Cuando la luna era nuestra
Anna-Marie McLemore
Cuando la luna era nuestra
Traducido por
Aitana Vega Casiano
WHEN THE MOON WAS OURS copyright © 2016 by Anna-Marie
McLemore
Translation rights arranged by Taryn Fagerness Agency, Full Circle
Literary LLC, and Sandra Bruna Agencia Literaria, SL
All rights reserved
© de la traducción: Aitana Vega Casiano, 2022
© de esta edición: Duermevela Ediciones, 2022
Calle Alarcón, 52, 33204, Gijón
www.duermevelaediciones.es
Primera edición: marzo de 2022
Ilustración de la cubierta: © Maria Matos
Diseño e ilustraciones interiores: Almudena Martínez
ISBN: 978-84-124375-7-7
Producción del ePub: booqlab
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Para los chicos a los que llaman chicas ,
para las chicas a las que llaman chicos
y para quienes viven fuera de estas palabras .
Para quienes reciben insultos
y quienes buscan un nombre propio .
Para quienes viven en los márgenes
y en los espacios intermedios .
Os deseo toda la luz del cielo .
A lo mejor te necesito como la luna
necesita al mar abierto .
A lo mejor no sabía ni que existía
Hasta que te vi. 1 1 Traducción del poema Mayby I Need You proporcionada por la traductora de este libro.
Andrea Gibson
1 Hasta que te vi. 1 1 Traducción del poema Mayby I Need You proporcionada por la traductora de este libro. Andrea Gibson 1 Traducción del poema Mayby I Need You proporcionada por la traductora de este libro.
Traducción del poema Mayby I Need You proporcionada por la traductora de este libro.
Mar de las Nubes
Lago del Otoño
Mar Nuevo
Bahía de la Armonía
Lago del Odio
Mar de las Islas
Bahía del Medio
Mar de los Vapores
Bahía de la Verdad
Lago de la Muerte
Mar Austral
Lago del Miedo
Lago de la Soledad
Mar de la Serenidad
Lago del Olvido
Pantano del Sueño
Mar de la Serpiente
Mar de las Olas
Bahía de la Aspereza
Lago del Invierno
Bahía del Honor
Océano de las Tormentas
Bahía de las Nubes
Lago del Dolor
Mar Marginal
Mar de la Tranquilidad
Lago del Verano
Mar Desconocido
Lago de la Blandura
Lago de los Sueños
Lago de la Felicidad
Mar Pequeño
Lago de la Bondad
Mar que se ha vuelto conocido
Bahía del Rocío
Pantano de las Nieblas
Lago de la Primavera
Mar de la Lluvia
Lago del Tiempo
Mar del Frío
Lago de la Perseverancia
Mar Oriental
Bahía del Arcoíris
Bahía del Amor
Mar del Néctar
Lago de la Esperanza
Nota de le autore
Agradecimientos
Posfacio por Almudena Martínez
Por lo que sabía, Miel había venido del agua. Aunque ni siquiera de eso estaba seguro.
No importaba cuántas noches se hubieran encontrado en el terreno sin cultivar entre sus casas, la granja de al lado no rotaba los cultivos y dejaba que la tierra se vaciase hasta que no crecían más que hierbajos silvestres. No importaba cuántas historias se hubieran contado cuando el sueño se les escapaba, cuando Sam le transmitía las fábulas de su madre sobre osos lunares que ayudaban a los viajeros perdidos y Miel se inventaba cuentos sobre lámparas de luna que se enamoraban de las estrellas. Él no sabía más que el resto sobre de dónde había venido antes de encontrarla entre la maleza. Al principio, parecía hecha de agua y, al instante siguiente, se convirtió en una niña.
Algún día, no serían más que un cuento de hadas. Cuando desaparecieran del pueblo, nadie recordaría el tono de marrón exacto de los ojos de Miel, ni la forma en que condimentaba el recado rojo con clavo, ni siquiera que Sam y su madre eran pakistaníes. En el mejor de los casos, recordarían a una chica de ojos oscuros y a un chico cuya familia había venido de lejos. Solo recordarían que los llamaban Miel y Luna, una chica y un chico entretejidos en el folclore del lugar.
Esta es la historia que las madres contarían a sus hijos.
Había una vez una torre de agua muy antigua. El óxido había cubierto el metal de un color naranja tan intenso que todo el depósito parecía una calabaza, una copia enorme de la fruta que crecía en los campos sobre los que proyectaba su sombra. Nadie cuidaba ya de la torre, no desde que unos cuantos rayos, en un verano en el que hubo muchas tormentas eléctricas, la dejaron inclinada hacia un lado como si estuviera cansada y encorvada. Hacía años, la habían llenado desde el río, pero ya el óxido y los minerales ahogaban las tuberías. Cuando abrieron la válvula en la base de la torre, solo salieron unas pocas gotas. El débil aspecto de los pernos y las planchas daba la impresión de que un vendaval otoñal haría que todo se viniera abajo.
Así que el pueblo decidió construir una nueva torre de agua y derrumbar la vieja. Sin embargo, la única forma de vaciarla era volcarla como una taza. Tendrían que prepararse para que toda la torre se estrellara contra el suelo, para todo el metal oxidado y los miles de litros de agua sucia que se derramarían en la tierra.
Eligieron para la caída el lado de la torre que daba a un campo de maleza tan seco que una sola chispa haría que todo ardiera en llamas. Pensaron que, a lo mejor, el agua conseguiría traer un poco de verde. En ese campo, desenterraron flores silvestres, achicoria y consuelda, y las replantaron junto a la carretera, para que no se ahogaran ni se aplastaran. Temían que, si no trataban bien a las cosas hermosas que crecían de forma salvaje, sus propias granjas se marchitarían y morirían.
Los niños corrieron entre los matorrales para ahuyentar a las ardillas y a los cervatillos y así evitar que, cuando se derrumbara la torre de agua, quedaran aplastados. Entre ellos había un chico al que llamaban Luna porque siempre pintaba mares y sombras lunares en cristales, papeles y en cualquier superficie que pudiera hacer brillar. Luna sabía que debía caminar y hablar con delicadeza para no asustar a los conejos, sino alentarlos a volver a sus madrigueras.
Cuando los animales y las aves silvestres desaparecieron del campo, los hombres del pueblo golpearon con hachas, martillos y mazos la base de la torre de agua hasta que cayó como un árbol. Se arqueó hacia el suelo en una caída lenta, como si se inclinara para tocar su propia sombra. Cuando chocó con la tierra, la parte superior oxidada se rompió y toda el agua se precipitó al exterior.
Durante un minuto, el agua, marrón como una taza de té olvidada, ocultó la maleza que recordaba a un pálido rastrojo de trigo. No obstante, cuando se deslizó y se extendió por el campo, aplastando a su paso los frágiles tallos y empapando la tierra seca, todos los que observaban distinguieron la forma de un cuerpo pequeño.
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