Antes de darme la vuelta y poder salir de allí, alguien entra interrumpiéndonos.
—Álvaro, cariño, ¿por qué tardas tanto? —es Isabelle. Como sospechaba, esas confianzas de la modelo de Prada prueban fehacientemente que se tira al jefe. Mierda. Me importa una puta mierda. Se queda cortada al ver la tensión que hay entre nosotros. Su cara de confusión me indica que no sabe nada.
—Te dije que esperaras en el coche —ni siquiera la mira. Sus ojos están puestos sobre los míos.
—Pero...
—Vete.
Se da media vuelta y sale de la habitación. Cuento un par de segundos para no encontrarme con ella en el pasillo e intento salir detrás, pero su mano tira de mi brazo y me acerca tanto a él que nuestras mejillas se rozan.
—Nunca he dejado de quererte —me espeta.
No sé si reír, llorar o darle una bofetada. Tiene mucha gracia. La pesadilla de hoy es con creces la peor de todas. «Por favor, Sara, ¿puedes despertarme ya?». Pero el calor de su aliento sobre mis mejillas disipa la esperanza de que esto sea un mal sueño y esté a punto de terminar. Es real, está frente a mí y estoy muerta de miedo.
—Tú nunca me has querido —discrepo llena de ira. Le doy un empujón, esta vez más enérgico de lo debido y lo aparto con todas mis fuerzas.
Doy media vuelta y salgo del despacho. No debí volver aquí después de encontrarme con él en el restaurante del hotel. Esta vez no me arriesgo y voy a un lugar seguro. Mi casa. Pero, ¿cuál es ahora mi casa? Junto a Sara. Lo tengo claro. No puedo enfrentarme a Alejandro y a esto ahora. No puedo ocultarle algo así y se volverá loco en cuanto sepa toda la historia. He de distanciarme de todo y de todos. Me urge volver a nivelar el suelo que piso. Necesito concentrarme en respirar y poco más.
Somos quienes somos no por las circunstancias que hemos vivido, sino por cómo canalizamos todo lo bueno y lo malo que nos ocurre. Desechamos lo que nos resta y nos hace infelices y débiles. Guardamos lo que nos hace más fuertes, eficaces o, por lo menos, maduros para valorar lo que realmente es importante. Somos la suma de momentos, instantes, sensaciones..., de personas que han sido fundamentales en nuestras vidas. Entonces, ¿quién soy yo ahora?
Tumbada sobre el sofá, no puedo parar de llorar. Le he escrito a Sara diciéndole que venía a casa y cuando he llegado sólo ha tenido que abrazarme. Le he contado, como he podido, entre hipos, sollozos y lamentos, lo que me acaba de pasar y de lo único que tiene ganas es de salir a la calle, buscar "al cabrón hijo de puta ese y rebanarle los huevos y la polla a pedacitos". Yo también tendría ganas de hacerlo si no anduviera tan fuera de juego.
Conocí a Sara justo después de acontecimientos tan penosos. Clara se marchaba a cursar un Máster a Italia y nuestro contrato de alquiler terminaba en tres meses. Ninguna de las dos teníamos intención de renovarlo. Yo me iba a París a vivir mi sueño dorado. Después de los sucedido, no quise quedarme en aquel lugar de tantas doradas experiencias. No quería nada que me recordara lo que había pasado. Así que... Yo buscaba un piso para compartir y ella tenía una habitación de sobra. Pero no la busqué, la encontré por casualidad. En la cola de un Starbucks. Un tío estaba sobándome el culo y ella le dio una hostia con toda la mano abierta. No le tembló el pulso. Lo llamó degenerado y lo echó a patadas del local. Se convirtió en mi heroína. Es lo que deseaba hacer yo con el resto del mundo, pero no me atrevía. Sólo conseguí esconderme y esperar que el huracán Álvaro no me destruyera a su paso. Que dejara un pedacito y a partir de ahí empezar a recomponerme, a crecer. A día de hoy lo sigo haciendo.
