Nora Cortese - Diario íntimo de una mujer audaz

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El mundo será de los audaces, dijo, y comenzó a vivir su vida sin importarle el qué dirán. Ingenua, suspicaz, fría, sensual, romántica, abnegada, calculadora, pero por sobre todas las cosas, valiente.
Solo quería ser feliz y encontrar al amor de su vida, aunque eso la llevara a cometer una y otra vez el mismo error. Nada de lo vivido fue en vano, porque al final aprendió lo más importante, que en su vida no había lugar para ningún tipo de maltrato. Ella podés ser vos.

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Mientras conversaba con él, observaba cómo tres personas no nos sacaban la vista de encima. Un par de veces cruzamos la mirada. Me sentía importante, seguía siendo apetecible para los hombres, pensaba, y esos eran tres confituras rellenas de dulce de leche. Me sonrojé cuando vi que se acercaban. A pesar de hacerme la mujer fatal y sostenerles la mirada a los hombres, sentí un poco de vergüenza y bajé la vista.

—Policía—dijo el morocho musculoso al que no le había sacado la vista de encima en ningún momento—, me tienen que acompañar.

—¿Yo? ¿Por qué?—contesté sin dejar hablar a mi compañero de banco—. Hace un rato largo que estoy acá rumiando rabia, haciendo ohm…, hablando con la gente para pasar el tiempo. ¿Qué hice?

—Necesitamos que ambos pasen sus equipajes de mano por los escáneres.

—Esto es un sueño. ¿Para qué pasarlo de vuelta?—contestaba mientras él no decía palabra alguna.

—¿Hacia dónde se dirigen?—preguntó el más bajito de los tres.

—A Indonesia—contesté.

—A España—dijo él.

—Viajan separados por lo visto.

—Sí, señor. Yo voy a Indonesia a encontrarme con mi novio y él, según me dijo, va a trabajar allá para juntar plata para curar a su hijo que está enfermo.

—Es un trámite sencillo, acompáñenme por favor—insistió el musculoso.

Yo iría con vos al cuarto para que me palpes de pies a cabeza, pensé, pero me di cuenta de que la cosa no iba por ese lado. Habían logrado ponerme más nerviosa de lo que estaba pero los seguí con mucho fastidio, a pesar de mis pensamientos morbosos.

Entramos a un cuarto donde pusieron los equipajes sobre la mesa. Al dar vuelta el mío se desparramaron todas las cosas que había adentro: toallas femeninas, protectores diarios, jabón, toalla, maquillajes y mis remedios. Abrieron todas mis cremas y las pasaron por el escáner. Mi presunción de mujer fatal se diluyó. Me di cuenta de que sospechaban algo. Mientras tanto yo discutía argumentando que era un atropello porque ya lo había pasado. Luego abrieron la valija de mi acompañante ocasional y encontraron un doble fondo lleno de pastillas de éxtasis. Después de media hora, disculpas mediante, y luego de comprobar que no tenía nada que ver con ese hombre, me liberaron mientras él quedó detenido. Corrí hacia la sala de espera. Lucy estaba desesperada porque faltaba poco para la partida del vuelo y no me encontraba.

Capítulo II

Mientras esperaba la salida del avión, los recuerdos se sucedían de manera vertiginosa. Las preguntas salían a borbotones. De a poco iban asomando las respuestas. Trataba de recordar cómo había tomado la decisión de viajar y si era correcto lo que estaba por hacer.

No había tenido una infancia feliz, tampoco una adolescencia para recordar. Pero ahí estaba, sentada en los sillones del aeropuerto, convertida en mujer. Mi vida no había sido fácil. Estaba separada pero feliz, luego de haber cumplido con los mandatos de la sociedad y casarme con libreta, vestido blanco, fiesta y virgen, tal cual lo estipulaban los mandatos de la época, cosa inentendible para los jóvenes de ahora. Siempre me esforcé en agradar a los demás, traté de ser la chica perfecta primero y la mujer maravilla después. Mis recuerdos de la infancia no eran los mejores: frío, hambre, madre con tendencia suicida y abandono. Algunas terapias posteriores me hicieron ver que esa obsesión por agradar a los demás había nacido en mi niñez, al sentirme desvalorizada por mi entorno familiar. Esas son heridas imperceptibles para nuestro consciente, pero que dejan huellas profundas en nuestro ser y muchas veces se transforman en el motor de nuestras angustias y padecimientos. Eso lo aprendí después de escuchar a muchos profesionales que hablaban del tema en los programas de la tarde.

