—Pero, ¿de qué vas? —le digo con mala cara.
—¿Qué lees? —pregunta sin preocuparse.
—Y tú eres...
—Álvaro.
—Y te sientas a mi lado porque...
—Nos conocemos de clase.
—No nos conocemos. Es más, creo que te reías de mí.
—Veo que me recuerdas. Algo es algo —sonríe.
—Atrévete a quererme.
—¿Qué? —pregunta totalmente desconcertado.
—'Atrévete a quererme'. Es el libro que estoy leyendo.
Nos quedamos unos breves segundos en silencio mirándonos, se recuesta a mi lado, se pone su iPod y cierra los ojos. ¡Y vuelve a pasar de mí! No hay quien entienda a los tíos. No es que tenga mucha experiencia con ellos, pero los odio. Me quedo observándolo y decido no pensar demasiado. Hago lo mismo, me tumbo, cierro los ojos y, escuchando música, me quedo un poco traspuesta.
Al cabo de un rato, abro los ojos y miro hacia donde estaba mi nuevo amigo imbécil y grosero, pero se ha evaporado. Recojo todo y vuelvo a clase. De camino a mi destino, caigo en la cuenta de que me falta la novela. Vuelvo sobre mis pasos unos metros para recogerla, me la he debido dejar tirada en el césped, pero freno en seco porque creo saber quién se la ha llevado prestada.
*******
Actualidad.
Bailamos en el Club Adara. Me muevo demasiado con estos zapatos… y bebemos en exceso…, desfasando. Otra vez.
No sé muy bien dónde está Sara. Desapareció con un tipo hace más de una hora. No pude ver de quién se trataba. Roberto y Sofía brincan a mi alrededor como si el mundo fuera a acabar mañana.
Empieza una canción bastante sensual para el ritmo que llevamos y quiero ir a sentarme, pero Roberto cree que no es buena idea, me coge de la cintura, me aprieta contra él y comienza a movernos de una manera muy erótica. Casi prohibida. «¡Ay, Robertito, no me hagas esto que hace mucho que no pillo cacho!». Mi amigo empieza a darme suaves besos por el cuello, sube hacia mi oreja izquierda y, cuando me quiero dar cuenta, me está metiendo la lengua hasta la garganta.
Joder.
Joder.
Joder.
Bien aprisionada entre sus dos grandes manos y tan pegada a él..., que siento cómo sus partes íntimas cobran vida propia.
Vale, yo no le pongo impedimento alguno, lo dejo hacer. No sé muy bien por qué, pero esta noche necesito cariño, mucho cariño. Juro por las plataformas de Lady Gaga que jamás con anterioridad había intentado nada conmigo, ni siquiera se me había insinuado. Esto tiene que parar..., pero... ¿por qué? Me encuentro tan calentita y a gusto entre sus manos..., besa tan bien..., tiene unos pectorales tan... duros…
Enredo mis dedos en su pelo, lo despeino mientras nos besamos hasta que Sofía se da cuenta de la situación y empieza a gritar que qué cojones estamos haciendo. Nos separamos sonriendo, me paso el dedo pulgar por el labio inferior y Roberto sólo acierta a decir que lo siente.
—¡No lo sientas, joder! ¡Qué bien besas!
Y los tres nos partimos de risa.
Seguimos bailando rodeados de gente que mueven sus cuerpos desinhibidos. Una pareja de tres a mi lado, dos chicos y una chica, deberían buscar un sitio más tranquilo para terminar lo que han empezado.
El club Adara es inmenso, una gran sala con cuatro barras que rodean una increíble pista de baile de tres alturas. Gogós por todos lados subidos en jaulas, salas vips y reservados que cuelgan en alto desde donde se ve toda la discoteca. Cinco modernas lámparas de lágrimas negras y dos metros de largo, a juego con las cortinas negras y doradas que separan tres estancias, le dan un halo de sobriedad y elegancia al club. Por algo es el más conocido de todo el país. Cuatro canciones después, decido ir a la barra más cercana a por algo de beber. Durante todo el trayecto repito en mi cabeza una y otra vez que voy a pedir agua.
Agua. Agua. Voy a pedir AGUA.
—Un gin-tonic, por favor.
«Tócate el coño, Dani».
Pero no rectifico.
Mientras espero que me pongan la bebida, vuelvo a notar ese cosquilleo en la zona baja de la nuca y un escalofrío me recorre la piel.