Ella me salvó. Me acogió en lo que fue desde entonces nuestra casa. Me hizo ver que no todo es tan importante como para borrarte y hacerte desaparecer. Me hizo entender que las personas no somos perfectas y que además el amor las sobrevalora. No es que pensara que Álvaro encarnaba la perfección absoluta, conocía punto por punto sus imperfecciones, o eso creía, pero tal conocimiento lo hacía más real. Defectos, fragilidades, las singularidades de aquel chaval, me enamoraron e hicieron que perdiera la cabeza por él. Su mal despertar, su desgana, su forma de actuar con quien no le gustaba, su sonrisa perenne, su mala educación a veces, la brecha sobre su ceja... Todo formaba parte de él y yo lo aceptaba. Así que, después de mucho tiempo, lo perdoné. No conseguía estar tranquila conmigo misma y me convencí de que las cosas tienen un porqué. Quise zanjar hasta los mínimos detalles de aquel mal rollo. Empezaría por eximirnos de culpa a los dos. Lo hice. El perdón me dignificó (y mierdas varias que me dije a mí misma) y me sentí mucho mejor. O me convencí de ello.
Durante muchos meses los amaneceres fueron difíciles. A veces sólo conseguía tocar la dichosa paz durante la milésima de segundo que dura el estado de inconsciencia al despertarse tras un largo período de sueño. Clara me llamaba de vez en cuando muy preocupada (y aún lo sigue haciendo). Después de dejarme en el hospital y tener que viajar a otro país, no podía hacer otra cosa.
*******
Cinco años antes.
Llevo semanas sin comer y casi sin beber. Sobrevivo a base de Coca-Cola , que me pone muy nerviosa, y necesito tranquilizantes para dormir. Intento superar el día a día sin pensar en el mañana. No concierto una cita ni conmigo misma más allá de la hora siguiente. Paso sin pena ni gloria por la vida que sé que me estoy perdiendo. Es difícil. Todo a mi alrededor sucede a cámara lenta y paso segundos eternos intentando no caer al fondo del abismo.
Me acabo de despertar y me siento más mareada que de costumbre. Las nauseas son más intensas y el ardor de estómago está llegando a límites insospechados. Vivo por las mañanas el peor momento del día, vomito sólo de pensar que quedan horas para cerrar los ojos y fundirme con la oscuridad.
Intento llegar a la cocina y tragar, que no comer, un trozo de manzana, pero se queda en eso, en el intento. Mis piernas comienzan a flaquear, un frío sobrecogedor recorre mi cuerpo y de repente... todo negro. No siento nada.
Recobro la consciencia en el hospital. Me cuesta abrir los párpados más por cansancio que por ganas. Me he sentido tan a gusto en mi estado de inconsciencia que no me hubiera importado no despertar. La luz entra a través de mis pupilas y hace eco en la cabeza. Una punzada de dolor atraviesa mi sien. Vuelvo a cerrar los ojos. Después de un rato, la fuerza vuelve a mí y me enfrento a lo que está pasando. Tengo una vía en el brazo, la boca seca. Fernando está sentado junto a mi cama, dormido. No recuerdo qué ha pasado. No consigo unir las piezas del puzle. Alguien ha desperdigado los fragmentos de los últimos días de mi vida y no veo forma humana de recomponerlo. Intento moverme y Fernando se despierta. Me mira preocupado.
—Dani, ¿te encuentras bien?
—¿Qué... qué ha pasado? —un pinchazo se clava en mi estómago. Duele.
—Te desmayaste. Has sufrido un shock —intenta no enfadarse, pero no lo consigue del todo.
—Me duele —me quejo tocándome la barriga.
—Pediré que te den más calmantes —se levanta junto a mi cama.
—¿Recuerdas algo?
Lo miro contrariada.
—No…, lo siento… yo… yo…
—Sshh, no tienes que explicarme ahora nada. Necesitas descansar y recuperarte. Voy a avisar al médico —sale de la habitación dejándome sola. En ese momento entra Clara hablando bajito por teléfono. Está enfadada.
—Ni se te ocurra… —silencio—. Desaparece —es lo único que consigo escuchar. Cuelga justo después de decir eso. Supongo que piensa que todavía estoy dormida, o en coma, o yo que sé. Sigo sin saber qué ha pasado. Cierra los ojos, resopla y se toca la sien. Está muy preocupada, pero, ¡hola! ¡estoy aquí!
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