Se mueve y sonríe. Debe de estar soñando. Me estremezco al ver esa imagen y caigo en la cuenta de que sólo quiero hacerlo feliz. Tengo que averiguar cómo conseguirlo, pero de momento sé cómo hacer que empiece bien el día. Sonrío para mí y me froto las manos mentalmente. Lentamente me levanto y me tumbo sobre él. Comienzo a besarle el torso y bajo hasta rozar su pene, que no está flácido del todo. Empiezo a besarlo despacio y a lamerlo desde la base hasta la punta. En el segundo lengüetazo está erecto y listo para actuar. Este hombre es un dios. Lo escucho suspirar. Sigo con mi tarea.
Después de varios minutos, noto cómo su mano derecha toca mi cabeza, lo miro sin parar de hacer lo que estoy haciendo y me observa extasiado. Gime. Su mano izquierda agarra con fuerza mi pelo y empuja mi cabeza para dirigir la rapidez y la fuerza de mi mamada. Gruñe. Lo cojo con la mano y lo masajeo de arriba abajo mientras que lamo la punta. Me suelta la cabeza y abre los brazos a ambos lados de su cuerpo extasiado. Se corre en mi boca mientras no dejamos de mirarnos. Absorbo toda su esencia y trago con gusto lo que me ofrece. Está caliente y espeso, es sensual y muy sexy. Quiero hacerlo otra vez. Termino y, antes de reaccionar, se incorpora, atrapa con sus grandes manos mi cintura, me tumba sobre la cama y comienza a besarme.
—Quiero esto cada día.
Baja rozando con sus labios mis pechos, mi estómago, mis ingles... hasta llegar a mi zona íntima para devolverme el favor. «Admítelo, Dani. Tú también quieres esto todas la mañanas». Y todas las noches, ya puestos a pedir. Cuando me corro, se introduce en mí sin contemplaciones. Vuelve a estar completamente excitado. ¿Dónde has estado durante toda mi vida?
Me despierto y Alejandro no se encuentra a mi lado. Me siento en la cama y pienso en todo lo que ha pasado en tan poco tiempo. Me quiere. Ese pensamiento me reconforta. Me quiere desde la primera vez que me vio. Eso dijo anoche y sé que no es una forma de hablar. Lo dijo muy en serio. Esto me hace pensar que no sé cuándo fue la primera vez que me vio. Me gustaría saberlo, tengo que preguntárselo. Me levanto y me dirijo hacia el cuarto de baño. Necesito una ducha. Me visto lo más rápido posible. Tengo ganas de verlo y estar junto a él. Es lo único que me pide el cuerpo. Sentirlo. Estoy irremediablemente enamorada de este hombre. Me ha atrapado de una forma que no comprendo. En muy poco tiempo. Su temperamento, su dominio, su dulzura, su corazón... Todo ha hecho que no pueda vivir sin él.
El salón me espera desierto. Entro en la cocina y tampoco lo veo. Me dirijo a su despacho. Paso sin llamar y está de espaldas mirando por la ventana. Al escucharme, se gira y sonríe. Corro literalmente hacia él y salto sobre su regazo enredando mis piernas alrededor de su cintura como un monito. Me agarra fuerte y ríe. Ilumina la habitación.
—Buenos días —digo junto a su oído.
—No recuerdo ninguno mejor —me besa con pasión durante más de un minuto.
—Necesito contarte algo... —separa un poco sus labios de los míos.
—Ahora no. Tengo hambre —lo miro con lascivia.
—Mi niña preciosa no se sacia con nada...
—Necesito un café y una tostada —río y le doy un pequeño puñetazo en el hombro izquierdo—. Dame de comer.
Me lleva a la cocina en brazos, tal y como estamos, conmigo enganchada a su cuerpo como un monito tití. Me posa sobre la encimera y, antes de alejarse, me da otro beso. Abre el frigorífico y coge la leche. Observo que está casi vacío.
—Necesitas pasarte por el supermercado.
—Iremos el lunes —¿Iremos? ¿Nosotros?, pienso mientras él abre un mueble tras otro sin encontrar lo que busca.
—No cocinas muy a menudo, ¿verdad?
—Claudia cuida de mí —espero que se refiera a la asistenta.
