—Esas historias son las culpables de que muchas mujeres esperen a su príncipe azul para ser salvadas, cuando, en realidad, tienen que salvarse ellas mismas. Cenicienta ha hecho mucho daño.
—Estoy de acuerdo. Pero no me negarás que te morirías por sus zapatos de cristal.
Reímos a carcajadas y, en menos de diez minutos, llegamos a la avenida en la que se sitúa su casa.
—¿Subes? —Me pide aparcando el coche.
—¿Para qué? —tengo los nervios a flor de piel.
—Para dormir —sonríe de medio lado.
No sé qué contestar. Será sólo dormir, o espera algo más. Por supuesto que no me importaría que pasara algo entre nosotros esta noche, pero antes necesito que sepa que sería mi primera vez. Me gustaría que fuera con él, pero prefiero que lo sepa. No quiero que espere de mí más de lo que puedo dar y, por supuesto, en la cama no soy una experta. Es más, dejo mucho que desear. Soy virgen, eso lo tengo claro. Me acordaría si no fuera así, pero he tenido mis rollos y siempre termino metiendo la pata. Suelo hacerlo cuando estoy nerviosa y, aunque no he llegado al final con nadie, he tenido mis experiencias. Mis malas experiencias.
Tuve un rollo de tres noches y, claro, a la tercera cita, el muchacho creía que iba a llegar a la tercera fase, ¡o la décima!, ¡quería follarme el culo! y, por supuesto, por ahí, también era virgen. Y tenía intención de seguir siéndolo, durante mucho, mucho, mucho tiempo, pero él no lo sabía. Por eso prefiero explicarle a Álvaro mi situación y a partir de ahí que actuemos en consecuencia. Tal vez se asuste y no quiera volver a saber nada de mí, pero prefiero eso a tener que salir corriendo porque me pida cosas para las que no estoy preparada.
—Álvaro, necesito que sepas algo —le digo ya subiendo en el ascensor. Lo sé, he perdido mucho tiempo pensando.
—Dime —susurra besándome el cuello y el lóbulo de la oreja.
—Necesito decirte algo... es... importante —él sigue recorriendo mi piel hasta llegar a mi clavícula.
—Así no me ayudas... —sigo.
Me coge la barbilla con una mano, me acerca a él y me besa. Primero despacio y después tan apasionadamente que me deja sin resuello. Salimos del ascensor dando trompicones, consigue abrir la puerta sin separarse de mí y entramos como podemos. En el recibidor me sube a la mesa de cristal y me abre las piernas acomodándose entre ellas.
—Álvaro, por favor...
Jadeo. Jadea. Jadeamos.
Lo que tengo que decirle no hay forma de decirlo si no es soltándolo sin más.
«Tú, dilo, Dani, y que pase lo que tenga que pasar».
Ahí va:
—Soy virgen.
Siento cómo se tensa. Se separa de mí y me mira como si fuera un bicho raro, como si tuviera tres cabezas y ocho brazos. Aún jadea, no sé si es de excitación, o del susto que parece que le he dado.
—¿Qué? ¿Por qué no me lo has dicho antes?
—Llevo intentando decírtelo un rato. Y sólo nos conocemos de hace un par de semanas, no voy contando mi vida privada a la gente. —Me pongo a la defensiva.
—No lo has intentado lo suficiente. Esta mañana...
—Te lo estoy diciendo ahora —lo corto—, cuando has dejado mi boca libre —satirizo.
Me mira como si le hubiera clavado una estaca en el corazón.
—No parecía que te molestara —dice fastidiado.
—Y no me molesta. Esto no cambia nada —lo agarro de la camiseta y tiro de él—. Te... deseo..., sólo... sólo necesitaba que lo supieras. No quiero que esperes de mí nada que no pueda darte, no quiero decepcionarte.
«Para, Dani, no tienes que disculparte por ser inexperta. Recapacita».
Nota el temor en mi mirada y se acerca a mí despacio. Me besa pausadamente volviendo a acomodarse entre mis piernas, pero esta vez de una manera más pausada, diría que tímida.
