Nora Sakavic - La madriguera del zorro

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La madriguera del zorro: краткое содержание, описание и аннотация

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Neil Josten es un joven que lleva toda la vida huyendo de su propio padre, el despiadado jefe de una organización criminal. Está acostumbrado a vivir con miedo y a fingir ser cualquiera salvo él mismo. Cuando asesinan a su madre, Neil toma una decisión a la desesperada: incorporarse al equipo de exy conocido como los Zorros. El exy es un deporte rápido y violento, una mezcla de lacrosse, rugby y hockey, lo único que hace que Neil se sienta real.
Sin embargo, Neil no es el único que tiene secretos en el equipo. Uno de los Zorros es un viejo amigo de su infancia y Neil no encuentra el valor para alejarse de él por segunda vez. ¿Habrá encontrado por fin algo por lo que merece la pena luchar?
La madriguera del zorro es el primer libro de la exitosa trilogía All For The Game. Retrata un mundo de tensión con personajes rotos y moralmente grises que combaten a sus depredadores y encuentran apoyo en sus iguales.

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La imagen que Neil tenía de Danielle era la de una mujer agresiva e implacable, pero las fotos que tenía delante contradecían aquella impresión. Danielle salía sonriendo en todas, una sonrisa amplia llena de alegría y peligro al mismo tiempo.

Nicky se fijó en qué lo había distraído y tocó las caras de la fotografía más cercana.

—Dan, Renee y Allison. Dan es buena gente, pero te hará sudar hasta reventar. Allison es una perra mala a la que deberías evitar a toda costa. Renee es un amor. Pórtate bien con ella.

—¿Y si no lo hago? —preguntó Neil, porque podía oír la advertencia en su tono.

Nicky se limitó a sonreír y encogerse de hombros.

—Vamos —dijo Kevin.

Neil lo siguió mientras salía del salón. Un pasillo pasaba junto a dos despachos con las puertas marcadas como «David Wymack» y «Abigail Winfield». Lo siguiente era una puerta con una sencilla cruz roja. Más adelante, otras dos puertas enfrentadas estaban señaladas como «Mujeres» y «Hombres». Kevin empujó un poco la puerta de «Hombres», proporcionándole un breve vistazo de taquillas, bancos y suelos de baldosas, todo de un naranja intenso. Neil quería explorar más, pero Kevin no se detuvo en su marcha pasillo abajo.

Este terminaba en una gran sala que Neil recordaba vagamente haber visto en las noticias. Era la sala que daba paso al estadio y el único lugar donde la prensa podía ver a los Zorros tras los partidos para fotos y entrevistas. Había bancos naranjas colocados aquí y allá y el suelo era de baldosas blancas con huellas naranjas. Unos conos naranjas estaban apilados en una esquina, tres pilas de seis conos cada una. Una puerta blanca se abría en la pared a la derecha de Neil y una naranja justo enfrente.

—Bienvenido al recibidor —dijo Nicky—. Por lo menos, ese es el nombre que le pusimos. Y con eso quiero decir el que le pusieron los listillos sabelotodo que nos precedieron.

Andrew se sentó a horcajadas en uno de los bancos y se sacó un bote de pastillas del bolsillo. Aaron le pasó el whisky robado a Kevin. Este se lo acercó a Andrew, esperó mientras sacaba una pastilla sobre el banco frente a él y le cambió la botella por el bote de pastillas. El medicamento desapareció en uno de los bolsillos de Kevin y Andrew se tragó la pastilla con un sorbo impresionante de whisky .

Kevin miró a Neil e indicó la puerta al otro lado de la habitación con un gesto.

—El armario de materiales.

—¿Podemos…? —empezó a decir Neil.

—Saca tus llaves —interrumpió Kevin.

Neil se encontró con él en la puerta naranja y dejó que Kevin escogiera la llave adecuada. Al otro lado solo había oscuridad. No había techo, pero Neil podía ver cómo las paredes se alzaban a cada lado. Siguió a Kevin cuando se adentró en las tinieblas. Después de diez pasos se dio cuenta de que debían de estar dentro del propio estadio.

—Vas a poder contemplar la Madriguera en plena forma —dijo Nicky a sus espaldas—. Gracias a la presencia de Kevin, conseguimos suficiente dinero como para arreglar el suelo y las paredes. Este sitio no ha estado tan limpio desde su primer año.

La luz de los vestuarios se colaba en el estadio, aunque el pasillo hasta el círculo interno de la cancha era demasiado largo como para que fuera de mucha ayuda. El círculo interno estaba lleno de sombras oscuras y siluetas vagas. Neil cerró los ojos y trató de imaginarlo. Aquel lugar estaba reservado para los árbitros, las animadoras y los equipos. Allí cerca debía de estar el banquillo de los Zorros. Las paredes de polimetacrilato que rodeaban la cancha eran invisibles en la oscuridad, al igual que la propia cancha, pero saber que estaba allí hacía que se le acelerara el corazón.

