—Eso no te pertenece —dijo Neil.
—Analgésicos —dijo Nicky, ignorando la acusación implícita—. El entrenador se destrozó la cadera hace unos cuantos años, ¿sabes? Fue así como conoció a Abby. Ella era su terapeuta y él le consiguió este trabajo. La mitad del equipo cree que están liados, la otra mitad que no. Andrew se ha negado a participar, así que el desempate depende de ti. Dínoslo lo antes posible. He apostado dinero.
Sacó un par de pastillas, cerró la tapa y devolvió el bote a su sitio. Neil se giró para ver qué pensaban los demás de todo aquello, pero Andrew y Kevin habían desaparecido. Solo quedaba Aaron y no parecía interesado en absoluto.
—Conocerás a Abby en la cena de hoy —dijo Nicky, metiéndose las pastillas en el bolsillo—. Nos quedan un par de horas muertas, así que igual podemos acercarte a la cancha para que flipes un rato. Ahora somos suficientes para jugar partidos de práctica. Kevin tiene que estar meándose de la emoción.
—Lo dudo mucho —dijo Neil, pensando en la expresión desapasionada de Kevin.
—Kevin no se emociona nunca —aseguró Aaron—, pero, dado que el exy es lo único que le importa, nadie tiene más ganas de tenerte en nuestra cancha que él.
A Neil se le atascó la respuesta en la garganta mientras procesaba lo que acababa de escuchar. Era casi lo mismo que Aaron había dicho en el coche, solo que ahora había sonado indiferente, cuando antes lo había dicho con desprecio. Entre aquel cambio repentino de actitud, la desaparición del paquete de tabaco y la ropa a juego, Neil empezaba a preguntarse lo que sucedía de verdad allí. No se trataba de nada significativo, pero había aprendido a sobrevivir fijándose en los detalles más insignificantes.
—¿No resulta difícil jugar con él? —preguntó, cambiando lo que había estado a punto de decir—. Ya sabes, con eso de que es un campeón.
—Técnicamente, aún no hemos jugado con él —dijo Nicky—. Apenas hace un mes que empezó a entrenar con nosotros. Si es igual como jugador que como asistente del entrenador, este va a ser el peor año de la historia. —A pesar de lo agorero de sus palabras, Nicky parecía divertirse—. Pero vale la pena.
—¿Vale también todas las peleas que están surgiendo por su culpa? —preguntó Neil—. Como la de hace dos semanas, la que Aaron me ha dicho que se descontroló por completo. ¿Cuántas personas dijiste que salieron heridas de aquella?
Hubo una pequeña pausa mientras Aaron lo pensaba y, por un momento, Neil decidió que se lo había imaginado todo. Y entonces Aaron contestó:
—Once.
Era la respuesta correcta; Neil había leído un artículo sobre la pelea. Pero Aaron y él no habían hablado sobre aquello en el coche y Aaron debería saberlo.
Recordó demasiado tarde la acusación exasperada de Nicky en el salón: «¿Qué demonios le has dicho, Andrew?». Neil había supuesto que se refería a su encontronazo en Millport, pero Nicky se estaba refiriendo al viaje en coche desde el aeropuerto. Al final resultaba que no había sido Aaron quien le había recogido.
Estaba cabreado por la jugarreta y aliviado por haber descubierto la verdad, pero la precaución se sobrepuso por encima de ambos. Andrew no era una persona alegre por naturaleza; su manía estaba inducida con medicamentos y controlada por un tribunal. Hacía dos años, unos hombres habían asaltado a Nicky frente a una discoteca. Andrew había estado en su derecho de defender a Nicky, pero casi había matado a cuatro de los atacantes. El tribunal consideró excesiva la violencia empleada e intentaron procesarle. Sus abogados consiguieron hacer un trato: Andrew pasaría un tiempo en terapia intensiva, recibiría ayuda profesional una vez por semana y tomaría medicación.
