Almorzamos y vamos al cine. Pasamos la tarde como una pareja normal. Como si lleváramos años juntos. No me suelta en todo el día. Me besa y me abraza cuando considera que ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que lo hizo. No se sacia de mí. Yo de él tampoco.
*******
Cinco años y medio antes.
Me despierto y Álvaro no está a mi lado. Durante una milésima de segundo siento que lo de anoche fue un sueño, pero desecho esa idea al instante. Aún puedo oler su esencia y sentirlo a mi lado. Me altero. No estoy muy segura de qué fue exactamente lo que pasó hace unas horas, pero estuvo muy cerca de mí otra vez. Ha sido especial y maravilloso. Empiezo a llorar. El miedo ha escapado de donde lo tenía escondido y se presenta ante mí sin avisar. Estoy aterrada. Tengo la sensación de que anoche se despidió de mí, de nosotros. Me lo dio todo y me ha dejado sin nada.
Llego a la universidad con unas enormes gafas de sol. Me tapan toda la cara. Me ha costado mucho levantarme tras llorar durante hora y media bajo las sábanas. He buscado fuerzas donde creí que ya no quedaban y me he obligado a ducharme. Hoy publican las notas del TFG y necesito verlas.
Ando por inercia. Mis pies lo llevan haciendo veinticuatro años y no hace falta que les ordene que se muevan, afortunadamente. Mi mente ahora mismo no es capaz de hacer dos cosas a la vez, y está totalmente concentrada en no dejarme llorar. Camino por el campus. El sol deslumbra en el horizonte y los árboles se mueven por el viento. Puedo escuchar las risas de un grupo de compañeros sentados en el césped. Uno se levanta y se acerca.
—Dani —me obliga a parar, aunque no quiero.
—Hola.
—El viernes que viene, tras la graduación, cenaremos en el Hotel Silken Puerta Madrid —me sonríe, le sonrío forzadamente—. He hablado con Álvaro hace un momento. Me ha confirmado vuestra asistencia.
Vaya. Todo un detalle por su parte. Yo he intentado preguntarle sobre el tema y no me ha hecho ningún caso. No sé si enfadarme o sentir alivio porque vayamos a hacer una cosa normal juntos. Intento poner cara de circunstancia, pero no lo consigo. Sergio hace una mueca.
—¿Estás bien? —me agarra del codo, me recupero.
—Eh... Sí, claro. Sólo estoy un poco nerviosa... Voy a ver la nota del TFG.
—Ah, estupendo. Seguro que sale bien. Te dejo. Suerte —se despide y se va.
Subo las escaleras y camino por un pasillo muy largo flanqueado por puertas a ambos lados. Odio tener que entrar aquí. Llego al tablón de anuncios y no encuentro el listado que he venido a buscar. Escucho una puerta abrirse a mi lado.
—Hola, Daniel —el señor Ramírez me sonríe. Es mi tutor del Trabajo de Fin de Grado. Le tengo un cariño especial. Me ha ayudado mucho durante estos cuatro años. Es de esos profesores que te inspiran. No debe tener más de cuarenta años.
—Buenos días, señor Ramírez.
—Llámame Felipe —siempre nos lo está recordando, prefiere que le tuteemos, pero no logro conseguirlo. No me sale natural—. Vienes a conocer la nota, ¿verdad? —pregunta retóricamente mientras sacude unos documentos que lleva en la mano—. He tenido problemas con el ordenador, pero déjame darte la enhorabuena —y me tiende la mano. Sonrío de oreja a oreja. Por fin, algo bueno.
—Gracias, Señ... Felipe —rectifico a tiempo—. No lo hubiera conseguido sin su... sin tu ayuda.
—Claro que sí, Daniel. Tienes mucho talento, puedes hacer lo que quieras tú sola.
Hablamos un poco de mi futuro. Me pregunta qué tengo pensado hacer ahora y me invento una pequeña historia. Mi plan durante cuatro años ha sido irme a París con Álvaro e intentar seguir formándonos allí, pero, aunque no hemos hablado de ese tema últimamente, tengo bastante claro que eso no ocurrirá. Me dice que tendrá las notas publicadas en un par de horas, nos despedimos y me voy. Esperaré para ver la calificación de Álvaro antes de irme a casa a seguir llorando mi pena. Se graduará con honores, estoy segura, pero, ya que he venido, no me voy a ir sin verla. Él seguro que ni se interesará por ella. No se interesa por nada. Tampoco por mí.
