—Pero cariño. No le animes a seguir con esta locura. Lo que debe hacer es llamar a su marido y hacer las paces. O llámale tú, habla con tu yerno, él te escuchará.
Pongo los ojos en blanco al escuchar tal sugerencia. Sé que mi padre jamás se inmiscuiría en mi vida de esa manera, pero que mi madre tan solo lo insinúe…
—Papá no va a hacer nada, ni tu tampoco, ¿me has oído? Prométeme que no te meterás en mis asuntos —le pido a mi madre. La conozco muy bien y sé que sería capaz de cualquier cosa porque Sebastian y yo volvamos a estar juntos—. Prométemelo —repito ante su silencio.
—Esta bien, pero que quede claro que no estoy de acuerdo con lo que estás haciendo con tu vida —mira hacia otro lado y coge el vaso de agua que Cristina le ofrece.
Miro a mi hermana y le reprendo sin tener que hablar. Me prometió que me ayudaría y estaría a mi lado en estos momentos; y ha desaparecido como la sabandija que es. Ella se encoge de hombros y toma asiento al otro lado de la mesa, ¡y se pone a limarse las uñas!
—Tómate esta pastilla. Te tranquilizará —mi padre obliga a su enferma esposa a tragar el medicamento que la hará dormir durante un par de horas. La lleva a la cama y la acuesta con amor y ternura. Miro la escena con devoción. La mayor parte del tiempo ni aguanto ni entiendo la forma de ser y de pensar de mi madre. Crecimos en épocas distintas, pero a veces parece que nos separan siglos en vez de años. Ella cree que el matrimonio se creó como un vínculo sagrado para toda la vida y que bajo ningún concepto tiene que romperse. No la culpo por pensar así después de la educación tan arcaica que recibió, sin embargo, podría abrir un poco la mente y entender que ya no vivimos en un mundo donde la mujer tiene que aguantar todo por seguir con su marido. Mis padres tiene suerte, se aman tanto o más que el primer día; y se nota en sus miradas y actos, ni siquiera tienes que fijarte para darte cuenta de cuánto se quieren.
—Ya podías haberme echado una mano y no esconderte en la cocina —miro a Cris con cara de reprimenda.
—No parecías necesitar ayuda —bromea, pero se arrepiente de haberlo hecho al comprobar la mueca de mi cara—. Venga, no se lo tomes en cuenta. Terminará por aceptarlo. Vámonos —se levanta y se pone el abrigo.
—¿A dónde?
—A tomar una cerveza.
—Es casi la hora de comer.
—Comeremos algo por ahí. Mamá no despertará en horas.
—No me parece bien dejar que papá coma solo.
—Estoy segura de que no le importará —se pinta los labios mirándose al espejo con ribetes dorados que cuelga de una de las paredes beis del salón.
—Ya está dormida —escucho la voz de mi padre entrar en la habitación. Se sienta a mi lado y me pregunta si estoy bien. Le digo que sí, que no tiene de qué preocuparse y que quiero que confíe en mí.
—Por supuesto, cariño. Tienes todo mi apoyo y confianza. Cuenta conmigo para lo que necesites. Y con tu madre también, estoy seguro, solo necesita un poco de tiempo para asimilar que su niña ha elegido otra vida que la que ella deseaba para sus retoños.
Le pedimos a papá que salga con nosotras a comer algo por el pueblo, pero se niega a salir de casa con este frío, así que al final casi nos obliga que nos vayamos las dos a algún restaurante y lo pasemos bien. Nos despedimos de él hasta la semana que viene, cenaremos aquí en Nochebuena.
A las seis de la tarde volvemos a la ciudad, necesito que Cris se encargue de hacer el reportaje de fotos de una boda de uno de nuestros clientes más importantes. Recogemos a Joel en la puerta de su apartamento y entre los tres nos encargamos de que el evento salga a la perfección. Invito a mi hermana a cenar en un buen restaurante para agradecerle el gran trabajo que ha hecho esta tarde y terminamos en mi nueva casa viendo películas de ciencia ficción y comiendo palomitas en cantidades industriales.
