Nora Cortese - Diario íntimo de una mujer audaz
Здесь есть возможность читать онлайн «Nora Cortese - Diario íntimo de una mujer audaz» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Diario íntimo de una mujer audaz
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Diario íntimo de una mujer audaz: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Diario íntimo de una mujer audaz»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Solo quería ser feliz y encontrar al amor de su vida, aunque eso la llevara a cometer una y otra vez el mismo error. Nada de lo vivido fue en vano, porque al final aprendió lo más importante, que en su vida no había lugar para ningún tipo de maltrato. Ella podés ser vos.
Diario íntimo de una mujer audaz — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Diario íntimo de una mujer audaz», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—Qué tarde que viene usted, debe tener un trabajo muy sacrificado.
—Sí, es verdad, cuido a una abuela en Capital—le respondí sin dar demasiada importancia al tema.
De a poco mi vecina dejó de barrer la vereda, las cortinas no se corrieron más y las ventanas empezaron a permanecer quietas cada vez que el remís me dejaba en la puerta de casa.
Mientras tanto, yo seguía con la necesidad de una compañía masculina. Una noche en que los chicos se habían quedado en lo del padre y no sabía qué hacer, tomé un libro y comencé a leerlo, a la décima página lo dejé y agarré nuevamente el tejido, a los quince minutos lo dejé, no había nada que calmara mi ansiedad. Llamé a mi amiga y le dije:
—Necesito romper la rutina ya.
—¿Alguna idea en mente?
—No y eso es lo peor. Este fin de semana estoy sola, ¿qué podemos hacer?—le pregunté.
—¿Qué te parece si vamos a bailar a uno de esos lugares de solos y solas? Conozco uno que es espectacular.
Primero dudé, pero al fin y al cabo yo solo quería un poco de diversión, así que acepté. Me produje para la ocasión con todo esmero, fui a la peluquería, cambié de color y le pedí a Edith que me hiciera un peinado recogido, ya que eso me favorecía. Desempolvé mis stilettos y con fórceps me puse la pollera de cuero que me habían prestado.
Cuando subí al remís que nos iba a llevar, el chofer que me conocía, me miró asombrado al ver mi producción. Le guiñé el ojo recibiendo como respuesta una sonrisa cómplice y un “esto queda entre nosotros” con su mirada.
Llegamos y fuimos a la barra. Me sentía rara, como presa de un coto de caza en exhibición. Quería una vida distinta, pero eso no significaba que estuviera loca por un hombre, y que esa noche, sí o sí, debía salir con un acompañante. La música retumbaba en mis oídos y el humo que cubría la pista me provocaba tos; sin embargo acepté varias invitaciones para ir a la pista de baile, pero todos querían llegar al mismo final, ir a un lugar más íntimo para conocernos.
Después de una noche decepcionante, al amanecer tomamos mate en el jardín, juntas, y mate va, mate viene, le comenté la sugerencia de Luisito con respecto al chat telefónico.
—¿Qué te pasó, amiga? ¿Te volviste loca? ¿Cómo vamos a buscar hombres por teléfono? Anoche me hiciste volver antes del boliche porque te parecía degradante conocer gente de esa manera y ahora me venís con esto.
—Ah…, bueno, tampoco somos carmelitas descalzas, dale—insistí—, probemos ahora mismo, quién te dice que quizás esta noche tengamos con quién salir.
Y haciendo caso omiso a los dichos de mi amiga, agarré el teléfono, grabé mi presentación y comencé, de esa manera, una carrera sin fin.
Si bien han cambiado los medios a través de los cuales se puede conocer personas, el comienzo de las charlas telefónicas era igual a la de los bailes en mi adolescencia. ¿Cuántos años tenés? ¿Dónde vivís? ¿De qué signo sos? ¿Estudiás, trabajás? Y así fue como mensaje va, mensaje viene, concerté mi primera cita. Tenía treinta y seis años, era de San Martín, pero no le importaba la distancia y a mí me seducía la idea de salir con un hombre diez años menor. Quedamos en encontrarnos en la plaza que estaba frente a mi trabajo. A la hora indicada me mandó un mensaje de texto:
—Estoy sentado en el banco con una funda de bajo rosa.
El mensaje me hizo dudar, ¿cómo es eso de la funda rosa? ¿Tendrá sus neuronas en orden este chico? Pero cuando llegué, él estaba ahí, como un soldado, sentado en el banco sujetando un bajo con funda rosa. La que tenía las neuronas desordenadas era yo. Y así nos fuimos a comer pizza. Tuvimos una charla agradable pero nada trascendente. Con la excusa de que iba a ser complicado vernos debido a la distancia que nos separaba, le dije que era mejor no seguir viéndonos.
No le daba demasiada vuelta al hecho de tener una cita a ciegas, no me ponía nerviosa ni me atemorizaba, al contrario, me revitalizaba.
Y mientras yo le contaba mis vivencias con lujo de detalles a un desconocido, no sacaba la mirada de la pantalla que se encontraba a la izquierda de nuestra mesa, esperando la aparición, en letras luminosas, del horario de partida del vuelo que me iba a llevar a Indonesia para terminar de instrumentar el cambio de mi vida.
