El presente cambio de relato no supone solamente abandonar una noción de persona humana y sustituirla por otra. Es, en realidad, más profundo, pues implica el abandono del paradigma de la verdad, es decir, de considerar la verdad como uno de los bienes fundamentales de la sociedad, la vida y el mundo. Se cambia el paradigma de la verdad por otro antagónico, de la libertad sin responsabilidad y de los derechos sin obligaciones. No es solamente que ya no se entienda ahora a la verdad como valor supremo y que se sustituya por la libertad, finalmente otro bien fundamental, sino que actualmente se recela y se sospecha de la verdad, se la considera enemiga de la democracia, del pluralismo y de la tolerancia. Encierra en sí misma cripto-violencia, cerrazón e intolerancia. Ya no se puede disentir, ya no se puede corregir, ya no se puede aconsejar, pues todo ello supone la orgullosa posición de considerar que uno está en posesión de la verdad, mientras que los demás adolecen del error. Sería una postura orgullosa y poco cívica.
Obviamente, la postura de rechazar a la verdad y ensalzar la libertad y la diversidad es revisable. No resiste los mismos argumentos que se emplean para defender el principio de no-contradicción. Es decir, “es verdad que no hay verdad”. No se puede vivir ni pensar sin la aspiración a la verdad, supuesto de cualquier diálogo coherente. Pero resulta una sutil forma tendenciosa de manipular e imponer por decreto y sin el debate algún tipo de ideología subrepticia, en este caso, perfectamente identificable con los dogmas de lo políticamente correcto. Terminas siendo libre solamente de pensar como todos deben pensar. La disidencia es castigada con el linchamiento mediático o con la ley del hielo: nadie está dispuesto a escucharte ni a transmitir tu mensaje. Tu libertad queda reducida al estrecho espacio de tu interioridad, al mejor estilo de las dictaduras fascistas, nazistas o comunistas, sin nada del aparato de represión política. Se trata de una represión limpia.
Modificada profundamente la noción de “familia” y exaltado el individualismo, las personas deambulan excesivamente solas en la sociedad. El individuo ya no tiene intermediarios críticos frente al Estado o, más precisamente, frente a lo “políticamente correcto”. Toda la estructura de medios de comunicación y redes sociales ejercen un fuerte control sobre aquello que puede o no decirse. La dictadura de lo políticamente correcto termina por restringir drásticamente las libertades de expresión y religiosa. El individuo está solo, ya no tiene un hogar, es más controlable, si no por el Estado, sí por el algoritmo de la inteligencia artificial y el political correctness. Las formas de control superan ahora las fronteras de los países, sirviéndose de los medios tecnológicos de comunicación. Puedes ser despedido de tu trabajo por una publicación en Twitter o Facebook. O pueden borrarte de Twitter y Facebook si tus opiniones son excesivamente discordantes con el canon socialmente aceptado.
En efecto, los medios de comunicación, las redes sociales, los algoritmos propios de la Inteligencia Artificial, los monopolios tecnológicos pueden ejercer un fuerte influjo sobre los individuos, una especie de exhaustivo y extenuante marcaje personal, del cual resulta poco menos que imposible evadirse, dado que los necesitamos prácticamente para todo. De esta forma, ya no es el Estado quien te controla; de hecho, el sistema de control es supranacional.
Las temáticas abordadas en estas páginas atraen el interés de la opinión pública y de los jóvenes, porque representan manifestaciones de la crisis del cambio de paradigma. Son los puntos conflictivos, donde se evidencia la ruptura entre un modelo de hombre, familia, sociedad y cultura, que es sustituido por otro. Sencillamente, en estos temas aflora la factura dolorosa que deja el cambio de relato encargado de dotar de significado a la vida y el mundo. No se configura como algo inocuo, sino como una dolorosa metamorfosis. De alguna forma, la polémica pone en evidencia lo doloroso que suele ser tomar conciencia de abandonar una forma de vida y de ver al mundo, para ser sustituida por otra, y el proceso crítico que aquello comporta. Por eso, estos temas no suelen dejar indiferente al auditorio, pues de fondo se pregunta, más o menos conscientemente, si el nuevo modelo es realmente mejor que el anterior, y hasta dónde nos llevará todo este cambio.