Se levanta al terminar la primera y me doy cuenta de que se encamina dirección a la puerta de salida.
—¿A dónde vas? Creí que dormirías aquí.
—Y así es, hermanita. Voy a casa de Pablo, a ver si tiene cervezas.
Me pongo nerviosa y comienzo a tener palpitaciones, pero ¿qué me pasa? y ¿por qué Cristina ha decidido terminar con mi apacible noche? Pablo me empieza a caer bien, sin embargo, no me apetece verlo de nuevo. Rectifico, no me importaría ver a ese ser todopoderoso y admirar su salvaje belleza en silencio, pero me pone de los nervios (y no en el mismo sentido que lo hace las sinrazones de mi madre), no. Este me ataca el sistema nervioso de una manera muy distinta y no me gusta no tener plena conciencia de mi cuerpo y mis reacciones.
—No está —cierra la puerta y se encoge de hombros—, estará por ahí tirándose a alguien. No sabe tener la polla metida en los pantalones —camina y vuelve a sentarse en el mismo sitio.
Respiro tranquila ante lo primero que dice, pero siento un pinchazo en el estómago al escuchar lo segundo. Reacciono a tiempo y le riño.
—¿Por qué hablas así?
—Porque es la verdad. Pablo es mi mejor amigo, pero sé lo atractivo que es, no estoy ciega. Las mujeres se acercan a él como moscas a la miel y él… pues aprovecha las oportunidades. Le gusta el sexo y… —coge el mando a distancia y pone otra película que comienza a la vez que ella deja de hablar— según dicen es una máquina, un portento… no sé si me entiendes.
Me ruborizo y miro hacia otro lado. Creo que me está dando demasiada información. Claro que la entiendo, no obstante no tengo la imperiosa necesidad de saber cómo se las gasta Pablo en la cama, ni en ningún otro sitio.
12
LISTA DE LA COMPRA: VIBRADOR, BRAGA COMESTIBLE Y OSO DE PELUCHE
El martes me encuentro enterrada en papeles y telefoneando a la gestoría por el maldito cierre fiscal. Joel entra cada diez minutos en mi despacho y apila carpetas a mi lado, sobre la mesa, en el suelo… Miro alrededor y me tapo los ojos con las manos intentando que todo el caos desaparezca, pero cuando los abro siguen ahí. Mi ayudante de pelo verde me anima invitándome a comer en Manolitos y prometiéndome que ni él ni Mía se irán a casa hoy si no conseguimos terminar a tiempo todo el trabajo atrasado. Para colmo, los Serrano, una familia muy adinerada e influyente de la ciudad, nos ha contratado a última hora para que organicemos su comida de Navidad familiar dentro de… ¡dos días! Le pido a Joel que centre sus esfuerzos en cerrar ese tema y que yo me encargo de todo lo demás. Uno de los gestores aparece una hora después y me salva de morir ahogada entre tanto papeleo. Se lo lleva todo en un carrito y por fin puedo ver mi mesa despejada. Apoyo la frente sobre la madera y respiro hondo, pensando en lo bien que me vendría un fin de semana de tranquilidad, pero no me da tiempo a relajarme, una llamada en mi teléfono móvil me obliga a levantar la cabeza y volver a la realidad. El número desconocido hace plantearme si cogerlo o no, no suelo dar mi teléfono personal para temas de trabajo, así que dudo que se trate de un cliente; normalmente llaman a la oficina, a Joel o a Mía. Aún sabiendo esto, descuelgo sin dar demasiado importancia al hecho de no tener ni idea de quién puede tratarse.
—Buenas tardes, ¿Nerea? —escucho una voz muy varonil al otro lado.
—Si, hola. ¿Quién es?
—¿Que no recuerdes mi voz debería molestarme? Tal vez estés haciéndote la interesante… y déjame decirte que se te da muy bien.
—Lo siento, pero sigo sin saber quién eres —levanto el semblante al escuchar que la puerta de mi despacho se abre. Joel entra cargado de papeles. Le pido silencio llevándome el dedo índice a los labios y él toma asiento frente a mi mesa. Pulso el manos libres para que mi ayudante escuche la conversación y me ayude a descifrar el enigma.
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