—Es la asistenta —lee mi mente—. No la conoces aún porque ha estado fuera. Esta semana te la presento y le dices las cosas que te gustan. Si prefieres, ella también puede hacer la compra. Hazle una lista con lo que necesitas.
Sigue dando por hecho que voy a venir a vivir con él. No tengo ganas de discutir, aunque es mi don más preciado. No quiero bajar de esta nube de algodón en la que me mezo desde anoche, pero el tema es de tal importancia que requiere mi presencia en la Tierra. Así que decido tirarme sin paracaídas desde el cielo. Soy una kamikaze. Así me va en la vida.
—No voy a vivir contigo —le cambia el semblante.
—No pongas esa cara. Es demasiado pronto —me exacerbo.
—El lunes a las diez recogerán tus cosas y las traerán aquí —sirve dos cafés.
—No puedo dejar tirada a Sara con el alquiler —cambio de táctica.
—Ya he hablado con ella. La ayudaré hasta que encuentre a alguien —me tiende mi taza, ni siquiera la veo.
—¿Que has hecho qué? —chillo. Él calla—. ¿Cuándo has hablado con ella? —pregunto intentando tranquilizarme, milagro si lo consigo.
—Hace un momento. Quiere que la llames —me cruzo de brazos y lo atravieso con la mirada—. No voy a discutir este tema —sentencia. Ya lo ha dicho todo el dominador. Deja el desayuno junto a mí y me ordena—. Come, mientras yo voy a hacer unas llamadas desde el despacho —me da un corto beso y desaparece de mi vista.
—No voy a dejar que me pagues el alquiler —grito a su espalda echando humo por los poros. Para ser un hombre de negocios, negociar no lo hace muy a menudo, al menos no conmigo.
En una maniobra de las fuerzas especiales, cojo el café y un vaso de agua con una mano, el plato con las tostadas con la otra y una servilleta de papel que muerdo con la boca. Veo el móvil sobre la mesa del salón y me hago con él después de dejar todo lo que llevo sobre el cristal (no puedo abarcar más). Lo enciendo para llamar a Sara y me doy cuenta de que tengo varias llamadas y un mensaje de Fernando. Lo abro y leo:
"Daniel, he hablado con Sara. Aléjate de él. Es peligroso. Te lo contaré todo cuando vuelva. Te quiero".
Entiendo, a tenor de la cantidad de llamadas, que el enfado o preocupación (o ambas posibilidades) tienen dimensiones considerables y, con lo cotilla que soy (no puedo negarlo), me intriga saber a qué se refiere mi hermano al describir a Alejandro como peligroso. Supongo que un hombre de negocios como él habrá que tenido que sacrificar muchas cosas para llegar donde está, incluso admito que haya tenido que cortar algunas cabezas (metafóricamente hablando). Negociar con él no puede ser algo afable y gustoso. Fernando habrá tenido que luchar con uñas y dientes para poder cerrar el trato (si es que ha conseguido cerrarlo). No me interesa mucho ese tema, pero si es igual de dominante e impetuoso en el trabajo que en la cama, será muy difícil poder trabajar con él.
Llamo a Sara.
—Hola, traidora —digo enfadada.
—No chilles —gruñe.
—No estoy chillando —grito un poco más alto, se lo merece.
—Me duele la cabeza —me la imagino cerrando los ojos.
—Pobrecita —ironizo—. ¿Has hablado sobre mi vida con Alejandro hace un momento? —voy directa al grano, para qué dar vueltas.
—Sí.
—¿Y?
—Y, ¿qué?
—No te hagas la tonta —la acuso.
—Te quiere. Vais a vivir juntos. Es normal. No te resistas. Ocurrirá —suspiro y me toco las sienes con las manos.
—¡¿Estás muy segura de que saldrá bien?!
—¿Por qué tiene que salir mal?
Es imposible razonar con ella. No voy a perder tiempo enumerándole las razones por las que esto puede no ser buena idea. Cambio de tema.
—Anoche Roberto intentó besarme... y dijo que me quería.
—Por eso estaba así Alejandro —confirma sumando dos más dos. Es muy lista.
—Sí. Nos vio. Se enfadó muchísimo. Después de eso, le dije que lo amaba.
—¿Y qué hizo?
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