Julio San Román - Heracles
Здесь есть возможность читать онлайн «Julio San Román - Heracles» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Heracles
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Heracles: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Heracles»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Heracles — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Heracles», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
La chica rubia pidió una copa al camarero de un grito que se fusionó con el estribillo de Salta, de Tequila. Volvió a gritar, lo que me sacó de mis dilucidaciones, y no sólo a mí. El camarero, un gorila bien vestido y sin un solo pelo, se aproximó a ella, acercó la cabeza ladeada a la barra para que se lo repitiera por tercera vez y atendió su pedido con mucha rapidez. En cuanto la copa llegó a la mano de la chica, Javier entró al ataque con un cigarrillo en alzas. La chica pareció hacerse la despistada, aunque yo creo que más bien estaba incómoda por la intrusión del baboso engominado. Seguramente ella quisiera volver con sus amigas para seguir bailando en una esquina hasta que se decidiera a ligar con un chico, o una chica ya que en aquellos tiempos los límites de la sexualidad comenzaron a desvanecerse, pero algo hizo que esa incomodidad se perdiera en cuestión de segundos. Ella perdió la mirada entre los cuerpos ondulantes, o mejor dicho, clavó la mirada en un punto fijo durante unos segundos y después volvió a hablar con Javier, mucho más extrovertida, como si hubiera perdido la timidez en cuestión de segundos. Intenté ver lo que había provocado tal cambio en su carácter pero los bailarines borrachos me lo impidieron. Me giré de nuevo hacia la pareja, dándome por vencido, y vi cómo ella establecía contacto físico con el donjuán, cómo aceptaba el cigarrillo que él le ofrecía y cómo él se lo encendía con su propio mechero. A cada movimiento que hacían, ella desviaba la mirada sin girar la cabeza hacia la causa de esa actitud hasta que, en uno de esos vistazos al gentío, se produjo un cambio que trajo de vuelta la introversión de la mano y de la incomodidad, que encerraron el descaro en el interior de su cuerpo de nuevo. Entonces ella se apartó del chico, bebió su copa de un trago y se marchó, desapareció entre la multitud de color rosa. Javier se quedó con la palabra en la boca, miró a su alrededor —aparentemente, para encontrar a la chica; en realidad, porque temía que alguien hubiera visto su ridículo— y se topó conmigo. Me encogí de hombros y le sonreí con resignación. Él pidió una copa, el camarero se la sirvió mientras Javier me lanzaba miradas que contenían un cóctel de repulsión y vergüenza, se la bebió de un trago y se marchó de la barra, seguramente conteniendo sus fuerzas para no lanzarse contra mí y darme una paliza. Puede parecer una exageración pero, según mi experiencia, los borrachos suelen tener muy mal genio.
Carmen no tardó en aparecer. Iba preciosa aquella noche: se había alisado el pelo, aunque no lo llevaba totalmente liso, sino que se le formaban ondas que recordaban a los peinados de los años veinte que se veían en las fotos de los libros de historia; iba maquillada y destacaban sus labios de color escarlata, como su vestido y sus tacones. Era un atuendo un poco clásico. Carmen era así, una apasionada de las novelas de amor históricas, de época, como Cumbres Borrascosas, Orgullo y prejuicio o La señorita Dalloway. Momentos tradicionales como aquella noche, la última del año, en la que podía vestirse más elegante, le permitían recrearse en estas historias de amor y sentirse como una damisela que al final del libro encontrará a su amado, papel que por aquel entonces me tocaba ejercer a mí.
—¿Dónde está Arturo? —Fue lo primero que preguntó a la vez que me quitaba el bolso de las manos. Con el bolso tenía un aspecto muy pijo. Nunca hacía alarde de su dinero con ropa de marca o cara pero en los detalles residía su verdadero yo. Siempre temí que nos atracaran en la calle cuando salíamos de fiesta porque llevara su bolso de marca. Debido a esto, rehuíamos los barrios obreros, no por mí, sino por ella. Venía de Andalucía, de Sevilla. Antes de venir a Madrid vivía a las afueras de la ciudad, en un cortijo regentado por su madre. Ya en Madrid se buscó una habitación en una residencia donde el horario era muy estricto pero, por otra parte, la calidad de vida era inmejorable. En la capital era una princesa fuera de su castillo.
