—¡Te quiero, por Dios Santo! ¡Te quiero desde la primera vez que te vi!
Se abalanza sobre mí y nuestras bocas chocan como dos tanques enemigos en medio del campo de batalla. Me agarra del pelo, enreda sus dedos entre mis cabellos y tira hacia él. Yo me aferro a su cuello. Nos devoramos desesperadamente. Su lengua penetra en mi boca sin pedir permiso, se enreda y danza al compás de la mía.
Sigue lloviendo. Estamos empapados, pero lo único que nos importa es saciar la sed que tenemos el uno del otro y que no conseguimos calmar. Sus manos agarran ahora mi cuello y lo aprietan con ganas. Me está ahogando, casi no puedo respirar. Intento apartar su cuerpo de mí, pero no me lo permite. Alguien nos interrumpe.
—Estás aquí —Sara se tambalea junto a nosotros, casi no se mantiene en pie. Junto a ella se encuentran Sofía y Roberto.
Alejandro lo ve y puedo sentir su cuerpo tensarse, aunque ya no lo tengo pegado al mío. Me coge de la mano y se dirige a mi amigo:
—No vuelvas a acercarte a ella —es una dura advertencia. Roberto dirige su mirada hacia mí, pero yo no tengo nada que decirle.
Alejandro vuelve a rugir:
—¡Es mía! —mi amigo lo mira—, ¿me has entendido?
Roberto se pone en posición de defensa y yo empiezo a asustarme. No quiero que comiencen una pelea en la que los dos se pueden hacer mucho daño. Sara y Sofía nos miran como en un partido de tenis sin decir ni una palabra, atónitas. No entienden qué está pasando. Sara, la–oportuna–cuando–quiere, salva la situación.
—Tranquilos, esto no es un concurso para ver quién la tiene más grande —coge a Roberto y tira de él—. Nosotros nos vamos —no se resiste, se vuelve y se va con ellas.
Sofía me mira preguntándome qué coño pasa y yo me encojo de hombros. No es un buen momento para contarle nada. Se da media vuelta y camina en dirección a nuestros amigos. Paran en la puerta de la discoteca y los pierdo de vista un momento después. Alejandro me tiene agarrada tan fuerte que la sangre no llega a los dedos de mis manos. Intento soltarme. Aprieta un poco más. Duele.
—Me estás haciendo daño.
Afloja la presión que ejerce sobre ella sin llegar a soltarme. Ante esta situación tengo muchas opciones, sin embargo no voy a enfadarme con él porque haya advertido a Roberto. No lo disculpo, pero yo en su lugar no sé qué hubiera hecho. Bueno, sí. Algo mucho más irracional, como cortarle la cabeza y desparramar sesos de mujer por toda la calle, por ejemplo. Nos miramos y caigo en la cuenta de lo que ha dicho antes de que nos interrumpieran.
—Me... quieres... —susurro.
—Te quiero —sonríe.
Y volvemos a besarnos, esta vez lentamente. Lame mi labio inferior, después el superior y, cuando termina, su lengua se adentra en mi boca. Pausadamente. Sintiéndonos. Percibiéndonos. Encontrándonos. Previamente, sólo nos teníamos delante. Ahora nos vemos, nos sentimos, nos tenemos.
Mientras conduce, no deja de acariciarme el brazo y el muslo, prometiéndome sin palabras todo lo que ocurrirá a continuación. Bajamos del coche calados hasta los huesos a causa de la lluvia mientras nos declarábamos en medio de la calle. (Una imagen muy romántica, pero voy a pillar un pulmonía). Comienzo a tiritar y Alejandro me abraza mientras subimos en el ascensor, cruzamos el ático y me lleva al dormitorio.
—Vamos —me insta a que levante los brazos—. Estás helada.
Sólo puedo sonreír. Nos desnuda a los dos y nos dirigimos al cuarto de baño. Sin soltarme, abre el grifo y, cuando el agua está suficientemente caliente, nos metemos dentro. Nos abrazamos mientras el calor del chorro de agua que cae sobre nosotros consigue que deje de tiritar. No para de acariciarme la espalda. Nos miramos.
—¿Estás bien?
Asiento con un leve gesto de cabeza y vuelve a abrazarme. Es una sensación maravillosa. Él. Yo. El agua caliente cayendo sobre nuestros cuerpos. La intimidad que nos rodea y el silencio que nos abraza. Nos besamos, primero suavemente y, conforme pasa el tiempo, se convierten en besos ardientes y apasionados. Me da la vuelta, posa su mano bajo mi espalda invitándome a que me incline hacia delante.
