—Gracias —no sé qué otra cosa decir—. Ya nos veremos.
Abro la puerta, salgo y, justo antes de cerrar, me parece escuchar:
—Puedes estar segura.
Arranca, acelera y se va. Veo alejarse su BMW de alta gama negro a toda velocidad y me pregunto si en realidad volveré a verlo algún día, o sale huyendo de mí porque no nos hemos acostado. Esto último es lo más probable. Lo que me ha parecido escuchar antes de cerrar la puerta, ha debido ser imaginación mía. No parece un hombre que se ande con rodeos. En realidad, me ha demostrado que es muy directo. Tendrá a mil mujeres detrás, y a otros mil hombres si le interesara el tema, y no se va a detener en mí: alguien que se ha asustado, ha querido salir corriendo y no ha querido acostarse con él la primera noche. Rectifico, por supuesto que he querido, pero, por alguna extraña razón, no ha ocurrido.
Debo olvidarme de Alejandro. Él mismo lo ha dicho, aunque nos volviéramos a ver, estoy segura de no querer volver a encariñarme de alguien, y este hombre tiene todos los atributos para que cualquier persona, en este caso yo, se enamore de él antes de poder planteárselo. Así que mejor que desaparezca de mi vida antes siquiera de entrar en ella.
El día pasa rápido. Mucho trabajo el lunes. Jose sigue llamándome. A Roberto no lo he visto. No tengo noticias de Alex.
Mucho trabajo el martes. Jose es un pesado. Roberto no ha dado señales de vida. Alex.., estoy intentando olvidarlo.
Mucho trabajo el miércoles. Jose ha desistido. Roberto me ha mandado un mensaje deseándome suerte para mañana. Fernando me ha enviado un correo electrónico disculpándose. Le ha surgido una reunión de última hora y tiene que estar en París hasta el sábado. No podrá asistir a la inauguración de la exposición. Alex... ya me ha olvidado.
El jueves la situación me desborda, no he tenido tiempo de comer preparando la exposición y habré perdido un par de kilos de tanto estrés. Esta noche es la gran inauguración, todo debe salir perfecto. Tiene que salir bien. Es mi oportunidad de impresionar al director general de D'ARTE para que me aumente la responsabilidad, como, por ejemplo, la restauración de las obras que lo necesitan. Es lo que he querido durante toda mi vida.
A las ocho de la tarde llego a la galería vestida con un traje para la ocasión. Un Adolfo Domínguez negro y gris, largo y palabra de honor. Con unos tacones de salón de diez centímetros de altura. No me siento muy cómoda, pero la ocasión lo requiere. Sólo he ido a casa a ducharme y cambiarme de ropa. Sara me ha ayudado a maquillarme y peinarme. En este momento debe estar terminando de arreglarse. Miro el reloj del móvil. Necesito tenerla aquí para tranquilizarme.
A las nueve y media de la noche la galería rebosa de gente y el catering comienza a salir. Sara aún no ha dado señales de vida. Y yo estoy muy alterada y necesito a mi amiga a mi lado.
Diez minutos después la veo entrar por las puertas de cristal, impresionante, con ese vestido rojo atado al cuello y el pelo recogido. Tres hombres la miran con cara de "quiero follármela ahora". Ella se da cuenta, pero no les hace ni caso. Está acostumbrada a deslumbrar.
—Hola, cariño —me besa en la mejilla—, siento haber tardado tanto. Un problemilla de última hora —sonríe con cara de pícara.
Al día siguiente me comentó que el problemilla se llamaba Darío y había aparecido por el piso a última hora de la tarde con ganas de fiesta. Ella le había montado una que seguro le deja resaca durante varios días. No quise saber más. Puede ser muy explícita cuando quiere. Que es... siempre.
—¿Todo bien?
—Todo perfecto. Por ahora —respondo.
—¿Aún no ha llegado el capitán del barco?
—La verdad, creo que no. No lo conozco en persona, pero me hubiera dado cuenta.
—Mira —dice señalando hacia la puerta—, ahí están Roberto y Sofía.
Las dos nos acercamos a ellos y nos saludamos con cariño. Le doy un abrazo a Roberto y me dice al oído que necesita hablar conmigo. No le hago mucho caso.