¿Qué tan honda es la factura? ¿Son definitivamente irreconciliables los modelos? ¿Las narrativas son necesariamente antagónicas o cabe alguna mediación? En las páginas siguientes se exploran algunas líneas de sutura, se intenta proponer algunos puentes de diálogo entre las diversas versiones de la vida. No resulta sencillo, pero puede tomarse como punto de partida el valor de verdad que suele tener cualquier postura. Todo error, si busca convencer de alguna forma, tiene que adoptar la apariencia de verdad. Es decir, el cambio de paradigma obedece a algunos motivos más o menos serios, a diversas intuiciones, tiene detonantes. ¿Tienen algún valor de verdad? Parece ser que sí, si no, no serían capaces de convencer y cautivar.
Es decir, el presente texto busca, conscientemente, generar una empatía, intentar comprender las razones de quien no comparte nuestro punto de vista, ver si es posible encontrar un punto intermedio, un punto de unión, una causa común, un reclamo conjunto. ¿Por qué? Porque en la dimensión humana no solemos funcionar con un sistema binario: verdadero/falso, bueno/malo, correcto/erróneo; por el contrario, hay matices y un amplio margen de indeterminación. Es posible que quien no piensa como yo haya descubierto algún aspecto de verdad que yo desconozca y que felizmente podamos compartir y resultar finalmente enriquecidos ambos. En un debate no necesariamente hay vencedor y vencido, pues ambos contendientes pueden estar en búsqueda del único galardón común y compartirlo, la verdad.
Para tender puentes resulta de gran utilidad tener una sana autocrítica y una actitud abierta a comprender las razones diferentes de quien piensa distinto. Las líneas que siguen a continuación se proponen hacer ese esfuerzo. ¿Utopía? ¿Irenismo? ¿Sincretismo? ¿Ingenuidad? Lo podrá juzgar el amable lector al final del breve libro. De todas formas, adelanto una interesante observación crítica que se me ha hecho durante el proceso de redacción final. Un agudo intelectual me ha hecho notar que es vano todo intento de tender puentes entre ambas narrativas para llegar a una visión de consenso común, donde ambas visiones salgan ganando, y se mantenga una cierta vigencia de algunas perspectivas clásicas de la cosmovisión cristiana del mundo. ¿Por qué? Porque parten de dos visiones metafísicas y antropológicas inconciliables en la práctica.
La visión cristiana parte de una metafísica de la comunión, donde día a día cobra más relevancia el accidente “relación”. El hombre es un ser relacional, que encuentra su plenitud en el encuentro con los otros y alcanza su plenitud y felicidad con el don de sí, muchas veces generoso y sacrificado. Reconoce en consecuencia un valor ético y existencial a la renuncia, al sacrificio, a la entrega. En esta perspectiva el infierno es la soledad, el cerrarse a los otros, pues se clausura así la trascendencia y por tanto el sentido. Desde esta antropología, por ejemplo, la vida de una mujer que se ha gastado formando una familia numerosa, criando a sus hijos, es plena, está colmada de sentido y significado, es feliz, no a pesar de las renuncias y sacrificios, sino precisamente por ellos.
Por contrapartida tenemos la metafísica y la antropología de la narrativa ascendente. Es marcadamente individualista y subjetiva. El valor absoluto es la realización personal, a cualquier costo, la cual se va consiguiendo a través de experiencias, a ser posible intensas. El único criterio es evitar el sufrimiento, el dolor, el sacrificio. Se trata de una libertad pura, que no se vincula a nada, no se ata, conserva siempre su plena capacidad de decisión y determinación. Desde esta perspectiva sólo se admite el máximo placer, la máxima utilidad, la vivencia personal. Aquí no encuentra cabida la vida cargada de sacrificio que supone sacar adelante una familia, las renuncias que comporta, ni el vínculo que crea, porque finalmente resulta opresivo, odioso, impone obligaciones, crea lazos, limita la libertad. Se trata de un individualismo radical y de una libertad incondicionada; nada puede limitarla, ni nuestras propias palabras o decisiones anteriores, siempre está abierta a cambios. El sujeto no se concibe como relacional, la relación es un límite que se puede tornar opresivo, sino como un sujeto libre, una pura individualidad.
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