—Agárrate a la pared —ordena y lo hago. Deja de ser dulce para convertirse en el hombre dominante que tanto me gusta y me pone—. Necesito estar dentro de ti.
Y me penetra sin preguntar si estoy preparada porque sabe que la respuesta es sí. Mi cuerpo siempre lo espera dispuesto, a él, sólo a él. Siento cómo llega hasta lo más profundo de mi ser. Me agarra de las caderas y tira hacia sí para ahondar más en mí.
Jadeo.
Ruge.
Entra y sale.
Entra y sale.
Sus acometidas son cada vez más profundas y constantes. Le aviso que me voy a correr y él me ordena que espere. Sale entonces de mí y apoya mi espalda en la pared, se agacha y me abre las piernas. Su lengua recorre con parsimonia la parte interna de mis muslos. Gimo. Todo mi cuerpo tiembla. Agarro con mis manos su cabello y tiro de él guiándolo hasta el centro de mi placer. Me devora entera. Rápido y certero. Su lengua se mueve exquisita y sabia. Me corro sin ni siquiera darme cuenta de que iba a hacerlo. Se levanta y, sin esperar a que me recupere, me penetra rápido y duro. Se aferra a mi cabello mojado y me besa con desesperación.
Jadea.
Jadeo.
Jadeamos.
Entra y sale.
Entra y sale.
No puedo aguantar mucho más, espero que se dé prisa. Adivina mi deseo vehemente y me ordena entre susurros que me corra de nuevo. Lo siento derramarse dentro de mí mientras yo exploto y toco el cielo con las manos. Vuelve a abrazarme y besarme como si no hubiera un mañana. Terminamos de ducharnos, nos enjabonamos el uno al otro y nos enjuagamos. Salimos del baño y me tumba sobre la cama.
—Ahora voy a hacerte el amor —susurra mientras me besa.
Esto es nuevo. Hace mucho tiempo que no me hacen el amor. En mi mente se agolpan imágenes que había ocultado tras enormes bloques de cemento. Recuerdos que no hacían otra cosa que hacerme daño y partirme en dos. El dolor se posa sobre mí como un antiguo compañero de viaje y me aplasta cual losa de cien kilos. No puedo respirar, me encojo sobre mí misma y me agarro las piernas con las manos. Estoy a punto de sufrir un ataque de pánico. Tiemblo. Alejandro se da cuenta de que algo no va bien.
—Dani, ¿qué te ocurre? —me abraza.
—No... no puedo respirar.
—Tranquila, estoy aquí. Nadie volverá a hacerte daño —besa mi frente y deja pasar unos minutos.
—Cuéntame qué pasó —pero no le contesto. Sigue besándome.
—Esto... esto me da miedo.
—Dani, jamás te dejaré. Estoy completamente enamorado de ti —sigo llorando—. ¿Quién te hizo tanto daño? —me rodea con sus brazos más fuerte si cabe y me recuesta sobre la cama. Me relajo un poco—. Déjame demostrarte cuánto te quiero.
Se tumba sobre mí y recorre con sus labios todo mi cuerpo. Cuando llega a las ingles, me abre las piernas y sopla sobre mi monte de Venus. Roza con su boca mi clítoris y lo succiona suavemente. Jadeo. Toda la zona está muy sensibilizada. Baja por mis muslos hasta llegar a las rodillas y vuelve a subir. Se detiene en mis pechos y se deleita con ellos. Vuelve a mi boca y su lengua juega con la mía. Coge su polla y me penetra despacio mientras repite una y otra vez "eres mía, eres mía". Me hace el amor, lentamente, despacio, sin prisas, durante más de dos horas. Cuando terminamos, nos abrazamos y, sin salir de mí, nos quedamos profundamente dormidos.
19
ALÉJATE DE ÉL
Me despierto con los primeros rayos de sol. Intento moverme, pero sus fuertes brazos tatuados me tienen aprisionada. Todavía sigue dentro de mí. Abrazándome por la espalda. Me retiro un poco y me giro. Nuestros cuerpos se separan. De su boca sale un pequeño gruñido. Se ha quedado bocarriba a mi lado. Lo miro. Duerme plácidamente. Contemplo su cara relajada y no puedo dejar de suspirar. Es perfecto. Su mandíbula cuadrada, sus jugosos labios, sus largas pestañas, su pelo alborotado... Caigo en la cuenta de que aún no sé qué edad tiene. No lo he pensado mucho porque me importa muy poco. Nada, en realidad. Es mayor que yo, pero no demasiado. Treinta y cinco tal vez.
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