—Te deseo, Dani. Te deseo desde la primera vez que te vi entrar en clase. Desde que tropezaste con aquella mochila y casi caes sobre mi regazo —sigue besándome—. No he dormido ninguna noche pensando en ti hasta ayer, que dormiste conmigo —baja por mi cuello—. Eres la persona más fascinante que he conocido. No sé exactamente lo que me pasa, pero no puedo dejar de pensar en ti... —besa mi clavícula—, no puedo..., no quiero... dejar de tocarte.
Y fue la noche más bonita de mi vida hasta entonces. Voy a ahorrarme los detalles porque la considero muy especial e íntima. Sólo diré que fue romántico, pasional y, al contrario de lo que me habían contado de la primera vez, fue muy satisfactorio. Álvaro se encargó de que lo fuera. No sabía qué esperar de este momento, pero para mí fue algo mágico maravilloso. Desde luego lo recordaré siempre.
Dormimos toda la noche, abrazados, suspirando y sonriendo cada vez que nos mirábamos. Fue celestial y a partir de ese día me atrapó de una manera inimaginable. Me enamoré de él de forma apresurada e intensa. No tuve que esperar ni un segundo más para darme cuenta. Supe que a partir de ese momento mi vida quedaría ligada a él de una manera u otra para siempre.
*******
Actualidad.
Me siento bien. Cómoda. Caliente. Abro los ojos y me doy cuenta de que estoy en una amplia cama y Alex me mira. Transmite tranquilidad.
Sonrío. Sonríe. Sonreímos.
—Buenos días, preciosa.
—Buenos días, asesino en serie —murmuro. Me vuelve a sonreír, pero con cara de no entender de lo que hablo.
—¿Qué hora es? —pregunto.
—Las siete y media de la mañana.
Me levanto como un resorte y lo asusto con mi ímpetu.
—Necesito estar en la galería a las nueve, tengo una reunión muy importante. Con lo lejos que estamos, llego tarde seguro. Dios mío, no puedo perder este trabajo y el jueves tenemos la inauguración de la exposición. Es muy importante. Viene el dueño de la galería. Necesito que todo salga bien. —Doy vueltas por la estancia recogiendo mi bolso y mi abrigo hablando demasiado.
—No creo que a tu jefe le importe que llegues tarde un día.
—Prefiero no averiguarlo.
Llamo a Berta, la chica en prácticas que me salva la vida en más de una ocasión.
—Hola, Berta. Buenos días. Voy a llegar tarde. He tenido un pequeño contratiempo.
—De acuerdo, no te preocupes. Ya lo sabía. Por aquí todo controlado. No tengas prisa —me responde.
La ha debido llamar Sara y ponerla sobre aviso. Es un sol. Ya le daré las gracias.
—¿Un café́? —me ofrece Alejandro con una taza humeante en la mano. ¿Cuándo se ha quitado la camiseta? Tanta perfección debería estar prohibida. Ese pecho es digno de una oda, mil serenatas y un poema de Shakespeare. Me llega la mandíbula al suelo. Me agacho a recogerla antes de tropezar con ella.
—Voy a ducharme. Cinco minutos y nos vamos. —Cuando se gira le veo la espalda. Tengo que volver a agacharme, esta vez para limpiar la baba que resbala por mi boca. La lleva totalmente tatuada: dos alas enormes y un ángel que llora suplicante cabizbajo la cubre entera. Observo obnubilada cómo sus músculos se contraen dando vida a la tinta, hasta que cierra la puerta tras él y me quedo desolada.
Me lleva a casa. Sube y espera que me duche para llevarme a la galería. No sé si es por educación, o porque no quiere cabrearme más, pero en el camino de vuelta le he dicho que esto no puede volver a pasar y lo único que me ha respondido es que no me preocupe. Mi trabajo es muy importante para mí.
Sara no está. Afortunadamente. No tengo tiempo de entretenerme a contestar sus preguntas indiscretas y no quiero que asuste a Alejandro con ellas. De momento las cosas no han salido del todo mal.
Volvemos a subir en su coche y en menos de quince minutos paramos frente a la galería. No hemos vuelto a hablar. La situación se ha vuelto un poco incómoda, al menos para mí. Parece tenso.
Читать дальше