—¿Qué quieres beber?
«Un gin–tonic, o mejor, whisky seco, doble. No, triple».
—Agua, por favor.
—Vaya... Precisamente hoy decides no perder la cabeza —sonríe y me desarma.
Y por supuesto, la pierdo. En cuanto se quita la chaqueta camino de la cocina y la deja sobre el sofá. La camiseta de mangas cortas deja al descubierto sus brazos musculados, perfectamente alineados y definidos. Pero no es eso lo que hace que se desintegren mis bragas. Esto ocurre exactamente cuando observo todo su brazo derecho tatuado —hasta mucho después no pude distinguir los dibujos que pintaban su piel—, pero, por favor, ¡con lo que me pone un hombre tatuado…! Tengo que tragar saliva varias veces para humedecerme la garganta. Me atraganto y empiezo a toser. Alejandro se acerca a mí con el agua y pregunta si me encuentro bien.
«Por favor Dani, deja de hacer el ridículo».
—Bebe —ordena.
—Gracias —musito tras dar unos pequeños sorbos mientras me observa.
Vuelve a la cocina y trae varios platos con queso, uvas y salmón.
—Espero que te gusten.
—No te preocupes, tengo muy buena boca —digo sin pensar. Una de mis virtudes, decir todo lo que se me pasa por la cabeza. Lo repito, no tengo filtro.
Me mira asomando una sonrisa y me pongo colorada. Vuelvo a atragantarme, esta vez con el agua. Y vuelvo a toser. Se acerca a mí y me rodea el hombro con su brazo tatuado. Me pone los vellos de punta.
—Estás temblando.
—Tranquilo, estoy bien —miento.
Sé que se ha dado cuenta de lo nerviosa que estoy. Ya se sabe..., un libro abierto...
—Será mejor que te lleve a casa. Esto no ha sido buena idea.
«¡No! No quiero que me lleves a casa. Quiero que me sigas rodeando con ese brazo de Thor tatuado». Lloriqueo para mí. Vuelve a leerme la mente.
—Está bien, avivaré el fuego.
Se levanta y echa un tronco a la chimenea. Después de eso, se sienta frente a mí y empezamos a comer.
—Este sitio es precioso. Ya te lo he dicho, pero... es magnífico.
—Venía aquí con mis padres y mis hermanos cuando era pequeño.
—Tienes hermanos.
—Dos, sólo de madre. Una larga historia para una primera cita.
—Esto es... ¿una cita? Vaya... —toqueteo los cubiertos, nerviosa.
—Tiene todos los ingredientes para serlo.
Nos quedamos en silencio y seguimos comiendo. Me siento como 'Alicia en el País de las Maravillas'. No sé qué esperar ni qué será lo siguiente que ocurra.
—Perdona, pero no logro entender... —espero que me corte, pero no lo hace—. No alcanzo a entender qué hacemos aquí.
—Estamos cenando.
«Obvio».
—No me refiero a eso. No te conozco, pero no me hagas creer que eres tonto. Sabes perfectamente lo que quiero decir. No nos conocemos de nada.
—Te conozco —le cambia el semblante—. Hemos hablado varias veces. Te he llevado a casa en más de una ocasión, es más, hasta te he metido en la cama. Pero supongo que estabas demasiado bebida como para recordarlo. Tienes que hacer algo al respecto... —parece enfadado.
—Tú... —es él, la persona que nos ha acompañado a casa varias veces porque no nos manteníamos en pie. ¡Hostias! Sí, soy muy mal hablada, otra de mis virtudes. Me ha visto desnuda, espera, me ha desnudado sin mi consentimiento y me ha puesto el pijama. Espero que sólo haya sido eso. Da igual, no lo recordaría.
Me pongo de pie.
—Eres tú..., me desnudaste —grito indignada—, me pusiste el pijama..., eres... eres..., ¡eres un hijo de puta!
—Me han llamado cosas peores. Siéntate —manda.
—Pero estás loco. Eres un sádico, un pervertido...
Empujo la silla hacia atrás con la piernas y me levanto.
—Eso nunca me lo habían dicho —atrapa mi mirada—. Si te sientes más tranquila, no me recreé.