Crecí con la esperanza de revertir esa situación al casarme, pero, cuando el día llegó, los resultados no fueron los esperados. Me había casado con la ilusión de todas las mujeres de esa época: formar una familia. Era hija de padres separados, por lo que siempre me había propuesto no hacerles vivir la misma situación a mis hijos. Sin embargo, uno propone y la vida dispone. No me agradaba la decisión de separarme, pero era inevitable. El amor había desaparecido y la convivencia era insostenible. Nunca voy a olvidar el día que hice el clic en mi vida. Mirándome en el espejo del baño me pregunté: ¿Por qué sigo al lado de este hombre? Sabía que iba a lastimar a otras personas, pero me sentía con el derecho a ser feliz. Uno no se equivoca a propósito. Cuando me casé, pensé que lo hacía para toda la vida, pero fue la vida la que me demostró que me había equivocado.

No fue fácil tomar la decisión, la maduré durante años, si, suena raro, durante años pensé en la posibilidad de separarme, y sin pensar demasiado en las consecuencias, llegado el momento me fui de mi casa, y comencé a vivir una vida difícil pero feliz a la vez. De entrada todo es muy duro. El mundo se viene encima, la noche se apodera de nuestras vidas, parece que todo es imposible; pero al mismo tiempo la esperanza de lograr una mejor vida es más fuerte. Solo una sabe la tortura que tuvo que vivir antes de tomar la decisión, pero, llegado el caso, lo importante era lo que estaba por venir. Y como a mí me faltaba mucho por hacer y vivir, comencé a transitar la vida sola, aunque en realidad no era sola, sino sin la compañía de un hombre. Estaba muy segura de lo que hacía, no sentía miedo por nada ni por nadie.

Si bien tenía todo resuelto, una visita a la sicóloga no estaba de más.

—Contame, ¿por qué estás acá?—disparó la profesional.

Mi respuesta no tardó en llegar:

—Me separé y tengo algunas dudas—dije y, mientras ella me acercaba una caja de pañuelos descartables, comencé a hablarle de mi vida. Estaba sorprendida porque nunca había llorado durante el proceso de separación, y ahora no alcanzaban los trozos de papel absorbente que estaban sobre el escritorio—. El tema de la ruptura lo tengo resuelto—le dije—, estoy muy segura de la decisión que tomé. Mi duda es cómo tratar el problema con mis hijos.

—Tenés que decirles la verdad. Que mamá y papá dejan de ser pareja y que no van a vivir más juntos, pero serán sus padres para toda la vida. ¿A dónde pensás irte a vivir?—preguntó.

—Por ahora con mi mamá.

—¿No tenés otra opción?¿Una amiga u otro familiar?—me preguntó, descolocándome, ya que para mí esas cosas eran tema cerrado.

—No pienso vivir mucho tiempo en lo de mi mamá—contesté, tratando de demostrar que ese no era mi problema—. No bien logre acomodarme, voy a alquilar una casa. Aunque haciendo memoria, tengo una casa que un abuelo amigo de la familia puso a mi nombre para que la herede luego de su muerte, pero por ahora él está viviendo ahí.

—¿Cómo?—interrumpió—. ¿Querés decir que tenés una casa?, ¿entonces por qué no le pedís al abuelo que te deje vivir con él hasta que puedas alquilar una para irte a vivir sola?

La visita a la sicóloga me había confundido. Pensé mucho su propuesta. Estaba bueno tener cierta independencia, ya que el vivir con la familia significaba tener que adaptarse a sus reglas de convivencia.

Tenía muy vagos recuerdos de Glew, donde se encontraba la casa que le había mencionado a la sicóloga. Fueron muy pocas las veces que habíamos visitado ese lugar. El pueblo está ubicado en el sur del Gran Buenos Aires, a casi treinta kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Pertenece al partido de Almirante Brown y se lo conoce por los frescos que Raúl Soldi pintó en las paredes de la Capilla Santa Ana, durante veintitrés veranos. Nunca estuvo en mi mente dejar la moderna Capital Federal para mudarme al conurbano bonaerense. Sin embargo, la idea me gustó, y sin pensarlo demasiado, me puse a googlear cómo viajar. No tenía dudas de que iba a ser una gran aventura. Y lo fue.

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