—Ese gin-tonic está de más, ¿no cree, señorita? —me advierten al oído.
Giro la cabeza y a medio metro de mí se encuentra el dueño de los ojos más azules e intensos que he tenido el placer de admirar. «El cabrón engreído enchaquetado», pienso. ¡Mierda! A lo mejor está aquí Fernando, el que faltaba para un fin de fiesta apoteósico.
Nos quedamos mirándonos y ni siquiera sonríe. Qué coño hace aquí. No pega nada en este sitio. Divago. Chaqueta y corbata no es la ropa que el protocolo indica para estos casos, pero qué bien le sienta. Qué bueno está y cómo tiene que ser en la cama ¡Un animal!
«¡Céntrate, Dani, por dios!».
Sigo divagando. Pero qué me pasa hoy. Este hombre no me gusta lo más mínimo. Necesito echar un polvo, o mejor dos. Con él. Tiene que ser una bestia en la cama, y en el sofá́, y en el coche, y en la ducha... Este aguanta por lo menos tres asaltos.
«Céntrate. Céntrate... ¡Céntrate, ya!».
Intento ser educada.
—Hola, señor... como se llame. Si a usted no le importa, y seguro que no porque, entre otras cosas, no nos conocemos de nada, voy a beber lo que desee, o mi cuerpo aguante...
—Tu cuerpo no aguanta más —me corta.
—Claro que sí, no sabes tú —hasta aquí ha llegado mi educación— lo que este cuerpecito es capaz de aguantar —le suelto contoneándome.
¡Uy! Que me caigo… Vale, estoy flirteando, cosa que no se me da muy bien. Y borracha perdida aún menos. Me agarro a la barra y me sonrojo. Lo admito, lo he dicho con toda la intención, no me importaría que este adonis me lleve al límite, que compruebe lo que mi organismo es capaz de soportar.
—Dile a tus amigos que te vas. Te voy a llevar a casa —dice con cara de "te estoy perdonando la vida y no te das cuenta".
Muy bien. Se acabaron las tonterías. No lo conozco de nada y, aunque no me importaría verlo desnudo, no tiene por qué decirme todas estas cosas. A lo mejor lo ha enviado Fernando. Mi hermano es tan retorcido como para hacer algo así.
—Tu copa, guapa —dice la camarera. Saco la cartera de mi bolsito, pago la bebida, me doy media vuelta y me voy. Espero no verlo más..., a no ser que sea quitándose la ropa frente a mí, claro. En ese caso puedo hacer una excepción.
«Creo que has bebido demasiado».
Yo también lo creo.
Llego donde bailan todos y Sara ha vuelto a unirse a la fiesta. Aunque fiesta la que se habrá tirado en alguna esquina del local. No puedo imaginarme quién puede ser el afortunado. Pero me intriga ese halo de misterio con el que trata el tema. Seguro que lo conozco.
Seguimos bailando y Roberto vuelve a sobarme. Me da igual. Lo dejo. Yo también quiero jolgorio en alguna esquina oscura del club. Podría ser un buen final para esta noche. Pero voy a ser sincera. Tampoco recuerdo el final de esta noche de fiesta.
Intento abrir un ojo y después otro, pero los vuelvo a cerrar de golpe porque la luz que entra por el gran ventanal de mi habitación quiere dejarme ciega, la muy hijaputa . Me tapo la cabeza con la almohada y vuelvo a escuchar ruidos en la habitación de esa mala amiga que ayer me prometió que no se traería nadie a casa. Por los colosales gruñidos debe estar echando el polvo del siglo. Esta vez tiran el tabique que nos separa si no terminan pronto. No exagero, la lámpara del techo se mueve como si fuera el camarote de un crucero en medio de una tormenta descomunal.
Bostezo y trato de levantarme. Un momento. Me miro. Estoy en pijama.
Si no recuerdo cómo conseguí llegar a casa, cómo pude ponerme el pijama. Siempre me despierto sobre la cama revuelta y con la ropa del día anterior, oliendo a alcohol y muerta del asco. Esta vez no es así. Qué raro. Cómo conseguiría hacerlo yo sola, porque estoy sola, ¿no? Miro a mi alrededor y me cercioro de que es así́. Compruebo que debajo de la cama no hay nadie escondido. Cosas más raras me he encontrado ahí debajo.
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