Las puertas se abrieron detrás de Neil. En cuanto el hueco entre ellas fue lo bastante grande, Andrew lo empujó suavemente. Neil salió al vestíbulo de espaldas, trastabillando. Andrew pasó a su lado, haciendo colisionar sus cuerpos desde el hombro hasta la cadera, y se dirigió hacia la puerta. Kevin iba medio paso por detrás y Aaron ni siquiera miró a Neil al pasar junto a él. Solo Nicky se detuvo el tiempo suficiente como para sonreírle.
—¿Estás preparado para esto? —preguntó, y siguió a los demás.
Neil se quedó atrás durante unos segundos para observarlos alejarse. Empezaba a pensar que Kevin no iba a ser su único problema en la Estatal de Palmetto. Casi hacía que se sintiera aliviado. No podía predecir los movimientos de Kevin; no podía preguntarle cuánto recordaba de su pasado y no sabría qué había provocado que Kevin lo reconociese hasta que fuera demasiado tarde. Pero Andrew solo era un enano psicótico y Neil había crecido rodeado de violencia. Lidiar con él sería pan comido. Solo necesitaba tener cuidado.
—Lo estoy —dijo Neil.
Y echó a andar tras sus compañeros de equipo.
CAPÍTULO TRES

Neil avistó la Madriguera mucho antes de llegar al aparcamiento del estadio. A las afueras del campus, elevándose sobre el resto de edificios cercanos, había sido construido para albergar a sesenta y cinco mil aficionados. Los colores solo conseguían que llamara aún más la atención: paredes de un blanco cegador con molduras de un horroroso naranja intenso. Una huella de zorro gigantesca decoraba cada uno de los cuatro muros exteriores. Se preguntó cuánto le habría costado a la universidad construirlo y cuán desesperadamente lamentaban aquella inversión, teniendo en cuenta el rendimiento catastrófico de los Zorros.
Pasaron por cuatro zonas de aparcamiento antes de entrar en la quinta. Había un par de coches aparcados que debían de pertenecer al personal de mantenimiento o a algunos estudiantes de la escuela de verano, pero ninguno estaba aparcado junto al bordillo más próximo al estadio. El estadio en sí estaba rodeado de una alambrada de púas. Las entradas estaban colocadas de manera equidistante a lo largo de esta para lidiar con la multitud en los días de partido y todas estaban cerradas con cadenas.
Neil se acercó a la alambrada y contempló el exterior del estadio. En aquellos momentos estaba desierto, con las tiendas de souvenirs y los puestos de comida cerrados hasta que la temporada comenzara de nuevo, pero podía imaginar el aspecto que tendría en un par de meses. La imagen hacía que se le pusieran los pelos de punta y el sonido de su corazón retumbándole en los oídos parecía el eco de una pelota de exy rebotando contra la pared de la cancha.
Nicky le dio una palmada en el hombro.
—Al final le tomarás cariño a tanto naranja —prometió.
Neil enredó los dedos en el alambre y deseó poder romper la valla.
—Dejadme entrar.
—Vamos —dijo Nicky, echando a andar en paralelo a la alambrada.
Avanzaron hasta que se acabaron las entradas; habían aparcado junto a la puerta número 24 y la siguiente era la número 1. Entre ambas había una puerta estrecha equipada con un teclado electrónico. Esta daba paso a un pasillo que cortaba el círculo exterior del estadio en dos, obligando a quien llegara hasta la puerta 24 a entrar en el estadio y pasar por las gradas para alcanzar la número 1. Los demás estaban esperando a Nicky y a Neil junto a aquella puerta. Aaron se había traído el whisky .
—Esta es nuestra entrada —dijo Nicky—. Cambian el código cada par de meses, pero el entrenador siempre nos lo comunica. Ahora mismo es 0508. Mayo y agosto, ¿lo pillas? El cumpleaños de Wymack y el de Abby. Te dije que estaban liados. ¿Cuándo es tu cumpleaños?