—Ha desaparecido justo cuando te has ido al baño —respondí, levantándome del taburete—. Has tardado lo que no está escrito… ¿Teníais que rellenar un formulario antes de mear?
—¡Qué había mucha cola! No es mi culpa —respondió con su acento andaluz. En sus palabras no quedaba «s» sin aspirar.
Me reí de su grito de niña exasperada y la besé en los labios. Después la agarré del brazo y sugerí buscar a Arturo.
Nos movimos entre el gentío agarrados por las manos. Yo la guiaba entre el tumulto, apartaba a los bailarines que se interponían en nuestro camino solo por ella. Evitaba cualquier posible empujón que pudiera recibir, aunque evidentemente no lo conseguía.
Llegamos hasta la entrada. Allí, dos hombres vestidos de negro con cara de brutos y de tener pocas neuronas charlaban sobre las chicas tan atractivas que entraban en la discoteca con palabras poco corteses. Nos vieron salir, nos sellaron la mano para que luego pudiéramos entrar.
En el exterior los jóvenes se arremolinaban en círculos independientes unos de otros mientras se pasaban botellas de alcohol que ellos mismos habían traído de sus casa para evitar pagar las copas de la discoteca. Una vez estuvieran borrachos, o al menos cuando el mundo se tambaleara un poco, entrarían al local para bailar y disfrutar del resto de la noche.
Aparte de los corros había otros tantos jóvenes que se aislaban, botella en mano, y bebían solos, quién sabe si para ahogar sus penas o por falta de amigos en aquella noche donde todo volvía a empezar; otros que iban de grupo en grupo porque su vida social era muy amplia o porque mendigaban hasta una gota de alcohol siempre y cuando que eso supusiera no pagar dentro de la discoteca. Generalmente estos eran chavales con aspiraciones comunistas que se basaban de esa ideología para fomentar el acto de compartir o chicas que querían ahorrarse su propia bebida y coqueteaban con los chicos para conseguirla. De las dos clases de parásitos alcohólicos, por lo general los comunistas solían quedarse sin beber y de vez en cuando algún golpe se llevaban si tenían la mala suerte de preguntar en un grupo lleno de fascistas; las chicas, sin embargo, tenían bastante éxito porque los hombres consideraban que cuanto más ebrias estuvieran, más opciones tendrían de conseguir ligar con ellas. Yo lo he hecho, todos lo hemos hecho. La juventud es así.
De todas formas, no nos desviemos. Encontramos a Arturo apoyado en un seiscientos amarillo, situado en la fila de coches que había aparcados cerca de la discoteca. Cruzamos la calle para llegar a él. De cerca le vimos mejor: la farola que había junto a él proyectaba una luz anaranjada que volvía sus cabellos más oscuros pero con destellos de color ámbar, aunque su pelo, bajo una luz normal, era del típico color castaño que no destacaría para nada en una foto de una calle llena de cabezas de viandantes. Tenía el pelo bastante largo, aunque no llegaba a formar ni media melena. Además, como caía en mechones ondulados, se le abultaba bastante y se formaban tirabuzones que intentaba contener pero rara vez conseguía. El rostro era alargado, fino, pero no tenía facciones marcadas, salvo unas ojeras ya asentadas de por vida bajo sus gafas. Levantó la cabeza para mirarnos cuando nos pusimos a su lado y vimos el intento de perilla que adornaba su barbilla. Siempre andaba diciendo que quería dejarse barba, pero la genética había decidido ponerse en su contra y únicamente le crecía bello en la barbilla, rota por una cicatriz de la infancia casi invisible, lo que parecía conformarle. No tenía ninguna botella pero parecía el más miserable de los beodos. Tenía la corbata aflojada, la camisa por fuera del pantalón y el cuello de la chaqueta arrugado por detrás de la nuca. Al lado del zapato tenía una lata de refresco, lo único que podía beber en noches como estas debido a una intolerancia hepática al alcohol que en más de una ocasión habían usado en su contra para llevar a compañeros que apenas se tenían en pie a sus casas en coche. Era el conductor más seguro en noches de fiesta.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Heracles»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Heracles» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Heracles» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.