Para hacer tiempo, decido ir a la cafetería a desayunar algo. No he comido nada en casa. En realidad, no recuerdo cuando fue la última vez que comí en condiciones. Estoy un poco mareada, necesito azúcar.
Subo de nuevo por las escaleras hacia el pasillo donde se encuentran los despachos de los profesores y donde deben estar ya las notas puestas. Efectivamente, están publicadas.
Sánchez, Daniel: 9.
Sanz, Álvaro: MH.
No esperaba menos de él. Matrícula de Honor. Se lo merece. Me alegro mucho. Decido llamarlo para darle la noticia. No sé si me cogerá el teléfono, pero no pierdo nada por intentarlo.
Un tono. Dos tonos. Tres tonos. Cuatro tonos.
—¿Quién es? —pregunta una voz de mujer, cantarina, demasiado feliz y satisfecha. «¿Quién demonios eres tú?».
—Eh... Hola, quiero hablar con Álvaro.
—Está ocupado —escucho risas.
—Perdona, ¿quién eres?
—Una amiga —se escucha una voz de fondo, la de Álvaro. Le quita el teléfono.
—Dani, no puedo hablar...
—Conmigo —le cambio el final.
—No te pongas así, celebramos el final de carrera, que hemos terminado —«¿la carrera o lo nuestro?». Está algo borracho y tal vez colocado—. Después hablamos —no habla claro.
—Sí, ya —y cuelgo.
Intento olvidarlo y centrarme en no llorar hasta llegar a casa y cerrar la puerta. Me urge salir de allí a toda prisa.
21
SORPRESAS TE DA LA VIDA
Entro en la galería el lunes por la mañana con las energías renovadas. Llevo en las manos dos cafés capuchinos con doble de azúcar que acabo de comprar en la cafetería de la esquina. Estamos a principios de noviembre, pero el sol luce con intensidad. O eso, o la felicidad que irradia mi corazón hace que lo vea todo de varios tonos color caramelo. Me he arreglado como me sentía. Un vestido camisero corto de flores blancas, rojas y moradas, sobre un fondo negro, una chaqueta negra entallada de crepé de corte sartorial, unos botines de plataforma y un bolso grande a juego. Llevo el pelo suelto haciendo ondas naturales. Los labios pintados con mi barra favorita, Ruby Woo de MAC , y las uñas del mismo color rojo.
Me siento bien. A esta hora de la mañana la galería aún no ha abierto al público. La tranquilidad que se respira se mezcla con el olor a óleo y la serenidad de la soledad. Cruzo las tres salas que separan la entrada de mi despacho y me deleito mirando el arte que me rodea. Me encanta mi trabajo. Me apasiona y, además, lo hago bien. Antes de entrar en mi oficina veo a Berta sentada en su mesa. Levanta la cabeza y me saluda.
—Buenos días, Dani —sonríe de oreja a oreja.
—Buenos días, Berta. ¿Qué tal el fin de semana? —le dejo el café sobre la mesa.
—Gracias —lo coge y le da un sorbo—. Magnífico. He estado en la sierra con unos amigos —bebe de nuevo—. Tienes varios correos importantes a los que contestar. Y ha llamado la secretaria del señor Álvaro Llorens. Está en Madrid desde ayer. Se pasará por aquí a lo largo de la mañana. Casi escupo el capuchino que estoy saboreando. Abro los ojos de par en par.
—¿Qué? ¿Por qué no me lo has dicho antes? —grito con voz de grillo.
—Acaba de telefonear hace diez minutos, iba a llamarte en cuanto te he visto entrar por la puerta —nota mi nerviosismo—. Tranquilízate, todo saldrá bien. Lo llevas esperando mucho tiempo.
Sí, es lo que quería. Que el dueño de todo esto, responsable de mi futuro en esta empresa y la persona que decidirá si voy o no a París, se dignara a aparecer por aquí después de más de seis meses de intenso trabajo. ¡Joder! Pero no esperaba que fuera hoy mismo y que avisara con tan poco tiempo de antelación.
Читать дальше