—Fue en marzo —mintió Neil.
—Vaya, nos lo hemos perdido. Pero fichaste con nosotros en abril, así que eso cuenta como el mejor regalo de la historia. ¿Qué te regaló tu novia?
Neil lo miró.
—¿Qué?
—Venga ya. Un chico tan mono como tú tiene que tener novia. A no ser que te vaya lo mismo que a mí, claro, en cuyo caso, por favor, dímelo ya y ahórrame la molestia de tener que descubrirlo por mí mismo.
Neil se lo quedó mirando, preguntándose cómo era posible que a Nicky le preocupara aquello cuando el estadio estaba allí mismo. Sabían cuál era el código para entrar, pero estaban allí parados como si su respuesta fuera algún tipo de contraseña secreta. Miró a Nicky y al teclado alternativamente.
—¿Qué importa eso? —preguntó.
—Soy una persona curiosa —dijo Nicky.
—Quiere decir cotilla —lo corrigió Aaron.
—A mí no me va nada —dijo Neil—. Entremos de una vez.
—Y una mierda —protestó Nicky.
—Nada —repitió Neil, con la voz afilada por la impaciencia. No era toda la verdad, pero estaba lo bastante cerca de serlo—. ¿Vamos a entrar o no?
A modo de respuesta, Kevin introdujo el código y abrió la puerta.
—Adelante.
Neil no necesitaba que se lo dijeran dos veces. Avanzó por el pasillo, haciendo girar el llavero entre las manos. El corredor terminaba en otra puerta marcada con la palabra «ZORROS». Le mostró el llavero a Kevin a modo de pregunta silenciosa y este señaló la llave indicada.
Era una sensación extraña introducirla en el pomo y oír el sonido de la cerradura al abrirse. El entrenador Hernández le había permitido dormir en el vestuario de Millport High a veces, pero nunca se le había ocurrido darle la llave. En vez de eso, hacía la vista gorda cuando Neil se colaba. Las llaves significaban que Neil tenía permiso explícito para estar allí y hacer lo que le gustaba. Significaban que aquel era su sitio.
La primera habitación era un salón. Tres sillones y dos sofás ocupaban la mayor parte del espacio, colocados en forma de semicírculo alrededor de la televisión. La pantalla era escandalosamente grande y Neil ya estaba deseando ver un partido en ella. Encima de la televisión, en la pared, había una lista de canales de noticias y deportivos.
Las otras paredes estaban repletas de fotografías. Algunas eran fotos oficiales: fotografías de equipo, instantáneas de los goles de los Zorros y recortes de periódicos. La mayoría parecían haber sido tomadas por uno de los propios Zorros. Estaban desperdigadas por cada rincón y pegadas con cinta adhesiva. Un conjunto de fotos de las tres chicas de los Zorros ocupaba una esquina entera.
Aunque el exy era un deporte mixto, muy pocas universidades estaban interesadas en incluir mujeres en sus equipos. Según los rumores, la Estatal de Palmetto se había negado a aceptar a ninguna de las chicas que Wymack propuso en su primer año. Sin embargo, tras la desastrosa primera temporada de los Zorros, habían sido algo más comprensivos y Wymack había fichado a tres mujeres. Para colmo, había nombrado a Danielle Wilds como capitana, la única en la historia de la primera división de exy de la NCAA.
Si los aficionados al exy no les tenían mucho cariño a los Zorros, a Danielle directamente la despreciaban. Incluso sus propios compañeros habían estado dispuestos a insultarla en público durante su primer año. Los misóginos más envalentonados la culparon por el fracaso de los Zorros. A pesar de la polémica y con solo Wymack como apoyo, Danielle se había aferrado al puesto. Tres años más tarde, estaba claro que Wymack había tomado la decisión correcta. Los Zorros seguían siendo un desastre, pero se enderezaron con Danielle a la cabeza y empezaron a acumular victorias poco a poco.
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