—¿Qué? ¡Vete a la mierda! —le espeto y me voy directamente hacia la puerta.
Antes de ni siquiera acercarme a ella, llega a mí, coge mi muñeca, me da la vuelta y me pega la espalda contra la pared. Mi respiración está muy acelerada. Acerca su rostro al mío sin llegar a tocarme y siento que su pulso está igual que el mío. Desbocado.
Intenta atrapar mi mirada, pero no lo consigue. Si lo dejo, estaré perdida.
—Dime que tú no sientes lo mismo que yo —pega mi mano a su pecho—, dime que no lo has sentido cada vez que nos hemos visto. Dime que no te sientes atraída por mí de una manera que no entiendes.
La otra mano que tenía sobre la pared acorralándome ahora agarra con decisión mi cadera y me acerca hacia él. Su pelvis está rozando mi estómago y noto cómo está completamente excitado. Suspiro y me rindo a su mirada. Los dos estamos ardiendo. Agitados. Sus ojos brillan como los míos y mis labios húmedos le piden a gritos que me bese en contra de mi voluntad. Esta acaba de coger un vuelo a las islas Seychelles y me ha dejado sola ante el peligro, la muy hija de puta. En una tumbona al sol me gustaría estar ahora a mí.
—Yo... no... —consigo balbucear mirándole los labios.
«Así no convences, Dani».
—Tú... deseas que te folle fuerte y duro desde la primera vez que nos vimos.
«¿Perdona?, pero de qué va. Según él, no recuerdo la primera vez que le vi porque iba muy perjudicada. Ay, dios, Dani. A saber qué le dirías yendo borracha. Seguro que te insinuaste, seguro que le soltaste algo como: Te voy a follar tantas veces que te la voy a dejar en carne viva. ¡Ay dios, ay dios!».
Ve el terror en mi mirada y se aparta de mí como si le quemara. Se aleja todo lo que puede. Se detiene al final de la habitación y yo intento —sigo apoyada en la pared— recuperar la compostura y acompasar mi respiración. No lo voy a negar. No puedo. Me pone como nunca nadie me ha puesto antes y, vamos a ser totalmente sinceras, me he acostado con tíos que conocía de mucho menos. Algunos de ellos no me preguntaron ni el nombre, a otros ni los recuerdo.
«Recupera el control, Dani. Hazle saber que no le tienes miedo».
—Alex... —no me mira—. Alejandro... —se toca el pelo compulsivamente.
Se acerca a la mesa, coge la botella de vino y se bebe más de la mitad de un trago. Me acerco a él y se la retiro.
—No es necesario que te emborraches. Si alguno de los dos tiene que perder la cabeza hoy, prefiero ser yo, así no me sentiré culpable de lo que pueda pasar... —me mira— para bien o para mal.
—Joder, no deberías estar aquí —y tal y como lo dice, parece que hay mucho más detrás de esa frase.
Se toca el pelo con ambas manos.
«Vaya, también es un mal hablado. Me encanta».
Sonrío.
—Hemos empezado mal —le acerco mi copa hasta ahora vacía y la llena.
Vuelve a atrapar mi mirada y sonríe sincero. Qué sonrisa, madre mía.
—Deberías alejarte de mí —su iris azul cielo se torna gris metálico.
Yo también creo que debería salir corriendo, pero mi yo kamikaze se alía con mi yo descerebrado para no dejarme darle más vueltas.
Y a partir de ahí todo sale rodado. Aparta la mesa y las sillas y acercamos el sofá a la chimenea. Me siento tan cómoda que hasta me descalzo.
—¿Otra copa?
Asiento y, tras coger la botella, se acerca a mí rozando mi rodilla con la suya. Pego un pequeño y casi imperceptible saltito que no le pasa desapercibido. Tuerce la boca en una sensual sonrisa y se acerca un poco más sin llegar a tocarme. Sabe el efecto que tiene en mí.
Hablamos durante horas y, sin saber cómo, me quedo dormida entre sus brazos. Puede ser un asesino en serie violador de Danis , sí. O un ladrón muy educado y bien vestido. Puede ser muchas cosas, sin embargo, sólo una me preocupa: que sea la persona capaz de romper las sietes capas de acero que blindan mi maltrecho corazón.
Читать дальше