¿Dónde están los multimillonarios?
Un problema adicional con las encuestas es la casi total ausencia de los grandes multimillonarios, terratenientes o poderosos empresarios. En la encuesta de hogares de Brasil el ingreso mayor corresponde a cerca de 80.000 dólares por mes, en México es de 45.000 y en Argentina “apenas” 20.000. Estos son ciertamente ingresos altos, pero por debajo de lo que es sabido ganan algunos CEO de empresas, profesionales, artistas y deportistas de élite, y seguramente por debajo de las ganancias mensuales de grandes hacendados, dueños de empresas exitosas y familias con grandes capitales. Nora Lustig, de la Universidad de Tulane, hace algunos cálculos ilustrativos. La compañía de mercado de capitales Merrill Lynch estimó que en América Latina había unas 4.400 personas con riqueza neta superior a 30 millones de dólares. En promedio para ese grupo la riqueza era de unos 500 millones, que invertida a una tasa conservadora del 1,5% anual implica ingresos de capital mensuales de 600.000 dólares: muy lejos de los ingresos máximos relevados en las encuestas.
La ausencia de personas muy ricas en las encuestas puede ser la consecuencia natural del muestreo aleatorio, típico de las encuestas: existen en proporción tan pocos millonarios que la probabilidad de seleccionar aleatoriamente uno en toda la población es muy baja. Pero existe otra razón: si por casualidad el muestreo escoge una familia muy rica, la probabilidad de que esta rechace contestar la encuesta es alta. La omisión del grupo de las personas muy ricas implica una subestimación significativa de la magnitud de la desigualdad. Para el caso de Argentina, Facundo Alvaredo estima que la participación del 1% más rico en el ingreso nacional sería del 17%, cuando las encuestas de hogares capturan una participación del orden del 6%. Un estudio para Brasil encuentra que la participación del percentil más rico sube del 11% al 24% cuando se incluye información de ingresos de fuentes tributarias. En Chile el aumento es del 15 al 21%. En un estudio reciente para Colombia, Facundo Alvaredo y Juliana Londoño Vélez complementan datos de la encuesta de hogares con información tributaria con el objeto de incluir ingresos más verosímiles para el 1% más rico: esa adición genera un aumento considerable de la desigualdad, medida por el coeficiente de Gini, de 55 a 61. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo interpretar las estadísticas provenientes de encuestas sabiendo que están sesgadas, que subestiman el verdadero nivel de desigualdad?
En defensa de las encuestas
Hay varios argumentos a favor del uso de las encuestas de hogares. Ninguno es definitivo, pero sumados proveen una defensa razonable. El primer argumento es simple: sabemos de las limitaciones de las encuestas, pero es hoy casi la única información que tenemos a disposición en todos los países de América Latina. Es esto o prácticamente renunciar a la evidencia empírica sobre temas distributivos. La segunda línea de defensa señala que sabemos cuál es la dirección en la que las encuestas sesgan nuestra estimación de la desigualdad real (la subestiman) y además tenemos una idea aproximada de la magnitud en que lo hacen. Una medida imperfecta, pero con un sesgo conocido, es finalmente una medida útil. El tercer argumento recuerda que las encuestas de hogares son razonablemente representativas de prácticamente toda la población. Si bien lo que no pueden captar (el grupo de los multimillonarios) es importante, no puede minimizarse el valor de tener información sobre las brechas de ingreso entre casi la totalidad de la sociedad. Finalmente, se argumenta que en muchos casos lo relevante para el análisis son las comparaciones de la desigualdad (en un mismo país en el tiempo, o entre países) y no el nivel de la misma. Hay evidencia, aunque no generalizada, que sugiere que en muchos casos los resultados de las comparaciones estimados solo con datos de encuestas son semejantes a los que surgen cuando es posible complementar con datos administrativos y tributarios para aliviar el problema de la subdeclaración.
Diseccionado una distribución
Ya es tiempo de mostrar algunos resultados. Por los motivos que discutimos en las páginas anteriores vamos a concentrarnos en la distribución del ingreso usando información de las encuestas de hogares. ****Más tarde, cuando notemos las limitaciones de las encuestas, sumaremos otras fuentes de información complementarias. Como en la enorme mayoría de los estudios distributivos, nos focalizamos en el ingreso per cápita familiar , es decir, el total de ingresos del hogar dividido por el número de personas en ese hogar. Cuando en la prensa leemos una noticia sobre las brechas entre pobres y ricos, la mayoría de las veces se refiere a brechas en términos del ingreso per cápita familiar de cada grupo.
Sigamos el procedimiento habitual: ordenar a las personas de acuerdo a su ingreso (per cápita familiar) y luego agruparlas en diez estratos o deciles : el primer decil incluye al 10% de menores ingresos y el último decil al 10% de mayores ingresos. Cuando dividamos a la población en cinco grupos semejantes tendremos quintiles y si lo hacemos en cien grupos, percentiles . Veamos algunos valores para Argentina. En el año 2019 un argentino en el decil 1 tenía un ingreso per cápita familiar mensual de $2.627, un valor que no alcanzaba para comprar una canasta básica de alimentos. Una persona del decil 2 tenía un ingreso per cápita de $5.204: algo menos del doble que su compatriota en el decil 1, pero todavía un monto insuficiente para escaparle a una vida de privaciones. Los ingresos van creciendo gradualmente a medida que ascendemos en la escalera; en el decil 5 alcanzan algo más de $10.000 y en el 9 llegan a $30.000. El salto se magnifica en el decil más alto: el ingreso per cápita promedio supera los $58.000. Cuando miramos para atrás en la escalera de ingresos, el decil 1 ha quedado muy lejos: la brecha con el decil superior es de 22 veces.
22 es solo un número, difícil de traducir a la realidad. Hagamos un ejercicio de introspección y pensemos que nuestro ingreso aumenta 22 veces. Esto implica que tenemos la posibilidad de aumentar 22 veces nuestro nivel de vida, alquilar un departamento 22 veces más caro que el que alquilamos, pagar vacaciones 22 veces más costosas, ahorrar 22 veces más. Todo a la vez. Imaginemos ahora la situación opuesta: dividimos nuestro ingreso en 22 porciones y nos quedamos solo con una. Si ganábamos $1.000 por mes, ahora solo serán $45. El cambio en este caso es mucho más radical y difícil de imaginar. La vida en el primer decil es seguramente algo que ninguno de los lectores de este libro ha experimentado jamás.
Pero en la realidad las diferencias son aun mayores. Cada decil agrupa un gran número de personas, con ingresos diferentes. Si dividimos a la población ahora en cien percentiles, en lugar de diez deciles, las brechas se magnifican. En Argentina en 2019 la brecha entre el percentil 100 y el 1 era de 369 veces, y la brecha entre las personas con ingreso per cápita más alto y más bajo era de 13.682 veces: ¿22 nos parecía un número grande?
La desigualdad en un número
Los seres humanos no tenemos capacidad para procesar mucha información a la vez: necesitamos resumirla, simplificarla. La ciencia avanza a fuerza de modelos, abstracciones e índices que resumen información de un mundo enormemente complejo. La distribución del ingreso de Colombia es una larguísima lista de 50 millones de números: los valores del ingreso familiar per cápita de cada colombiano. Podemos simplificar esa lista imposible de aprehender en algún gráfico, pero mejor si pudiéramos resumir ciertos aspectos de esa distribución en un solo número: un número que resuma el nivel de desigualdad en Colombia.
Читать дальше