Después de tres años le permitirían dejar la medicación el tiempo suficiente para valorar cómo había evolucionado. Saltarse el tratamiento en cualquier momento anterior a esa fecha supondría un incumplimiento de la libertad condicional. Si la enfermera del equipo, su psiquiatra actual o el psiquiatra asignado por el tribunal para gestionar su libertad condicional sospecharan que no estaba cumpliendo las normas, podrían solicitar un análisis de orina. Si Andrew no lo pasaba, sería procesado.
Solo tenía que aguantar hasta primavera, pero, por lo visto, aquello suponía esperar demasiado. Neil no podía creer que se arriesgara siquiera a saltarse la medicación teniendo en cuenta el alto precio que pagaría si lo pillaran. Se preguntó si su llegada tendría algo que ver, si Andrew habría querido conocer a su nuevo compañero de equipo con la mente clara, o si simplemente detestaba pasarse las vacaciones de verano colocado hasta las trancas.
Como si lo hubiese invocado, Andrew apareció en la puerta con una botella de whisky en una mano y Kevin a sus espaldas.
—Conseguido.
—¿Estás listo, Neil? —preguntó Nicky—. Deberíamos largarnos antes de que aparezca el entrenador.
—¿Por qué? —Neil señaló la botella—. ¿Estamos perpetrando un robo?
—Puede ser. ¿Te vas a chivar al entrenador? —preguntó Andrew, con un tono que indicaba que la idea le resultaba entretenida—. Menudo compañerismo. Supongo que eres un Zorro de verdad.
—No —dijo Neil—, pero sí que le preguntaría por qué no estás medicado.
Hubo un instante dominado por un silencio tenso. El único que no reaccionó fue Andrew; incluso Kevin parecía sorprendido.
Nicky fue el primero en recuperar el habla, pero se pasó al alemán para preguntar a Aaron:
—¿Me he vuelto loco? ¿Ha dicho eso de verdad?
—A mí no me mires —dijo Aaron.
—Preferiría una respuesta en mi idioma —dijo Neil.
Andrew se puso el pulgar en la comisura de la boca y lo arrastró sobre los labios para borrarse la sonrisa.
—Eso me suena a reproche, pero yo no te he mentido.
—La omisión es la forma más fácil de mentir —dijo Neil—. Podrías haberme corregido.
—Podría, pero no lo hice. Descubre la verdad tú solito.
—Eso es lo que he hecho —dijo Neil. Se llevó dos dedos a la sien, imitando el saludo militar burlón de Andrew en su primer encuentro—. Más suerte la próxima vez.
—Oh —dijo Andrew—. Oh, puede que llegues a ser interesante. Durante un tiempo, al menos. No creo que la diversión dure mucho. Nunca dura.
—No juegues conmigo.
—¿O qué?
Reconocieron el sonido de alguien intentando girar el pomo de la puerta principal. La sonrisa de Andrew regresó en un instante, brillante y vacía. Se giró hacia Kevin y este se movió al mismo tiempo. El whisky desapareció entre ambos en un gesto ensayado.
—Hola, entrenador —dijo Andrew por encima del hombro.
—¿Tienes idea de cuánto detesto llegar a casa y encontrarte aquí? —preguntó Wymack.
Andrew alzó las manos vacías en un ademán inocente que no engañó a nadie y salió al pasillo. Aaron y Kevin lo siguieron, presuntamente con la botella escondida entre los dos, y dejaron a Nicky y a Neil en el despacho.
—Esta vez no he roto nada —dijo Andrew.
—Me lo creeré cuando haya revisado todo lo que tengo.
Al fondo del pasillo, se oyó un portazo y el entrenador apareció enseguida en el umbral del despacho. Vestido con un par de vaqueros cortos y una camiseta desgastada, Wymack tenía más aspecto de rockero de garaje que de entrenador universitario. Neil supuso que no tenía por qué tener un aspecto presentable en su propia casa, pero aun así resultaba desconcertante.
Wymack repasó a Neil con la mirada y asintió.
—Veo que has llegado de una pieza. Estaba convencido de que con Nicky al volante acabarías muerto.
Neil sintió los ojos de Nicky sobre él y dijo:
—He sobrevivido a cosas peores.
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