tira de mí. Me giro enfadada y le grito sin contenerme:

—Oye, no me toques, ¿quién te crees que eres?

No dice nada. Cada vez está más... ¿molesto? Sólo pasa un segundo, pero siento cómo intenta serenarse. Y, sin soltarme, baja acariciando la piel de mi brazo hasta rodear mi muñeca, me abre la mano y posa sobre ella el pintalabios que acabo de utilizar. En ese momento, algún tipo de electricidad recorre mi brazo hasta el estómago y de ahí baja a lo más profundo de mi ser. Sin soltarme, atrapa mi mirada y juraría que él siente el mismo latigazo que yo. Sus ojos vidriosos, su respiración y la manera de dejarse caer sobre una de sus piernas me lo confirman. Nos mantenemos así unos breves segundos hasta que decido que ya es suficiente y tiro de mi brazo para apartarme.

«¡Cabrón enchaquetado engreído!».

—Gracias —levanto la mano enseñando el pintalabios. Y giro sobre mi cuerpo rezando para no caerme mientras logro llegar a mi mesa.

—¿Qué te pasa? Parece que has visto un fantasma —me dice Sara con una sonrisa.

—Sí, un fantasma. Tú lo has dicho —y seguimos con nuestra cena, riéndonos de todo y de nada en particular.

Tras hora y media y dos botellas más de vino, terminamos de cenar y salimos de aquel sitio que me tenía un poco asfixiada. Al salir a la calle, vuelvo a reparar en Fernando, se acerca a mí y con desdén me apunta que ya he bebido suficiente.

—No, sólo un poco. La noche es joven y tú deberías serlo también —contesto.

—Por favor, compórtate un momento, voy a presentarte a... —y aparece ante mí el cabrón engreído enchaquetado de hace un rato que me mira con gesto serio.

—Dani, él es Alejandro Fernández. Alejandro, te presento a mi hermana pequeña, Daniel.

—Dani. Encantada de cono... cerle.

Al darnos la mano vuelve a recorrerme la electricidad de hace un rato y los dos nos soltamos ante tal descarga de energía.

—El placer es mío —dice secamente.

Nos quedamos en silencio y mi hermano salva la situación sin proponérselo despidiéndose de mí. El hombre de metro noventa, perfectamente ataviado, de ojos azules y cuerpo de escándalo, me mira sin disimulo. Me siento una niñata que no sabe manejar la situación. Se da media vuelta y yo me quedo sin saber qué coño ha pasado.

3

EN LOS BRAZOS DE MORFEO

Nueve años atrás.

Facultad de Bellas Artes.

Dos semanas en la facultad y aún no acierto con el horario de las asignaturas y mucho menos dónde se ubican las clases. Estoy bastante perdida. Por eso hoy he decidido levantarme más temprano y no llegar tarde, pero de nada me ha servido. Ahora mismo corro por un pasillo sin saber si es el adecuado. Freno en seco en cuanto leo «Sociología de la Comunicación» en un cartelito marrón con letras blancas. Presumo de atinar con la puerta. La abro con cuidado y, sin hacer mucho ruido, me deslizo hacia la última fila intentando no llamar demasiado la atención, pero fracaso estrepitosamente en mi propósito. Tropiezo con el bolso que alguien ha dejado en el suelo y pido perdón bastante ruborizada. El calor se apodera de mi rostro.

Mientras me siento, escucho a lo lejos:

—Vuelve a llegar tarde, señorita...

—Sánchez —concluyo—. Disculpe, no volverá a ocurrir.

Mal empezamos. Esto no puede terminar bien. Giro la cabeza hacia mi derecha y me están observando los ojos más negros y profundos que he visto en mi vida. Sin bajar la vista hacia su boca, su mirada me hace entender que se está riendo... de... ¿mí?

—¿Qué te hace tanta gracia? —susurro.

El dueño del regazo sobre el que he caído no contesta, vuelve a sonreír y gira la cabeza. Pasa de mí.

¡Será imbécil…!

«Estupendo, te has sentado al lado del simpático de la clase», me dice mi subconsciente.

El profesor habla sobre la estructura de la parte general, el aspecto más común de la comunicación. Intento atender y escuchar, pero el dueño de esos labios me tiene obnubilada, son carnosos, rosados..., deben de ser dulces y caramelizados. Posee una mandíbula cuadrada, pelo castaño, ojos negros... Si a esta cara le acompaña un buen culo..., ¡me lo quedo! Como diría Marta, mi compañera de juergas del instituto a la que no veo desde hace más de dos meses, está de «coge pan y moja». Y huele a hierba fresca y frutas del bosque..., a mermelada…

«Es imbécil... Pero cómo será besarlo...».

Cuando me doy cuenta, ha terminado la clase y espero que todos se marchen para poder disculparme con el profesor. Aprovecho para visualizar si mi nuevo no-amigo tiene el culo que me imagino. Y... efectivamente, lo tiene. ¡Madre mía! El muchacho es una escultura griega; la espalda cuadrada, cintura estrecha, piernas torneadas... Con la boca abierta, se me cae la baba. Me obligo a espabilar antes de que el profesor Ramírez se vaya de la sala. Me levanto y le pido disculpas prometiéndole que no volverá a ocurrir.

Hoy no me da tiempo de volver para comer en el piso compartido donde vivo, así que decido quedarme en la facultad y estudiar un rato antes de la siguiente clase por la tarde. Me compro un sándwich y una botella de agua en la cafetería y me tumbo en el césped bajo un árbol. Estamos en el mes de octubre y todavía hace una temperatura maravillosa. Como siempre, me pongo a leer una novela romántica y así desconecto un poco de todo.

Respiro tumbada boca arriba, con mis Ray-Ban puestas, escuchando Story de Maroon 5 en mi iPod y los pies descalzos sobre la hierba. La sombra fresca de la arboleda me baña el cuerpo entero.

¡Qué tranquilidad...!

En ese momento alguien se sienta a mi lado y me pregunta por lo que leo. No lo escucho. No lo siento.

Al instante siguiente, esa misma persona, tira del cable de mis cascos y me llevo un susto de muerte.

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