—Hola, Sofía —también la abrazo—, estás impresionante.
—Todas lo estamos, ¿verdad Roberto? —pregunta sin esperar respuesta, Sara.
Nos reímos. Me disculpo y voy al despacho a hablar con Berta. Necesito saber cuándo llega el nuevo dueño de la empresa. Entro y cierro. Me apoyo en la puerta y cierro los ojos. Berta me mira con compasión.
—¿Un día duro?
—Una semana —me aprieto la sien con los dedos y me doy un pequeño masaje que dura unos segundos, la miro y me entra el pánico.
—No va a venir —confirma mis miedos—. Ha llamado su secretaria. El señor Llorens ha tenido problemas de última hora.
Se me cae el alma a los pies. Llevo esperando este momento más de dos meses. Necesito... Merezco que se reconozca mi trabajo y poder avanzar. Joder.
—Lo siento, Dani. Pero ha dicho que vendría en cuanto pudiera. Tiene que venir, es su galería…
Me siento en la silla desconsolada, pero no me da tiempo a auto flagelarme cuando llaman a la puerta. Berta abre y escucho:
—Hola, ¿podría hablar con Dani?
Esa voz me suena. Le digo que pase y le ofrezco a Roberto que se siente en la silla que hay justo frente a la mía. No tengo fuerzas ahora mismo para poder estar de pie. Estoy derrotada. Berta sale y cierra la puerta tras de sí.
—Dani, yo... necesito que sepas... —carraspea—, lo de la otra noche no fue un error, quiero decir... fue planeado, llevaba mucho tiempo queriéndote besar.
—¡Qué coño...! —no me lo esperaba, estoy sorprendida.
—Cuál no sería mi asombro cuando vi que me correspondías. Llevaba esperándolo mucho tiempo...
—Para, para, para —lo corto—. Roberto, somos amigos, estaba borracha —me toco la sien con una mano—. Tú también lo estabas.
—¿No te gustó? —tuerce la boca en una media sonrisa.
—Sabes que sí, pero no es eso —suspiro—. Tengo mucho trabajo. No es momento de hablar de esto.
Me levanto y me voy. Lo dejo con la palabra en la boca, pero no me importa. ¡No me importa una mierda! ¿A qué coño ha venido eso? Estoy que no salgo de mi asombro. ¿Se ha vuelto loco? ¿Todo el mundo ha decido desquiciarme esta noche?
Salgo a la sala y Berta me está esperando para acompañarme a saludar al mayor benefactor de la galería. Muchos de los cuadros son suyos y parte del edificio también. Intento serenarme, no puedo caer por el precipicio en el que me muevo en estos momentos. Mañana tendré tiempo de llorar mis penas y mortificarme, y, con suerte, convencer a Sara para emborracharnos aprovechando que es viernes por la noche y estamos libres y solteras. Estoy segura de que no pondrá inconveniente alguno. Chupitos. Necesito chupitos. Y un enorme gin-tonic en copa de balón.
Sigo a mi compañera en prácticas hasta el centro de la sala donde un grupo de personas hablan alrededor de una escultura de un nuevo pero prometedor artista.
—Disculpe, señor, le presento a Daniel Sánchez, directora de la galería. Daniel, el señor Alejandro Fernández, director general de MKD y dueño de muchas de las obras donadas.
«Tierra, trágame. ¿Dónde coño están esos chupitos?».
7
Y ME FUI
El señor cabrón enchaquetado engreído, Alejandro Fernández, irascible, dominante, serio y seguro de sí mismo que no me llama desde hace cuatro días, resulta ser el mayor benefactor de la galería. Intento mantener la compostura y hacer como que no nos conocemos de nada. Le doy la mano con la boquita bien cerrada para así evitar que se me escape alguna de mis apreciadas perlas.
«Hoy es uno de esos días que tenemos que filtrar».
Por una vez estamos de acuerdo.
—Encantada de conocerle, señor... Fernández.
—El placer es mío, señorita Sánchez —su tono de voz penetra en mí. No titubea, es imperturbable—. Ha hecho un magnífico trabajo.
Читать дальше