—Luces —anunció Aaron tras ellos.

Neil oyó el zumbido de la electricidad antes de que las luces se encendieran, empezando por las de emergencia a sus pies y continuando hacia arriba. El estadio cobró vida ante sus ojos, fila tras fila de asientos naranjas y blancos alternos que desaparecían entre vigas altísimas y la cancha que se iluminaba frente a él. Neil se movió antes de que las luces del techo se encendieran, cruzando el círculo interior hasta las paredes de la cancha. Posó las manos contra el plástico frío y grueso, alzó la vista hasta el lugar donde el marcador y las pantallas de repeticiones colgaban sobre el techo de la cancha y después la bajó hasta la madera pulida del suelo. Las líneas naranjas marcaban la cancha primera, media y extrema. Era perfecta, absolutamente perfecta, y Neil se sentía al mismo tiempo inspirado y aterrado por el espectáculo. ¿Cómo iba a jugar allí después de la cancha de pacotilla de Millport?

Cerró los ojos e inspiró, espiró, imaginando el ruido de cuerpos chocando unos contra otros en la cancha, la voz del comentarista escuchándose solo en estallidos dispersos y amortiguados, el rugido de sesenta y cinco mil personas reaccionando a un tanto. Sabía que no lo merecía, que, sin lugar a duda, no era lo bastante bueno como para jugar en aquella cancha, pero lo deseaba y lo necesitaba con tantas fuerzas que hacía que le doliera todo.

Durante tres semanas y media solo estarían ellos cinco, pero en junio el resto de los Zorros acudiría a los entrenamientos de verano y en agosto empezaría la temporada. Neil abrió los ojos de nuevo, contempló la cancha y supo que había tomado la decisión correcta. El riesgo no importaba; las consecuencias merecerían la pena. Tenía que estar allí. Tenía que jugar en aquella cancha al menos una vez. Tenía que saber si el público gritaba con suficiente fuerza como para hacer estallar el techo del estadio. Necesitaba oler el sudor y el aroma a comida de estadio demasiado cara. Necesitaba oír el zumbido de una pelota cruzando las líneas blancas de la portería e iluminando las paredes de rojo.

—Oh —dijo Nicky, apoyándose contra el muro a poca distancia de Neil—. No me extraña que te escogiera.

Neil lo miró sin llegar a entender sus palabras y sin escucharlas realmente. No cuando en su cabeza aún resonaba el tictac del reloj de un partido marcando la cuenta atrás. Al otro lado de Nicky estaba Kevin, que había visto a su padre despedazar a un hombre y había acabado fichando por la selección nacional. Lo estaba observando, pero en cuanto sus ojos se encontraron señaló en la dirección de la que habían venido.

—Dadle su equipación.

Aaron y Nicky acompañaron a Neil de vuelta a los vestuarios. Andrew no había entrado en el estadio con ellos, pero tampoco estaba en el recibidor. A Neil no le importaba tanto como para preguntar, pero siguió a los primos hasta el vestuario de hombres. La habitación principal estaba llena de taquillas, cada una marcada con el nombre y el número de los jugadores. A través de la puerta del fondo, atisbó los lavabos y asumió que las duchas estaban ocultas a la vuelta de la esquina. Le interesaba más la taquilla con su nombre.

El entrenador Hernández y Wymack se habían pasado las semanas finales del último curso de instituto de Neil discutiendo sobre qué tipo de equipación necesitaría. Saber que estaba allí esperándole no sentaba ni la mitad de bien que verlo en persona. Había cinco conjuntos para entrenar y dos equipaciones: una para los partidos en casa y otra para los de fuera. Los elementos de protección ocupaban la mayor parte de la enorme taquilla y su casco estaba en la balda superior. Bajo el casco había algo naranja y envuelto en plástico y Neil lo sacó para examinarlo. Se trataba de un cortavientos, casi más brillante que los colores del estadio. Tenía las palabras «Zorros» y «Josten» escritas en la espalda en material reflectante.

—Esto lo pueden ver hasta los satélites desde el espacio —dijo.

Nicky se rio.

—Dan los mandó hacer en su primer año. Dijo que estaba cansada de que nos ignoraran. A la gente le gusta fingir que no existimos. Todos quieren que seamos el problema de otra persona. —Alargó la mano y tocó la tela—. No nos comprenden, así que no saben ni por dónde empezar. Se sienten abrumados y se rinden antes de haber dado el primer paso.

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