Capítulo VI
El vuelo se había postergado por cuarenta y ocho horas, los gritos, insultos y quejas del resto de los pasajeros iban en aumento, superando por mucho las mías. Debía esperar dos días más para tomar el avión. Lucy decidió volver a la casa de su hijo; mi compañero ocasional aceptó alojarse en el hotel que le ofreció su aerolínea y yo aún no había decidido qué hacer porque vivía a solo dos horas del aeropuerto, siempre y cuando no me interrumpiera ningún piquete.
—¿Qué vas hacer en tu casa? ¿Por qué no pedís una habitación en el hotel?—insistió mi acompañante, aumentando así mi indecisión. Quizás tenía razón, las horas en casa se iban a hacer interminables y la charla que estábamos teniendo me hacía mucho bien, hasta lograba ver con más claridad cosas que en el pasado no entendía.
—Lo acompaño a pedir el voucher—murmuré suspirando.
—Muy buena decisión—dijo tomando mi bolso de mano, y así juntos, nos dirigimos al mostrador.
Hasta ese momento, entre mi ansiedad y mi histeria, no había prestado atención a mi hombre de compañía. Era más alto que yo, mi cabeza llegaba a su hombro, quizás por eso, su mirada sobre mí generaba cierto poder que impedía decir no a sus propuestas. Sus ojos eran color miel, no superaba los cuarenta años, con un mechón de pelo constantemente sobre su cara, lo que le daba cierto aire de desenfado al tirarse el cabello hacia atrás.
En minutos llegamos al hotel. Se encontraba muy cerca del aeropuerto. Tenía un aspecto muy especial, semejante al Coliseo romano. Estaba ubicado dentro de un shopping lo que hacía suponer que la estadía no iba a ser tan aburrida. Su habitación estaba en el primer piso, la mía en planta baja. Dejamos las cosas y nos reencontramos en el hall central.
—¿Comemos algo?—preguntó.
—Lo que sea, pero comamos algo por favor—respondí mientras miraba absorta semejante obra arquitectónica.
Recorrimos el lugar en busca de una casa de comidas, no nos poníamos de acuerdo sobre qué comer. Al cruzar una calle interna nos encontramos con una pizzería, el olor que salía de allí me transformó la cara.
—¿Qué te pasa?
—Este aroma me recuerda a la primera relación que tuve después de separarme.
—Te escucho…—murmuró mientras me tomaba del brazo para cruzar la calle.
Y como una autómata continué mi relato. Por ese entonces, le dije, la cocina era mi refugio. Eso trajo a mi mente el recuerdo de cierto sábado que había amanecido más melancólica que de costumbre. El olor a pan casero que salía del horno no lograba cambiar mi estado de ánimo. Saqué la harina de la alacena y comencé a amasar pizzas. Hice varias para luego frizarlas. Era un salvavidas para los chicos cuando llegaban de la escuela, ya que con solo llevarla al horno, tenían la comida al instante. Guardé una para mí. Le puse rúcula, jamón crudo y abundante queso parmesano y la llevé a la mesa junto a una lata de cerveza. Sola frente al plato, como siempre, transcurrió mi cena de sábado. El único programa posible era mirar una película. Recorrí los canales de atrás para adelante, de adelante para atrás, y no encontré nada que me enganchara. A esa altura la soledad empezaba a tener efectos sobre mí. La única alternativa era recurrir al teléfono. Marqué el número de casilla y entré a la sala de chat. Las presentaciones se sucedían hasta que lo escuché a él, Ezequiel, treinta y seis años. Fue mi primer clic. Separado, un hijo de cuatro años, re dulce. Cuando me di cuenta, habíamos estado hablando durante dos horas, tiempo que aprovechamos para contarnos los pormenores de nuestras vidas. Corté la llamada con la promesa de seguir comunicándonos, ya que nos habíamos intercambiado los números de celulares. Eran tantas las mariposas que volaban en mi panza que no lo podía creer. Los días que siguieron fueron exultantes. Me llamaba varias veces y después de dos semanas de charlas telefónicas, decidimos conocernos. Pasó a buscarme por el trabajo. Esa mañana se me había hecho interminable, la hora del encuentro no llegaba nunca. Tenía muchas expectativas. Al recibir un mensaje de él, tomé mi cartera, y dando un saludo general, bajé corriendo las escaleras. Cuando me acerqué me encontré con un hombre robusto, musculoso, morocho, pelo corto, con el cuerpo cubierto de tatuajes. No era lindo, pero eso no me importaba porque ya me había enamorado de él. Nos abrazamos y sin necesidad de palabra alguna, me abrió la puerta y subí a su auto. No escuchaba lo que me decía, solo lo miraba absorta. Su dulzura era la misma que por teléfono. Me enterneció el asiento trasero lleno de juguetes de su hijo. Siempre hablaba de él.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Diario íntimo de una mujer audaz»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Diario íntimo de una mujer audaz» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Diario íntimo de una mujer audaz» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.